El cultivo de la vid comenzó tras la llegada de los españoles. Según se afirma, a mediados del siglo XVI, los conquistadores llevaron al Cuzco (Perú) las primeras plantas de vid, de la especie Vitis vinífera.
Desde allí fue conducida a Chile en 1551 y luego introducida a la Argentina. Contra lo que podría suponerse, no son las provincias cuyanas las que primero plantar vides. Se asegura que fueron vecinos de Santiago del Estero, los que traen las primeras plantas en 1.857. Desde esta provincia se propagó el cultivo hacia el centro, oeste y noroeste del país.
Los antiguos pobladores y soldados consumían vino y pasas, como alimento calórico. Pero también los sacerdotes católicos que vinieron a estas tierras como misioneros, implantaron viñedos en las cercanías de sus conventos para contar con el vino para celebrar la Santa Misa, contribuyendo así a su difusión en las zonas ecológicamente aptas.
Algunos historiadores opinan que las primeras plantaciones se realizaron en San Juan entre los años 1569 y 1589. Favorecida por óptimas condiciones climáticas y de suelo, la vitivinicultura manifestó un amplio y acelerado desarrollo, principalmente en las provincias andinas. AI comienzo se producía en volumen reducido, limitado a satisfacer las necesidades de las pequeñas comunidades de la colonia. Se debieron afrontar diversas dificultades, por un lado la aridez del clima obligó a construir diques y sistemas de riego artificial y por otro lado la competencia de productos provenientes del viejo mundo.
No obstante, el aislamiento determinado por las enormes distancias con otros centros poblados hizo que pronto la producción superara la demanda de consumo en las zonas de origen lo que obligó a preparar pasas con las variedades más adecuadas y a elaborar los mostos con renovadas técnicas para su envío a otros lugares. A principios del siglo XVII, ya se habla en las crónicas de la época, de la abundancia de la cosecha de uvas y otras frutas, cereales y aceitunas. También se menciona el naciente comercio de esta región alejada del Río de la Plata. Refiriéndose a los vinos cuyanos, se decía que eran muy generosos y tan buenos que, a pesar de las largas travesías que debían afrontar en carretas a través de las pampas hacia Tucumán y Buenos Aires, llegaban a destino sin ningún daño y con tanta abundancia, que abastecían a todas esas regiones y hasta el Paraguay. Para el transporte de los vinos se usaban tinajas forradas con totora o pellejos. A fines del siglo XVIII comenzaron a emplearse en escala importante, las pipas y barriles de madera.
El desarrollo de la industria vitivinícola fue lento en sus primeros tiempos, pero a partir de 1853, la región vitivinícola más importante del país sufrió una transformación debido a una serie de hechos auspiciosos, entre los que se pueden destacar: la pacificación y la organización constitucional del país, la llegada del ferrocarril, conectando lejanas poblaciones con la salida al mar, y el dictado de leyes de aguas y tierras que permitieron la colonización.
Quizás el hecho más importante fue el aporte de una gran corriente inmigratoria europea, compuesta por hombres conocedores del quehacer vitivinícola, lo que posibilitó un cambio sustancial en el cultivo de la vid y dio un gran apoyo a esta industria. Estos inmigrantes trajeron consigo nuevas técnicas de cultivo, otras variedades de vid aptas para la elaboración de vinos finos, que encontraron en Argentina un hábitat ideal para su desarrollo, y la innovación de las prácticas enológicas utilizadas en las bodegas. Pero fundamentalmente legaron su cultura y entrañable amor por estas actividades, indisolublemente arraigadas con sus milenarios orígenes que afortunadamente dejaron a sus herederos.
Fuente: INV