El caballo es el más noble de los cuadrúpedos, de fácil domesticación y notable servicio. Su presencia resulta trascendente tanto en la paz como en la guerra; es un verdadero motor animal utilizado como transporte en todas las épocas. Sin embargo, a partir de la segunda guerra mundial, la decadencia del caballo es notoria, absorbido por el avance de la técnica y la mecanización; sólo permanece inalterable su vigencia, en el “turfismo” internacional.
Su origen se pierde en los límites de la prehistoria sin poder precisarse qué zona de la tierra constituye su patria.
Se nombra, como posible, la Mongolia, otras partes de Asia y Egipto en Africa, pero en los albores de la historia el hombre tuvo contactos con estos solípidos destinados a gravitar universalmente. Los habitantes semíticos de la Mesopotamia 2000 a C., los mencionaban como extraños animales de la montaña, sin utilidad. En la era cristiana se extienden por toda Europa adquiriendo la vida, merced a ellos, un ritmo distinto.
En América no los conocían, sin embargo, parecen haber existido, extinguiéndose en épocas geológicas lejanas.
Los españoles los introdujeron en el segundo viaje de Cristóbal Colón, aunque tal vez algunos le acompañaron en el primero, ciertamente pisaron el nuevo mundo en 1493 naciendo, a los veinte días, según las crónicas, el primer caballo americano; tardaron quince a veinte años antes de ser trasladados a tierra firme o sea el continente.
Las primeras caballadas importantes se establecieron en Panamá y Colombia cuyos integrantes pasaron al sur en 1538, reclamados por Francisco Pizarro para la conquista del Perú, quien la había iniciado con treinta y siete equinos. Casi simultáneamente llegaron al este del nuevo mundo, traídos por don Pedro de Mendoza (1536) y Alvar Núñez Cabeza de Vaca, las yeguas y sementales que después originaron las más grandes manadas del mundo, nacidas y criadas en esa pista homérica que Dios fundó en nuestras pampas, potreros inmensos de pasturas inagotables. Allí se desarrolló el afamado caballo español de la época da la conquista, corcel de guerra por excelencia, descendientes de los “viejos y rústicos troncos europeos a los que una infusión de sangre oriental berberisca le dio esbeltez y temperamento, encontrando en América salvaje el medio ideal para perpetuarse”.
En Charcas se instaló una gran caballada proveyendo caballos a Chile y Tucumán por intermedio de Pedro de Valdivia y Diego de Rojas. De Chile pasaron caballos a Cuyo arriados por Castillo, Mendoza, Jufré y otros. Previamente Diego de Almagro (1535) llevó caballos a las tierras de Chile.
Pero hubo un capitán don Francisco de Villagra, que vino del Perú con 185 hombres y quinientos caballos, para ponerse a las órdenes del capitán general de Chile don Pedro de Valdivia; Villagra pisó tierra sanjuanina en mayo de 1551, once años antes que Juan Jufré de Loayza y Montesa fundara San Juan de la Frontera el 13 de junio de 1562. Por tanto los primeros caballos que vieron los huarpes fueron los que jineteara y arriara Villagra, verdadero precursor de la conquista cuyana.
Después, el indio y el gaucho fueron sus amigos inseparables. José Hernández dice en el Martín Fierro: “Siempre el gaucho necesita, un pingo para fiarle un pucho”.
El caballo es el más veloz de los cuadrúpedos compitiendo sólo con algún felino de gran envergadura, como los chitas africanos que alcanzan ochenta kilómetros por hora en distancias muy reducidas, en cambio el caballo puede mantener la velocidad de sesenta kilómetros en tiros trescientos metros.
Es famosa la carrera de ciento cincuenta metros realizada en la provincia de Buenos Aires entre el campeón Carlos Pairetti en un Torino y Juan Manuel Bordeau en su caballo (Pelito), ganando este último.
En el Centro de Aviación Civil (Pocito) en un festival de la década del 70, el jinete Juan Carlos Maurín desafió, conjuntamente, a una moto de baja cilindrada, un automóvil último modelo y un avión de vuelos bautismales con su caballo mestizo (el Pucho), en un tiro de ciento cincuenta metros, ganándole a todos con gran alborozo y extrañeza de los asistentes.
Al año siguiente se repitió la carrera utilizándose una moto de la policía, de alta cilindrada, la que ganó por veinte metros, quedando comprobado que el competidor del caballo es la motocicleta de potencia; el éxito se debe a la fortaleza de sus remos, que le permiten largar casi totalmente embalado ya que a los tres saltos alcanza la máxima velocidad que mantiene en distancias variables según la pureza de su estirpe; muchos ignoraban esta circunstancia y asimismo que la motocicleta de baja cilindrada, el auto y el avión adquieren gran velocidad cuando el caballo ya ha alcanzado la meta (150 metros).
Establecido que en América no existían caballos a la llegada de Colón, es obvio que los indígenas no conocieran carreras con estos animales, afirmándose, sin embargo, que eran adictos a las pruebas pedestres y tal vez a algunos encuentros entre ñandúes, llamas y guanacos.
Las primeras cuadreras se habrían producido en Méjico, Panamá y Colombia. Los españoles llamaban cuadreras las carreras a campo abierto realizadas en España, particularmente, en los reinos de Castilla, Aragón y Valencia; antiguamente se les nombraba “cosos” del latín “cursus”; lo curioso es que los premios eran casi siempre alhajas, por eso se decía “correr la joya”. Se realizaban en las calles o “cosos” de ahí que la vía principal de Zaragoza se llama Coso; Cervantes se refiere a ellas en su novela ejemplar, “La fuerza de la sangre” y Covarrubias en su “Tesoro de la lengua castellana o española”.
También se las llamó “cursus cascabeladas” por la obligación de poner al caballo un collar de cascabeles que anunciaba su paso para evitar accidentes, se montaba en pelo obedeciendo a una vieja tradición que consignaba: “sólo un loco puede correr con gualdrapa”. El nombre (deriva de cuadra o sea la cuadragésima parte de una legua (100 m.); los criollos las diferenciaron en carreras de pareja (parejeros) o de mano a mano; cuando corrían varios animales las llamaban pollas. Nada tiene que ver con “cuadrar el animal” que consiste en mantenerlo bien erguido sobre sus cuatro patas, alertado con las riendas y los talones.
Estas carreras parecen ser originarias de Persia donde se las hacía en honor al dios sol. Los griegos fueron aficionados a las carreras pedestres; los romanos las realizaban con caballos y también con mulos, elefantes, camellos, asnos y avestruces; exigían espacios preparados para este deporte siendo el tiro, doscientos metros en línea recta.
En Argentina se realizaron las primeras carreras “inglesas” o de “codo” con indumentaria adecuada y recado liviano, en el pueblo Roldán (1868), departamento santafecino San Lorenzo, donde se habría instalado la primera pista circular; la criollada las llamó carreras de “los ricos” en oposición a las cuadreras. Cabe recordar que el hipódromo de Palermo (Buenos Aires) se inauguró en 1876, construido y organizado por el Jockey Club; con anterioridad se había fundado el hipódromo de Belgrano (1857); el hipódromo de Gualeguaychú fue inaugurado en 1867, acontecimiento recordado porque allí debió ser asesinado el general Justo José de Urquiza, quien resultó ileso.
Las cuadreras tanto en la colonia como en los gobiernos patrios fueron divertimientos de verano en oposición a las riñas de gallos que se realizaban en invierno, en locales cerrados; en ambos espectáculos se jugaba de “adentro y de afuera” es decir por los dueños de los animales o los aficionados. Estas diversiones fueron vigiladas porque eran propicias para el desorden y el despilfarro; sin embargo se han practicado y siguen practicándose con entusiasmo.
Las cuadreras son fiestas alegres, a la que asisten hombres, mujeres y niños, gustándose empanadas, alfajores y sopaipillas (masa frita sanjuanina); las bebidas alcohólicas están prohibidas pero, a veces, aparecen borrachos que los organizadores alejan apresuradamente para evitar protestas de la autoridad; tampoco faltan las guitarreadas improvisadas y algunas cuecas al aire libre. Son fiestas donde los niños y jovenzuelos reciben el “barato” cantando “sin barato no es trato”. Es una vieja costumbre heredada de España, consistente en pequeñas donaciones en efectivo, que hacen los ganadores a la gente joven en medio de gran algarabía.
En nuestra provincia se han realizado en todos los departamentos siendo los más adictos Jáchal, Albardón, Sarmiento, Caucete; las de la capital provinciana ahora se llevan a cabo en el Jockey Club (Rivadavia), las cuales se ajustan a mayores exigencias y formalidades.
Los organizadores sólo tienen interés en las apuestas, donándose a la iglesia y otras entidades el importe del acceso a la cancha.
En el siglo pasado las cuadreras terminaban, casi siempre, con rencillas interviniendo los dueños de los caballos, jinetes y los asistentes más exaltados. Habitualmente estas grescas ocurrían porque se “paraba”, intencionalmente, al caballo no permitiéndole desarrollar la velocidad de que era porque se cogoteaba al corredor, se verigiaba al animal o se le metía el pie en el codillo o en la choquezuela, con frecuencia se repite el barbarismo “chiquizuela”; también cuando se presentaba el parejero recién comido o enguatado”.
El fraude más fustigado es el “chimico” o sea una carrera arreglada de antemano entre los dueños de los caballos quienes son sabedores de cuál ganará. Si el fraude se advierte el tumulto resulta inevitable, pero las apuestas se pagan debidamente. La expresión “chimico” es quizás, de origen indígena usándose, casi exclusivamente, en Cuyo, en lugar de la palabra tongo.
Ahora es diferente, las corridas se concertan mediante un contrato celebrado ante el juez de paz del lugar, que debe cumplirse so pena de suspensión del caballo y pérdida del monto de la apuesta contractual.
Existe un viejo reglamento adoptado por casi todas las provincias, inclusive San Juan, puesto en vigencia por la Sociedad Rural Argentina el 28 de junio de 1870. Se establece que toda cuadrera debe correrse con andarivel circunstancia que no cumple; el contrato debe ser escrito, constando la marca y demás señas de los caballos; colocación de éstos en la cancha; fecha y tiro de la carrera; partidas aceptadas las cuales no deben pasar de tres; depósito de la apuesta; nombramiento del juez de largada y juez de raya, este último actúa con dos veedores, uno por cada dueño constituyendo el jury; se fija la hora de la largada, si no se cumple queda preestablecido que deberá empezar a las quince; ninguna carrera puede realizar después de la puesta del sol. Se declara ganada cuando el caballo al pasar la raya de llegada adelanta la cabeza por lo menos hasta el fiador, si esto no sucede se declarará puesta o empatada quedando sin efecto las jugada. El “fiador” es una gargantilla de cuero que termina con una argolla de la cual se prende el cabestro y a veces la manea, es una prenda de origen árabe sustituida actualmente por el bozal.
En San Juan tanto en las cuadreras como en las riñas de gallo se ha divulgado la práctica de “dar usura”. Tiene lugar cuando un animal acapara muchas apuestas a su favor, entonces los dueños y simpatizantes, para poder jugar “dan usura” consistente en pagar doble contra sencillo u otro porcentaje, a que la carrera se gana por cogote, paleta, medio cuerpo, cuadril o cortando, esto último sucede cuando a los caballos los separa por lo menos un cuerpo al cruzar la raya.
Hay jugadas a poncho abierto, cuando se tiende una manta en el suelo anunciando que se recibe cualquier apuesta por el monto que se ofrezca, esto puede hacerse también, dando usura.
Habitualmente se juega por dinero pero, puede apostarse por un caballo ensillado, vacunos, un cuchillo valioso, un carruaje y otras cosas.
Es la persona que baja la bandera en la partida definitiva. La carrera puede largarse “de parado” o cuando los animales llegan igualados a la raya de largada en plena carrera, frente al juez. A mediados del siglo pasado se largaba obedeciendo al disparo de arma de fuego. Posteriormente se empezó a usar “la cinta” y después, en algunas partes, la gatera o partidor automático. Lo habitual es la largada con bandera esgrimida por el juez correspondiente, para tal función se elige entre los aficionados el más representativo por sus condiciones morales y conocimientos del deporte.
Juez de raya: Es quien juntamente con los veedores, por cada dueño de caballo, constituyen el jury, determinando el ganador, pero en definitiva el fallo es dado por el juez de largada quien consulta los veedores y juez de raya, su fallo es inapelable; cualquier discusión no demora el pago de las apuestas.
En este deporte cuenta principalmente, la destreza y el coraje interviniendo secundariamente el azar. Los grandes solían montar sus propios caballos compartiendo los riesgos de una vida semifeudal sin grandes diferencias clasistas.
Después, los dueños de caballos se limitaron a presentar sus parejos, mentando su origen y calidad, casi siempre referidos a la mestización de los animales, en función de sementales peruanos, salteños, calingastinos etc.
Los patrones concertan las carreras interesándoles poco las apuestas, en cambio se gratificaban grandemente cuando un animal de su propiedad gana varias justas, permitiéndole manifestar con orgullo: “tengo el mejor caballo de la zona”.
Las carreras se preparan con animalesconocidos que “mano a mano” en lacalle más apropiada del departamento, utilizándola como pista en tiros que no pasan de 400 metros.
Fueron dueños conocidos de caballos don Raúl yRamón Baca, don Pancho Coria y Eduardo Maurín en Caucete; José y Miguel Flores en Santa Lucía; el ingeniero Antonio Blanco en el hipódromo; Dante y Oreste Grossi en 25 de Mayo; los Varelas en Rodeo; etc. Muchos de ellos participaban también en las cotizadas cuadreras celebradas en vieja la vieja Alameda, “calle ancha del este”, hoy Avenida doctor Guillermo Rawson. Posteriormente se corrieron cuadreras famosas con el caballo “Campillay”, de don Luis Campillay y el “Tostado de Coria; igualmente corría el conocido “Gaucho” de don Arístides Coria.
Las carreras de la Alameda realizadas hasta 1920, más o menos, gozaban de cierta prestancia social concurriendo gran número de damas simpatizantes del espectáculo. Tenían lugar casi todos los domingos y las fiestas patrias y religiosas donde la iglesia solía controlar, con carácter de beneficencia, las entradas a la cancha. Las apuestas eran casi únicamente “de afuera” formalizándose en la misma pista donde la criollada concurría sin ninguna reticencia.
Existieron algunos montadores profesionales, llamados después jockeys, que corrían caballos ajenos: don Julián Castro el más mentado, los hermanos Villanueva, los Oro y los Recúpero; todos eran hombres avezados, livianos de peso, que se mostraban corajudos en las jineteadas.
Se han construido dos circos con pistas de codos tribunas y otras dependencias adecuadas.
El primero en Villa Krause, por el progresista ciudadano ingeniero don Domingo Krause. Funcionó bajo el nombre de Stadium con pista reglamentaria, dos tribunas y anexos, significando un verdadero adelanto para la provincia, su capacidad era 600 personas sentadas. Resistió todos los terremotos producidos desde el 14 de abril de 1918, fecha de su inauguración, hasta ahora.
En las rectas de este hipódromo se realizaron importantes carreras cuadreras llenándose de público las instalaciones. También se utilizó para el aterrizaje de los primeros aviones que realizaban exhibiciones de acrobacia.
Su inauguración fue un verdadero acontecimiento, desde Mendoza corrió un tren especial trayendo público, llegó por la mañana para regresar en horas de la tarde; el gobernador don Amador Izasa mandó acuñar medallas recordatorias del acto con el escudo de la provincia en el anverso el frontispicio del stadium en el reverso.
Luego se construyó el segundo hipódromo, ubicado en el departamento Rivadavia bajo el nombre Club Hípico y Rural, fundándose el Hipódromo de San Juan el 31 de agosto, de 1941. La primera comisión, provisoria, la presidió don Eduardo Yanzón y la primera definitiva, fue presidida por el coronel Filomeno Velazco.
Actualmente, en este hipódromo las carreras cuadreras son habituales de marzo a noviembre, cosa que no sucedió en los comienzos de la institución.
Se concertan ante las autoridades del Jockey Club, realizándose en la recta de la pista, con tiros de 200 a 400 metros; la Comisión de Hipismo otorga premio a los ganadores. Las carreras son controladas y gozan de todos los privilegios y garantías de las carreras oficiales llamadas de codo.
El hipódromo cuenta con dos grandes tribunas que pueden recibir hasta 6.000 espectadores.
Es justicia citar al ingeniero Antonio Blanco, escribano Alberto Frese, Raúl Baca, don Luis H. Bustos y doctores Manuel Novoa y Juan Carlos Avendaño entre otros, ya desaparecidos, que se convirtieron en verdaderos pioneros, llevando a cabo la construcción de la gran entidad que actualmente constituye el Jockey Club de San Juan.
La fiesta nacional del turf sanjuanino se realiza todos los 11 de setiembre, oportunidad en que se corre el gran premio Domingo Faustino Sarmiento, con tiro de 2.200 metros, animales de pura sangre y premios importantes.
*Abogado, escritor, historiador, el doctor Fernando Mó se destacó como un importante y polifacético hombre público. Esta nota forma parte de su libro Cosas de San Juan – Tomo V
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