La primavera de 1877 fue época de revueltas políticas en San Juan. En la primera semana de septiembre, un grupo de diputados intentó destituir al gobernador Doncel. A fines de noviembre, una sublevación en el Cuartel de San Clemente alteró otra vez la paz institucional en la provincia. Este texto de Juan Carlos Bataller relata ambos motines.
Gobernaba San Juan, en 1877, Rosauro Doncel.
Hombre de confianza de Domingo Faustino Sarmiento, había asumido el 12 de mayo de 1875 y encarnaba con fidelidad el acuerdo autonomista nacional inaugurado por Avellaneda y Alsina al asumir el gobierno nacional en el 74.
San Juan vivía una época nueva. Las pasiones continuaban vivas pero el clima social era otro: ya no son las luchas por la emancipación ni las imposiciones morales o religiosas las que dominan la escena sino los halagos de la vida.
Comienzan a construirse viviendas con ciertas pretensiones arquitectónicas, se multiplican las fincas en la zona rural, se trabaja en la construcción de la Casa de Gobierno (que se inauguraría en 1884).
En fin, ya no había temores a las montoneras o invasiones que tanta sangre y bienes costaron.
Pero aquel año 1877 iba a deparar dos sorpresas, casi diríamos risueñas por sus ingredientes si no fuera porque en ambas estuvo en jaque la autoridad provincial.
La primera revuelta se produjo en la noche del 5 al 6 de setiembre.
Todo se había iniciado, al parecer, en un sector de la Cámara de Diputados. Un grupo de éstos, entre los que se encontraban Javier Baca, Javier Garramuño, Francisco Aguilar y Ramón Castañeda se dispuso a destituir al gobernador.
Es así como un grupo, comandado por Baca y por el oficial de guardia del cuartel de San Clemente, Sandalio Gómez, apoyado por varios ciudadanos, entre otros Nicanor Garramuño y Melchor Barrionuevo, actúan esa madrugada, toman de sorpresa a Rosauro Doncel y lo apresan.
- Gobernador, usted tiene que renunciar.
Doncel los miró extrañado.
En los últimos días habían corrido rumores que nadie sabía de donde habían surgido.
Uno de ellos señalaba que Domingo Faustino Sarmiento estaba gestando un levantamiento en la provincia.
El rumor decía que Sarmiento "quería terminar con la influencia de Roca en la provincia" y por eso apoyaba la destitución de Doncel.
Las versiones se autoalimentaban por la reciente renuncia de don Cirilo Sarmiento, ex ministro de Hacienda de Doncel, quien se había alejado del gobierno resentido con el oficialismo, adoptando una posición netamente opositora.
El caso es que con el gobernador sometido en la madrugada, el proceso "revolucionario" estaba en marcha. Y sus autores estaban dispuestos a seguir adelante.
Doncel no tuvo más remedio que renunciar contra su voluntad.
Paralelamente, nueve diputados eran detenidos por los sediciosos, con lo que el motín alcanzaba mayores proporciones.
La Legislatura, disminuida en su número, intentó resistir el "golpe" institucional, ante lo cual los "revolucionarios" convocaron a una asamblea de vecinos.
Los insurgentes, autodenominados "septembrinos" -por el mes- decidieron en asamblea designar a Cirilo Sarmiento nuevo gobernador interino de San Juan.Y don Cirilo, ese mismo día 6, comunicó su designación al ministro del Interior, doctor Bernardo de Irigoyen "por votación directa de una gran porción del pueblo de esta capital y departamentos adyacentes, según instruye el acta del plebiscito".
Esto ocurrió el día 6.
Durante los dos días siguientes, Cirilo Sarmiento actuó como gobernador. Designó gente, produjo hechos.
El día 8 se encontró con la realidad.
En nombre del presidente Avellaneda, el ministro del Interior le envió un tajante telegrama.
"No hay pueblo en una reunión de ciudadanos y mucho menos puede ser pueblo de una provincia", le decía el ministro.
Don Cirilo siguió leyendo:
"Una renuncia bajo el imperio de un movimiento subversivo y arrancada en una prisión no es un acto libre".
Sarmiento frunció el entrecejo:
"El señor presidente termina manifestando a usted que, según lo ya expuesto, no reconoce ni reconocerá a ninguna otra persona como gobernador de San Juan sino al señor don Rosauro Doncel, mientras su autoridad no haya cesado con arreglo a los preceptos de la Constitución de esa provincia".
-Sonamos-, pensó don Cirilo.
A todo esto el juez Federal recibía un telegrama despachado por el general Roca desde Río Cuarto:
"El presidente no reconoce más autoridad legal que la de Doncel y la intervención irá a reponerlo".
Las cosas se ponían muy feas.
El senador Agustín Gómez expresaba en otro telegrama al juez:
"Gobierno y Congreso en masa dispuestos a ahogar la revolución. Reposición de Doncel sin condiciones ordenada a Sarmiento. Avise si no cumple".
El día 9 don Cirilo Sarmiento no pudo dormir.
Nunca supuso que se había metido en un lío tan grande.
Lo mismo ocurría con los diputados que participaron del alzamiento.
El día 10 ya no aguantaron más.
A primera hora Sarmiento dictó una resolución disolviendo las fuerzas que lo apoyaban.
"El Exmo. señor presidente de la república ha interpuesto la suprema autoridad que inviste, para que las fuerzas creadas por la revolución del 6 del presente sean desarmadas".
Acto seguido, don Cirilo ordenó liberar al gobernador Doncel.
Y hasta fue a buscarlo para que se hiciera cargo nuevamente del gobierno.
Tras el papelón, varios de los comprometidos se exiliaron de San Juan.
El diputado Javier Baca, jefe de la "revolución", fue separado de su banca.
Y el cándido don Cirilo hizo publicar una nota en la que explicaba que había aceptado su designación "con el único propósito de salvar la vida del gobernador, sentenciado a pena de muerte por los revoltosos".
La sublevación del "cabezón"
La "revolución de los septembrinos" comenzaba a ser olvidada, salvo por las bromas y las sonrisas que alguno dispensaba al paso de don Cirilo Sarmiento, cuando se produjo otro hecho grave.
El 24 de noviembre de ese mismo 1877, el sargento José Sierra, apodado "el cabezón", sublevó la fuerza nacional de línea descontenta por el atraso en el pago de haberes.
En esos días había un solo cuartel en la ciudad, el de San Clemente, ubicado en pleno centro, en la manzana comprendida por las calles Santa Fe, Tucumán, Córdoba y General Acha.
El sargento revoltoso con las tropas que lo siguieron se dispuso a tomar el cuartel.
Y lo hizo a sangre y fuego.
Pronto quedaron muertos varios oficiales, como el capitán Molina, Salinas y Rossi.
Y el cabezón quedó al frente del cuartel y amo y señor de la ciudad.
Algunos militares intentaron recuperar el edificio.
Entre ellos el coronel Marcelino Quiroga y el capitán Emilio Zavalla.
No sólo no lo lograron sino que perdieron la vida en el intento.
Ya sin oposición armada, los hombres del sargento Sierra salieron a la calle y atacaron los edificios públicos.
-Hay que degollar al gobernador y sus ministros-, fue la orden de el "cabezón".
Pero el gobernador Rosauro Doncel no estaba en su despacho. Se había ausentado de la ciudad tras haber decidido realizar un paseo campestre.
Las tropas estaban enardecidas.
Y se dispusieron a saquear los comercios y casas de familia.
En ese momento apareció en escena un personaje providencial: el obispo de Cuyo, fray José Wenceslao Achával.
Achával, solo en medio de la turba, los convenció de que depusieran las armas.
Un relato de Juan de Dios Jofré al padre Luis Córdoba de la orden de frailes menores de Córdoba, pinta la escena de ese día:
"Calmada la conmoción y cesado que hubo el combate, volvieron todos al cuartel acompañados del obispo, quien los exhortó a desistir del feroz intento de prender y ejecutar a las autoridades, de atropellar a las personas y de saquear al pueblo, ablandando sus corazones y arribando a un pacífico arreglo con el temible Sierra, jefe y caudillo de la rebelión.
La ciudad quedó tranquila haciendo la custodia durante la noche las mismas fuerzas sublevadas, posesionadas de los cuarteles en ausencia de toda autoridad. Al día siguiente el sargento Sierra recibía del señor obispo, la suma de dos mil trescientos catorce pesos para pagar la tropa y pagarse a si mismo. Me consta que no se molestó a ningún ciudadano por el dinero ni se pagó contra los bancos. El obispo de su propio peculio pagó todo el rescate".
Se sabe que varios comerciantes entregaron a Sierra, voluntariamente, comida y efectos para el traslado de la tropa.
Y Éste, el 26 de noviembre, emprendió viaje a Chile, seguido por la soldadesca sublevada, perdiéndose su rastro.
Es un misterio cómo consiguió fray Achával la cantidad que debió entregar a Sierra para salvar a la población.
Evidentemente el dinero no lo puso de sus propios fondos pues era un franciscano muy pobre.
Es fácil presumir que esa noche el obispo se reunió en secreto con algunas familias pudientes y obtuvieron el dinero, que tiempo despuÉs fue repuesto por el gobierno nacional.
De esta manera salvó la vida el gobernador Doncel que, seguramente, al regresar de su paseo campestre, debe haber preguntado:
-¿Qué hay de nuevo? ¿Pasó algo ayer?
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