Cuando un gobernador sanjuanino mató en un duelo al nieto del autor del Himno Nacional

Sucedió en 1893. Quien años después sería gobernador de San Juan, el coronel Carlos Sarmiento, mató en un duelo al nieto del autor del Himno Nacional.Lucio Vicente López había promovido una causa contra Sarmiento por la compra de unas tierras en Buenos Aires. Y como era común entre las élites de esa época, más allá de los trámites judiciales, la cuestión de honor se resolvió en un duelo a muerte.

Desde fines del siglo XIX y hasta las primeras décadas del siglo XX, los miembros de la elite política y social argentina se batían a duelo con frecuencia.
Tan extendida estaba la práctica del insulto y del duelo que era raro encontrar una personalidad pública, un parlamentario, un hombre de letras o un acaudalado, que no se hubiera visto involucrado por lo menos una vez en las denominadas “cuestiones de honor”.
Pero el duelo en particular del que nos vamos a referir tuvo características muy especiales. Los motivos fueron varios.
1) Porque a diferencia con otros duelos que terminaban “a la primera sangre”, este culminó con la muerte de uno de los protagonistas.
2) Porque el muerto era nada menos que el nieto del autor del Himno Nacional Argentino, hijo de un historiador destacado y él mismo un escritor y hombre público de gran prestigio.
3) Porque el matador era un coronel del Ejército que años después sería gobernador electo de San Juan y jefe de un partido político.

Todo sucedió en 1.893, cuando gobernaba el país Luis Saenz Peña. Aristóbulo del Valle, que trataba de salvar del incendio al presidente, designó a López interventor de la indómita provincia de Buenos Aires. Había que revisar ciertas ventas de tierras públicas, concesiones de ferrocarriles y gestiones bancarias poco claras. A los pocos días se denunció la venta de un campo que se destinaba al ensanche del ejido de Chabuco con un préstamo del Banco Hipotecario Nacional. Por ley, esos terrenos debían ser subdivididos, no adjudicados en un solo lote a persona alguna. Sin embargo, los había comprado el coronel Carlos Sarmiento, secretario privado del ministro de Guerra, Luís María Campos.

López promovió una acusación criminal. La cuestión Sarmiento y las tierras de Chacabuco ganó las primeras planas. El coronel Sarmiento fue detenido durante tres meses en el departamento de policía provincial. Pero una oportuna sentencia lo absolvió de los entuertos hipotecarios y ordenó su libertad. Los amigos del coronel lo homenajean con una cena en el restaurante “Flobet” de La Plata, donde vitupera al doctor López. A continuación López publica una carta acusadora en “La Prensa”. Ya no era interventor de la provincia. Pensó que le correspondía retar a duelo a su ofensor. Eso hizo.

López recoge el guante enviando a sus padrinos Francisco Beazley y el general Lucio V. Mansilla, todos ellos miembros del Club del Progreso. El coronel Sarmiento hizo lo propio con el contralmirante Daniel Soler y el general Francisco Bosch. Los padrinos no solo tenían la misión de fijar las armas y las reglas, sino de determinar las intenciones finales. Muchísimos duelos fueron solo convenciones donde dos disparos al aire lavaban el honor mancillado. Otros eran a primera sangre, cuando una incisión en la piel enemiga era suficiente para detener el lance. Pocos duelos en la historia argentina fueron a muerte. Este fue uno de ellos.

Los padrinos de ambos contendientes concluyeron que el duelo no era necesario. Ni siquiera era menester que se hicieran los dos disparos convencionales al aire. Ni a primera sangre, ni nada. Pero, quién sabe cómo, se convino un duelo a muerte. La noticia del duelo conmovió a Buenos Aires. El 28 de diciembre cerca del mediodía los carruajes conduciendo a los protagonistas, familiares y algunos curiosos, se detuvieron cerca del Hipódromo de Belgrano (Hoy Avenida Luis Maria Campos). Allí los padrinos se reunieron en un último intento de parar esta locura. Hubo murmullos, idas y venidas, cabezas gachas y una negativa. Los doctores Padilla y Decaud, vestidos de negro, se miraban circunspectos. El general Bosch medía los doce pasos reglamentarios. Mansilla y Soler revisaban las pistolas Arzon elegidas para esta circunstancia. Eran las 11:10 de la mañana.

Sarmiento y López se midieron a la distancia. Era la primera vez que se veían cara a cara. Se escucharon los dos primeros disparos y los contrincantes quedaron ilesos. Ahí podría haber terminado todo. Pero el duelo era a muerte. Se volvieron a cargar las pistolas. Nuevamente la cuenta regresiva. Resonaron los disparos y se vió a López caer tomándose el abdomen. El balazo le atravesó el bazo y el hígado. En la madrugada del 29 de diciembre de 1894, el autor de La Gran Aldea murió en su casa de Callao 1852.

El coronel Sarmiento fue juzgado por un magistrado llamado Navarro y el fiscal Astigueta. El laudo judicial decía así:
1) El duelo verificado entre los señores Dr. Lucio Vicente López y coronel Sarmiento ha sido llevado a cabo sin la condición expresa de que debía efectuarse a muerte, lo que exime al procesado de las
responsabilidades determinadas en el artículo 117 del código Penal, por cuanto para la aplicación del citado articulo sería menester la condición expresa mencionada
2) Que por el contrario de los términos del acta resulta que el propósito de los padrinos ha sido disminuir las probabilidades de un desenlace fatal , pues figura en el citado documento una cláusula clara y terminante que estatuye que solo se cambiarían dos balas entre los combatientes.
3) Que el hecho de haber tenido el lance el resultado de que instruye el presente sumario, no da ni puede dar lugar a presumir que el propósito de los padrinos ha sido concertar un duelo a muerte.
Los inculpados se presentaron al Juez y en el término de cuatro horas quedaron todos en libertad, incluso el mismo coronel Sarmiento.

Sarmiento, como ninguno de los que participaron en el duelo, sufrió sanción alguna. Su vida siguió dentro del ejército donde siempre fue valorado como un eficaz artillero y topógrafo. En 1905 abandonó el servicio activo y tuvo participación en la política provincial. Fue el jefe del Partido Popular y en 1907 encabezó una revolución en San Juan en la que derrocó al Gobernador Godoy. Fue gobernador de la provincia desde 1908 a 1911. Posteriormente se radicó en Zarate de donde fue intendente. Dejó de existir en esa ciudad a los 54 años en 1915.
En el cementerio de la Recoleta una escultura del francés Jean Alexander Falguière recuerda a Lucio Vicente López sobre un sarcófago de mármol. Tenía 44 años cuando murió.

UN RITUAL RESERVADOA LAS CLASES ALTAS

No cualquiera podía batirse a duelo

Del mismo modo que un abono al teatro Colón o la frecuentación al Jockey Club, el duelo era la señal visible e institucionalizada de la mucho menos visible y no institucionalizada línea de división entre las personas que eran consideradas por los miembros de la “buena sociedad” como pertenecientes a ella y quienes no pertenecían.
En Argentina, a-priori, todos tenían derecho al honor. El derecho universal al honor reconocido por el Estado y reivindicado vivamente por los ciudadanos habilitaba a que todos pudieran sentir, reclamar y esperar honor. ¿Esto implica que todos los hombres, entonces, podían recurrir al duelo para defender su honor? La respuesta evidentemente es no.

En su libro Sánchez y Panella subrayan que “la única condición (para batirse a duelo) es la de su honorabilidad junto a su mérito intelectual o moral”. La amplitud de este enunciado y sobre todo de los principios que lo sustentaban fue rápidamente mitigada por una serie de exigencias. Además de no poder desafiar y/o batirse con menores de edad o ancianos tampoco era posible si mediaba parentesco entre los adversarios hasta el tercer grado por consanguinidad y primero por afinidad o si se provocaba para vengar a otro o reanudar una cuestión ya solucionada caballerescamente.

El Código de Honor era incompatible con el Código Penal y como sistema legal paralelo no admitía mezclarse, confundirse o subordinarse con la ley del estado. Era suficiente que el incidente hubiera iniciado el camino dictado por la justicia pública para que la posibilidad de una solución caballeresca se cerrara. Pero tampoco el duelo era posible con alguien que tuviera una causa pendiente, de cualquier tipo, en la justicia del estado.

La posesión de algún mérito individual fue indispensable pero no era suficiente o requería, además, de un conocimiento cuidadoso del Código de Honor. Había que designar a los padrinos y para esto fue vital tener conocidos honorables que supieran cumplir el rol. Los padrinos fueron una pieza clave en el proceso de exigir y dar satisfacción.

Disparado el “desentendimiento”, el ofendido comisionaba por medio de una carta a los padrinos para que pidan “amplia satisfacción” o “en su defecto una reparación por las armas” al ofensor. Este prometía enviar a sus representantes. Puestos ambos contrincantes “en manos de sus padrinos”, que se comprometían a “preservar el decoro y la honorabilidad” de sus respectivos ahijados”, se iniciaban las conversaciones. Si las explicaciones de palabra no eran suficientes se tramitaba el duelo.

Rápidamente entraba en escena una comunidad mucho más vasta que los dos protagonistas iniciales. Los padrinos, y los médicos si se concertaba el duelo, pero también amigos, conocidos, familiares y el público en general empezaban a seguir los detalles de las tratativas. Los espectadores se ampliaban a medida que avanzaban las negociaciones. Comentarios en los diarios, “rumores” que publicaban los periódicos y prometían verificar a los lectores se incorporaban rápidamente al incidente.

Los adversarios tenían considerable libertad de movimientos: podían moverse lateralmente, esquivarse con la cabeza, doblar el cuerpo para el frente, escupir e insultar y también continuar la contienda por diversos medios luego de culminado el encuentro.

El ritual del duelo, tal vez más que cualquiera de los otros rituales de clase alta, fue clave en el proceso de distinción y colocó a sus miembros por encima de la masa de las personas. Apuntaba a la dominación emotiva y alentaba una determinada disposición estética que permitía expresar, a su vez, en una dimensión simbólica los atributos de una determinada posición social.

En el mismo momento en que se configura el “duelo entre caballeros” desde el estado y más específicamente desde el Código Penal se equipara al duelo popular con la riña y se concede el carácter de “delito especial o sui generis” al “duelo entre caballeros”. El “duelo popular” podía prolongarse luego del primer encuentro y en una multiplicidad de formas. El “duelo entre caballeros”, por el contrario, era impensable que terminara degenerando en revuelta.

Marcelo Torcuato de Alvear condensa bien el refinamiento, distinción e internacionalismo perseguido por este pequeño mundo de “caballeros”. Presidente del Club del Progreso, socio del Círculo de Armas y del Jockey Club, presidente del Tiro Federal Argentino, eximio duelista y esgrimista y presidente de la Asociación Argentina de Esgrima además de presidente de la República, redondeó su merito de caballero como padrino del maestro Pini en el duelo que tuvo con el Barón Athos de San Malato en el Bois de Boulogne de Paris. Esta participación en “el duelo del siglo”, como se lo calificó en Buenos Aires, confirmaba su mundanidad y revitalizaba la posibilidad de inserción en un conglomerado de caballeros internacionales.


Carlos Sarmiento

Carlos Sarmiento nació en San Juan el 11 de mayo de 1.861. No estaba unido por parentesco alguno con Domingo Faustino Sarmiento. “No obstante –dice el historiador Horacio Videla-, algo de la vocación por la jefatura y la tenacidad en las empresas, asocia en fugaces raptos al coronel Sarmiento al recuerdo de Sarmiento el grande”. Ingresó en el Colegio Militaren 1.874 y egresó en 1.880. Fue profesor de artillería en el Colegio Militar, fundó el Regimiento de Artillería de costas en  1.885 y fue jefe del Regimiento 3.

Pasó a retiro en 1.905 para  radicarse luego en San Juan. Se casó en primeras nupcias con Carlota Fernández Oro, hija del general Manuel Fernández Oro y de Lucinda Larrosa, ambos sanjuaninos. Y en segundas nupcias con Virginia González Fernández, sobrina de su primera esposa. Como gobernador electo, Sarmiento estuvo al frente de la provincia para el centenario por lo que contrató un empréstito externo e inició la construcción de algunas obras de envergadura como el teatro coliseo de invierno y verano que no terminaron de concretarse, el Parque de Mayo y el Palacio de Tribunales que fue el primer edificio con ascensor en la ciudad. Además, realizó un completo censo que brindó importante in formación.


 

Lucio Vicente López


Nacido en Montevideo, en 1848, Lucio Vicente López fue un escritor argentino. Hijo de Vicente Fidel López, fue ministro del Interior en 1893. Periodista e investigador de temas históricos y jurídicos, escribió unos Recuerdos de viajes (1881) y la novela costumbrista La gran aldea (1884).Publicada en 1884 La gran aldea representa el intento de su autor de exponer y sintetizar el proceso de transformación sufrido por Buenos Aires y sus habitantes durante los treinta años transcurridos desde la caída de Juan Manuel de Rosas.
La novela fue escrita febrilmente bajo la forma de folletín y en la misma mesa de trabajo en la que preparaba sus artículos de polémica política, lo cual explica algunas fallas de estilo propias del apuro.
Lucio Vicente López, nieto de Vicente López y Planes (autor del Himno Nacional) e hijo de Vicente Fidel López, tuvo amén de una educación clásica una formación política que le permitió caracterizar a la sociedad argentina como “beótica”, intuyendo que la feracidad de la pampa y su fácil riqueza probablemente determinarían imperfecciones políticas –a la manera de Beocia– y no una nueva Atenas, tal como la pujanza económica del joven país parecía anunciar.
Miembro de la Generación del 80, articulista del periódico “El Nacional”, dirigido por Domingo F. Sarmiento, y posteriormente seguidor de Juarez Celman, quien constituía un paradigma del optimismo de la época, la lucidez de Lucio Vicente López le permitió el balance necesario para comprender ya entonces la necesidad de un movimiento civil regenerador que por esa época parecía encarnar la Unión Cívica de Leandro Alem.
La gran aldea es una novela “de clave”, en ella algunos personajes de la política argentina aun bajo otros nombres resultan reconocibles: Don Buenaventura es Bartolomé Mitre; Bonifacio de las Vueltas, Bernardo de Irigoyen; don Benito, Juan Carlos Gómez (el periodista oriental de vieja filiación liberal que se enfrentara con Mitre con motivo de la guerra al Paraguay), etc.
La trama es romántica y la intención edificante siguiendo la moda de la época, donde la maldad, sea unida a la fealdad rechazante o a la belleza seductora, son finalmente castigadas. El valor de esta obra reside en el fresco costumbrista que dibuja destacando ciertos aspectos de la sociedad porteña que hoy subsisten para el ojo observador.

 

Fuentes:

- www.clubdelprogreso.com

- www.udesa.edu.ar/files/Historia - K. Korn, “La gente distinguida”, en J. L. Romero y L.A. Romero (ed), Buenos Aires. Historia de cuatro siglos, Buenos Aires, Abril, 1983, Tomo II.

- V.G. Kiernan, El duelo en la Historia de Europa. Honor y privilegio de la aristocracia, Madrid, Alianza, 1992.  - Ochoa, P. O, “La muerte absurda de Lucio V López, Todo es Historia, n:31, nov. 1969

- S. Sánchez y J. Panella, Código Argentino sobre El Duelo, Buenos Aires, Moreno, 1878.

- Horacio Videla – Historia de San Juan

- Juan Carlos Bataller – Revoluciones y crímenes políticos en San Juan


Ilustración:
Miguel Angel Camporro


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1909 - El gobernador Carlos Sarmiento

Revoluciones y crímenes políticos en San Juan: Cuando la noche se transformó en infierno (1907)


 

GALERIA MULTIMEDIA
Carlos Sarmiento, mató en un duelo al nieto del autor del Himno Nacional, Lucio Vicente López.
Esta foto fue tomada en la vieja casa de gobierno ubicada en la calle General Acha. Al centro aparece el gobernador Carlos Sarmiento rodeado por los integrantes de su gabinete. (Foto publicada en el libro "El San Juan que ud. no conoció", de Juan Carlos Bataller)
Autoría de Lucio V. López La Gran Aldea es uno de los libros clásicos de la literatura argentina. Primeramente se publicó por entregas en el periódico Sudamérica desde el otoño de 1884. Es uno de los libros de más amplia vigencia.
Carlos Sarmiento
Lucio Vicente López