Federico Cantoni gobernaba por segunda vez San Juan desde mayo de 1932. Enfrentado con los sectores conservadores e incluso con algunos de los que habían sido importantes dirigentes de su partido, el 21 de febrero de 1934 fue herido mientras salía con su auto de la Casa de Gobierno. Así empezó la última revolución sangrienta sanjuanina, a los tiros, en pleno centro, desde mediodía y hasta la noche.
Aquella mañana del 21 de febrero de 1934, ningún suceso extraño advirtió la proximidad de la lucha.
Al mediodía, el tráfico se intensificó por la salida de los empleados de comercio. Algo rutinario.
En los bancos de la Plaza 25 de mayo, conversaban algunos ancianos.
En las confiterías El Aguila, La cosechera y La Chiquita, casi todas las mesas estaban ocupadas con gente que tomaba un vermouth o apuraba un café.
Las calles que rodeaban la plaza aún no habían sido pavimentadas y mostraban su adoquinado que soportaba tanto el paso de los automóviles como de carretelas y victorias.
San Juan se preparaba para el almuerzo.
Pero entre esa gente que volvía a sus casas para la siesta reparadora cuando el sol apretaba en el mediodía estival, había gente armada. Y pronta a actuar.
A las 12,30, el gobernador Federico Cantoni se disponía a salir de la Casa de Gobierno, ubicada en la calle General Acha, frente a la Plaza 25 de Mayo.
Federico era bastante rutinario en sus horarios. Llegaba a su despacho a las 7 de la mañana y poco antes de las 12 se retiraba, para volver a las 4 de la tarde.
Aquel día se retrasó algunos minutos, conversando con su hermano, el senador nacional Aldo Cantoni.
El gobierno estaba sobreaviso de que los sectores de la oposición algo tramaban.
Pero no era precisamente una revolución lo que esperaban.
—Hay que seguir a Federico a todas partes pues van a intentar matarlo —, fue la orden terminante de Aldo.
Los preparativos de la revolución habían comenzado varios meses antes.
—La Nación no va a intervenir esta vez a San Juan. No queda otra alternativa que eliminarlo al “gringo”— fue la conclusión.
Y esta vez las cosas se organizaron en serio.
Se formó una junta revolucionaria, bajo la jefatura de Oscar Correa Arce e integrada por dirigentes de distintos sectores políticos, mayoritariamente del Partido Demócrata: Santiago Graffigna, Juan Maurín, Honorio Basualdo, Carlos Basualdo, Indalecio Carmona Ríos, Onias Sarmiento, Rogelio Driollet, Arturo Storni, Dalmiro Yanzón, Amado Molina, Alejandro Garra, Alejandro Cambas, Pablo Campodónico y Aristóbulo Alvarez.
Un problema a solucionar era el de las armas. No sólo había que conseguirlas sino tenerlas en los propios hogares, lo que no era fácil.
Cantoni contaba con la mejor red de informaciones que podía existir enclavada en los propios hogares conservadores. La integraban las sirvientas. En todas las casas de familias de cierta opulencia, trabajaba una sirvienta. Muchas veces lo hacían por la comida y el sitio donde dormir, porque la crisis era grande. Y las sirvientas eran cantonistas.
En la casa de don Juan Maurín, ubicada en la esquina de Santa Fe y Sarmiento, las armas se escondieron en el interior del piano.
En el domicilio del médico Carlos Basualdo y su esposa Toncha Videla, estaban en un gran cajón cerrado con candado.
—No vayas a abrir este cajón porque hay arados adentro. –, se le dijo a la empleada.
El encargado de fabricar las bombas que se utilizarían el día de la revolución era Alberto Graffigna, que era químico. Nadie hubiera imaginado que el sótano del Chalet Graffigna se había transformado en una fábrica bélica.
Federico subió al automóvil, acompañado por su secretario privado García Córdoba —que años más tarde sería ejecutivo del diario Clarín—, mientras el jefe de Policía, León Tourres y algunos custodias subieron a otro coche.
El gobernador estaba preocupado por la aparición de un grupo de rebeldes en el seno de su partido.
Nunca nadie se había atrevido a enfrentarlo. Unos por lealtad o admiración. Y otros por temor. Pocas veces debe haber existido un caudillo al que se le obedeciera tan ciegamente.
Pero esta vez el que estaba resentido era el ingeniero Carlos Porto. Y después de los Cantoni, Porto era por historia y por personalidad, el hombre más importante del bloquismo.
¿Qué había pasado?
¿Cómo era posible que el hombre que asumió la responsabilidad total en los hechos que culminaron con el asesinato de Jones, el que compartió la cárcel, el que fue el ministro de Gobierno en el primer mandato de Federico, el que padeció junto al líder que el Senado de la Nación les rechazara sus diplomas en dos oportunidades, ahora estaba distanciado? El planteo era político, sin duda. Pero tenía raíces más cercanas a lo humano. Unos aseguraban:
—Porto quería ser el candidato a gobernador en el 32. Creía que había hecho merecimientos suficientes. Ya Federico y Aldo se habían sentado en el sillón de Sarmiento y ahora era su turno.
Pero, aunque estaba casado con la hermana de Rosalina Plaza, la esposa de Aldo, Porto no era un Cantoni. Y el poder total sólo podía caer en alguien de la misma sangre.
Otros en cambio sostenían que todo se debió a cuestiones económicas personales.
Estas preocupaciones cruzaban por la cabeza de Federico. Hacía menos de un mes, Porto, Luis María Mulleady, Domingo Vignoli y Juan Luis Castro habían pedido la reorganización del partido, que estaba presidido por Aldo. No fueron escuchados. Comenzaron a distanciarse del bloque legislativo.
La ruptura definitiva se produjo cuando Porto amparó a un preso que se había evadido de la cárcel. Cantoni ordenó a la policía que le allanara la casa y se produjo un tiroteo.
Ya no había regreso. El 27 de enero expulsó a Porto y Mulleady. Estos y Vignoli, que renunció, habían formado la Junta Reorganizadora de la Unión Cívica Radical Bloquista y se disponían a dar batalla contra Federico en las elecciones para diputados nacionales que se realizarían al mes siguiente, el 11 de marzo.
—Estos hijos de puta seguro que se han unido a los gansos—, pensaba Cantoni.
Los revolucionarios habían instalado francotiradores en varios puntos: el Club Social, sobre calle Rivadavia, el edificio Del Bono, aún existente en la esquina de Rivadavia y Mendoza, el Banco Italo Argentino, el Banco Comercial, la casa de Diego Young, sobre calle Mitre, el Colegio Nacional, la casa de Mario Atienza, el Cine Cervantes —ubicado sobre calle Mendoza, frente a la Plaza 25—; la Casa Zunino, en Mitre y Mendoza, un sanatorio que pertenecía a López Mansilla y la casa de Luis Castro.
Todos los francotiradores apuntaban a la Casa de Gobierno.
En la esquina de la Farmacia Chiaruli (hoy Farmacia Plana, en Rivadavia y General Acha), un hombre debía pasarse el pañuelo por la nuca. Esa sería la señal de que Cantoni salía de la Casa de Gobierno.
Pero el encargado de la tarea no fue a la cita.
Los autos ya estaban en marcha cuando subió Cantoni. En momentos en que los coches partían sonó el primer disparo. Enseguida el coche de Cantoni fue acribillado a balazos. Pero continuaron algunos metros.
A mitad de cuadra, entre Rivadavia y Laprida, Tourres hizo detener la marcha y revólver en mano bajó a la calzada. Inmediatamente fue alcanzado por numerosos disparos que le acribillaron el cuerpo.
A todo esto, García Córdova sacó a Cantoni –que estaba herido en la cabeza y en la cadera— y lo introdujo en la casa del doctor Rodríguez Riveros, que por casualidad estaba abierta.
Aldo, que permanecía en la Casa de Gobierno, hizo cerrar las puertas y ordenó repeler la agresión. En un primer momento pensó que se trataba de un atentado contra el gobernador. Era mucho más: se trataba de un alzamiento revolucionario.
El tiroteo se había generalizado en las cuatro esquinas de la plaza y distintos puntos de la ciudad. Los revolucionarios dominaban la situación y los cantonistas defendían posiciones en distintos edificios.
No era una lucha cualquiera. Desde la Casa de Gobierno sonaba el golpetear de una ametralladora mientras el tiroteo era infernal y hasta se arrojaban bombas.
Pronto el terror se adueñó de los sanjuaninos que desesperaban por la suerte de familiares a los que alcanzó la revolución camino a sus casas.
Aldo Cantoni intentó comunicarse con el Regimiento de Marquesado y con el gobierno Nacional.
El ministro de Gobierno, Adelmo Faelli, se acercó a Aldo:
—Tenga cuidado con lo que habla, doctor...
—¿Qué pasa?
—Me han informado que los teléfonos están intervenidos.
—¿Cómo carajo puede ser?
—Los gansos controlan la Telefónica.
—¿Sabe quién trabaja allí?
—No
—El hermano de Mulleady.
Aunque no públicamente, era evidente que los disidentes bloquistas apoyaban a los revolucionarios.
En la siesta, el aspecto de la ciudad era el de un campo de batalla, atronado por la descarga de fusiles y la explosión de bombas. Los revolucionarios se habían apoderado del Colegio Nacional desde donde disparaban a la Central de Policía, ubicada en Tucumán y Santa Fe. También atacaban el Cuerpo de Bomberos, desde la esquina de Tucumán y Córdoba, la comisaría Primera, ubicada en Mitre y Alem y la Segunda, en Jujuy y 9 de Julio. En esta última comisaría la lucha era feroz. Los efectivos policiales defendían el sitio mientras eran atacados desde un negocio ubicado en la esquina de enfrente donde los revolucionarios habían hecho trincheras con bolsas de harina. Tras una larga lucha la comisaría cayó.
A todo esto, Aldo Cantoni se comunicaba telefónicamente con el jefe del Regimiento, general Ramón Jones.
—Le pido general que envíe sus hombres inmediatamente, la situación es caótica.
—Lo siento doctor pero no puedo intervenir hasta recibir órdenes superiores.
Los escuchas en la Central Telefónica, tomaban nota de la desesperación de Aldo y sonreían.
La sorpresa que se llevó el médico Rodríguez Riveros, apodado “el mascapiedras” debe haber sido muy grande cuando vio entrar a su casa a Federico Cantoni herido, que era ayudado por el periodista García Córdoba quien luego cumpliera una gran trayectoria en Buenos Aires, en el diario Clarín.
Ocurría que tanto el doctor Rodríguez, como su esposa de apellido Laspiur eran anticantonistas.
Cantoni estaba herido en la cabeza y en la cadera. Aseguran que Rodríguez escuchó más de una vez el consejo:
—¡Matalo!
Pocos médicos querían a Cantoni pues este les había obligado a pagar altísimos derechos para poder ejercer la profesión. No obstante, el doctor Rodriguez hizo oídos sordos y atendió al gobernador herido.
Aún se seguía combatiendo en la Central de Policía y en el Consejo General de Educación que estaba defendido por un grupo de cantonistas que enterados de los sucesos llegaron sin armas pero encontraron en el local un verdadero arsenal.
Atrincherados en el edificio y disparando desde las ventanas, entre estos bloquistas estaban Largacha, Varesse, Sancassani, Muriel y un joven que luego sería gobernador peronista: Eloy P. Camus.
Había alguien más: el cura Juan Videla Cuello.
Este cura era uno de los personajes más famosos de San Juan en aquellas décadas. Pasaba del sermón al discurso en la tribuna política o en el comité.
Aquel día de la revolución de 1934, Videla Cuello había estado defendiendo el local del Consejo de Educación. Hasta que ya fue imposible mantener las posiciones.
Cuentan que resultaba pintoresco ver al sacerdote vestido con su sotana, caminando al atardecer mientras agitaba un pañuelo blanco, señal de que se rendía.
A las 20 y cuando la lucha había decrecido en su intensidad, en medio de la oscuridad entró a la ciudad el general Jones con el 15 de Infantería. Dos toques de clarín se escucharon, en medio de la expectativa generalizada.
Jones pidió hablar con el jefe de los revolucionarios, Correa Arce. Luego entró a la Casa de Gobierno y pidió la entrega de las armas. Aldo Cantoni y sus seguidores fueron sacados con custodia mientras los revolucionarios festejaban.
Al día siguiente, Federico Cantoni fue trasladado a Mendoza pues en San Juan su vida corría serio peligro.
A propósito, se cuenta que uno de los jefes revolucionarios quería que esa noche lo mataran a Cantoni con una inyección letal. Juan Maurín se opuso terminantemente y eso le salvó la vida.
Treinta muertos e innumerables heridos fue el saldo. La provincia fue intervenida una vez más y los revolucionarios fueron detenidos hasta que se sancionó la amnistía.
Los días siguientes
El general Juan Jones se instaló en la Casa de Gobierno esa misma noche.
Oscar Correa Arce, Juan Maurín, Santiago Graffigna y otros jefes revolucionarios pidieron hablar con él. También lo hicieron los discidentes bloquistas, Carlos Porto y Mulleady.
Jones fue muy claro:
—Quedan todos detenidos y serán indagados por orden del Ministerio del Interior.
El paso siguiente fue ordenar la detención de los participantes en el hecho, acusados de “atentado en banda”.
Los revolucionarios permanecieron detenidos en la guarnición militar, donde eran visitados por numerosas personas. Incluso se tomaron fotografías, en las que posaron todos los integrantes de la Junta Revolucionaria.
Igual que ocurrió cuando el asesinato de Amable Jones, un juez —el doctor José A. Correa— los sobreseyó, alegando el derecho a “la revolución justa”.
Días antes, Santiago S. Graffigna y Honorio Basualdo habían sido elegidos diputados nacionales en una elección que los bloquistas no dudan de calificar de fraudulenta.
Intervención y elecciones
El domingo 25 de febrero de 1934 se hizo cargo del gobierno de San Juan el interventor federal designado, vicealmirante Ismael Galíndez, quien permaneció en su cargo hasta el 23 de agosto.
Galíndez fue recibido en la estación por una muchedumbre que lo acompañó hasta la Casa de Gobierno en medio de aplausos y víctores a la revolución y al “San Juan liberado”.
Galíndez convocó a elecciones para el día 22 de julio.
El 8 de julio, en el estadio del Parque de Mayo, el conservadorismo proclamó su fórmula: Juan Maurín — Oscar Correa Arce.
Cantoni estaba en Mendoza, convaleciente de sus heridas y su partido fue disminuido a las elecciones.
Triunfadores en los comicios, con amplia mayoría parlamentaria, Maurín y Correa Arce asumieron sus cargos el 22 de agosto de 1934.
El marco político
La revolución del año 34 estuvo motivada por intereses exclusivamente locales. El cantonismo significó en San Juan un gran cambio en lo social. Este cambio, lógicamente, afectó poderosos intereses.
Los bodegueros, los grandes viñateros y profesionales como los médicos, se vieron profundamente afectados por la política impositiva de los gobiernos cantonistas.
Los obreros, en cambio, fueron beneficiados por una serie de beneficios sociales.
Quedó así la sociedad dividida en dos sectores irreconciliables. Porque esas diferencias no sólo se manifestaban en lo económico y lo social. Tenían su correlato en la visión de la sociedad.
Era el enfrentamiento entre “la chusma de la alpargata” y el Club Social, entre los sectores ilustrados tradicionalmente dominantes y ese nuevo actor hijo de inmigrantes a quien seguían hombres y mujeres provenientes de humildes hogares que desde no hacía mucho podían decidir en el cuarto oscuro quién gobernaría.
Cantoni tenía la fuerza del voto. En ese campo era invencible.
La oposición representaba la vida económica de San Juan.
Cantoni era un torbellino que quería transformar la provincia rápidamente, modificando el aparato productivo y las condiciones de vida.
Enfrente tenía a quienes debían pagar con sus propios bolsillos esa transformación.
La división era ya una cuestión de piel. Y el escenario se caracterizaba por la violencia, las persecuciones, la animadversión manifiesta por ambas partes.
En medio de la gran crísis de los años 30 y de divisiones internas que comenzaban a manifestarse en el bloquismo, la oposición se propuso terminar con el cantonismo y eliminar a su eterno adversario.
Este es el marco. Y esta es la historia de aquella revolución.
Federico Cantoni Tenía 44 años y se desempeñaba por segunda vez como gobernador constitucional. Desde la cárcel, donde estaba detenido tras los sucesos que culminaron en 1921 con el asesinato del gobernador Amable Jones, Cantoni había resultado electo por primera vez en 1923 y gobernó hasta 1925 cuando la provincia fue intervenida. Electo nuevamente en 1932, Federico era el fundador y líder indiscutido del Partido Bloquista. |
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Aldo Cantoni Tenía 42 años y había sido gobernador electo en 1926, conduciendo la provincia hasta 1928, cuando fue dispuesta una nueva intervención federal. Durante su gobierno se reformó la Constitución Provincial concediéndose por primera vez en la Argentina el voto a la mujer. Hermano de Federico y médico como él, se desempeñaba como senador nacional y era el número 2 en la jerarquía partidaria. En 1932 había sido electo por segunda vez senador nacional. En su juventud había presidido el Partido Socialista Argentino en la Capital Federal. |
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Oscar Correa Arce A los 56 años, era el jefe de la Junta Revolucionaria. Había sido jefe de policía durante la gobernación del doctor Angel D. Rojas. |
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Juan Maurín Tenía 53 años cuando se produjo el movimiento. Era vocal de la junta revolucionaria. En 1926 presidió la Liga de Defensa de la Propiedad, del Comercio y la Industria, que se opuso a la política impositiva de Aldo Cantoni. Importante viñatero y bodeguero, estaba casado con Victorina Navarro, hija de Segundino Navarro y descendiente de Sarmiento. |
Pocos días antes de la revolución llegó a San Juan el general Juan Jones, jefe de la Cuarta División del Ejército. Ese 21 de febrero, el general estaba en Marquesado.Y fue quien atendió los desesperados llamados de Aldo para que interviniera y sofocara el movimiento. Pero se mantuvo firme en su posición:
-Hasta que no reciba órdenes de Buenos Aires, no puedo intervenir.
¿Esa era la orden que había recibido del general Justo?
La verdad es que Justo nunca quiso intervenir a San Juan, como lo había hecho Hipólito Yrigoyen. Pero hay quienes aseguran que indirectamente apoyaba el estallido revolucionario. El caso es que Aldo Cantoni debió rendirse y entregar el gobierno ejercido por su hermano, a un Jones. Que nada tenía que ver con aquel otro, de nombre Amable, asesinado en La Rinconada el 20 de noviembre de 1921, en circunstancias muy parecidas a las de esta oportunidad.
Tras su derrocamiento, Federico continuó liderando el bloquismo pero nunca pudo volver al gobierno. Con la llegada del peronismo, disolvió su agrupación y fue designado embajador en la Unión Soviética. Dedicado a las tareas agrícolas y a su profesión de médico, cuando reorganizaba su partido, murió tras pronunciar un discurso en un acto, el 22 de julio de 1956, a los 66 años.
Aldo Cantoni
Continuó desempeñándose como senador nacional hasta 1941, dedicándose luego a la agricultura en Calingasta donde fue un gran promotor del cultivo de la manzana y la elaboración de sidra y calvados. Falleció a los 58 años, el 17 de noviembre de 1948.
Oscar Correa Arce
En las elecciones realizadas en 1934, fue electo vicegobernador de la provincia, cargo que desempeñó hasta 1936. Al dividirse el conservadorismo sanjuaninos, fue uno de los dirigentes del Partido Demócrata Nacional Reorganizado, por el que fue electo diputado nacional. Falleció a los 94 años, el 18 de julio de 1971.
Juan Maurin
Fue electo gobernador en 1934, distinguiéndose su gestión por las obras públicas realizadas. Gobernó la provincia hasta que una división en el Partido Demócrata motivó la intervención federal. Falleció a los 73 años, el 6 de octubre de 1953.
Fuentes:
Elaborada sobre un capítulo del libro “Revoluciones y crímenes políticos en San Juan”, de Juan Carlos Bataller, editado por El Nuevo Diario el año 2.000. Fuentes directas: Toncha Videla de Basualdo, Raquel Maurín de Mó, Familia Bravo, Familia Cantoni, Ricardo Basualdo. Fuentes documentales: Diarios Tribuna, La Reforma y La Acción. Fuentes bibliográficas: “El radicalismo bloquista en San Juan”, de Susana Ramella de Jefferies; “Historia de San Juan”, de Horacio Videla; “Historia de San Juan”, de Carmen Peñaloza y Héctor Domingo Arias; “Aldo Cantoni en mi memoria”, de Rosalina Plaza de Cantoni; “El Siglo XX en San Juan”, de Juan Carlos Bataller y Edgardo Mendoza.
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