Tenía una voz fuerte y grave. Adornaba sus discursos con dichos y frases, a veces con términos muy vulgares. Era temible para sus adversarios. Desaliñado en el vestir, estaba en todos los detalles y pretendía que los dirigentes bloquistas no se casaran para dedicarse plenamente a la política. Esta nota de Juan Carlos Bataller describe al hombre que marcó dos décadas de la vida de San Juan.
No era un hombre común. Era dinamita pura, energía concentrada.Y esa energía podía encausarse en grandes obras, en transformaciones sociales o en brutalidad hacia sus adversarios. Federico Cantoni fue el gobernador más joven que tuvo San Juan en este siglo. Tenía 33 años cuando llegó al poder. Pero 33 años plenamente vividos. Cantoni no llegó al gobierno de carambola ni construyó sus estructuras desde el poder. Ya venía con su título de médico –era uno de los 50 que existían en San Juan-, había creado un partido político, se enfrentó a todos los poderes, estuvo preso acusado de instigar el asesinato del gobernador Amable Jones y era una especie de mito entre los pobres de San Juan y de líder indiscutido entre sus seguidores.
El padre, Angel Cantoni, no era el inmigrante común de aquellos años que llegaba a la Argentina en busca de un futuro mejor, huyendo del hambre y las necesidades. Venía de la Alta Italia, donde había nacido en Carbonara de Tescino, en Lomellia, el 28 de noviembre de 1853.
En la universidad de Pavia obtuvo el título de agrimensor en 1872, con 19 años, graduándose de ingeniero de Minas en la Academia de Freyberg, Sajonia, en 1882.
Una firma de Alessandría –Miguel Torres e hijos- lo contrató y en 1887 lo envió a San Juan para estudiar el mineral de Sierra de La Huerta.
Terminada su tarea, el ingeniero Cantoni regresó a Italia donde contrajo enlace con una italiana de origen irlandés, Ursulina Aimó Boot, dama de una voluntad a prueba de hierro y un carácter muy fuerte.
Fue entonces cuando se lo llamó para dirigir la Sociedad Minera Andina constituida en Buenos Aires.
Pero el ingeniero ya había hecho sus contactos y pronto se vino a vivir definitivamente a San Juan donde fue designado en 1891 profesor de la Escuela de Minas, teniendo a su cargo las cátedras de Mineralogía, Geología y Paleontología.
De este matrimonio formado por un científico tranquilo, estudioso, dedicado con amor a su profesión y una mujer de sangre irlandesa y fuerte personalidad nacieron tres hijos.
El mayor de ellos se llamó Federico José María y nació el 12 de abril de 1890. Luego lo seguirían Aldo, en 1892 y Elio en 1894.
Federico hizo la escuela primaria en la Superior Sarmiento y comenzó el secundario en el Colegio Nacional, de donde fue expulsado por organizar una huelga, por lo que continuó sus estudios en el Colegio Nacional Agustín Alvarez de Mendoza.
Se radicó luego en Buenos Aires donde se graduó de médico en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires en 1913.
La sociedad sanjuanina recibió con curiosidad a aquel joven médico que volvía al terruño. Un título siempre daba prestigio. Más si su poseedor es hijo de un brillante científico. Federico tenía reservado, sin duda, un lugar expectante en la sociedad y se transformaba en un candidato apetecible para las chicas provincianas.
Pero Cantoni no era lo que la gente de la alta sociedad esperaba que fuera.
Era Cantoni
Inmediatamente se radicó en San Juan, donde abrió su consultorio. Pronto los sectores más humildes de la ciudad fueron sus pacientes, en parte porque cobraba poco o no les cobraba, pero en gran medida porque lo consideraban un gran profesional y un hombre que hablaba el mismo idioma que el pueblo.
Afiliado a la Unión Cívica Radical, organizó el Club Baluarte, que nucleó a la juventud del partido. Con un grupo de no más de medio centenar de jóvenes, el naciente caudillo salió a recorrer fincas, pueblos y lugares de trabajo. A diferencia de los viejos políticos, no rehuyó recorrer distancias a caballo o en antiguos autos por intransitables caminos para cautivar a la gente con su discurso en defensa de los obreros y con duras críticas hacia el propietario que los explotaba.
Ya electo senador provincial y transformado en un punto de referencia de un sector del radicalismo, Federico Cantoni y su hermano Elio fueron vinculados con un hecho que les marcaría la vida política: el asesinato de Amable Jones.
Conduciendo la campaña desde la cárcel y con su hermano Aldo –joven médico radicado en Buenos Aires adherente en aquellos años al socialismo,- al frente de la Unión Cívica Radical Bloquista Federico ganó las elecciones de 1923.
Llegado al gobierno fue una tromba.
Gobernó San Juan en dos oportunidades: entre 1923 y 1925 y entre 1932 y 1934. Su hermano Aldo lo hizo en 1926/28. Siempre llegó con el voto popular. Y siempre fue intervenido. Fue elegido dos veces senador nacional y no le reconocieron su título. Pero... ¿Cómo era Cantoni en la intimidad del poder? Nada, absolutamente nada de lo que ocurría en la provincia, le era ajeno. A las 6 de la mañana ya estaba en pie y a las 7 llegaba a su despacho donde permanecía hasta las 12. A las 15 volvía a la gobernación y a las 19,30 se iba a visitar enfermos. Por la noche hacía política.
Su primer equipo lo formó con gente muy joven. El 50 por ciento de los funcionarios tenía menos de 35 años y sin experiencia administrativa; sólo el 12 por ciento de los funcionarios eran profesionales, incluyendo en esta categoría a escribanos o procuradores que no tenían estudios universitarios.
A los dirigentes bloquistas les exigía el mismo dinamismo que él demostraba. Para tenerlos a disposición pretendía que no se casaran. -No es buen negocio para una mujer casarse con nosotros porque poco es el tiempo que podemos dedicar al hogar, decía.
Sus colaboradores le tenían una fidelidad absoluta, en la que se mezclaba el respeto y la admiración. Estaban prontos para satisfacer sus mínimosdeseos y lo imitaban en los gestos y las palabras.
Buen orador. Sus palabras la entendían todos.
Tenía una voz fuerte y grave. Adornaba sus discursos con dichos y frases, a veces con términos muy vulgares. Era temible para sus adversarios. Pero nadie dejaba de escucharlo. A los radicales les encantaba cuando en sus discursos destrozaba a los conservadores. Y los conservadores gozaban oyéndolo atacar al presidente Yrigoyen –su gran enemigo político- y a los radicales.
Cuando le convenía se hacía el bruto pero tenía una buena formación cultural. Sabía interpretar el sentir del hombre común. En el campo se vestía como campesino con bombachas de gaucho, alpargatas y sombrero. Y se sentía un hombre de campo: como que su gran amor era la agricultura. Innovaba en especies, no dudaba en tomar la pala y el azadón para trabajar la tierra. Y como buen caudillo, tenía sus propiedades: El Molino en Jáchal y Huañizuil, en Iglesia, donde llegó a criar zorros plateados.
Era desaliñado y muy desprolijo en el vestir. En eso se mimetizaba con los sectores que defendía.
Como médico –siguió ejerciendo cuando era gobernador-, no les cobraba a los pobres y les regalaba remedios.. No le daba asco ni la pobreza ni la suciedad. “La roña del trabajo es una roña superior y tiene más mérito y más prestigio por su virtud que esta roña inteligente”, dijo una vez en el Senado de la Nación.
Cantoni defendía al obrero. “Si el obrero es bloquista y el patrón conservador, el obrero tiene razón; si el obrero es conservador y el patrón bloquista, el obrero tiene razón”, fue su máxima y una alpargata el símbolo de su partido.
Pero hacía una distinción. Él consideraba trabajador tanto al obrero rural como al albañil, el pequeño industrial, el agricultor, el comerciante. Pero despreciaba al empleado público de escritorio.
Sus enemigos eran los grandes empresarios, los terratenientes. En especial, la familia Graffigna. Dicen que los enfrentamientos entre los Cantoni y los Graffigna venían de lejos. De la Alta Italia, de donde eran originarias las familias divididas por alguna antigua rencilla.
Era tremendo con sus enemigos. Capaz de encarcelar por pequeñas cuestiones a los más encumbrados dirigentes de la oposición, a los que les hacía barrer y limpiar la cárcel. Tampoco a él le perdonaban nada.
Despreciaba a las minorías que, decía, no conducían a ningún fin práctico y sólo servían para debatir. Pensaba que las mayorías debían gobernar y que el poder debía estar concentrado en una sola cabeza: la de él, por supuesto. Y esto es lo que le posibilitaba actuar con tanta eficiencia. Vigilaba personalmente todo. Dirigía cada obra, controlaba el hospital, conducía a los diputados, disponía las leyes, conducía el partido.
Parecía estar siempre apurado. En dos años terminó el Hospital Rawson. En once meses se hizo el camino a Calingasta. Hizo la bodega del Estado, construyó el Parque Rivadavia, en Zonda. Sancionó decenas de leyes. Para él, igual que para Sarmiento, las cosas había que hacerlas. Mal o bien, pero había que hacerlas.
Aunque para hacer las obras tuviera que aumentar drásticamente los impuestos, lo que le valió el odio eterno de los bodegueros. Temperamental hasta ser brutal en sus métodos pero con una clara concepción de su papel en la historia sanjuanina, Federico Cantoni imprimió su sello desde principios de los años 20 hasta mediados de los 30.
En los años 40, muchas cosas cambiaron. Se casó en 1944, a los 54 años, con Graciela Cibeira, con la que tuvo dos hijas. Disolvió su partido y fue designado embajador en la URSS. Cuando se reintegró a la actividad política las cosas habían cambiado. Y ya no tenía las mismas fuerzas. Durante un acto político sufrió un ataque cerebral después de un discurso.
Murió el 21 de julio de 1956. Y miles de personas en una concentración pocas veces vista lo despidieron. El huracán había pasado marcando dos décadas de la vida provinciana.
Las comunicaciones entre los departamentos y la ciudad, en la primera mitad del siglo, se establecían a través del telégrafo. El teléfono, si bien comenzó a instalarse en el 1900, tenía una red reducida. Fue a través del telégrafo que se pasó la consigna para el asesinato de Jones: “Sunchos van”. Y fue a través del telégrafo que Federico Cantoni recibió el 5 de setiembre de 1930, un día antes de que derrocaran a Hipólito Yrigoyen, un informe del diputado De la Vega sobre la situación política en Valle Fértil, previo a las elecciones que debían realizarse ese domingo en San Juan: “Elecciones ganadas. Triunfo asegurado. Enemigos huyen por las sierras”. Más contundente, imposible.
Durante el movimiento que derrocó a Federico Cantoni en febrero de 1934, cuentan que en algún momento se terminaron las bombas que llevaban los revolucionarios. Un farmacéutico con local en La Bebida fue el encargado de ir a buscar más artefactos al Chalet Graffigna.
—Consíganme un auto pues no tengo en qué ir. Un minuto después alguien dijo:
—Andate en aquel coche.
El auto estaba estacionado sobre calle Mitre, casi esquina Mendoza, frente al kiosco. El farmacéutico subió al auto y salió a toda velocidad, regresando con el cargamento media hora más tarde. Recién al día siguiente el hombre se enteró que el auto pertenecía a Aldo Cantoni.
Gobernaba Federico Cantoni en los años 30 y la situación económica era muy mala. A los enfrentamientos políticos se sumaba la gran depresión mundial, los altos impuestos y la crisis vitivinícola que incluso obligó a derramar vinos que no tenían mercado.
Uno de los sectores más afectados por la situación era el de los docentes, que llevaban varios meses sin cobrar. Para colmo de males, se acercaba el 11 de setiembre, día del maestro, y la efervescencia aumentaba. Fue en aquellos días que el ministro de Gobierno entró al despacho de Cantoni con un telegrama en la mano.
-¿Qué pasa? -preguntó don Fico.
-Este telegrama lo acaba de mandar Peñaloza desde Jáchal. Escuche el texto: "Maestras desnudas, Sarmiento encima". A pesar de lo crítico del momento, nadie pudo contener la risa.
(Contada por el ingeniero Ricardo Basualdo)
El hecho ocurrió en los años 20.
El escenario fue una humilde casita de una finca sanjuanina, habitada por Zoilo, el encargado de la propiedad, y su mujer. Cuando ya Zoilo había salido para atender el riego, llegó un médico sanitarista. La mujer lo atendió y el hombre le explicó cómo tenía que actuar para evitar enfermedades.
—Señora, es importante que hierva las verduras antes de comerlas, lo mismo que el agua que va a beber. Debe evitar que las moscas entren en su casa pues transmiten enfermedades. Para eso debe barrer todos los días y colocar una cortina en la puerta...
En fin, los consejos que da un sanitarista.Se fue el hombre y como a la hora viene de visita Federico Cantoni.
—¿Cómo te va Pura? ¿Y el Zoilo pa’ande anda?
—Anda para el surco, don Federico.
—¿Y esos huevos que tenés ahí?
—Los pensaba preparar para el almuerzo...
—¿Por qué no me hacés un par de huevos fritos? Tengo hambre.
La mujer, halagada, frió los huevos y se los acercó al caudillo político, en un plato junto a un pedazo de pan casero.
Al mediodía volvió Zoilo y el comentario de la mujer fue este:
—Sabés que anduvo por acá un médico y cómo son de prepotentes estos doctores... Me dijo que no podía ser que hubiera tantas moscas, que no barriera o que tuviera todo sucio... En cambio después vino Cantoni y se comió dos huevos fritos en esta misma mesa. ¡Y con mucho gusto!
Cantoni conocía perfectamente a la gente de pueblo y sabía que valoraban más que les comiera parte del almuerzo a que les diera consejos para cuidar la salud.
(Contada por Carlos Yossa)
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