Nacido en San Juan en 1810, Antonino Aberastain pasó a la historia como el "mártir de la Rinconada". Era gobernador de la provincia en 1861 y decidió enfrentar militarmente una intervención nacional. Tomado prisionero, fue fusilado en Pocito. Estos sucesos de San Juan fueron una de las causas desencadenantes de la batalla de Pavón. En este trabajo, el historiador Juan Rómulo Fernández rescata a Aberastain como uno de los próceres sanjuaninos.
Aberastain es un símbolo. El símbolo de la entereza, del sacrificio, de una época. Su Monte Calvario fue la Rinconada; y no se podrá conocer la historia institucional del país argentino si se pasa por alto ese episodio. La Rinconada es un lugar geográfico, frente a las cumbres de los Andes; pero es, ahora, un hito en la senda, abrupta y gloriosa, de la evolución nacional.
Muerto Aberastain, el molde de tales hombres, quedó roto. Unicamente él, el Mártir, supo ajustar a la teoría la práctica del vivir, y del morir. Después, en circunstancias análogas, mucho prometieron, pero no cumplieron.
El caso es así: al convocar Aberastain a la guardia nacional, como gobernador titular de San Juan, dijo en la proclama: “Jamás las libertades públicas se alcanzaron si no había quiénes se sacrificaron por ellas”. Sabía él adonde iba. No sorteó peligros ni dificultades. Fue como el paladín de un ideal. Fue en desventaja, con su pueblo, a puro corazón. Fue, vio y cayó. El polvo de la derrota no oscureció su vista ni torció su brazo, erguido como un estandarte de redención.
Ahora la gente pasa frente al monolito que determina el lugar del fusilamiento; pasa y en veces alguien se detiene y medita. Los historiógrafos han ignorado, hasta el presente, el tal acontecimiento; y, si se les pone ante los ojos el certificado —la documentación—, cierran los ojos.
Veamos nosotros, en esta extrema síntesis, cómo es, cómo fue, aquello. Era Aberastain un hijo legítimo de la Patria: nacido el 1 de mayo de 1810; es decir, en los momentos en que los patriotas rioplatenses andaban de la ceca a la meca preparando el terreno para el pronunciamiento por la emancipación sudamericana. Aquellos patricios eran varones de acero. Nueve meses más tarde habría de nacer un hermano de Antonino, a pocas cuadras, en el área de la ciudad colonial; y ese hermano, disímil en el temperamento, sería, figuradamente, gemelo en el ideal y en la acción.
De la Escuela de la Patria, que vino a ser en San Juan cuna de próceres, Aberastain salió para ir, como becario, a cursar estudios más adelantados en el Colegio de Ciencias Morales de Buenos Aires. Su facilidad de polígloto, aprovechada a la vez que cursaba derecho en la Universidad fundada en la metrópoli pocos años antes, dióle el dominio de siete idiomas: cosa no común, como que en los tiempos actuales no hay muchos profesores que posean tres idiomas.
Vuelto a San Juan, Aberastain ocupó un cargo como juez de alzada (1835). Por entonces fue que Sarmiento, incursionado en el foro local, perdió los dos pleitos que hubo de propiciar ante el juzgado del amigo fraterno.
Emigrado de su provincia, Aberastain estuvo en el norte del país, y fue ministro de la administración Puch en Salta. En Chile fue minero durante doce años, o más. El gobierno de la Confederación, con Urquiza al frente, ofreció al doctor Aberastain un cargo de ministro en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que el jurisconsulto sanjuanino no aceptó, con el agregado de que poco antes había renunciado una diputación ante el Congreso Nacional de Paraná.
Una voz interior díjole al doctor Aberastain que su provincia necesitaba de él. Con mujer de su tierra formó un hogar en el que las virtudes cívicas y morales fueron base. La cultura y el trabajo consolidaban la personalidad del patricio.
He aquí, ahora, un panorama de la situación del país argentino hacia los años 1861- 62 que desembocaron en la Reorganización Nacional. Santiago Derqui era el presidente de la Confederación; Bartolomé Mitre, el gobernador del Estado de Buenos Aires, con representación diplomática en el extranjero, y Antonino Aberastain era, en enero de 1861, gobernador de la provincia de San Juan.
Derqui, que había rivalizado con Salvador María del Carril durante los meses que precedieron a la definitiva solución de la sucesión de Urquiza (fines de 1859), no miraba con simpatía a los hombres de San Juan; desde luego, a del Carril. Tampoco a Sarmiento ni a Rawson. Por instinto Derqui recelaba respecto de Mitre. El decreto del presidente Derqui (25 de nov. de 1860), por el que dispuso intervenir en San Juan, a fin de que el comisionado “restituya en la provincia el orden aniquilado por la sedición y garantice las vidas y propiedades, adoptando al efecto las disposiciones y medidas que creyese convenientes y legales”, y, sobre todo, el nombramiento del coronel Juan Saá, gobernador de San Luis, para llenar dicha función, fueron errores. Qué razones tuvo Aberastain para convocar a la guardia nacional de su provincia y resistir al ejército de la Confederación, que empleó cuarenta días en llegar a la provincia vecina, y cuyo jefe destacaba osadamente las instrucciones directas del ministro del Interior, doctor José Severo Olmos, se convirtió, de hecho, en invasor, es lo que está explicado en los documentos de la época.
La década que siguió a Caseros y, por tanto, el drama de la Rinconada del Pocito, no podrán ser comprendidos si se pasa por alto el significado de la posición de Aberastain. En 1869 el senador Bartolomé Mitre, quien con Sarmiento y Rawson había levantado voces de protesta por el fusilamiento de Aberastain a raíz de la batalla, dijo: “El artículo 6 de la Constitución Nacional ha sido ilustrado desde la tumba por las víctimas del Pocito”. El país entero escuchó la acusación según la cual en esa acción pereció la flor de la juventud sanjuanina; y los que andamos en cosas de historia local seguimos afirmando que el saqueo y los atropellos cometidos por los invasores del 61 fueron tan crueles en San Juan como el terremoto de 1944.
Derqui, que así desvirtuaba la Constitución, había sido constituyente del 53, mientras que Aberastain, Sarmiento y Mitre, que habían estado al margen del Congreso Constituyente reunido en Santa Fe, la sostenían.
Y puesto que la Historia es maestra de la vida, bueno será recordar que el presidente Derqui, con su mazorquero puntano y con su capitán general entrerriano, hubo de rendir cuentas en Pavón, la campaña que puso término a la confusa actitud de los hombres de Paraná.
Aberastain certificó con su sangre la doctrina del federalismo argentino, primero al negar facultad al Presidente para intervenir por sí, y, segundo, al conducir a su pueblo, a sabiendas y a conciencia, al campo de acción.