En San Juan hay cientos de historias que van quedando en el olvido. El Nuevo Diario publicó un relato de Antonio De Tommaso que escribió en su facebook y que asegura que se la contaron tal como él la relata.
La historia es tal cual la cuento… Sucedió en el Capitán Lazo, por la Av. España pasando la calle del Agua (hoy República del Líbano)… En el bar “Los 8 billares”, bar de negritos, mulatos, malandras, marginaos, piratas, putas y poetas errantes como dice Chico Buarque en una canción de los 70…y por ahí sucedió esta historia…bar atendido por Don Chicho, italiano del sur y para más datos mi padre…viejo jodido si los había, al que todos tenían que respetar sí o sí!!!
Todo sucedió en setiembre, esa noche habían volado bolas de billar y piñas, producto de un simple desentendido entre unos 10 o 12 parroquianos. No era nada extraño en esos años.
Después del desencuentro volvía la paz, como siempre en Los 8 Billares.
Quien nunca participaba de las peleas era el Pelado Ávila, uno de los hermanos menores de un total de diez. Todos achureros de profesión, hombres del matadero, y con una clientela fija a quienes le vendían lengua, mollejas, ubre entre otras delicatessen.
Eran como las dos de la mañana y la noche daba para seguir poniéndole emoción.
El Pelado Ávila, quien tenía como costumbre quedarse dormido en cualquier silla de totora, esa noche prefirió un lugar más cómodo: Dormir a patas tendidas arriba de un billar.
Fue en ese instante que llamé a su hermano El Chupete Ávila quien – como siempre- estaba cantando a capella “Amor de Pobres” de Pepito Perez, y le dije –para seducirlo- que tenía una idea mejor que su reiterada canción y que además era una idea bastante malvada.
Tuvimos que convencer a varios para hacerlos cómplice del plan.
La cosa era sencilla: debíamos encender unas 15 o 20 velas en las barandas del billar, apagar todas las luces, juntarse a rezar y después proceder a despertar al Pelado.
Era la puesta en escena de un velorio sin muerto. Recuerdo que el Ibiña Santander, fue a una casa de enfrente a robarse unas flores de malvón y las puso en vasos con vino como floreros. El Hilario Serra con dos tacos de billar, construyó una cruz para darle sentido católico a la ceremonia. El Yiyo Hugo Contreras envolvió su obeso cuerpo con un mantel de ule floreado y parándose arriba de una mesa como cura, daba la extremaunción.
Todo estaba listo. Cada uno en su rol, en su personaje. Era una gran obra de teatro que no tenía nada que envidiarle a “Volpone o el Zorro” de Ben Jonson…aunque aquí, no había ninguna fortuna a heredar.
El primer acto consistía en la difícil y larga tarea de despertar al muerto.
Cuando el Pelado abrió los ojos, se vio alumbrado solo por las velas y con un coro que rezaba algo parecido al Padre Nuestro…miró a todos con los ojos exorbitados, respiro varias veces, se tocó las piernas, la cara…se sentó en el billar y comenzó a gritar: ¡Estoy vivo…estoy vivo, mierda! (Frase análoga a la que dijo Héctor Alterio en la película Caballos Salvajes, 20 años después)
De un salto, se bajó del billar y al darse cuenta que todo había sido una ficción para ridiculizarlo, enloqueció.
El hombre de paz dejó de serlo. Comenzó a tirar sillas, a romper mesas y a destruir todo lo que encontraba a su paso. No había manera de detenerlo.
Don Chicho se enfureció por la broma y principalmente por sus respectivos costos y con un solo “vaffanculo” nos corrió a todos a la calle, a la angosta Av. España…Allí debajo de un Pimiento gigante, el Pelado comenzó a contarnos lo que había vivido durante su muerte.
Nos dijo que había estado en un lugar con cientos de bordelesas de roble, de más de 200 litros de vino cada una y que todas tenían un agujero que soltaba chorros gigantes de vino blanco, que bailaba, las abrazaba y se colgaba de ellas para poder probar todos los vinos, que eran muy ricos y estaba bien helados…
Nos quedamos atónitos, impactados por el relato y le pedíamos mayores precisiones.
Describía que llegó a ese raro lugar, volando sin alas, de abajo para arriba, en un tubo de vidrio amarillo intenso…que vio a muchos amigos, (no solo los ya muertos), sino a varios de los que estábamos ahí escuchando perplejos su relato.
Ahí se enmarañó la cosa, cuando dijo que arriba estaba alguno de nosotros, comenzó a contagiarse el miedo, viciando la noche.
Éramos dos grupos: Los realistas y los místicos. Los que afirmaban que todo había sido un juego, una mentira y que era pura imaginación, producto de lo que había chupado y por otro lado, los que pedían más detalles e incluso el Loco Verasay decía que algo parecido le había pasado a un tal Víctor Sueiro, a lo que todos le preguntamos si vivía en el Barrio Lazo o en el 4 de Junio, para ir a buscarlo inmediatamente y que explique científicamente lo que había sucedido.
En medio de esa discusión y como a las 5 de la mañana, apareció Don Chicho y muy caliente nos dijo: “ma junten la plata para pagare las nuove silla e cuatro mesa que hano roto, sino no entrano ma al bare”. Se cambió el debate del más allá, por el de más acá. Y a meterse las manos en los bolsillos, para no quedar incluidos en la dura lista negra de la no admisión.
El Pelado agachó la cabeza y con una sonrisa de “a mí no me toca” y diciendo un enigmático “tengo mucho más para contarles”, rumbeo despacito para su casa, en el pasaje Juan Jufré, detrás de la antena de Radio Sarmiento.
Nota publicada en El Nuevo Diario, el Viernes 11 de julio de 2014 en la edición 1632