María Inés Pérez Olivera: "Antes había códigos, hoy hay mucha rivalidad"

“Ñury” como llaman en San Juan a María Inés Pérez Olivera, tiene más de 40 años de trayectoria como bailarina y formadora de bailarines. En ese sentido, destaca que muchas cosas han cambiado en el mundo de la danza. Por un lado sostiene que antes entre colegas había códigos y se formaron amistades para toda la vida. También analiza que actualmente los jóvenes no están tan comprometidos con la danza probablemente porque antes no había tantas actividades alternativas.

María Inés Pérez Olivera forma parte del grupo de bailarines y profesores más reconocidos de San Juan. Ha sido formadora de numerosos bailarines que hoy están en importantes ballets de Buenos Aires y el mundo. Ñury, como la llaman todos, destaca que la provincia arrasa con los primeros premios en los competitivos a nivel nacional e internacional y sostiene que presentó proyectos para crear un ballet estable, como una forma de capitalizar esos talentos, pero nunca tuvo eco en las autoridades provinciales. Como formadora de bailarines, compara la época actual con las generaciones anteriores y en ese sentido afirma que antes “éramos muy buenos compañeros y teníamos códigos, que ahora no existen”.

—¿Cómo llegaste al mundo de la danza?
—En mi casa se vivía el arte: mi papá era escritor y muy amigo de muchos pintores; mis hermanos estudiaban música. A mí me encantaba la música, a pesar que era poco lo que se veía de ballet en ese momento. Comencé con una maestra muy joven quien después se fue de la provincia y con 12 o 13 años empecé a estudiar con Nebita Alladio y ya no paré más. Me encantaba el movimiento, sentía que era el medio para expresarme.

—¿Recordás cuál fue el primer ballet en el que participaste?
—Sí. Siempre les digo a mis alumnas que hay que estar preparado para lo que nos toque bailar. Mi primer ballet fue Gaite Parisien. Bailaban Violeta Pérez Lobos y Juan Carlos Abraham y yo salía por la tercera pata (NdelaR: cortina vertical en los laterales del escenario, de color negro o gris) y atravesaba el escenario haciendo movimientos de jeté (NdelaR: paso de danza que consiste en saltar de un pie sobre el otro) y no aparecía más. Esa fue mi primera presentación (risas). Luego me afiancé y tuve más papeles.

—Sos parte de una generación de importantes bailarines en San Juan. Como Violeta, Juan Carlos, Nebita ¿Qué recuerdos tenés de esa época?
—Éramos muy buenos compañeros y teníamos códigos, que ahora no existen. Cada uno trabajaba en lo suyo, pero teníamos respeto por el otro y además había mucha colaboración entre nosotros. Actualmente existe mucha rivalidad. Nosotros éramos muy unidos. Las maestras de español, de folclore, Violeta y Juan Carlos eran los únicos que hacían contemporáneo en ese momento; estaba yo en Clásico, Arnaldo Peña…éramos muy compañeros. Hasta la actualidad Violeta es una hermana en el arte y en el alma.

—Hace 40 años que comenzaste tu carrera, ¿notás que fue creciendo la exigencia para los bailarines?
—Las exigencias técnicas son más. En una época se empezó a exigir un tecnicismo muy depurado, pero luego se advirtió que se estaba descuidando la parte de sentimientos, de expresión, del bailarín. Ahora los maestros tenemos mucho más contacto con grandes profesores, tenemos más información, más acceso a perfeccionamiento, a consultas; antes, viajar a Buenos Aires era muy difícil, no teníamos los medios. Lo que noto, sí, es que los adolescentes no tienen tanta convicción en relación a su trabajo. La vida light, como en todos los aspectos, se nota más. Les falta compromiso; que amen lo que hacen, para que puedan disfrutar. Aunque no todos sean primeros bailarines, no pueden ser mediocres. Quizás no sean figuras, pero pueden ser balletómanos, críticos de ballet, escenógrafos, maquilladores, diseñadores de vestuario.

—Alguien que quiera dedicarse a la danza, sabe que debe sacrificar horas de esparcimiento en pos de perfeccionarse
—Más que sacrificio, siempre le digo a mis alumnas que, si son ordenadas, si tienen una organización de su vida, todo lo pueden hacer. Hay horarios de ensayo, vida privada, porque no pueden estar todo el tiempo prendidas en una barra. Casi todas mis ex alumnas que son profesionales me dicen que el orden, la disciplina, la vida que adquirieron en la danza, la han trasladado a su vida personal y están felices. Aprendieron a manejar horarios, tiempos…

—Recién manifestaste que hay menos compromiso ¿en qué lo notas?
—A mis alumnas les cuento que las de antes eran diferentes, ni mejores ni peores, diferentes; porque tenían menos acceso a actividades y entonces, venir a danza era para ellas era un placer. No había cybers, no había “previas”. Ensayábamos los sábados a las 9; hoy no viene nadie a las 9, porque están todas dormidas a esa hora. Además, ahora tienen que cursar materias para hacer la comunión, el ingreso a la secundaria o a la universidad y los padres quieren que desarrollen muchas actividades. Los chicos dependen de los padres y es una disciplina hacer que no lleguen tarde, que no falten, etc. Entonces, también pasa por el compromiso de los padres. Llegar tarde significa interrumpir la clase, exponerse a un accidente muscular porque entró en frío, es entrar desconcentrada. Antes, los padres y los alumnos respetaban más estos compromisos.

—En estos 40 años, ¿has visto incorporarse más varones a la danza clásica?
—En este momento, hay muchos chicos en clásico, tango y folclore. Hay más apertura. Lo que pasa con el clásico es que, si empiezan muy grandes, no les alcanza el tiempo para poder ser técnicamente fuertes. El problema es que, de chiquitos, los padres no los quieren mandar. Tuve varios varones y generalmente los preparo para que vuelen afuera, porque aquí poca proyección tienen. En Buenos Aires hay varias compañías, talleres, escuelas en los que pueden participar.

— Antes, el protagonismo en la danza era femenino ¿Por qué creció tanto la figura masculina en el ballet?
—El hombre estaba para acompañar, para levantar a la bailarina, hacer giros, para ser el “partenaire”. Después, tuvo un rol muy importante en el repertorio de ballet. Ahora se le da posibilidades de bailar solo, de tener una participación más activa.

—Las bailarinas tienen una apariencia delgada ¿qué pasa con los trastornos de la alimentación, la bulimia y la anorexia? ¿Cómo los encaras en tu escuela?
—Es un tema difícil. La figura del bailarín es etérea, pero esto no implica que no pueda comer. Las bailarinas comen muchísimo. Yo siempre digo: les compro algo y no las invito a comer. Todo lo que comen, lo gastan. El lema de mi escuela es no molestar por el físico. Solos, los talentos van determinando su actividad. Se les aconseja ir a una nutricionista que les dé la dieta exacta. Yo necesito un cuerpo sano y todo se modifica con el trabajo. No necesito poner a una nena a dieta. Nosotros no evaluamos la parte física hasta los últimos años. Es un tema difícil porque se asocia a los bailarines y a los modelos con la anorexia pero no siempre es así.

—¿Qué sentiste cuando a principios de octubre recibiste el Diploma al Mérito por tu trayectoria en la Legislatura?
—Me dejó de cama. Venía de otro reconocimiento que me hizo la Confederación Latinoamericana de la Danza, que me entregó una condecoración por la Trayectoria. Estaba eufórica; me había encontrado con tantos colegas. Fue un acto muy bonito. Y en la Legislatura, si bien yo estaba en conocimiento porque me pidieron toda la documentación pertinente, fue muy emotivo. Fue un proyecto del diputado José Luis Gazzé. Ver a toda mi familia en la bandeja, durante el acto, a mis alumnas, a mis amigos del alma, a mis amigos de trabajo —como Daniel Bernales y Héctor Aballay del Teatro Sarmiento— me produjo sentimientos encontrados. Mi cabeza volaba. Estaba atrás en todo lo que había vivido y pensando en el futuro, en cuántos años más me quedarían. Me preguntaba, como madre: “¿Mis hijos me habrán perdonado todas las veces que les falté?”. Pensaba en mi mamá y en mi papá. Estuve todo el día con placer y angustia…Estaba feliz y triste a la vez. Feliz porque me reconocieran el trabajo, porque tengo muchos alumnos proyectados en grandes compañías….

—Qué orgullo te producirá ver justamente a todos estos bailarines que formaste y que hoy están en el Colón o en el ballet de Julio Bocca, por ejemplo.
—¡No te puedo explicar! Tengo una alumna que ingresó como maestra en el ballet de la Universidad de Chile; entre los varones, casi todos están en compañías; al ballet del Colón entraron dos alumnas mías y a la escuela, ingresó una nena de 12 años que aún sigue bailando en la compañía. Este año entró otra alumna y estoy preparando a otra para los cursos de perfeccionamiento del Colón.

—¿Por qué, habiendo tantos talentos, en la provincia no se logra conformar un cuerpo estable, como aquel Ballet San Juan que dirigía Nebita Alladio?
—Particularmente presenté diferentes proyectos para que no se diluyan estos valores. En las competencias que asisto, a nivel nacional e internacional, San Juan es una de las provincias más fuertes en talentos. Hablo de competencias donde San Juan brilla. He hablado con casi todos los directores de Cultura, he presentado la forma también para que no se produzca una erogación económica, por esto de que no hay presupuesto. Pienso que es una falta de voluntad del gobierno no formar una compañía de ballet, así como tenemos una orquesta (la Camerata San Juan) y un coro (el Universitario es el coro oficial de San Juan). Hay que rever esto. Talento nos sobra. Profesores, también.

—La Fiesta Nacional del Sol es una vidriera para los miles de bailarines que existen en la provincia…
—Ocurre que los chicos están ávidos de mostrarse en un escenario, por la falta de oportunidades que hay de bailar en San Juan, la falta de proyección. Ellos “necesitan” (remarca esta palabra) bailar. Por eso la afluencia de bailarines para la Fiesta del Sol y la Vendimia, en Mendoza, por ejemplo. Creo que no formar un ballet es por una falta de interés porque se piensa que no es algo rentable. Otra cosa, el gobernador José Luis Gioja nos prometió un nuevo teatro y creo en su voluntad, pero por qué no ocuparse de la única sala que tenemos en San Juan. ¿Por qué dejar que se caiga el teatro?

—¿En cuáles cuestiones se nota esto?
—Siempre protesto porque por cada clavo o lavandina que hay que comprar, hay que hacer un expediente y mientras tanto, no tenemos nada. El teatro no tiene luces; si no se hace un service al equipo de sonido, nos quedamos sin sonido. Y hay que pagar 1.200 pesos de alquiler por la sala, más el seguro de espectador, más las luces… Alquilamos sólo la caja, o sea el piso del escenario y las butacas…

PERFIL

Nombre:
María Inés Pérez de Goransky, alias “Ñury”.
Estado civil: Casada con David Horacio Goransky
Hijos: 4. “Irina, casada con Gabriel Tabachnik y madre de Ezequiel, Jeremías y Julia; Aníbal, soltero; Samuel, casado con Marcela Arce y padre de Aaron; y el bebé de la casa, Ariel”.
¿Qué te gusta leer?: “Todo lo referido a mi actividad: psicología del bailarín; anatomía y todo lo relacionado con la danza y la música”.
¿Qué te gusta escuchar?: “Radio no escucho, salvo cuando voy en el auto. Normalmente cuando estoy sola y puedo escuchar, pongo música clásica y ópera”.
¿Qué te gusta ver?: “Todo lo que me llene el alma y no me produce dolor”
¿Cocinás?: “En una época lo hacía, ya no. Mis hijos dicen que soy pésima. Siempre pienso que pierdo tiempo. En vez de cocinar, tejo. Creo que mi misión en la vida es tejer ropa de bebé, venderla y con ese dinero ayudar a instituciones que se dedican a los niños. Tuve una vida tan plena que quiero devolver”.
Comida preferida: “Una costeleta, con un tomate partido condimentado con aceite de oliva, y muero por el jamón crudo”.
¿Cómo te gustaría que te recuerden?: “Como soy: sincera, afectuosa, extremadamente exigente y sensible. Con que me recuerden con cariño, es suficiente”.

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