Un sistems, creado en Venezuela por José Antonio Abreu, promueve la sistematización de la instrucción y la práctica colectiva de la música a través de la orquesta sinfónica y el coro como instrumentos de organización social y desarrollo comunitario. Lara se formó en ese programa y será la batuta del concierto de esta semana de la Sinfónica de la UNSJ.
Casi 200 orquestas juveniles e infantiles, que atienden las necesidades de 400.000 niños en Venezuela, son un ejemplo de cómo "la música puede transformar para bien a las personas", como expresa el maestro César Iván Lara (43), quien se formó dentro de la Fundación del Estado para el Sistema Nacional de las Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela (FESNOJIV) creada por el maestro José Antonio Abreu hace 35 años.
Con una amplia experiencia en la dirección de orquesta, discípulo del maestro argentino Mario Benzecry, Lara llegó a la provincia para dirigir el concierto que esta semana brindará la Sinfónica de la Universidad Nacional de San Juan y para tomar contacto con referentes locales que llevan adelante proyectos similares al venezolano.
"El Sistema", como es conocido, constituye una obra social del Estado venezolano consagrada al rescate pedagógico, ocupacional y ético de la infancia y la juventud, mediante la instrucción y la práctica colectiva de la música.
—Sos uno de los músicos y directores representantes de "El Sistema", ¿cómo comenzó tu acercamiento a la música?
—Mi familia es de clase social media baja. Vivíamos en un edificio popular. Mi padre tenía afinidad musical, le gustaba cantar y tocaba el cuatro aunque no sabía de música; y mi madre tenía sus discos de Beethoven. Cuando empezó el sistema de orquestas, se creó un coro de niños de la orquesta juvenil de los Teques, una ciudad cercana a Caracas e ingresé ahí a los 8 años. Cuando vino el cambio de voz, me dieron un violín y tuve que decidir, porque yo jugaba al béisbol. Terminé siendo percusionista. El Estado te da el instrumento en comodato —el padre firma como responsable— y te proporciona un profesor. La actividad es gratuita o tiene un costo mínimo.
—¿Continuaste tus estudios en la universidad?
—Con los 16 recién cumplidos me gradué de bachiller y cuando entré a la universidad, quise estudiar música. Esa fue una crisis grande en mi familia porque la impresión que se tiene es que el músico es bohemio o pasa hambre. Mi padre no me habló durante un mes y mi madre me dijo: "Hijo, usted tiene que ser bueno o va a pasar hambre".
—Perseveraste…
—Mi profesor de música me llevó a Caracas e ingresé a la orquesta juvenil con 16 años. A los dos años entré a la Simón Bolívar. Desde los 18 hasta los 25 estudié percusión y empecé a notar el trabajo que hacían los directores de orquesta. Así comencé a estudiar dirección y composición. Escribí mi primer concierto para violín a los 17 y el maestro francés venezolano Maurice Jason, que vive en Londres, me lo estrenó. Luego escribí un concierto para violoncelo, que lo estrenó el maestro William Molina, el violoncelista más importante de Venezuela; y ahí dirigí por primera vez. Así empezó mi carrera a los 25 años y desde entonces no he parado.
—A partir de ahí ¿cambió la imagen que tu familia tenía del músico?
—Si, claro. Hasta mi madre terminó trabajando en el sistema. Se hizo coordinadora del coro de los Teques, que es donde empecé y ahora está muy orgullosa. Cuando fui a dirigir a Miranda, donde nací, le decía a los muchachos: "Miren, él empezó como ustedes". Desde lo social, la fundación nos ayudó mucho. Es muy integral.
—Acercaste a tu familia a la música
—Hubo un proceso de rebeldía en mí cuando me fui a Caracas, pero hubo un cambio en el entorno. Mi hermano menor, violinista, es asistente de la orquesta Simón Bolívar. Hubo beneficios, crecimientos, participamos en giras internacionales; entonces creo que eso cambió la perspectiva de mi familia. Es que no hay nada más horroroso para un músico que la pregunta: "¿Y tú que haces?". "Soy músico". Y te vuelven a preguntar: "¿Sí, pero qué haces?". "No me jodas…", dan ganas de decir. Eso está cambiando en Venezuela.
—Tu actividad como director invitado, no deja de lado el trabajo en tu país
—No. En la provincia de Mérida, dirijo una orquesta profesional y soy director artístico de la selección de la orquesta juvenil regional del Estado, que tiene 120 muchachos. Hay que pensar que Mérida es un Estado pequeño y que ya hay 11 o 12 núcleos de orquestas juveniles. Se ha avanzado mucho aunque hay algunos detractores que no entienden bien. El resultado positivo que dejan los muchachos que pasan por el sistema, así no vayan a ser músicos, ya es comprobado.
—¿Cuál es el objetivo principal que persigue el sistema?
—Hay una frase que me dijo el maestro Abreu una vez: "Todos los venezolanos tiene derecho a estudiar música". El trabajo de la orquesta es en equipo y en una cultura en la que tendemos hacia la dispersión, a cierta actitud individual que no es buena, a través de la música se está logrando un cambio. Además, para hacer música necesitas disciplina y concentración. Está demostrado que hacerla significa una actividad intelectual para crearla o recrearla. Ese principio en los niños es fantástico.
—¿El fin social es más importante que la excelencia musical?
—Cuando toca en grupo, se tiene una prueba fehaciente de la felicidad que embarga al muchacho y el núcleo familiar que se une en torno al joven. Es impresionante en Latinoamérica la cantidad de gente que está en riesgo debido al ocio o la droga y esto es un arma fantástica para enganchar a las familias que no tienen ningún Norte, que están a punto de colapsar. Abreu tuvo la gran sabiduría de encauzar la música hacia el lado social, pero además el sistema es soportado por músicos de altísima factura. Hay que gente que dirá: "Bueno, sí es un elemento social", pero tenemos orquestas fantásticas.
—Son ya varios los jóvenes talentos venezolanos triunfando en el exterior
—Si, por ejemplo, el director de la orquesta de Los Ángeles y uno de los bajos de la Filarmónica de Berlín, salieron de un barrio.Y por eso no pierden la humildad. No hay competencia malsana y si hay, son casos individuales. Así como Gustavo Dudamel dirige en Los Ángeles, hace dos meses estuvo dirigiendo en el barrio de Catia, un barrio donde la gente hace sus casas con bloques.
—Cuando se descubren talentos en las orquestas ¿el Estado dispone de la logística para que ese chico siga estudiando?
—Quien tiene la base, tiene posibilidades de estudio de altísimo nivel en Venezuela. Sin embargo, quien quiera mirar un poco hacia afuera, también puede hacerlo. Debo decir que el sistema intenta que eso no ocurra, porque es una intensa inversión la que hace el Estado y la idea es que se vea retribuida con más trabajo. No es la idea del programa formar solistas, pero en la orquestas hay muy buenos músicos.
—¿Qué lleva a Abreu a crear este sistema?
—Se dio cuenta que había gente que no tenía camino, que había una escuela europea férrea, de conservatorio a la que el venezolano no iba a poder responder y quiso romper con ese esquema. Hizo un llamado a los jóvenes músicos y fueron sólo 3, pero se prometió a si mismo llenar un salón de músicos y lo llenó. José Antonio empezó a darle la posibilidad de hacer música a jóvenes que no tenían cómo participar de la maravilla. Al principio no fue con niños, sino jóvenes, pero ahora son cada vez más pequeños.
—¿Cómo consiguió el apoyo del Estado?
—Ayudó que el maestro fuera economista y político. Su conocimiento del medio permitió mostrar un trabajo y lograr que se lo reconociera. Es que el proceso empieza así: primero el trabajo y después los recursos y no al revés. A veces uno pide los recursos y al final no se hace nada. Hay un tabú también porque mucha gente piensa que si no hay presupuesto no se puede hacer nada. ¡Cuidado! Si empiezas con esa idea, no vas a conseguir nada. Hay que tener la inteligencia necesaria para saber a quién mostrar el trabajo.
—¿Cómo lograron estos 35 años de apoyo gubernamental?
—Si me preguntas por el gobierno del presidente Chávez, ha seguido manteniendo el apoyo al sistema. Ha reconocido que no todo lo de la Cuarta República es malo: "Esto es bueno y hay que apoyarlo", dijo. Supongo que se rindió a lo obvio: un trabajo social ampliamente demostrado.
—¿Es requisito para que los chicos ingresen a la orquesta que no abandonen la escuela?
— La Fundación creó un sistema de becas para que se ayude a los muchachos que conforman una orquesta juvenil en el Estado y entre las condiciones para obtener la beca es que vayan bien en el colegio. Se firma un pequeño contrato con el representante (el padre) para que el chico no abandone el colegio, porque es algo integral.
—¿En las "misiones" que realizan los profesores detectan también chicos en riesgo?
—Cuando fui a Nicaragua, formamos una orquesta con chicos que recuperamos de varias partes del país. Los maestros ganaban 200 dólares al mes por tocar y dar clases, pero la luz que vi en sus ojos, como en la de los chicos cuando tocaban, fue fantástico. Dos chicos pudieron recuperarse de su adicción a las drogas y están tocando en las orquestas sinfónicas de Mérida y otro en la de Yaracuy. Hay un poder extraordinario en la música. Esos eventos hicieron que yo creyera que la música puede transformar para bien a las personas.
—Has participado de encuentros en Argentina ¿cómo ves el proyecto aquí?
—Estuve con Valeria Atela (fundadora y directora de la Orquesta—Escuela de Chascomús) y le dije: Ojalá que Dios cuide esto de manera que Venezuela y Argentina puedan envolver a Latinoamérica para tener un sistema de orquestas vigoroso en todo el continente. Argentina tiene talento. Y lo que está ocurriendo en San Juan con las orquestas juveniles es importante. Fíjate que he sentido de diferentes músicos, que no creo que se hayan puesto de acuerdo, hablar de lo que ocurre con las orquestas aquí. Siento admiración con lo que se está haciendo aquí y la semana próxima veré cómo se puede hacer un puente para lograr algo más.
NOTA PUBLICADA EN EL NUEVO DIARIO EL 27 DE AGOSTO DE 2010.