Si alguien recorre el cementerio de la Recoleta, en Buenos Aires, descubrirá un mausoleo que llama la atención.
Pertenece a la familia de un gobernador sanjuanino, Salvador María del Carril quien a los 24 años ocupara el máximo cargo provincial.
Ese mausoleo es la representación final de una situación que se prolongó durante décadas en vida de sus moradores.
La historia merece ser contada y comienza cuando el autor de la Carta de Mayo se casó con Tiburcia Domínguez, una dama de carácter. Pronto comenzaron las desavenencias que se profundizaron a un extremo tal que durante 30 años no se dirigieron la palabra.
El primero en morir fue Del Carril y el odio de doña Tiburcia por su marido se prolongó aún más allá de la muerte, como que dejó precisas instrucciones testamentarias para que se construyeran dos esculturas que los recordaran pero... que éstas se dieran la espalda.
Es así como puede apreciarse a Del Carril cómodamente sentado en un sillón mientras su esposa, inmortalizada en un busto, le da la espalda con gesto adusto.
Extraída del libro “El lado humano del poder, anécdotas de la política sanjuanina”, de Juan Carlos Bataller, publicado en marzo de 2006