El ingeniero Carlos Rudolph, formado profesionalmente en la Facultad de ingeniería de la Universidad Nacional de Cuyo, fue entrevistado por Juan Carlos Bataller en el ciclo “Qué hiciste con tu vida en octubre de 2018
-¿De dónde viene el apellido Rudolph?
-Viene de Alemania, es un apellido sajón. Mi padre era sajón, estaba muy cerca del límite con Checoslovaquia. En Alemania le decían morocho, tal es así que el único rubio de la familia fui yo. Y mi madre era una rubia completamente alemana, típica. Ella se vino a los 6 años de edad y mi padre a los 25 años.
-¿Por qué se vienen?
-Mi abuelo era pintor, era de una familia de 18 hijos. Parte de esos hijos eran técnicos y los otros eran artistas.
-¿Y por qué motivo dejan Alemania?
-Dejan Alemania por el hambre. Mi abuelo materno se va a Brasil y desde ahí llega caminando y tomando apuntes a Buenos Aires. Después vuelve a Europa, pinta los cuadros, los vende y trae a la familia a Buenos Aires.
-¿De qué año estamos hablando?
-Y estamos hablando del año 1920.
-¿O sea que no vivió la guerra?
-La Segunda Guerra Mundial no, la primera sí. El otro abuelo, el padre de mi padre, falleció como consecuencia de la gripe española. Después de la Primera Guerra Mundial hubo una epidemia de gripe que mató más soldados que los que se murieron en la guerra. Estaban amontonados en campos de concentración y se enfermaron rápidamente. Ese falleció ahí. Mi padre era de un pueblo donde fabricaban los telares para hacer las medias de nailon.
-¿Ya existían las medias de nailon?
-De seda. Y a él lo habían entrenado en poner a punto los telares. Lo hizo en Grecia, en Francia, en Uruguay.
-Anduvo viajando por varios lugares.
-Sí, y después vino a Buenos Aires, la conoció a mi mamá y se casaron.
-¿Por qué se vino la familia de su mamá?
-Por el hambre. Mi padre no, él tenía su oficio, era muy activo.
-¿Qué recuerdos tiene de su padre?
-Y mi padre era un solitario en su trabajo. Como ajustaba las máquinas, que eran larguísimas, trabajaba de noche. Yo casi no lo veía. Venía a la mañana, dormía y después hacía la quinta. Nosotros teníamos un pequeño terreno ahí en Villa Ballester, en el partido de San Martín. La mitad de adelante era chacra, después estaba la casa y la mitad de atrás eran corrales. En mi casa no circulaba plata, nos arreglábamos en todo. Yo a los diez años pelaba las gallinas, los patos. Odiaba eso porque había que sacarles el duvet. Mi mamá hacía todos los abrigos de la casa con duvet. Lo secaba, me hacían sacarle las plumas gruesas, luego las finas, me habían enseñado cómo hacerlo. En casa todos trabajábamos.
-¿Y qué imagen le quedó de su mamá?
-Era muy trabajadora. Mi mamá fue empleada de una familia inglesa que tenía una estancia muy grande en la Patagonia. Ella cuidaba a los niños y se fue con ellos a la Patagonia. Después volvió y aprendió costura. No había plata en efectivo en la casa, nunca.
-Siempre digo que una de las personas que me ayudó en una etapa periodística importante fue Úrsula Bremer de Ossa. Ella me enseñó que el alemán no era el que nos pintaron los norteamericanos en sus películas. No eran tan rígidos. Después estuve en Alemania, sobre todo en la parte de Múnich y vi que era totalmente distinto. Usted habla de sus padres y la parte afectiva no la tocó, ¿cómo eran ellos respecto a su crianza?, ¿tenía diálogo con ellos?
-Sí, podía hablar y mi padre tenía hasta cuarto grado hecho. Mi madre también. Mi padre tenía buena letra y era el que me corregía y me enseñaba hacer los mapas. Me revisaba los deberes y no era nada forzado.
-Entonces su infancia transcurre en un pueblo de Buenos Aires.
-En la ciudad, en Saavedra. Hasta 1945 hice la primaria en una escuela alemana bilingüe. En esa escuela tuve un profesor, que era santiagueño, que nos enseñó a amar el folclore y a bailarlo. Aparte estaban los profesores alemanes que se ocupaban del resto de la educación y de la disciplina. En esa escuela el que la armaba, la pagaba.
-¿Hoy recuerda el alemán?, ¿lo sigue hablando?
-Sí. Cuando iba a visitar a mi abuela ella me decía “en esta casa se habla alemán. Y tengo un motivo muy sencillo, vos vas a aprender alemán y vas a tener gratis el alemán. Cuando he viajado a Alemania siempre me miraban raro porque nosotros hablábamos un alemán sin acento. Mi padre tenía un dialecto infernal. Y todos me preguntaban “¿de qué parte de Alemania es?
-Usted se cría en Buenos Aires. En su niñez, ¿era hincha de algún club, practicaba algún deporte?
-En Vicente López había un club atlético y los estudiantes de la escuela teníamos acceso ahí. Y en el barrio en ese tiempo jugábamos al fútbol en la calle.
-Entonces, la primaria la hace en Buenos Aires.
-Pero no completamente porque en 1945 cerraron la escuela alemana. Nace después con otro nombre, exigían otros recursos económicos y mi familia no los tenía. Entonces fui a una escuela nacional, magnífica. Hice mis dos últimos años de escuela ahí.
-¿Cuándo se le despierta la vocación por lo técnico?
-No sé cuándo, estuvo desde siempre.
-Usted sabía desde chico que iba a estudiar una carrera técnica.
-Sí. A mí me decían ir al colegio nacional y decía que no, que yo quería ir al Otto Krause pero me faltaba edad. En Jujuy tenía un tío que había trabajado en el Banco Trasatlántico Alemán. Lo cerraron, quedó sin trabajo y buscando terminó en el Banco de Jujuy. Él le escribió a mi mamá y le dijo “¿por qué no lo mandás para acá? Hay una escuela muy buena, que rinda el concurso”. Rendí y entré. De ahí en adelante ya no viví con mis padres. Volvía solo en las vacaciones.
-A los doce años usted se separa de su familia y se va a estudiar a Jujuy.
-Sí.
-¿Y cómo llega a San Juan?
-Cuando terminé la carrera en Jujuy mi madre me propuso que fuera a la Facultad de Ingeniería en Buenos Aires. Yo calculaba el tiempo que necesitaba desde Ballester para ir al centro, a la universidad. Además yo tenía mucha independencia. Entonces lo pensé y le dije “voy a hacer otra cosa”. Y me dijo “bueno, andá”.
-Llega a San Juan con 17 años.
-Con 18 años. Y vine con una pequeña cama tipo tijereta y una valijita. Ya en el tren de Mendoza para acá me encontré con algunos estudiantes de la parte comercial de la Universidad de Cuyo y ellos me aconsejaron. “No vayas a parar en las habitaciones del Hogar y club porque hay mucha joda”. Empecé a buscar y tuve la suerte de que a los pocos días encontré un lugar, la casa todavía está parada. Era un chalecito en calle Mendoza y 25 de Mayo. Abrí la puerta y me preguntaron “¿sabés cocinar?”. Les dije que sí y me dijeron “tenés un lugar con nosotros”.
Estos muchachos eran dos mendocinos que estaban estudiando ingeniería química en la Universidad de Cuyo. Uno es Daniel Zapata y el otro era un muchacho de la Rosa. Eran gente muy pudiente y nos llevábamos muy bien. Pero a los seis meses mi padre se enfermó y no me podían mandar más recursos. Entonces me dijeron “mirá alemancito, vos seguí estudiando. Nosotros pagamos la cuota”. Por eso es que mi hijo se llama Gustavo Daniel, por ellos dos.
-¿En ese tiempo conoció a su señora?
-Sí, la conocí un 9 de julio, en la casa de un señor Moya, que estaba al lado del club Justicialista, en la calle 9 de julio.
-¿Era descendiente de alemanes también?
-No, descendiente de andaluces. Su abuela había venido de Andalucía.
-Un descendiente de alemanes, independiente, de pronto se encuentra con una familia andaluza. Es una buena forma de empezar de nuevo, de vivir en familia.
-Mire que en la misma cuadra de la casa donde vivíamos estaba el Club Alemán, que eran los exmarineros del Graf Spee y yo nunca fui. Como me crié en Jujuy, en la Escuela de Minas, muchos de mis compañeros eran hijos de mineros bolivianos. Todavía tengo amigos, gente que me habla de Salta. Han sido amigos para toda la vida.
-Entonces conoce a su señora, se casa acá.
-Fue un proceso largo, fueron siete años de novios. Éramos de los novios cenadores, los que cenaban en la casa de la novia.
-Usted sabe que los médicos suelen casarse con cordobesas o porteñas pero los ingenieros en minas se casan con sanjuaninas.
-Efectivamente.
-Así que tuvo cena, más o menos becada.
-Claro y resulta que a los dieciséis años, en la Escuela de Mina, hice mis primeras prácticas mineras. Tengo ahí unas fotos. Esa práctica fue en la mina Incahuasi, que quedaba al lado del Salar del Hombre Muerto, pasando San Antonio de los Cobres. Llegamos y se ve que la tanda anterior que había ido a la mina, como estudiantes practicantes, eran unas bananitas y en cuanto nosotros llegamos nos castigaron sin conocernos.
Comíamos en el comedor de los obreros con los bolivianos. Ahí aprendí a valorar la comida boliviana, que es la de Jujuy, y también aprendí a llevarme bien con los bolivianos porque en esas prácticas nos mandaban a las minas. Éramos ayudantes de los mineros. ¿Qué hacíamos? Llevábamos las mangueras de compresión, nos hacían subir a las partes más altas, paleábamos, llenábamos los carros y eso fue toda una experiencia que me marcó.
-¿Qué recuerdos tiene de la Universidad Nacional de Cuyo?
-Muy buenos.
-¿Era de alto nivel en ese tiempo?
-Sí. De alto nivel porque Correas (N. de la R. Edmundo Correas, gestor y primer rector de la universidad), que lo becaron y estuvo casi dos años en Europa recorriendo universidades, tenía como proyecto lograr una universidad regional. Eso se alteró.
-Para mal…
-Así es. Ya estando en cuarto año yo era dirigente estudiantil. En ese momento los dirigentes estudiantiles éramos los alumnos de promedio más alto. Entonces, cuando teníamos un problema con algún profesor, íbamos y hablábamos con el decano. Y los problemas se resolvían. Ahí estaba el doctor Aparicio, había profesores alemanes, uno recibido en la universidad de Clausthal en 1911, esa universidad tenía 400 años de antigüedad.
-Es a través de acontecimientos que ocurrieron después, de los estudios que tuvieron juntos, que su nombre siempre aparece ligado al ingeniero Mattar ¿cuándo lo conoció?
-Lo conocí después del primer año de ingeniería. En muchas de las materias estudiábamos juntos. Ya más avanzado tuvo una enfermedad, entonces yo me iba a la casa de él y estudiábamos juntos, en su pieza, hasta que se curó. En ese momento la Facultad de Ingeniería tenía dos ayudantes alumnos y eran elegidos por concurso. Uno lo gané yo y el del año siguiente lo ganó él. Pero trabajábamos en temas distintos. Él era un químico excelente. Yo trabajaba en la parte de concentración de minerales con un profesor italiano que había tenido en la Escuela de Minas de Jujuy. Usted piense que yo entro en la Escuela de Minas en 1947 o 1948 y había por supuesto muchos europeos. Tuve un profesor de origen alemán que en su familia tenían siete generaciones de varones siendo ingenieros en minas. También lo tuve a Giordana, que fue un ingeniero de minas italiano que se especializó en Estados Unidos y después tuvo a su cargo la explotación de minas en la Segunda Guerra Mundial. Lo capturaron los ingleses y lo metieron en un campo de concentración.
-Con Mattar fueron referentes desde alumnos. Los dos tenían promedios altísimos, todos los que estaban en la actividad minera hablaban de su futuro. Un día hicieron una empresa dentro de la facultad.
-Eso fue por devolución y por el impacto de lo que hablábamos con el ingeniero Ruiz Bates. Él, en el tiempo, un poquito antes de 1945, firma un contrato. Había un profesor aparte de él, que era Esteban Segueri. No se lo menciona pero este señor húngaro era primo del que desarrolló el ADN en Estados Unidos. Era gente con gran formación académica. Este profesor también nos fue dando muchos conocimientos y hay un traspaso de cultura en eso. Me pasó una cosa curiosísima, resulta que cuando voy a MIT (N. de la R: Instituto Tecnológico de Massachusetts) un día entra el profesor Goden, me mira y me dice “le veo mover las manos, ¿quién le enseñó a trabajar en el laboratorio?”. Y le conté que tenía un profesor italiano, que se llamaba Andrea Giordana, que fue el que me enseñó a trabajar. Y me dijo “¿Cómo?, ¿usted fue alumno de Andrea? Él fue mi primer tesista de posgrado”.
-Y esos profesionales estaban en San Juan. Cómo cambió la universidad.
-Yo veo la falta de la gente de viajar al exterior. El postgrado tiene que tener un significado más profundo que el que tiene acá. Es el lograr que conozcan el mundo.
-Usted mencionó recién el MIT. Estuvo algunos años ahí, tuvo que aprender el inglés, manejar varios idiomas.
-Nunca lo aprendí formalmente pero de jovencito iba a la escuela nocturna, antes de terminar la primaria, y estudiaba inglés.
-¿Qué pasó un día con esa empresa? tenían contratos en el exterior y dejó de funcionar.
-Fue muy duro para nosotros. Estábamos en una etapa de crecimiento y estábamos compitiendo en el país con consultoras internacionales. Venían los de esas consultoras y sus jefes habían sido compañeros de estudio en el MIT. Eso hace la diferencia.
-¿Pero qué pasó?, ¿por qué la universidad se pelea con ustedes, o ustedes con la universidad?
-Empezó cuando los contratos adquirieron una gran magnitud. Entonces qué hicimos, hicimos un acuerdo con la universidad. ¿Y qué pasó?, nosotros habíamos estado trabajando en la modernización del proceso de purificación del carbón de Río Turbio. El gerente de ahí era un ingeniero en minas muy peronista, era Pajares, un riojano. Cuando quisieron modificar este proyecto nos llamaron.
-¿Y por qué se termina?
-Porque nos dicen “¿qué parte del presupuesto de ustedes va a ser para nosotros?”.
-¿Para la universidad?
-No sé, así se dijo.
-Del Bono era el rector.
-Y nosotros, como buenos ingenieros, le dijimos “mire, si tiene necesidad de hacer plata, nosotros tenemos oficinas en exceso acá. Pueden trabajar con nosotros”. Ahí empezaron.
-Ahí empezaron los problemas y después hubo un largo juicio que duró décadas, que se resolvió a favor de ustedes y que nunca se llevó a la práctica.
-No, yo digo que estoy muy satisfecho con ese juicio porque el juez, de formación peronista, fue una persona muy ecuánime. Estudiaron y nosotros habíamos tenido una secretaria que guardaba todos los papeles de todas las resoluciones de la universidad, firmadas y certificadas.
-Y ganaron el juicio
-Después de diez años.
-Volvamos a la parte humana ¿usted tiene ideas religiosas?
-Cuando era pequeño iba a la iglesia luterana y acá en San Juan, antes de casarme, tenía un cura muy amigo. Me bauticé como católico y hemos tenido grandes amistades, con el actual rector de la Universidad Católica de Cuyo, cuando era joven venía asiduamente a casa.
-¿Qué le gusta aparte de la ingeniería?
-Lo primero que me di cuenta fue que estaba muy metido con la ingeniería y yo aspiraba a conocer otras cosas. Tuve una abuela que nunca aprendió bien a hablar el castellano pero leía en castellano. Como buena viuda, ella leía de noche. Cuando fue a Jujuy, allá tenían una biblioteca popular muy linda, entonces me decía “Carlos, vas a ir y vas a sacar dos libros. Yo te doy los nombres y las obras. Uno para mi, hasta el miércoles y el otro hasta el sábado”. Ella me enseñó a leer.
-¿Qué lectura lo marcó?
-Los clásicos.
-¿El cine le gusta?
-Sí, me gusta, pero no me desespera. Me gusta más la música.
-¿Toca algún instrumento?
-Yo tocaba el piano pero tuve que dejarlo. En Buenos Aires tenía una vecina que era mi profesora de piano. Cuando fui a Jujuy hablé con el regente de la Escuela de Minas y le expliqué que quería seguir estudiando un poco. Él me miró y me dijo “bueno, vamos a darle un permiso especial”. Entonces a las 8 de la noche me daban una hora para que fuera a practicar piano a la casa de mi profesora.
-Estamos llegando al final de la entrevista y le pregunto ¿ha sido feliz en su vida?
-Sí, muy feliz, muy feliz.
-¿Considera que se realizó en lo que usted quería?
-En lo técnico no, pero también me resigné porque todavía hay muchas cosas en las que tengo una visión muy crítica sobre lo que hay y no se terminó o se hizo a destiempo. Eso pienso.
-Si le pido que terminemos el programa con un tema musical, ¿cuál elige usted?
-Volveré siempre a San Juan.
Cómo lo vi
Si uno no lo conociera, diría que es un alemán recién llegado. Más aún si se fija en su apellido. Pero el ingeniero Carlos Rudolph, aunque descendiente de alemanes, es un hombre nacido en la Argentina y formado profesionalmente en la Facultad de ingeniería de la Universidad Nacional de Cuyo, en aquellos años en los que esa casa de altos estudios era reconocida en toda América Latina, especialmente por su carrera de ingeniería de minas.
Desde su época de estudiante Rudolph se destacó como una figura promisoria en los ámbitos académicos y empresarios. Y también en esa época se forjó su relación de amistad y societaria con otro ingeniero, este de origen chileno, José Mattar.
Confieso que muchas veces escuché hablar de Rudolph a través de mi padre, pequeño empresario minero y presidente de la Cámara que los reunía.
Por eso tal vez, esta entrevista tiene para este periodista un sabor muy particular donde se mezclan el reconocimiento a un gran profesional, la bronca por la decadencia de una universidad que lo formó y privilegió intereses pequeños de hombres mediocres y la admiración por el tesón de este hombre que pasados los 80 y con algunos problemas de salud, sigue firme en sus convicciones.
Escúchelo. Por primera vez el ingeniero Carlos Rudolph cuenta su vida.
JCB
El perfil psicografológico
Por: Elizabeth Martínez - Grafoanalista
»» Se presenta claridad mental, juicio preciso y equitativo.
»» Se detecta una correcta separación con las situaciones de su pasado, pudiendo posiblemente haber aprendido de ellas sin quedarse anclado a las mismas.
»» De acuerdo a la dimensión de sus trazos, se revela normalidad en su tamaño, manifestando buen nivel de autoestima, siendo consciente tanto de sus fortalezas como de sus debilidades.
»» El grado de introversión o extroversión, dependerá de las circunstancias. Se revela claridad de ideas, intenciones y objetivos.
»» Posee capacidad para ver las cosas tanto en general como en detalle. Por lo tanto manifiesta equilibrio entre la visión global y la visión detallista de las cosas.
»» Se observa armonía entre la reflexión y la acción. Su razonamiento es de tipo lógico-intuitivo, presentando aptitudes tanto para analizar como para sintetizar de forma equilibrada.
»» En la firma se destaca el apellido sobre el nombre, revelando que posiblemente se siente más importante y satisfecho en su rol social o profesional.
»» Se detecta un predominio de la zona superior, dando un gran valor a su cuerpo de ideas, las cuales motivan y guían su accionar.
La nota fue publicada en La Pericana, edición 138, del viernes 14 de diciembre de 2018