Autor: Antonio de la Torre
Áurea lejanía. Oriente se entrega.
Peinada de surcos despierta la vega.
Tierra humedecida. La reciente arada
la dejó vibrando, morena, cansada,
como en las batallas de amores las hembras,
vencidas sus carnes, reclamando siembras...
Cerca, el vigoroso gemido del río,
que es la voz del hombre gloriosa y herida,
va ofreciendo amores detrás de la vida.
Las hojas se agitan por entre las pomas,
quieren tener alas como las palomas,
para con el viento partir al Oriente,
y a la rubia aurora besarle la frente.
Los pájaros juegan con su algarabía,
arrullando el alma sonora del día.
Abajo, el paisaje de turbia acuarela
descubre sus flancos. Un álamo anhela,
con tremantes brazos, rasgar la neblina
que la aurora extiende desde la colina
como un triunfal arco, sobre los maizales.
Por las nacaradas sendas matinales,
suspendido de albos columpios de seda,
llega el viento, alegre, que ama la alameda,
y a la parra grávida y al olivo escueto
les comenta tiernas cosas en secreto.
Las yuntas
se dirigen hacia las besanas, juntas
por el torvo yugo de coyunda elástica.
Son como esculturas que en su recia plástica
esperan el grito del gañán tostado,
para con la heroica lengua del arado
cantar el poema de Virgilio, amigo
de la vid ubérrima y el honrado trigo.
Vacilante, el humo de una casa pobre
su vellón eleva. Los gallos de cobre
pegan palmetazos al silencio augusto.
Lejos, el mugido de un toro robusto
saluda a las hembras del valle serrano.
Hay en ese grito de ímpetu pagano
no sé qué de eglógica fecundidad
que estremece el alma de la soledad.
Pura, cual vestal del agro, sobre un algarrobo
la calandria pule su lírico arrobo...
Silencio...!
Alados se vuelven los fornidos hombros
y en la carne tiemblan bíblicos asombros.
Sobre el prodigioso panorama agreste
rasga la mañana su sayal celeste,
y el sol, que es un seno de pezón de oro,
nos baña los campos con zumo sonoro...
Fuente: antoniodelatorre.com.ar