La economía de San Juan en 1812 se basaba en la producción de malos vinos, buenos aguardientes y frutas secas.
La distancia a centros de consumos más importantes condicionaba el comercio, que estaba centrado fundamentalmente con Chile.
El engorde de ganado y la cría de caballares y mulares en la zona cordillerana era la base de ese comercio.
Una de las causas por las que Saturnino Sarassa, el primer teniente gobernador enviado a San Juan, no logró ganarse a los sanjuaninos fue por las contribuciones patrióticas forzosas que debieron hacerse para el mantenimiento de tropas que reclamaba Buenos Aires.
Porque no nos engañemos. Para los patriotas porteños, era clave tener gobernantes amigos si pretendían financiar la revolución.
La contribución patriótica de noviembre 1813, la sexta durante la administración de Sarassa, estableció un aporte para San Juan de 30 mil pesos.
Lógicamente, todos pusieron el grito en el cielo.
-¿De dónde vamos a sacar esa suma?-, se preguntaban.
Aquellos patriotas eran insaciables cuando de reunir fondos para liberar a la patria se trataba.
Es así como en San Juan se hizo una lista en la que se incluyó a todo ser que caminara erguido sobre sus pies. Así cayeron desde funcionarios a viudas desconsoladas; desde comerciantes enriquecidos a religiosos sin fortuna.
Al clero, precisamente, se le fijó un aporte de 1.800 pesos.
Fray Domingo Barreda, prior del convento de Santo Domingo fue claro en su exposición:
-No podemos sufragar en numerario las ingentes necesidades de la patria pero ofrecemos aplicar un quinquenio de misas cada mes por el éxito de las armas y por las almas de los ínclitos hijos que muriesen en su defensa y de la santa causa de la libertad.
El trueque o canje era toda una institución. ¿Por qué no canjear misas y apoyo celestial a la causa revolucionaria?
Lo importante es que el prior tuvo éxito. Ante ello, otros sacerdotes hicieron similares presentaciones. Finalmente aportaron 315 pesos “que es cuanto poseemos”, según explicaron.
Estas contribuciones forzosas de las que nadie podía escapar “pudiera o no pagarlas”, causaron gran irritación en la población y el destinatario de todas las broncas fue don Saturnino.