Uno de los milagros más impresionantes y emotivos fue cuando a una niña de siete años le hizo dejar sus muletas y le hizo caminar. Las crónicas de esa época relatan cómo un torbellino de gente festejaba con risas y lágrimas el triunfo de una aparente fuerza poderosa que actuaba sobre la desgracia, la enfermedad y la miseria humana. Sus palabras fueron enfáticas. La miró y le dijo: “¡Dejá las muletas!, ¡caminá!”. Y la pequeña caminó. Esto sucedía en un día de locura en la Villa del Carril.
Asombrosas curaciones
Desde la madrugada la gente se convocaba en las adyacencias de la Bodega Seippel. Cuando Morriello comenzaba su agotadora jornada, las interminables colas se extendían hacia ambos lados de la ya desaparecida calle Paredes, doblando por 9 de Julio. Había gente por todos lados. No sólo en las largas colas sino también descansando bajo la sombra de algún árbol, en sillas, en el suelo. Se podía apreciar un panorama de miles de almas comiendo algún choripán (habían casi un centenar de carros vendiéndolos) o alguna fruta, mientras esperaban a ser atendidos por Morriello. El lugar, y sus alrededores, hedían a carne asada, grasa, combustible y estiércol de los que habían llegado en mulas o carretas tiradas por caballos.
Frente al portón de la casa donde estaba el hombre del milagro, a cada instante la situación se ponía crítica, incluso peligrosa, ya que miles y miles de personas se apretujaban y empujaban unas a otras, entre medio de gritos de protestas y exclamaciones de asombro. De repente, alguien podía gritar: ¡miren… allá!, e inmediatamente miles miradas se dirigían hacia el lugar señalado, confirmando, finalmente, una falsa alarma. Hasta ese punto de sensibilidad estaba cargado aquel ambiente. Todos, expectantes, ansiosos, esperaban algún prodigio que los hiciera salir de la monotonía, de lo común. La gente quería ver lo que podía hacer, muchos querían saber cómo lo hacía, y todos querían llegar hasta él. Algunos lograban pasar el portón para empezar a formar parte de otra fila, más ordenada que la que zigzagueaba en los jardines de la bodega, la fila de los que estaban más cerca de Morriello, la de los que, de un momento a otro, llegarían a su lado.
Las crónicas marcan que el hombre del milagro, solía atender entre 40 y 125 personas en pocos minutos. A cada persona la marcaba con la señal de la cruz en la frente. Cada alma, se paraba frente a él, cerraba sus ojos, era marcada con la cruz, y seguía su camino. En un día podía llegar a marcar cerca de 15 mil personas, de un total diario de más de 25 mil que deseaban estar frente a él. Además Morriello no hacía distinciones de clase social. Ricos o pobres, no importaba. Podía acercarse a él alguna personalidad famosa de la época, o un desconocido social. Los atendía por igual. Pero llegaba un momento en que las puertas del portón de la bodega se cerraban (alrededor de las 22 hs), cerrando también una jornada agotadora y surrealista. Pero su trabajo no terminaba a esa hora. Morriello no descansaba. Podía llegar alguna comitiva desde otras provincias, a cualquier hora, y él los atendía. Todo parecía imposible de parar. Aquellos, fueron días convulsionados y efervescentes, de histeria colectiva y cosas inexplicables.
¿Cómo funcionaba su “poder”?
Morriello aseguraba que su poder consistía en una especie de energía. Ni siquiera él pudo jamás explicar con claridad meridiana cómo funcionaba internamente su poder. Pero, aún así, para él era simple. Se le venía a la mente lo que tenía algún enfermo, con la seguridad de que alguien o algo de lo dictaba, y la certeza de que su diagnóstico era exacto. Morriello dominaba un conjunto importante de conocimientos en medicina, además de términos médicos, que le permitían expresar los motivos de una enfermedad, y también la forma en que esa enfermedad había sido curada de maneras casi científica. Es lógica esta posibilidad si se piensa que este hombre atendía, conversaba y trataba con muchas personas con diversos tipos de enfermedades –alrededor de medio millón de personas– en tan sólo dos años.
Su fórmula tenía que ver con un profundo conocimiento de la metafísica, parapsicología y la energía mental que tiene cada ser humano.
Intento de explicación
El Dr. Alberto Bartolomé Ubino, médico cirujano sanjuanino que en ese entonces trabajaba en el Hospital Rivadavia de Buenos Aires, intentó dar una explicación y un mensaje a sus colegas médicos de su provincia natal.
El interés del Dr. Ubino era descubrir los motivos que lo llevaban a Morriello a realizar curaciones para poder saber si esas curaciones eran reales, o más bien tenían que ver con facultades hipnóticas, que son campo de la parapsicología y no de la medicina. Para Ubino, Morriello curaba. Pero, ¿cómo lo hacía? Lo hacía descargando la tensión, de la misma manera que las curas que se realizan con la hipnosis médica o la acupuntura. Es que, según el profesional, la gran parte de las enfermedades tienen un origen psíquico, desde los infartos hasta las hernias de disco. Más aún, continuaba explicando Ubino, la angustia, la tensión, la ansiedad, la depresión o la fatiga; son tensiones o cargas mentales que terminan afectando a algún órgano. Estas cinco neurosis, cuando llegan a un nivel de gravedad importante, generan afecciones a nivel orgánico provocando lo que se conocen como enfermedades psicosomáticas.
Entonces, ¿cómo se producían las curaciones según este profesional de la salud? Decía que la persona está formada por cuatro elementos: el cuerpo, la psiquis, la sensorialidad y la lógica. La enfermedad se produce por el desequilibrio de cualquiera de estos cuatro elementos, en el que el último, la lógica, actuaría como compensador y canal de descarga de las tensiones mentales. Entonces, cuando la persona no realiza esa descarga, se empieza a detectar por medio de esas angustias, ansiedades y tensiones. Morriello, al igual que la hipnosis médica, actuaban descargando esas tensiones y ansiedades, logrando el equilibrio físico y mental, y si la persona no incurría en las causas que provocaron la tensión o la angustia, la curación podía ser definitiva. De esta manera, concluía el Dr. Ubino su mensaje y explicación.
¿Quién fue Juan José Morriello?
Morriello fue un tipo común. Nunca se lo veía haciendo caras extrañas ni adoptando posturas forzadas cuando curaba. Además, no tenía la más mínima idea de lo que significaría para su vida, y la de su familia, enfrentarse a un “poder” –o fuerza energética como él lo llamaba–, semejante. Su vida cambió radicalmente cuando se enfrentó a los ojos llorosos de tantos hombres, mujeres y niños que, considerándose a sí mismos como condenados sin salvación, le clamaban y suplicaban su intervención poderosa.
Morriello nació en Buenos Aires. Desde los doce años tocaba la guitarra. Era un apasionado por la música. Cuando terminó sus estudios secundarios, ingresó en la Facultad de Ingeniería Mecánica en la Provincia de Buenos Aires, pero abandonó sus estudios en el segundo año. El único título que tuvo fue el de técnico mecánico, tornero, matricero y trazador. Le tiraba mucho la mecánica, porque su padre también tenía ese oficio.
Después de Buenos Aires se trasladó a Mendoza radicándose en esa ciudad. Tuvo un taller, después inauguró un depósito de quesos para finalmente, adquirir unos locales en los que construyó unos hoteles. Entre tanto se casó, progresó con los hoteles y después se le vino encima algo inédito. Él cambió y también cambió su vida. Después, aquel hombre sencillo y desconocido, se convertía en el Morriello, hombre del milagro, un fenómeno impensado, ni siquiera por él mismo.
¿Existen los milagros?
Primero habría que intentar una definición. Un milagro sería un hecho insólito, un prodigio que provoca el asombro y la admiración de quienes lo han visto como testigos. Según esta definición, el milagro sería una acción concreta que rompe la “normalidad” de la vida cotidiana, es decir, del curso natural de la vida diaria, provocando algo que sería imposible que suceda, como pueden ser las curaciones de enfermedades terminales.
Algunos casos imposibles
Una niña amoratada
Se trataba de Antonia Beatriz, de seis años, hija de don Vicente Más Noguera y doña Pepita Noguera de Más. Vivían en calle Mendoza, al 1555, en Trinidad. Fue el 23 de mayo de ´68. Morriello la curó. Disolvió un coágulo formado por una fiebre gripal que estaba obstruyendo la válvula mitral, provocando que la sangre no pueda llegar al cerebro.
Una enfermera del Hospital Rawson
Vicenta Rosa Lobos de Páez, había perdido la visión del ojo derecho, quedándole apenas algo en su ojo izquierdo, afectada por una enfermedad progresiva de la vista. Estaba prácticamente ciega, hasta que logró ver a Morriello. Después de ese encuentro, ella quedó curada.
Fuente: Tiempo de San Juan