El poblado comenzó a formarse hace unos 80 años, con inmigrantes chilenos que vinieron a trabajar en las viñas. Ahora viven unas 200 personas.
La calle de tierra parece no tener fin. Una mujer, con una pala en la mano, la recorre como sin rumbo. Un pañuelo envuelto en la cabeza la protege del sol y de los mosquitos. Detrás de ella, una pila de niños que no superan los 10 años la despiden agitando los brazos. La mujer atraviesa un portón de hierro y madera. Se mezcla con otras personas vestidas igual que ella. También llevan palas. Caminan por los surcos terrosos, se internan entre las trabas de los parrales que prometen dar las mejores uvas cuando el sol empiece a calentar. Así transcurren los días de los habitantes de El Chilote, una localidad que está en Ullum. La misma rutina que vivieron sus padres y abuelos, que vinieron de Chile hace unos 80 años, en busca de trabajo.
La vida de El Chilote (se le llamó así porque todos son chilenos o descendientes) transcurre alrededor de las tareas de campo. Siempre fue así. Los primeros pobladores eligieron el lugar porque les llamó la atención la cantidad de viñedos y chacras que había. "En Chile vivían en la miseria, es por eso que decidieron venirse a este país. Cruzaron por la cordillera, a mula. La travesía duró meses. Llegaron a esta provincia por Barreal", dice Marta Torres, descendiente de una de las primeras familias que se instaló en el lugar.
El Chilote es uno de esos pueblos donde ni la falta de agua potable ni la electricidad parecen alterar la paz de sus habitantes. La mayoría son parientes porque los chilenos que emigraron eran todos de la misma familia. "Por la cultura nuestra, somos muy unidos. A donde va uno, van todos detrás", cuenta Benita Torres, que llegó a San Juan cuando era bebé.
A fines de los ''80, el pueblo empezó a cambiar por la instalación de los diferimientos. Fueron derrumbadas las casas que estaban hacia el Este y los habitantes se trasladaron al otro extremo. Inclusive, la capilla que habían construido los primeros habitantes quedó dentro de la propiedad de uno de los diferimientos. Pero los chilotanos no se resignaron a perder el único lugar en el que les quedaban resabios de la cultura de su país natal. Levantaron otra capilla en honor a la Virgen de Andacollo. Al lado de esta construcción hay una gruta, con una bandera chilena.
Hace un tiempo, el fantasma del desalojo empezó a rondar por el lugar. Sucede que ninguno de los chilotanos tiene escritura de las propiedades, que en algún momento pertenecieron a los dueños de las fincas donde trabajaban. "Sabemos que vino gente de afuera y compró las tierras. Pero si nos sacan, nos van a tener que llevar a todos juntos, porque separados nos morimos", dice Norma Martínez, que nació en El Chilote.
Benita Torres. La alumna. Pasó los 65 años y no se avergüenza de decir que está ansiosa por aprender a leer y a escribir. "Aunque más no sea, quiero aprender a firmar", dice Benita Torres, que nació en Chile. Y es justamente en el patio de su casa donde funciona la escuelita para adultos. El patio de tierra, impecable, regado, es el testigo de cómo una veintena de chilotanos quiere dejar atrás el analfabetismo. "Nosotros llegamos sin saber leer ni escribir. Nuestros padres no nos podían mandar a la escuela. Después tuvimos que salir al campo para sobrevivir. Ahora es el momento de aprender", dice Benita. La maestra que les enseña es de Ullum y va una vez por semana a El Chilote. Benita, al igual que sus compañeros, tiene su propio cuaderno y algunos libros que guarda en el ropero como el más preciado de los tesoros. "Acá todos los niños van a la escuela, porque no vamos a dejar que les pase lo mismo que a nosotros", agrega Benita.
El paisaje
El Chilote está muy cerca del dique de Ullum, en el departamento homónimo. Inclusive, desde el pueblo se puede ver el espejo de agua y los cerros. El paisaje se complementa con las cientos de hectáreas de plantaciones de vid y de olivos.
La gente
El pueblo está conformado por unas 200 personas, la mayoría niños. No tienen puesto sanitario ni escuela. Para estudiar, los chicos deben ir hasta la Villa Ibáñez.
La economía
Los chilotanos dicen que en el lugar no hay desempleo. Todos trabajan en los 6 diferimientos que hay en la zona. Se dedican a la vid y a los olivos. Un porcentaje de la población está contratada en estas empresas. El resto trabaja por temporadas. Además, a partir de septiembre se instala en el pueblo gente de otros puntos de la provincia, que van en busca de trabajo.
Fuente: Publicado en Diario de Cuyo el 25 de mayo de 2010 en el suplemento 50 pueblos del bicentenario