Sebastian Balle. Un boxeador con historia, facturero y comerciante

El siguiente artículo fue publicado en Diario de Cuyo el domingo 18 de diciembre de 1988, en el suplemento El mundo del deporte.

 Un chalet, dos plantas, hermoso, imponente, demasiado grande para dos personas. Una fortaleza, casi, con un frente de piedras lajas y una blanca verja, que permanece cerrado con llave y candado en pleno día. A solamente 5 cuadras y media de la plaza "25". El amplio y confortable reducto, atestado de artefactos traídos personalmente desde los Estados Unidos, de don Sebastián Baile y doña Ernestina Juana Forcinito. Un viejo matrimonio, terminan de cumplir 58 años juntos, cálido, amable.

Dos personas de muy buen porte que a estas horas están en el Ranch de su único hijo (también llamado Sebastián), en la montaña Charleston, a unos 70 kilómetros de Las Vegas. Rodeado de un espeso manto de nieve, de cerros agrestes, con todo el sofisticado confort doméstico y tecnológico, imaginable.

El extremo (o el epílogo?), de una historia que empezó a escribirse muchos años atrás cuando don Balle decidió retornar desde Palma de Mallorca, España, a la Argentina natal. Tenía solamente 17 años: su padre había muerto en la Madre Patria, su madre volvía a contraer matrimonio y él, quedaba absolutamente solo en el puerto de Buenos Aires, con un puñadito de pesetas en los bolsillos, 12 años después de haberse embarcado con toda la familia a España.


Ella, una mujer de ojos vivaces, obsesionada por la limpieza, es una sanjuanina de pura acepa. El, con su nariz achatada, la oreja izquierda roma, fue boxeador profesional allá por fines de los años 1920 y parte de la década de 1930.

 

Para los viejos y memoriosos sanjuaninos, fue el español que le ganó a Julio Pérez (don Abumio Verd). Para todos, es el protagonista de una historia casi increíble. Donde, como se verá, los intrincados caminos del destino fueron recorridos ida y vuelta…

"Yo nací en Lomas de Zamora, el 19 de octubre de 1907, mis padres eran españoles, de Palma de Mallorca. Mi padre era facturero, hacía masitas, facturas, todo eso y decidió volver a España porque no se sentía bien de salud. Volvimos allá cuando yo tenía 5 años y al poco tiempo moría... Hice la escuela primaria en Palma de Mallorca, mi madre volvió a casarse y por sugerencia de un tío lejano mío, decidí pegar la vuelta a la Argentina. Tenía 17 años y las pesetas justas para el pasaje, casi nada más...”

"No vine solo. Viajé con un tío mío, que me pidió que lo acompañara y que venía a reunirse con unos parientes que tenía en San Pedro, provincia de Buenos Aires. Traía pesetas como para vivir unos días sin trabajar, nada más. Por eso y aprovechando lo aficionados al juego que son los andaluces, me hice de un dinerillo jugando a la lotería con ellos. No hacía trampas, pero por ahí pagaba según la cara del cliente. Cuando llegamos a puerto, mi tío no tenía los papeles en regla, no sé qué era lo que faltaba, pero el asunto es que no lo dejaron desembarcar. Desde ese momento, era el año 25, no lo vi más. A la fecha, no sé si bajó después o lo volvieron a España. Y jamás, estando cerca mucho tiempo, me arrimé a San Pedro a preguntar a sus parientes..."

"Apenas pisé tierra lo primero que hice fue ir al Hotel de los Inmigrantes, pero no me recibieron porque yo era argentino, tenía documentos de identidad de aquí... Quedé solo, pero no me desanimé. Pregunté dónde había una pensión barata, algo donde estar una semana por lo menos, hasta encontrar trabajo. Así, entré a trabajar en La Mallorquina, una panadería de unos paisanos de mis padres. Aprendí rápido él oficio, hacía facturas y ganaba 60 pesos por mes. Trabajaba desde la madrugada hasta después del mediodía y como no tenía dificultades para cargar las bolsas de harina, un compañero me sugirió que con esa fuerza bien podría aprender a boxear..."

"Fui al gimnasio del Luna Park viejo, que estaba en la calle Cerrito por aquellos años, hablé con el profesor de box que era José Lectoure y por 10 pesos me iba a enseñar a boxear. Me dijo que volviera al otro día, por la tarde, y que trajera un equipo. La verdad que me empeñé, compré de todo en la Casa Testai y cuando aparecí al otro día en el Luna casi me muero de vergüenza...!

Estaban boxeadores famosos de esa época, como Lencinas, Herrero Gandolfi, Luis Rayo, Relly, entrenando con pantalones viejos, camisetas con aguje­ros y yo vestido como si fuera el cam­peón del mundo. Me miraban de pies a cabeza, era el blanco de todos. Entrené un solo día y no aparecí más por allí. Y esto que el equipo me había costado dos meses de sueldo...!"

“Pero no me quedé con las ganas de aprender a boxear. A los poquitos días fui al Sullivan Boxing Club, un gimnasio de mala muerte que estaba a 2 cuadras de la panadería donde trabajaba. El profesor era Andrés Chidano, un ex boxeador de peso mosca, y bajo sus órdenes debuté al mes en un festival a beneficio del teniente Candelaria, el que cruzó la Cordillera de Los Andes en avión. Mi rival era un grandote, ni lo toqué, perdí por puntos. Y si no me tiró fue porque yo era muy rápido, tenía buenas piernas y las supe usar. Después del debut, peleaba muy seguido. Muchas veces, un sábado y al otro día también..."
"Como amateur hice 59 peleas. Llegué, en una oportunidad, a las semifinales de la preselectiva de los Juegos Olímpicos de Amsterdam. Me ganó un tal Danotti y éste, a su vez, perdió con Avendaño, el que sería campeón olímpico. Ese mismo año, en el 27, me hice profesional y un buen día me ofrecieron hacer una pelea en Mendoza. No conocía esa provincia y agarré viaje ahí nomás, pedí permiso en el trabajo y me vine por 5 días y terminé quedándome 3 meses... En ese tiempo combatí 3 veces, con Goycoechea, Maschulla y el chileno Bastías. Le gané por puntos a todos y cuando estaba con las valijas listas para volver a Buenos Aires, dos sanjuaninos, los hermanos Lorenzo y José Elizondo me invitaron a venir a San Juan..."

"Recuerdo como si fuera hoy la fecha que llegué a San Juan. Fue el 14 de marzo de 1928, tenía 21 años y el telegrama con que los Elizondo me comunicaban la realización de la pelea con Julio Pérez, el ídolo de la afición sanjuanina. Un boxeador muy querido por todos, un señor dentro y fuera del ring. El choque iba a ser un sábado, en el Coliseo, donde está hoy el Garaje Oficial, pero se enfermó Pérez y realicé una exhibición con Juan Mercado y Domingo Morales. Me pagaron 400 pesos por 10 rounds, al otro sábado enfrenté a Jorge Salomón, le gané por puntos, después vino la revancha con Luis Goycochea, volví a ganarle y recién al mes y pico, llegó la pelea con Julio Pérez...”

 

"Por entonces trabajaba en la Perla de Córdoba, una panadería de la avenida Córdoba en Buenos Aires, era el encargado de las facturas y de asar pollo, cerdos, para las clientas del negocio. Ese trabajo lo hacía gratis a la panadería, pero siempre habían buenas propinas. Habían señores que dejaban hasta 5 pesos y yo ganaba 150 por mes... No voy a decir que me sentía mal en San Juan, pero ya iba para los 5 meses que había salido de la Capital y como el permiso que me dieron era por unos días nomás..."

"Le cuento qué pasó en la primera pelea con Pérez, porque sabrá que nos  enfrentamos 3 veces y después fuimos grande amigos. Le gané por abandono en el tercer round y eso no me lo perdo­nó por mucho tiempo la afición sanjuanina. Pérez era un hombre algo lento, tiraba golpes muy ampulosos pero tenía mucha potencia en los puños. Con un poco más de velocidad y buen juego de piernas, podría haber sido campeón argentino, sin dudas. En esa oportuni­dad estuvo en juego el título cuyano, se imagina lo que fue para la barra ver perder a su mejor boxeador...? Y que un español, como me decían casi todos, luciera el cinturón de oro y plata. ¡No lo perdonaron muy así nomás!. Fueron contaditos los que me aplaudieron y sin ruido fui al hotel donde paraba, en las calles Mitre y Salta...!

"Claro que en ese hotel no estuve mucho tiempo, los hermanos Elizondo, una familia que llenó el hueco de la que dejé en España, me ofreció su casa, su corazón. Y me fui a vivir ahí. A empe­zar una amistad grande, inquebranta­ble, a ser uno más en la mesa, en el afecto de todos. Pero le sigo contando lo que sucedió en la segunda pelea con Pérez, en la esperada revancha. Fue un peleón, intenso, duro y bastante parejo. Recuerdo que lo tiré y él también me derribó, y por ahí, tiré un golpe justo cuando él gira y mi mano se estrella contra su nuca. Fue algo totalmente accidental, casual, sin ninguna mala intención. Pero no lo vieron así y me declararon perdedor por descalifica­ción. Por pegar de atrás…”

"Siempre me gustó trabajar, ganarme honradamente la vida. Gané buenos pesos con el boxeo, pero jamás dejé de trabajar. En San Juan, al poco tiempo de llegar, era profesor de Cultura Física y Box en el club Gimnasia y Esgrima, estaba en el Parque de Mayo, era para pitucos. Enseñaba a boxear y gimnasia sueca, que para mí es lo mejor que conocí hasta la fecha. Consiste en hacer movimientos de piernas y brazos, al mismo tiempo que se procede a respirar armónicamente con el ejercicio.

Ya había conocido a la que sería mi señora, la conocí en un casamiento invitado por la familia Elizondo. Tenía 13 años, yo 21. Cada vez me iba aquerenciando más a esta tierra, a su gente. Mientras más pasaban los días, más ganas tenía de quedarme para siempre. Aunque por ahí pensara que había venido a Mendoza solamente por 5 días y sin ninguna intención de pasar por acá. Pero ¿qué ganaba con irme enton­ces? Allá, en la Capital Federal, no había dejado novia ni cosa parecida. Y aquí, había encontrado una mujer en­cantadora y buenos amigos...!

"En la tercera pelea con Julio Pérez, empatamos al cabo de 10 rounds. O sea que en el resumen, entre los 3 comba­tes, empatamos. Permítame decirle que Pérez fue un gran y correcto boxeador. Un excelente adversario, una figura del boxeo sanjuanino, un hombre que lle­naba los locales donde se presentaba. Volviendo a mi campaña en esta pro­vincia, creo que hice unas 35 peleas. Varias de ellas en el Circo Totó, ahí enfrenté al cubano Cirilín Olano, un pugilista de muy buenos recursos técnicos y aguerrido. Los otros extranjeros fueron el belga Senaker y Ipinza. Con este hombre nos cruzamos nada menos que 5 veces. Nos conocía­mos de memoria, pero igual salían buenos y atractivos combates. Dejé el boxeo a los 27 años, ya estaba casado y a punto de ser padre, y realicé mi última pelea frente al santiagueño Hinojo. Peleamos en el estadio Vica, estaba en la calle General Acha, frente a lo que hoy es el Emporio Económico. Me ganó por puntos, no tenía ganas de seguir y ya estaba empezando con un negocito de facturas. Hacía medialunas rellenas con manteca, era el proveedor de todas las confiterías del centro…”

“Por esas cosas de la vida, tuvimos un solo hijo. Y nació cerquita de donde vivimos ahora, en la calle Salta a pasos de Mitre. Se recibió de médico cirujano y decidió irse a los Estados Unidos a estrenar el título. Le fue muy bien. Es el propietario de una clínica en pleno centro de Las Vegas, tiene médicos contratados, los más modernos aparatos de medicina. Caca dos por tres cambia su Mercedes Benz siempre por un último modelo. En el mismo centro de la ciudad tiene una casa espectacular y otra, un ranch como le llaman allá en la Montaña Charleston. La casa está es la cima de un cerro y ¿puede creer que ahí tiene de todo? Teléfono con telediscado, agua corriente, energía eléctrica, en fin de todo. Hasta un televisor con una pantalla que parece de cine y una antena satelital, que le permite sintoni­zar más de 240 canales de todas partes del mundo. Con mi esposa viajados en estos días. Vamos a pasar las fiestas allá, como todos los años, ya van a hacer 21 que hacemos lo mismo. El nos manda los pasajes aéreos y a la vuelta nos carga con regalos. Muchas de estas cosas, televisores, heladera, radios lavarropa, cocina, son de allá. De los Estados Unidos. Este viaje, creemos, puede ser el penúltimo. Tenemos pen­sado ir, volver, venderlo todo e irnos a radicar definitivamente en Las Vegas. Acá tenemos amigos, parientes, pero nuestro hijo, el único que nos dio Dios, está allá. Es la sangre de nuestra sangre y sus hijos llevan mi apellido, aunque sean todos norteamericanos. Además, esta casa cada vez nos parece más grande para dos personas solas y viejas como nosotros...”

"A pesar de las distintas costumbres, no nos costaría mucho adaptarnos. ¿Le dije que mi hijo perdió un hijo de 20 años? Fue algo terrible y justo para esa época estábamos allá con mi esposa. Estaba limpiando un arma, vivía en Reno donde estudiaba medicina, y se le escapó un tiro... Qué fatalidad. Tam­bién se llamaba Sebastián y murió el 20 de diciembre de 1986..."

Nació en la Argentina, volvió a Es­paña y no le falló al llamado de la tierra natal. Fue facturero, propietario de bares, restaurantes, (El  Atlántico, en la General Acha casi Mitre, tenía 100 mesas), terrenos. A los 81 años, está decidido a cambiar de horizontes. A dejar para siempre su querido San Juan y radicarse en Las Vegas. Definitivamente, en la serena paz de una montaña.

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Sebastián Balle, boxeador, empresario. (Foto: Diario de Cuyo)
Sebastián Balle, boxeador, empresario. (Foto: Diario de Cuyo)