Esta entrevista realizada por Carmen Vega Mateo fue publicada en El Nuevo Diario el 16 de abril de 1993 en la edición 602
Si no fuera por él, San Juan no tendría su historia... Toda una vida dedicada a plasmar en gruesos volúmenes la historia de esta patria chica. Ciclópea tarea que en el país no tiene émulos casi...
Llegamos a su característica casa al atardecer. Por una de las ventanas laterales lo sorprendemos leyendo, agita una mano cuando nos ve y sale a recibimos.
—¿Por qué un reportaje a mi? Yo ya estoy muy viejo.
—"Viejos son los trapos” —le responde con su humor el fotógrafo.
Comienzan las fotos de rigor y nos conduce a su biblioteca que a su juicio, obvio, es el lugar más importante de su casa. Allí ha transcurrido casi toda su vida, entre libros que cubren las paredes desde el techo, entre cuadros y retratos de sus amigos más queridos, de sus padres... Como el de su bisabuelo, en un importante óleo de Franklin Rawson que campea arriba de la importante chimenea y sobre esta, sendos retratos del presidente Castillo y de monseñor Audino Rodríguez y Olmos.
Jamás he sorprendido a "Don Acho” que no sea de traje e impecable, como si estuviera a punto de salir. Y en este caso es así, de entrada nos advierte que a las 20 debe ir a misa, le prometemos que la entrevista será rápida y que le llevaremos en auto para que no se demore y acepta encantado.
—¿Dónde nació don “Acho"?
—En este San Juan de la Frontera un 26 de febrero de 1905, aquí mismo en la ciudad. La casa de mis padres estaba en Rivadavia 1128. Fui a la Escuela Normal de Varones, durante la primaria, y quedaba al lado de mi casa. El secundario lo cumplí en el Colegio Nacional que ahora se llama “Pablo Cabrera”.
Habla muy formalmente. Es un viejo caballero de aquellos tiempos de compostura ante todo. Lúcido y memorioso, de andar rápido y muy erguido, sólo su oído se ha visto disminuido con los años pero es grande aún su comunicatividad y capacidad de reflexión.
Le pregunto de su vida, de sus cosas, y por momentos, al contármela, es como si la estuviera dictando, al punto de indicarme las comas y los puntos, algo que me parece gracioso pero a la vez me enternece.
—Mis padres fueron Horacio Carlos Videla y Rosa Marina Videla de Videla, que no eran parientes, aunque pertenecían a una misma rama familiar. Son rama fundadora en Cuyo...
—¿Qué cosas recuerda?
—He tenido una infancia de niño debilucho. Con decirle que casi me muero a poco de nacer nomás. Mi madre era primeriza y no me pudo dar el pecho, así que pienso que tuvo que ver este problema de la alimentación. Se suplía con leche aguada y con amas.
Hace una pausa y con mucho humor agrega:
—Según oí decir, tuve trece amas y una burra... La época del Colegio Nacional ha sido muy agradable, incluso hice tercer año libre. Fui a la facultad en Buenos Aires y allí experimenté el primer contraste estudiantil: no aprobé el examen de ingreso que inicialmente fue eliminatorio en forma estricta. Me recibí de abogado y doctor en jurisprudencia y Ciencias Sociales, en 1927. Época en que también le hacía a la política como presidente de un centro que se llamó “De Liberación de San Juan* y cuyo objeto fue la lucha contra el bloquismo del doctor Cantoni. Ejercí un par de años en Buenos Aires y después me radiqué en San Juan, donde las defensas de los numerosos detenidos me arrastró impensadamente a la política. Quise ser juez toda mi vida y no pude serlo nunca En cambio fui diputado por la provincia dos veces y candidato a diputado nacional derrotado por el fraude de Maurín, en un comicio escandaloso que se hizo en la ciudad nada más. Años después me correspondió el honor de acompañar a Pedro Valenzuela en el gobierno y ejercí la mayor parte de su mandato.
—Es un hombre que ha viajado lo suyo...
—He viajado bastante. Conozco Chile desde Arica a Punta Arenas en diez años de veraneos a donde iba con cinco sobrinos. He conocido Europa y finalmente, con Julia Atolengui y Amalia Aubone Quiroga, hicimos un viaje relámpago por Estados Unidos, que duró tres meses. Conocí Albuquerque, Nueva Orleans, San Francisco, Detroit, Chicago, Nueva York y Washington. De más esté decir que he recorrido el país y lo conozco desde La Quiaca a Tierra del Fuego.
—¿Cómo ha desarrollado su vida profesionalmente?
—Fui abogado jefe del Banco de San Juan durante casi cuarenta años y me jubilé pisando los 80, no por cansancio ni para disfrutar, sino para no cerrar el escalafón bancario. He escrito entre libros y folletos, más de treinta publicaciones.
—¿No se casó?
—Me casé y fracasé... (Lo dice sobriamente, declinando continuar). Vivo solo, acompañado con mis viejos servidores.
Nos invita a recorrer la casa, singular, hecha construir por él mismo en 1941 y si bien sufrió algo con el terremoto, logró mantenerse en pie.
—La concepción se debió al arquitecto Daniel Ramos Correa, que con este motivo se vinculó a San Juan con las obras posteriores al terremoto: la Catedral, el Cementerio, la restauración de la casa de Sarmiento y otras que no recuerdo.
Don “Acho" ha recibido innumerables agasajos y reconocimientos a lo largo de su vida, sobre todo en estos últimos tiempos.
Recordatorios de éstos están distribuidos en toda la biblioteca atestada de libros de leyes principalmente y de objetos diversos que traen a la memoria de su dueño distintos aconteceres.
—¿Cómo ve a San Juan?
—La veo con la inquietud que a todo el país, sumida en una profunda crisis de la cual sólo se ha logrado la estabilidad económica y el freno de la inflación, verdaderos cánceres qua han sido erradicados.
—¿Qué opina de la juventud?
—De los jóvenes de ahora pienso que son héroes para no dejarse llevar por las tentaciones que la corrupción les ofrece. Si triunfan, San Juan volverá a ser como el pasado, tierra de grandes hombres.
Se acerca la hora y lo convencemos de hacer unas fotos más, mientras salpicamos con otros temas. España (el fotógrafo) le pone uno de sus libros entre sus manos y le pregunto:
—¿Qué recuerdos tiene de su madre?
—Es el recuerdo más tierno que tengo. Su vida fue ejemplar. Desgraciadamente murió en el terremoto...
Caminamos hacia la sala, enorme, y advertimos otra chimenea y arriba otro óleo, el de su bisabuela pintada por un sanjuanino: Ataliva Lima. Bellos muebles franceses que donará a la universidad y una pequeña fotografía de su madre, rodeada de cuatro de sus hijos.
—Somos siete hermanos, yo el mayor: Horacio Gerardo, y me siguen: Arturo Eusebio, Fernando, Adolfo, Susana, Juan Carlos y Alfredo.
Me llaman la atención los techos con vigas de madera muy gruesa y talladas. Pasamos al comedor y sorprendemos otro óleo, magnífico, del pintor mendocino Gregorio Torres en un retrato de su abuela.
Hay un espejo espléndido que cubre casi media pared y nos cuenta que frente a él se casaron sus padres y que del terremoto salió incólume.
—Toda mi vida he sido católico ferviente y aspirante a llamarme practicante. La fe en Cristo y su iglesia ha orientado mi juventud y sostiene mi vejez.
Mientras va presuroso a buscar su sombrero y su bastón, infaltables a su figura, leo una frase latina cerca del techo de la biblioteca y a ambos lados del escudo familiar: “Nobilior qui plus servit”. Le preguntamos, por supuesto, y nos responde:
—Es más noble quien más sirve. Es un lema familiar que indica que la vida es servicio, no vanidad ni zonceras...