Los doctores Raúl Alonso y Ana María Del Valle Sapia fueron distinguidos con el premio Alberdi por sus trabajos médicos en la zona rural. La siguiente nota fue publicada en El Nuevo Diario en su edición 475 del 31 de agosto de 1990
Es esta vida de continuo dar lo que los caracteriza. Cuando egresaron juntos de la facultad de Medicina en 1963, ya hacía dos años que se habían casado y tenían dos hijos. Cuando llegaron a San Juan en 1964 ya tenían un destino: Calingasta. Ese fue el comienzo de toda una lucha para Raúl Ernesto Alonso Fuego, sanjuanino, y su esposa Ana Maria del Valle Sapia, cordobesa. Después de 27 años fueron galardonados con el Premio “Juan Bautista Alberdi" por ser los pilares de la Medicina de atención primaria o medicina preventiva rural en San Juan y por ser los principales responsables del Plan Materno Infantil en Calingasta y luego en la provincia.
—¿Qué significó este premio para ustedes?
—Nos sentimos muy emocionados al recibirlo y en ese instante pensamos que ese premio no era sólo para nosotros sino para todos los colegas médicos y personal de la salud que nos ayudaron a luchar por la Medicina Rural primaria y el Plan Materno infantil de la provincia. Como nosotros hay muchos médicos que hacen lo mismo. También recibimos este premio porque Alberdi era una persona muy luchadora, que introdujo los principios básicos de nuestra República. Es el símbolo de la lucha que emprendimos y un reconocimiento a toda la profesionalidad médica.
—¿Cómo comenzó su lucha?
—Cuando nos recibimos, yo comencé como jefe de trabajos prácticos en la Universidad Católica de Cuyo y Raúl estaba en los consultorios externos en la Casa Cuna de Córdoba. Entonces surgió el plan nacional de Materno infancia y se mandaban médicos a todas partes y nosotros elegimos Calingasta. Esa época fue maravillosa. Eramos jóvenes con muchas energías, sueños, ilusiones, tuvimos experiencias maravillosas.
—¿En qué consistía su labor profesional?
—En esa época se produjo el despertar de la mediana moderna que intenta impedir que el hombre enferme, es decir la atención primaria con la que se evita que éste llegue a hospital. Es más noble cuidar a la persona para que trabaje y así logre sus aspiraciones que dejar que se enferme. Por otro lado nos tocó trabajar en un lugar donde la gente lo único que tenía como capital era la salud y nosotros teníamos que correr una ardua carrera contra la enfermedad. Pero además no sólo éramos pediatras, sino que atendíamos desde una quebradura hasta un parto. Y lo hacíamos con mucho entusiasmo, pensando que esa gente eran seres a los que se les había podido dar algo.
—Sin embargo no habrá resultado muy fácil luchar contra la ignorancia y el curanderismo...
—Era difícil y hasta resultaba triste ver como las madres dejaban morir a sus hijos por deshidratación y los llevaban a las curanderas que no los salvaban. Sin embargo, no emprendimos una lucha abierta contra ésto, sino a través de las escuelas. Allí iniciamos la dualidad hospital-escuelas y con un éxito enorme. Dábamos en forma voluntaria charlas sobre educación para la salud y a través de este contacto implementamos la copa de leche y los comedores escolares. También la campaña de la vacunación se implementó a través de las escuelas, porque las madres tenían miedo de vacunar a sus hijos, creían que la vacuna los iba a envenenar. Pero de todo esto, lo más asombroso era ver cómo la comunidad participaba. Era sorprendente ver a las maestras y directoras prendiendo carbón o pelando papas para cocinarles a sus chicos y a los mismos niños trayendo la leña. En el campo hay muchos héroes como éstos que son ignorados.
—¿Dentro de estos héroes también entran los médicos?
—Nosotros no decimos que somos héroes, pero médico rural no cualquiera puede serlo, hay que tener un gran desprendimiento. No sólo atendíamos en el hospital sino que salíamos en jeep a recorrer localidades. A veces volvíamos a las 10 de la noche y en el camino nos estaban esperando para que los atendiéramos y por supuesto no nos podíamos negar. Era tarde y hacía frío pero ese era nuestro deber. A veces los fines de semana, salíamos con los chicos a pasear y nos paraban para algún caso. Allí mis hijos aprendieron a compartir su propio tiempo en favor de los demás. Sin embargo todos vivimos esa época muy unidos.
—Raúl ¿Cómo llegó a ser coordinador de Plan Rural de Salud de la Provincia?
—Fui elegido por mi actividad de Medicina Primaria en Calingasta para realizar la Licenciatura de Salud Pública en Buenos Aires, durante un año. Cuando volví me encargué de la organización del Plan Rural de Salud de la Provincia. Había que formar gente para integrar el cuerpo de agentes sanitarios, para que anduvieran de casa en casa enseñando salud como un hábito. En realidad era transformar nuestro sistema de salud desde una actitud estática, de estar atrincherados en el centro de salud, para salir a enfrentar el problema. Creo que llegué a formar a esa gente con el sentido del deber y vocación de servicio.
—¿Qué sucede ahora con esa vocación de servicio? ¿Dónde está que últimamente todos se quejan de su ausencia?
—Creo que la medicina va a ser siempre igual pero, como dice Escardó: "El médico es médico en la medida que es hombre. Si el hombre es grande el médico será grande. Y si es pequeño, el médico va a ser pequeño”. Pero también el médico es muy vapuleado, porque a veces la comunidad no cuida de su propia salud, viene a los centros en el último estado y cuando no se pudo hacer nada por salvarlo. Las propias culpas de descuido se proyectan sobre el médico. A todo esto se suma que las condiciones socioeconómicas no son ideales para el profesional. Yo creo que más allá de todos estos conflictos, la comunidad también debe participar cuidando de su propia salud.
—Ana, usted encabezó un gran proyecto como fue la construcción de un hogar para niños... ¿Verdad?
—Sí, el gran elefante blanco como lo llamaron algunos. Fue toda una odisea porque yo era joven y muy osada. Entonces recorría las empresas y les comentaba este proyecto de brindarles un hogar a los niños desamparados. Cuando me escuchaban, me ayudaban. Tardó 10 años en construirse y aunque ahora no tengo nada que ver con éste, estoy contenta porque funciona a la perfección.
—También hay un trabajo de investigación en zonas paupérrimas...
—A mi siempre me gustó la medicina para los pobres y marginados. Ellos necesitan que sepamos que existen, que los escuchemos, que los consideremos seres humanos. Pero además emprendí una actividad de enseñanza de catequesis con unas alumnas en villas miserias. De ahí se desprendió un trabajo de investigación que apuntaba a la capacidad de trabajo de esta gente, a su educación y condiciones sanitarias y que fue premiado por la Asociación Católica Argentina de lucha mundial contra el hambre. Por cumplir la premisa del Papa Pablo VI: “Si quieres la paz busca la justicia".
—¿Qué otras recompensas obtuvieron de toda esta lucha?
—Creemos que no hay nada superior que el reconocimiento de la gente y la satisfacción de haberles dado algo. Porque, como dice Shakespeare: "...Cuando pases frente al registrador no te va a preguntar si has ganado o has perdido sino cuánto has luchado...”.
Fuente: nota fue publicada en El Nuevo Diario en su edición 475 del 31 de agosto de 1990