Tito Barreiro cantante, poeta, enólogo, también escritor de poemas fue entrevistado por Gustavo Martínez para El Nuevo Diario el 7 de julio de 1991, edición 511
De una cosa estuvo seguro desde niño. Le gustaba cantar y sabía que no lo hacía nada mal. Por eso, Julio César Barreiro no dudó en confesarle al padre su verdadera vocación cuando le ordenaron que estudiara enología. “¡Qué cantante ni que ocho cuartos!”, fue el comentario que hizo el viejo Barrientos por toda respuesta.
Es enólogo, pero la vida le tenía reservada una sorpresa. A pesar de que el amor pudo más que la vocación, cuando desaprovechó un viaje a Roma para casarse con su eterna enamorada, fue famoso, fundamentalmente en Chile, donde lo bautizaron como "La voz de oro de América”, grabó discos y se dio el gusto de cantar con figuras de renombre internacional, en radios y canales de televisión.
Ahora, tiene 67 años y es poeta. Activo militante por la paz mundial, acaba de editar su primer libro, “Un canto a la paz universal”, y está escribiendo sus memorias. De pelo blanco y brillantes ojos verdes, Tito Barreiro repasó en El Nuevo Diario, con evidente gusto, toda su vida, documentada en recortes periodísticos y fotografías de sus años dorados. En su juventud fue un reconocido deportista que llegó a nadar 10 horas seguidas en la pileta Palermo, recorrió toda la geografía provincial realizando planos para la Dirección General de Catastro, vendió abonos en la zona rural, destiló aguardiente en Anillaco, mientras cantaba el Ave María en la capilla local y llegó a ser una estrella en Santiago de Chile. Fue en el pueblo riojano donde un alto funcionario eclesiástico, que lo calificó como uno de los mejores tenores del mundo le ofreció llevarlo a Roma. Allí su éxito estaría asegurado. Entre las miles de anécdotas que Tito Barreíro tiene para contar, ésta es, según él, una de las más importantes en su vida.
El nudo gordeiano de mi historia se decide en Anillaco, un pueblito muy hermoso sobre la colina del cerro Velázquez a donde voy a parar como jefe de industria —cuenta—. Pero claro, un aventurero como yo, acostumbrado a otra vida, a la semana me sentía muy triste. El caso es que averigüé si había una iglesia y me dijeron que sí, que bajando el pueblo había una. Llegué a esa iglesia, me subí al coro y empecé a cantar. Al ratito apareció el sacerdote y su hermana, que era concertista de piano. Me hicieron bajar y el cura me dijo “si canta tan bien porque no prepara la novena de San Nicolás de Bari”. Y acepté, así que preparé con los chicos del pueblo un coro y empezamos a cantar en la novena. Tuvimos un gran éxito, la iglesia se llenaba de gente con ésta bestia que gritaba tanto. El asunto es que el último día de la novena llegaba el obispo de La Rioja, Froilán Ferreyra Reynafé. Esa última noche de novena ocurrió una cosa indescriptible. Había una parte de la obra en que yo cantaba sólo, sin el coro. Fue tal el impacto que le provocó mi voz a éste monseñor que dejó de dar la novena, se dio vuelta, miró el coro y vino caminando hacia adelante sin sacarme la vista. Ahí se quedó parado hasta que terminamos de cantar con el coro. Cuando terminó la novena, el obispo me llamó y me preguntó quién era yo. “Uno de los tantos feligresas” le contesté y me dijo, "no, tú no eres uno de tantos” y comenzó a hablarme de una manera que me dejó anonadado. Me dijo que yo era tan grande como Strachari, que es un gran barítono italiano. El asunto es que empecé a cantar en la catedral de La Rioja, todos los domingos hasta que un día me ofreció un viaje a Roma porque según él yo era uno de los grandes tenores del mundo. Bueno, yo me iba a ir a La Rioja, pero tenía a mi novia en San Juan y estaba enamorado. Así que le escribí preguntándole si se quería casar conmigo y me casé. Me vine a vivir aquí y al obispo no lo vi más hasta que un día me lo encontré en San Juan. Lo único que me preguntó es si yo era un buen cristiano. “Sí, monseñor, le contesté”.
Incluir en una nota periodística la profusa actividad de Tito Barreiro es imposible. Describir su enérgica y múltiple personalidad, no resulta más fácil. Es simplemente, un cantor, un poeta, un personaje de San Juan que quiere seguir haciendo cosas. Sueña con cantar algún día en el auditorio Juan Victoria con la orquesta sinfónica, quiere editar dos libros más en los próximos meses y no se arrepiente de las decisiones que tomó en su vida. “Nunca me arrepiento de lo que no he hecho, porque lo que se hace con cariño perdura y tiene más valor” dice, aunque admite que “no triunfé como cantante porque siempre fui un hombre de hogar.
Yo no he vivido del canto, sino del título de enólogo que le debo a mi padre. Tampoco pretendo vivir de mis libros. Nunca pedí dinero para cantar, y a los libros los regalo”.
Envió su primera edición a conocidos, amigos y familiares. Sólo una persona le contestó, quizá el menos esperado. En una pequeña esquela, Ernesto Sábato le aconseja “Querido Barreiro: ¡Adelante!”. Qué más podemos hacer que adherir a esas tres palabras del escritor.