La siguiente entrevista realizada por Gustavo Martínez fue publicada en El Nuevo Diario del 27 de marzo de 1991 en la edición 501
Como en "La Sociedad de los Poetas Muertos", por enseñar a pensar y a cuestionar debió soportar los embates de sectores que pretendieron removerla del cargo o desviarla del ideal pedagógico que se había trazado. Durante 22 años, sin embargo, como un capitán guiando su barco entre la tormenta se mantuvo firme en sus convicciones. El tiempo y los frutos de ese esfuerzo le dieron la razón. Rosita Collado ha entregado gran parte de su vida al Colegio Central Universitario. Jubilada hace cuatro años, comentó con El Nuevo Diario esa historia de amor por lo que hizo. Sencilla, diminuta pero enérgica, baja la voz para comentar algunas anécdotas, como si fuese una confesión de amigos, y destaca sus palabras con gestos y ademanes. ”Fue un equipo que puso mucho amor en el trabajo —dice—. “Una golondrina no hace verano", pero aunque no quiera admitirlo todos saben que por lo menos creó todas las condiciones para que ese verano sea una realidad.
—¿Cómo nació el Colegio Central Universitario? ¿Cuáles fueron los objetivos de su creación?
—Fue un ensayo. Fue una experiencia pedagógica que se inició en el año 1965 con muchísimo entusiasmo y muy poco presupuesto. No teníamos estructura ni edificio propio y los docentes estuvimos cinco o seis meses trabajando sin cobrar absolutamente nada. Funcionábamos en un edificio prestado que era el de la escuela Fray Justo Santa María de Oro, en Concepción.
—¿Su trabajo allí se inició junto con la historia del colegio?
—Bueno, sí. Pero hay que recordar que la primera directora fue la profesora Antonia Moncho de Trincado, que hoy está a cargo del Ministerio de Educación y luego Norma Fuente de Cavallo. Recién a mediados de 1965 yo accedí a la dirección. Y he trabajado hasta 1987, que me jubilé.
—No debió haber sido muy fácil mantenerse 22 años al frente de un establecimiento educativo de avanzada, como es el Central, inserto en una sociedad conservadora como ésta...
—Créame que no. No ha sido fácil. Varios gobiernos de turno, de distinto signo político me pidieron la renuncia pero yo les respondía que si me querían fuera del colegio, me despidieran o me pasaran a disponibilidad. Eso sí, les advertía que me reservaba el derecho de defenderme y de pedir públicamente explicaciones si eso sucedía
—Volviendo a la historia del Colegio, ¿cuándo consiguen el edificio donde funciona ahora?
—Un año después de que comenzáramos en Concepción nos trasladamos a una casa particular y luego nos fuimos a la escuela 109, de Desamparados, donde funciona actualmente. Por un convenio entre la provincia y la Nación pasó a depender de la Universidad Provincial y cuando se creó, de la Universidad Nacional de San Juan.
—¿Y cómo se elaboró el programa? ¿En base a qué?
—En el primer año se hizo un esbozo del plan, un lineamiento general no muy preciso. Contamos con el asesoramiento de los mejores especialistas en educación y una vez aprobado tuvo muy pocas modificaciones hasta la actualidad. Hace 8 o 10 años se redujo en un año, porque eran seis años de estudio pero siempre teníamos problema con los muchachos que debían realizar el servicio militar
—¿Qué se priorizó en ese programa de estudio?
—El libre pensamiento. Se luchó siempre por mantener la libertad de pensamiento. Se intenta formar a los chicos con un criterio amplio, enseñándoles a aprender, a discernir con una actitud crítica, a pensar, en una palabra. Y por supuesto, eso molesta a mucha gente. Gente que nos pretendió rotular con algún signo ideológico. Nos decían "los rojos del Central”, pero siempre hemos mantenido una apertura especial y equilibrada. Todos los años, sin atenernos a las normas burocráticas, hemos ido actualizando el programa. Yo me hacía responsable de las innovaciones que introducíamos. Finalizado el ciclo lectivo hacíamos una evaluación total, afirmando lo positivo y corrigiendo lo que no anduvo bien.
—¿Y el nivel docente?
—Hemos tenido, también, especial cuidado en la selección del personal docente. El cuerpo de profesores ha tenido y tiene una calidad inigualable. El Colegio Central llegó a tener el nivel que tiene gracias al amor, al entusiasmo de todo un equipo, especialmente los profesores que tomaron el proyecto como propio, como un desafío personal. Se exigieron calidad, actualización permanente, renovación de bibliografía, sin una compensación monetaria adecuada.
—Sin un buen sueldo...
—Sí. Después de medio año sin cobrar, comenzamos cobrando el 70 por ciento de lo que ganaban otros profesores. Al año siguiente fue el 80 por ciento, luego el 90, hasta que nos igualaron. Recién en el año 1973, cuando pasamos a depender de la Universidad Nacional, el presupuesto para el colegio fue más o menos acorde.
—Nadie puede discutir que usted ha entregado los mejores años de su vida al Colegio. El Colegio Central tiene su sello personal y en gran parte es obra suya. ¿Satisfecha?
—Sí, muy satisfecha. Pero una golondrina no hace verano. Le reitero: si el Central llegó a tener el nivel que tiene fue por el trabajo de un equipo de gente consustanciada con ese ideal pedagógico que intentamos ofrecer.
—Todos esos años le habrán dado, sin duda, un sinfín de anécdotas, historias y recuerdos...
—Muchísimas anécdotas, sí. Hemos pasado por momentos muy duros, pero siempre los hemos podido superar. En la evaluación final puedo decirle que dirigir el colegio ha sido para mi una experiencia inolvidable. He hecho, realmente lo que me gusta y no todos tienen la suerte de poder trabajar en lo que quieren. Eso es un privilegio.
—Cuénteme alguna anécdota...
—Mire, cuando estuvimos que instalarnos en una casa de familia, antes de tener el edificio actual, no había lugar para nada. Tuvimos que habilitar un gallinero para dictar ciases.
—¿Entre las gallinas?
—No, claro. Lo limpiamos bien y los pintamos a la cal. Pero creo que igual algunos alumnos terminaron con piojillos. En las habitaciones de la casa, que eran chicas, funcionaban otros cursos. El profesor debía dictar su clase desde el marco de la puerta, y adentro estaban todos los chicos abarrotados. Realmente fue una etapa muy difícil.
—¿Cómo fue aquel caso de un periódico que editaban los alumnos donde, según se dijo, se agraviaba la investidura de una docente, creo?
—Ya es un caso cerrado. Fue el producto del espíritu mezquino de cierto periodismo sanjuanino con falta de amplitud, que infló la cosa con una mala voluntad manifiesta. Se trató de una publicación periódica de circulación interna. En el taller de periodismo los alumnos habían organizado una mesa redonda para hablar del sistema educativo y uno de los invitados dijo una palabra fuerte. Bueno, los chicos que grababan las opiniones transcribieron luego, en un intento por mantener la veracidad, textualmente esa palabra.
—¿Qué palabra era?
—Una palabra que no está fuera del diccionario, en realidad...
—Puede decirla, aquí no hay censura.
—Está bien. “Cagada” era la palabra.
—¿En qué condiciones egresan los alumnos del Central?
—Sabiendo a pensar y a cuestionar, pero además con un nivel excelente. "Por el fruto los conoceréis”, se dice, y el papel de los egresados del colegio en los niveles de educación superior ha sido destacable. Eso es lo que le ha dado prestigio al Central, la calidad del producto obtenido. En los encuentros nacionales de escuelas dependientes de universidades, hemos podido constatar que el Colegio Central Universitario de San Juan estaba a la vanguardia en cuanto a metodología concerniente al proceso enseñanza—aprendizaje. Eso es una satisfacción muy grande para nosotros.
—Los alumnos siempre la llamaron Rosita, ¿no?
—Sí. Pero me respetaron siempre. Hay una autoridad que es necesario mantener y que es muy diferente al autoritarismo. Tengo muchas amigas y amigos entre los exalumnos...
—¿Cómo recibió la jubilación?
—Muy bien, muy bien. La vida vuelve a empezar cuando una se jubila. Tengo mucho que agradecer a Dios, porque he terminado una parte de mi vida y vuelvo a empezar otra con las mismas ganas, con el mismo entusiasmo.
—¿A qué se dedica ahora?
—Tengo mucha actividad. Soy presidenta de la Asociación de Maestros de la Provincia, pertenezco a la Asociación de Profesores de Francés, estoy trabajando también en la Multisectorial de la Mujer. Priorizo el estudio de la problemática de la mujer, es un tema realmente apasionante. Voy a asistir este año otra vez a la Cátedra de la Mujer que organiza la Secretaría de Extensión Universitaria de la Facultad de Ciencias Sociales y la Subsecretaría de la Mujer. Allí he tenido el año pasado a ex alumnas de profesoras... En fin, tengo ganas de hacer muchas cosas, todavía.
—¿Por qué estudió profesorado de francés?
—El francés me encanta, pero la verdad es que yo equivoqué la carrera. Debí haber estudiado Ciencias de la Educación; porque me encanta la pedagogía.
—La vocación y la dedicación a veces puede mucho más que un título...
—Puede ser. Lo cierto es que he estudiado mucho sobre el tema, por mi propia cuenta, ¿no?
—Usted se recibió con mención de honor y fue becada por el gobierno francés en La Sorbona, ¿Es así?
—Ese es un detalle secundario sin ninguna importancia.
—¿Y qué opina de la nueva directora del Central?
—¿De Esther Sánchez?
—Si.
—Es una persona excelente, con muchísima capacidad. Hemos trabajado juntas todos estos años y sé por qué lo digo. El Colegio va superándose cada día más. Yo digo que he preparado a los chicos para la vida del siglo XX y creo que he hecho un buen papel. Esther, sin embargo, está trabajando para el próximo siglo. Está poniendo a los chicos, pedagógicamente hablando, en el umbral del siglo XXI. En los programas de estudio está priorizando cosas como por ejemplo, la disponibilidad al cambio, la plasticidad, etc.
Ver también:
--- Rosita Collado: “Los chicos se dan cuenta que los docentes improvisan”