Jugó en Chile, Miami y Europa. Vivió 20 años en Italia, donde se graduó como instructora.
Natacha Marcucci empezó a jugar al tenis a los nueve años, pero el problema era que en San Juan no había chicas que lo hicieran, por lo que desde un principio comenzó con los viajes; en este caso era Mendoza, donde jugó los primeros zonales que se disputaban en esa época. Al no haber tenis femenino, ni infantil, debía entrenar con chicos de 15 a 20 años.
Alguna vez escuchó que Guillermo Vilas entrenaba en el frontón y ella solía estar hasta dos horas por día, haciendo esa actividad. Eso -dice ella- definió su tenis, porque nadie jugaba con esa chica y recuerda que su padre hasta llegó a pagarle a los socios de su club para que lo hicieran, ya que los hombres jugaban entre ellos solamente. Ya de niña, viajaba sola en colectivo hacia Mendoza y se quedaba en la casa de una amiga; allí entrenaba y jugaba los fines de semana.
En aquellos años de niñez debió esperar para poder comenzar a jugar, algo totalmente diferente a la actualidad, ya que a los cuatro años se comienza a empuñar una raqueta; Natacha recuerda que en esos años no había elementos para niños y que cuando su papá Rodolfo Marcucci se iba a jugar los domingos, ella se quedaba llorando porque no podía ir, ya que no tenía la edad suficiente.
De su niñez recuerda sus días en la Villa Mallea, Concepción y posteriormente en el barrio San Martín. La escuela primaria fue Laprida y la secundaria en el Liceo de Señoritas, que era el más flexible y le permitía adecuar sus estudios por los viajes constantes. Nunca descuidó el estudio y hasta llegó a pensar en dejar el tenis para continuar con su formación.
Apellido de ascendencia italiana, pero que nunca pudo determinar de qué zona, aún estando en Europa. Lo único que pudo averiguar es que hay cuatro familias en el sur, por lo que supone que de allí serán los orígenes de su familia.
Cuando habla de por qué se radicó en Italia, se refiere a que allí se daban la mayor parte de los torneos juveniles, donde le pagaban alojamiento y comida, por lo que no solo era un descanso al bolsillo sino que le permitía entrenar y relajarse un poco, lo que venía bien para detener un poco el alocado mundo profesional en donde se encontraba.
Cuenta que el mundo del tenis es sumamente competitivo e individualista y que ella sufría mucho el hecho de estar lejos de su mamá, de la familia y que su carácter no la ayudaba en aquellos momentos.
El paso siguiente a Mendoza fue ir a entrenar a Chile, donde, a los catorce años, estuvo un tiempo entrenando en la Universidad Católica. Se quedaba en casa de unos amigos, en una especie de pensión y entrenaba todas las tardes durante seis horas. A raíz de esa vida que llevaba, al día de hoy está convencida que no hay grandes secretos para llegar, sino de ser constante, entrenar y tomar las cosas con mucha responsabilidad.
Luego de algunos logros del otro lado de la cordillera, Natacha viajó a Miami, donde se encontró con Patricio Apey, exmanager de Gabriela Sabatini, que administraba las canchas del Sheraton; allí la tenista sanjuanina se quedó un año, más precisamente en Key Biscaine.
A raíz de esa relación, Apey consiguió las wild cards (tarjetas de invitación) para jugar torneos importantes y Natacha tiene grabado en su memoria cuando le tocó jugar en el Torneo de Hamburgo contra una jugadora alemana, como preliminar de Steffi Graf. Un marco totalmente adverso y los tremendos nervios antes y durante el partido. El hecho es que seguía manejándose sola, sin contención de ningún tipo y a lo sumo, le decían por teléfono dónde debía ir a jugar.
Cuando habla de sus características como jugadora dice tener un revés único, a una mano, que le enseñó Raúl Guardia, de quien guarda enormes recuerdos. Dice que él no era su profesor, sino que le enseñó su forma de jugar: su saque, drive y revés.
En su incursión por Europa se sentía cómoda con ese fuerte suyo, pero había algo que le faltaba para consolidar su juego y no encontraba quién le diera las armas estratégicas y técnicas para mejorar. Allí tenía toda la presión para ganar, pero no lo hacía y cuando se perdía, había una explicación: no había derrotas por mala suerte, sino que algo estaba fallando. Necesitaba un entrenador acorde al nivel que ella había alcanzado, que le dijera donde mejora, qué trabajar y todas esas situaciones la fueron llevando a una frustración.
Natacha cuenta que cuando hizo el profesorado de tenis de la Federación italiana, recién ahí descubrió que era una jugadora de ir a la red, de atacar, mientras que siempre había jugado en el fondo de la cancha, por eso no usaba la volea en su juego. Esa, la califica como la mejor época de su vida, porque se divirtió mucho. Jugó la Serie A de Italia por equipos y recuerda las hinchadas y los comentarios que se generaban cuando la veían jugar. Le decían que iba a ser famosa y ella se encargaba de contarles que ya no, que había dejado esa etapa; apenas tenía 20 años y el mundo del tenis la había absorbido.
Después de aquella etapa como jugadora, donde renegaba del idioma y de lo que le tocaba vivir, sin poder solucionarlo, hablando de su juego, decide quedarse a vivir en Italia y lo hizo durante veinte años, en donde no habló en español ni siquiera por teléfono, a tal punto que hoy dice que hasta piensa en italiano o reacciona a alguna situación diciendo palabras en ese idioma.
En ese lapso, vivió en Milán, donde fue a enseñar tenis en un club de gran nivel, con buen sueldo y hasta departamento, pero jamás se acostumbró a que el sol saliera a las dos de la tarde y a la neblina que había todos los días, por lo que comenzó a buscar otra ciudad donde marchar. Ese lugar fue Roma, donde siguió con su carrera de instructora hasta que encontró un amor y decidió dejar el tenis, ya cansada de sus vivencias con la raqueta a lo largo de varios años y sometida a tantas presiones en plena adolescencia y juventud.
Lo cierto es que antes de ese momento, ya alejada de su deporte y de su padre, que regresó a la Argentina, comenzó a buscar trabajo y no encontró nada durante un mes y medio, hasta que un día decidió ir a jugar un rato, a modo de distracción, al club Garden de Cinecittà, cerca de Roma, donde al reconocerla le ofrecieron trabajo. En ese momento no tenía ni una raqueta y -tras un llamado telefónico- apareció un representante de Wilson, con diez raquetas y esa misma persona le gestionó otro trabajo en un prestigioso club de la capital italiana.
Otra de sus pasiones es la cocina y en aquel momento, junto a su esposo trabajaron en un restaurante donde pudo aprender y perfeccionar conocimientos; luego, ya separada y viviendo con su hija en un pequeño departamento, trabajó en otro restaurante, ya especializada en comidas con mariscos, hasta que volvió a encenderse la lucecita del tenis que la llamó de nuevo a los courts.
Finalmente, hace ocho años, necesitada de nuevos aires y de tranquilidad, que la había perdido, decide regresar a San Juan, donde se encontró con una sociedad que al día de hoy sigue tratando de entender. Retornó a la que llama su casa, el San Juan Lawn Tennis, donde no le dieron cabida y es allí donde aparece el Club Ausonia, donde le ofrecen trabajar con la escuelita de tenis y donde se ha sentido muy a gusto.
Luego apareció UDAP, donde le cedieron las canchas para que ella las trabajara con su escuelita, llevándola adelante con mucho esfuerzo y muy sola.
El año pasado trabajó con el tenis adaptado y los chicos con discapacidad junto a la Secretaría de Deportes, lo que fue para ella una enorme experiencia. También trabajó con Líderes barriales y Juegos Intercolegiales, donde descubrió el gran talento que hay en chicos de lugares alejados de la ciudad.
Natacha llegó a estar 12da en el ranking mundial de juveniles, con 15 años ganó el Abierto del Río de la Plata, en Buenos Aires y obtuvo importantes torneos en el ámbito nacional e internacional.
El año pasado, se dieron una serie de circunstancias que le permitieron viajar a Río de Janeiro y trabajar como instructora en la academia más importante de esa ciudad, Techset. Hay un ofrecimiento para continuar, pero cuando regresó a San Juan para solucionar algunos temas personales, apareció la pandemia, de modo que actualmente es un tema a definir.
En el final, Natacha Marcucci dice que no le quedó nada pendiente con el tenis. Sí está segura de que si las condiciones se hubieran dado y no hubiera batallado tan sola, seguramente el top ten del tenis mundial la hubiese visto ocupando un lugar, convencida del potencial que tenía.
Publicado en sisanjuan.gob.ar el 12 de Mayo de 2020