El cine Chimborazo

Una nota de Dr. Gregorio Sánchez

Uno de los entretenimientos que  nos volvía locos de alegría y emoción, era ir al cine a ver películas, noticieros y episodios. Por suerte a una cuadra de mi casa teníamos el famoso cine “Chimborazo”.  Lo más característico es que funcionaba al aire libre,  un techo de intensas noches estrelladas y un cierre perimetral  consistente en  4 paredes de adobe. Estaba ubicado en la esquina de Chile (ahora Pedro Cortínez) y Leandro Alem, frente a la bodega de López Peláez. El ingreso se hacía por la calle Chile.

El dueño del cine era el señor Domingo Parodi, quien tenía otro cine con el nombre de “Tupungato”, en calle 25 de Mayo y Avenida Rawson; se nota que al hombre le gustaban los volcanes.
El administrador del Chimborazo era Don Cayetano Silva quien controlaba las entradas.
Fue un cine al aire libre como todos los que abundaban en San Juan por los años 50, era lógico que estos estuvieran en casi todos los departamentos pues la provincia en verano es muy calurosa y qué mejor aprovechar el fresco de la noches de verano para gozar de una película al aire libre. Cerró aproximadamente en 1965 a raíz de la aparición de la televisión.

Funcionaba todas las noches de verano, a partir de las 22.00 o 22.30, ponían en escena 2 películas, un noticiero y 1 capítulo por noche de alguna serie hecha en “Episodios”  tales como “Tarzán”, “La araña negra” o el “Zorro”. La función terminaba aproximadamente a las 2 de la madrugada. Horario demasiado extenso para algunos (los más jovencitos que se sentaban adelante y en el suelo) que roncaban con tal intensidad que debían ser despertados para que regresaran  a sus casas.
Ya desde de las 21 horas hacían la propaganda, y ponían música de fondo a todo volumen. Todavía retumban en mis oídos las canciones de Libertad Lamarque, con su “Madreselva”, “Nostalgia”, “Besos  Brujos” etc., o de Tita Merelo, con “Se dice de mí”, “Arrabalera” o el “Firulete”, etc. Probablemente tenían pocos discos y siempre pasaban los mismos. La entrada era económica y la gente concurría en familia. Los asientos eran sillas esterilladas.

Fue un símbolo de la época en esa barriada del “Pueblo Viejo de Concepción” y el centro de encuentro de muchos profesionales y deportistas. Ocurre que su ubicación era estratégica rodeada de clubes deportivos como Peñarol, San Martín, Árbol Verde, Urquiza y Ferroviarios.
A su alrededor habían algunas “casas de cita” y quién no conocía en ese entonces la existencia de prostitutas famosas como “La Rebeca”, “La Rosa” y “la Celeste”, esta última la más renombrada.

Al cine concurrían famosos boxeadores como el “loco Barrios”, Merenda, Miguel Rodríguez, Federico Guerra y Elio Ripoll, entre otros.
Como nosotros éramos varios hermanos, mi papá no podía pagarnos la entrada a todos. Esta era una realidad social de muchos por pertenecer a familias  muy numerosas.  Por ello una costumbre arraigada, en los que no podían pagar, era ver las películas trepados arriba de algún árbol que estuviera cerca, y en verdad había varios y frondosos. ¡Ningún espectador jamás se accidentó por ver las películas desde algún árbol!
También debo decir que algunos vecinos muy próximos al cine veían todas las noches las películas cómodamente sentados en los techos de sus casas, sin abonar entrada.  Quien más lo gozaba era la familia del “Porotito Juárez” quien vivía al lado oeste, pegado al cine.

Solo recuerdo que en la vereda Oeste de una de las puertas de la entrada a la bodega de López Peláez, sobre la calle Alem, había un inmenso sauce, como lo habían sobrecargado en peso los “espectadores” trepados en el mismo, el pobre no resistió y se vino abajo; en su caída aplastó literalmente a un auto estacionado debajo.
Lo realmente gracioso, era ver salir de entre las ramas, a muchachones corriendo, parecían hormigas. Por suerte ninguno se lesionó.

Yo madrugaba con mi hermano o algún amigo para esperar que el encargado del cine, Don Cayetano Silva, abriera y  de esta forma éramos los primeros en ofrecernos a llevar la “cartelera”. Así le decíamos a un armazón triangular en cuyas 2 amplias caras se pegaban los afiches con la propaganda de las películas que se exhibirían toda la semana. También figuraban los episodios. Para facilitar su transporte tenían 2 varas a los lados que sobresalían en ambas puntas y de sus extremos las levantábamos, uno de cada punta. ¡Qué pesada que era!

La cargábamos desde el cine hasta el lugar de exhibición; en la esquina de Chile y Urquiza, sobre la orilla del puente y junto al caudaloso canal que corría de norte a sur, atado de un árbol. Allí permanecía todo el día y en la noche antes de comenzar la función debíamos ir a buscarla. Por ese “trabajito”, nos recompensaban con la entrada gratis.
Lo que la ponía más pesada era por hacerle la “gauchada” a algún amiguito que nos pedía que lo introdujéramos dentro del armatoste para que, escondido allí, poder entrar sin pagar y sin que se diera cuenta don Cayetano. El niño debía ser muy liviano y ser medio equilibrista para sostenerse parado en los pequeño rebordes internos de las varas.

Don Cayetano, hombre bonachón y de gran corazón, quizás haciéndose el que no se daba cuenta de la picardía, cuando pasábamos delante de él con la cartelera nos decía: ¿pesada no?
Normalmente la última función de la temporada era el 10 de Mayo y la gente asistía con termos y gorros de abrigo por las inclementes heladas de la época, pero nadie le sacaba el cuerpo, era la única entretención nocturna para la familia.

El Chimborazo fue un ícono de la época como centro comunitario, más allá de sus películas era como un punto de reunión obligatorio y de encuentros programados de todos tipo. En el espacio destinado al público había una pista de cemento de diversos colores, la cual se usaba para los bailes de carnaval donde a su alrededor se ubicaban las sillas de totora con sus respectivas mesas y se realizaban bailes de máscaras, dominós, papel picado, albahaca y los infaltables pomos de goma, la gente arrojaba agua sobre las paredes desde afuera y todo era diversión, no había enfrentamientos personales. La esquina de Chimborazo era famosa por la confluencia de todo tipo de personajes de la época y de la barriada, deportistas, quinieleros, gigolós  y de aquellos que pasaron gran parte de su vida afirmados a la única boletería de un cine de barrio.

 

 

 

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Cine Chimborazo, estuvo ubicado en calles Chile y Avenida Alem. Ilustración Miguel Camporro.