El estilo tudor del chalet de la familia González Rodríguez, con sus características paredes construidas con soleras de madera, mampostería y los jardines floridos, invitan a imaginar el placer de vivir en una mundo soñado sin salir de trinidad
Pensar que después del terremoto del ´44 el bello chalet ubicado en General Acha y Circunvalación, Trinidad, era mirado con desconfianza por el desplazamiento de unos 3 centímetros que había sufrido. Pero hubo una señal inequívoca para el médico Héctor Francisco González: en su tercera visita para ver si la compraba o no, vio pasar en una procesión a la imagen de la Virgen del Rosario, lo que interpretó como una señal de confianza para que ése fuera su lugar en el mundo y el de su familia. Hoy, hasta sus bisnietos disfrutan del encantador lugar.
La casa había sido construida en 1932 por la familia Pujol. González la adquirió algunos meses después del terremoto del ´44. González buscó a un técnico constructor, de apellido Flores, que hizo un trabajo de consolidación: inyectó cemento en esos 3 centímetros cedidos y realizó un encadenado con cimiento y hierro a toda la construcción.
Hasta ese momento, González y su esposa, Nélida Rodríguez Sánchez, y sus dos hijas mayores vivían en una casa en la calle 25 de Mayo, donde hoy funciona el Colegio San Pablo, el cual tuvo su piedra fundacional en los jardines del chalet de la calle General Acha, donde funcionó el jardín maternal La Hormiguita del Bosque durante una década.
Ya viviendo en el chalet, donde González atendía a sus pacientes en una de las salas, llegaron los otros tres hijos del matrimonio y poblaron la casona de alegres reuniones sociales. Hoy en día ese espíritu festivo, al que la familia atribuye como responsable a la madre de la familia, sigue intacto: los sobrinos de Mabel González Rodríguez –quien vive en el chalet-, siguen yendo a dormir con sus amigos para compartir el placer de disfrutar del lugar.
Es que es una tentación para pasar buenos momentos. Ya la vista externa es un regalo: desde la Avenida de Circunvalación se puede apreciar del chalet perfectamente cuidado como si tratara de la foto de un libro de cuentos. Sus paredes blancas con las soleras de madera marrones, el techo a dos aguas con tejas francesas y la chimenea que asoma desde las entrañas de la casona hasta lo más alto, invitan a quedarse mirando la bella construcción.
Por dentro, es otro mundo. Ya los jardines parecen de película: el césped de un verde intenso y perfectamente cuidado, con las jardineras repletas de una infinita variedad de flores de colores. La entrada principal, por calle General Acha, lleva desde la vereda hasta la entrada principal por un encatrado cubierto de enredaderas. Y en varios sectores del jardín hay disponibles glorietas, bancos de cemento y juegos de sillones para disfrutar del paisaje donde quede más cómodo.
La casa quedó en una ubicación privilegiada, ya que está sobre General Acha, al norte sobre calle Sarasa y al sur el Lateral de Circunvalación, es decir que no hay otras construcciones que tapen su visual.
Hoy en día la pileta de natación del chalet quedó pegada al Lateral de la Circunvalación. Al otro extremo, hacia el norte, aún se conservan intactos los jardines y el comedor de invierno del chalet, donde la familia pasaba los días de frío bajo los rayos del sol que calientan ese sector de la casa desde el naciente hasta el poniente.
El interior del chalet está perfectamente cuidado. Los pisos de parqué están relucientes y el lustre de la madera de la escalera y de las paredes revestidas en el hall principal, donde hay un gran espejo, parece que no les pasó el tiempo por encima. En la planta baja hay dos grandes comedores y tres salas de estar, además de la cocina de uso diario. En la planta alta hay tres dormitorios con grandes ventanales sin rejas que permiten una vista sin obstáculos.
Sin grandes objetos de lujos, las arañas, los cuadros y la decoración del chalet de los González Rodríguez están puestos en su justa medida, tal cual fue el estilo de vida del médico Héctor Francisco González, quien nunca ostentó y siempre se caracterizó por cultivar el perfil bajo
Un pionero de perfil bajo
Héctor Francisco González fue un pionero en el estudio del cáncer en la provincia. Se recibió de médico a los 23 años en Córdoba. Era mendocino pero vivió siempre en San Juan, donde fundó el segundo Dispensario Anticanceroso del país, el primero del interior. Y dirigió el desaparecido Hospital San Roque. Era doctor en Medicina y Cirugía, fue Médico Legista de la Policía y Forense de Tribunales y médico de la Dirección de Bienestar de la Armada. Quienes lo conocieron destacan que vivió el catolicismo con intensidad, “amando intensamente a Dios, a la Virgen y al prójimo”, cuenta su hija Mabel. También fue un gran benefactor y se dedicó con intensidad a la actividad cultural, al frente de la biblioteca Juan Bautista Alberdi.
Fuente: tiempodesanjuan.com
Redacción Periodística: Gustavo Martínes Puga
Fotos: Archivo Tiempo de San Juan
Ver artículo de Fundación Bataller: González Rodríguez, una familia de gran inserción en la vida de San Juan