Hubo un tiempo en el que la vitivinicultura sanjuanina tuvo un gran protagonismo nacional. Podríamos decir sin temor a equivocarnos que la vida provinciana giraba en torno a la uva y el vino.
Centenares de bodegas de distinta magnitud transformaron el desierto en un inmenso oasis que producía excelentes uvas que luego de transformaban en vinos que consumía el país.
Para que eso ocurriera se dieron algunos factores concurrentes:
1) La llegada del ferrocarril en 1885 que acercó nuestros productos a los grandes centros de consumo.
2) La gran inmigración de esos años que trajo a la Argentina, además de una admirable cultura del trabajo, la presencia de artesanos y especialistas imprescindibles para una incipiente era industrial.
3) La aparición de auténticos pioneros que desafiando todas las dificultades hicieron empresas que trascendieron el ámbito provincial
En esta nota nos ocuparemos de cinco de esos empresarios –fueron muchísimos más- por ser emblemáticos de una época y por compartir un origen humilde.
Sirva esta nota como homenaje a esos pioneros y a los centenares de pioneros que transformaron nuestro paisaje y la vida de los sanjuaninos.
Una humilde familia que construyó un verdadero emporio vitivinícola
El matrimonio Polenta, compuesto por Angelo Antonio Polenta y Palma Carola Spinsanti se embarcó desde Italia hacia la Argentina en octubre de 1902. Angelo Antonio había nacido en Camerano, el 24 de julio de 1874. El 24 de enero de 1901 se había casado con Palma Carola, nacida en Ancona en 1881, en la parroquia Santa María della Grazia.
El muchacho conocía bien las tareas agrícolas. El matrimonio se dedicó a trabajos de labranza en el campo, pero la situación no era la más floreciente y decidieron partir con Quinto, su primer hijo, hacia la Argentina con la intención de “fare l’America”.
Los Polenta llegaron a Buenos Aires y pasaron allí 2 días, hospedándose en el Hotel de los Inmigrantes. Hicieron el viaje en compañía de los Costalero, amigos marchigianos, y después de la corta estada en la Capital, partieron hacia Mendoza donde los esperaban otros amigos, los Furiassi, quienes los habían entusiasmado para marchar hacia el Oeste. Sólo con llegar al país, su nombre había cambiado: Polenta se había transformado en Pulenta.
En un primer momento se asentaron en Mendoza, donde nacieron otros hijos: María, Darío, Augusto, Casimira y Rosa. Los Pulenta trabajaron como contratistas y después de un tiempo pusieron un almacén de ramos generales.
Pero el verdadero crecimiento se hizo esperar hasta el traslado a San Juan. En marzo de 1912, Angelo Antonio viajó en tren con su familia, contratado por La Germania, empresa de Germán Wiedenburg, para instalarse en San Isidro, Angaco Sur, actual departamento de San Martín. La zona era desértica y tenían como labor mejorar esos terrenos.
Angelo Antonio trabajó arduamente en La Germania y, en mayo de 1914, compró las primeras tierras propias. En San Juan nacieron Adelina, Angela, Antonio y Alfredo. Los Pulenta levantaron su casa y una pequeña bodega en el terreno adquirido, inaugurando su camino en la vitivinicultura. Se iniciaba una empresa familiar que ya no dejaría de crecer.
La sociedad familiar se convierte en sociedad anónima en 1941 con la denominación Pulenta Hermanos; luego pasa a llamarse Peñaflor Sociedad Anónima, en los 60, incorporándose luego Bodegas Trapiche al grupo que, para fines de los 90 se convertiría en uno de los grupos empresariales más importantes del país.
Aquella bodega fundada por Angelo Pulenta en San Juan en 1914 desde 2010 es propiedad de la familia Bemberg, los ex dueños de la cervecería Quilmes, quienes poseen entre otras las bodegas Trapiche, Las Moras, Suter y Santa Ana y exporta sus productos a más de 80 países.
Pero la sangre de los Pulenta aun sigue viva en San Juan a través de dos hijos de don Augusto... Aida Pulenta con sus hijos es propietaria de Bodegas Bórbore y Mario Pulenta es propietario de la bodega Augusto Pulenta.
LOS GRAFFIGNA
Una familia que fue innovadora e incursionó en otros rubros
Corría 1862 cuando llegó a San Juan el inmigrante italiano José Graffigna, un aventurero que luego de mucho recorrer, encontró aquí una tierra con las características ideales para el cultivo de la vid. Así fue que compró una propiedad con viña en Concepción.
Pocos años después, en 1865 arribó a estas tierras su hermano, don Juan Graffigna, quien se enamoró inmediatamente del lugar y comenzó a trabajar en sociedad con él por un breve período. Fueron estos pioneros inmigrantes italianos los que trajeron consigo excelentes variedades de uvas europeas, las cuales incorporaron a nuestro suelo y, por supuesto, la gran experiencia vitivinícola italiana.
En 1869, don Juan Graffigna, continuando la tradición familiar, comenzó modestamente las actividades de la bodega con la compra de una propiedad en Desamparados.
Años más tarde, ante las excelentes posibilidades que ya demostraba el negocio, Santiago Graffigna, que se encontraba en Italia, fue solicitado por su tío para que lo viniera a ayudar. Es así como don Santiago, seducido por la descripción de estas tierras, decidió embarcarse para América en busca de su porvenir.
Santiago Graffigna fue quien, verdaderamente, dio comienzo a la gran empresa.
Oriundo de un pequeño pueblo llamado Zolezzi, perteneciente a la comuna de Borzonasca, en Italia, luego de un largo viaje a bordo del “Cristóbal Colón”, arribó al país en 1876 y, siendo muy joven, comenzó a trabajar con su tío. Fue precisamente el barco que lo trajo a América, el que dio el nombre a la primera marca de su futura bodega: Colón Hijo de Luis Graffigna Cánepa y Luisa Longuinotti, don Santiago se casó en 1888 con Catalina Del Bono, hija de Juan Bautista Del Bono y María Briano.
Al joven Santiago no le faltó fuerza. Pionero y emprendedor apasionado, marcó hitos en la historia de la vinicultura argentina. En los primeros tiempos trabajó para su tío y cuando consiguió ahorrar algún dinero lo invirtió en una parcela de tierra que comenzó a producir. Creó la primera bodega de San Juan en 1880, cuando tenía 20 años.
Desde sus comienzos, la primera bodega de San Juan se caracterizó por ser innovadora y pionera. Don Santiago fue responsable del lanzamiento de la primera marca de vinos de la Argentina, la extensión del ferrocarril hasta la provincia de San Juan, el sistema de elaboración por gravedad, la venta del primer vino embotellado, y hasta la primera transmisión de radio fuera de Buenos Aires, a través de “la brocasting del Vino”. Todos hitos que muestran el espíritu emprendedor del fundador de la bodega. Una anécdota lo muestra tal como era. El día que se casó con Doña Catalina, le tocaba el turno del agua para regar la finca. Abandonó la fiesta y fue a chequear que todo estaba bien...
Hoy la bodega ya no es manejada por la familia Graffigna. Fue vendida primero a un grupo español y actualmente se ha transformado en una bodega con proyección internacional, al ser nombrada por el grupo francés Pernod Ricard -del cual es parte- como la cuarta marca global.
Los Del Bono
La fuerza transformadora de don Bartolomé
El primero que llegó con su familia fue don Juan. Había nacido en Italia y un día se vinieron para la Argentina, radicándose en La Boca.
Pasó el tiempo y aquel inmigrante se encontró con otro que dio la casualidad era del mismo pueblo de origen. Era el ingeniero Cereseto, por muchos considerado el padre de la moderna vitivinicultura sanjuanina.
Tanto le habló Cereseto de San Juan, donde ya estaba radicado, que Del Bono se entusiasmó y se vino en 1870 para ver si realmente existían aquellas “tierras prometidas”.
En aquella época se hacía el viaje en un vaporcito hasta Rosario. Y desde allí se seguía en tren hasta Córdoba y luego, en carreta, hasta nuestra provincia.
Del Bono estuvo algunos días en San Juan y regresó a buscar a su familia. “He encontrado el paraíso”, les dijo. Inmediatamente se vinieron todos.
Don Juan, casado con María Briano y padre de tres hijos, comenzó trabajando de obrero de Cereseto y fue empleado de esa firma hasta 1888. Fue entonces cuando se independizó. En 1890, en Desamparados, ya había levantado su primera y modesta bodega.
La empresa creció y desde 1903 el establecimiento vitivinícola quedó a cargo de sus dos hijos varones: Carlos y Bartolomé. Este último fue quien dio un gran impulso al emprendimiento, que llegó a transformarse en una de las grandes empresas familiares de San Juan.
Una hermana de Bartolomé y Carlos, Catalina, se casó con Santiago Graffigna, uniendo para siempre estos dos apellidos vinculados al desarrollo de la industria vitivinícola provincial.
En 1907 Bartolomé Del Bono, casado con Enriqueta Lanteri, comenzó a levantar lo que en esa época los sanjuaninos llamaban "mansión" Del Bono. En es el chalet, ubicado en los mismos terrenos que la bodega, vivió con sus cuatro hijos. Eran los años en los que los grandes industriales colaboraban para que existiera un club con su nombre y que incursionaran en otros rubros como la construcción.
La bodega Del Bono supo fabricar vinos de mesa, pero también bebidas más refinadas, como coñac y un tipo de pisco. También elaboraban aceite de oliva de gran calidad. Luego, cuando el consumo del vino empezó a caer y la economía del país ya era tan floreciente, la bodega fue vendida a una empresa de San Rafael, Mendoza.
Pero esa firma nunca terminó de pagar y concretar el negocio. Eso ocurrió después de que Bartolomé Del Bono había vendido sus bodegas y propiedades y se había ido a vivir algunos años a Italia. Regresó y volvió a ponerse al frente.
En lo más profundo, la intención era salvaguardar el apellido de una familia íntimamente ligada a la vitivinicultura en San Juan.
Por esos años, Del Bono tenía otra bodega en plena ciudad, en la manzana de Córdoba entre Aberastain y Caseros. Luego del terremoto, la bodega ya no pudo continuar en ese lugar por lo que Del Bono concentró toda su actividad vitivinícola en el establecimiento de 25 de Mayo. Pero el negocio nunca volvió a remontar. Y en los ´70 se hizo cargo del lugar la CAVIC (Cooperativa Agro Vitícola de Industrialización y Comercialización). Esa cooperativa quebró en 1991 y la bodega que había nacido en 1922 terminó quedando en manos extranjeras´.
Los Montilla
Los creadores del vino que hizo famoso San Juan
Los Montilla son una de las familias de inmigrantes más numerosas del país. Actualmente se calcula que más de mil personas que llevan este apellido caminan por las calles de diferentes provincias argentinas. Pero la mayoría se encuentra en San Juan.
La historia de esta familia en nuestra provincia comienza entre 1880 y 1900, cuando llegan a San Juan tres de los cinco hijos de Miguel Montilla Martos y Antonia Delgado Acosta. Los primeros en poner sus pies en estas tierras fueron Luis, José y Manuel quienes junto a sus esposas decidieron dejar su país natal para probar suerte en el nuestro, posiblemente impulsados por el aire migratorio de la época, las guerras y la hambruna de Europa.
Se instalaron en la zona de Albardón motivados por la similitud con sus tierras de origen, ya que Motril es un lugar con muchas lomas y llanos, lo cual hace que se parezca mucho a El Rincón.
Allí plantaron trigo, trabajaron armando viñas y compraron tierras que años después se convirtieron en grandes parrales.
Si bien no eran propietarios de una gran fortuna, les alcanzó el dinero para comprarse cada uno su casa y una pequeña parcela de tierra para sembrar trigo, cultivo elegido aprovechando que en El Rincón había un molino. Además, trabajaban como contratados armando parrales.
Los hermanos Montilla Delgado siempre fueron muy unidos, es por eso que años más tarde llegaron a estas tierras una de las hijas de Filomena, Filomena Maldonado Montilla, que se había quedado, y Joaquina Alvarez Chinchilla, viuda de Ignacio Montilla, quien se instaló junto a sus seis hijos.
Lo que primero fue un medio para sobrevivir, se convirtió de a poco en grandes extensiones de cultivos en los que predominaba la vid.
Años más tarde, cuando sus plantaciones eran unas de las más importantes de Albardón, algunos de los hijos de José Montilla Pérez, que falleció en 1937, -Torcuato, Antonio, Angel, Guillermo, Leonardo e Isidro- deciden fundar Montilla Limitada, una pequeña bodega familiar siendo Antonio quien se hace cargo de la dirección. En 1952, la empresa se asocia con una bodega que desde 1936 era una de las más importantes de la provincia: Resero. Esta bodega era propiedad de un porteño de apellido Vázquez que en 1976 decide venderles su parte a los hermanos Montilla.
Hasta esa generación, la de los nietos de los Montilla Delgado que llegaron desde España para instalarse en San Juan, ninguno había salido de la provincia.
Resero fue un vino “que hizo famoso San Juan”. Realmente fue un vino que era sinónimo de la provincia y un orgullo para todos los sanjuaninos.
En la época de la plata dulce, los Montilla vendieron su empresa a Greco y este empresario mendocino la transfirió a otra empresa mendocina –Cartelone- y hoy es conducida por la Federación de Cooperativas Vitivinícolas Argentinas (FeCoVitA). Aunque tiene su cuota de mercado, para los sanjuaninos Resero ya no es la bodega que hizo famosa San Juan.
Plácido Castro
El vertiginoso crecimiento de una bodega durante el primer gobierno peronista
Otra gran bodega fue Castro Hermanos, tan famosa como su vino Talacasto
La historia de esta bodega que tuvo gran auge durante el gobierno de Juan Domingo Perón fue investigada por Mabel Cercós, investigadora de la Universidad Nacional de San Juan, en un trabajo titulado “Castro hermanos, el éxito de una empresa familiar vitivinícola de San Juan durante el primer peronismo”.
Don Plácido Castro, uno de los integrantes de la firma social Castro Hermanos junto a Francisco, Vicente y Juan, hicieron de un emprendimiento familiar una de las empresas vitivinícolas más importantes de la provincia. La firma se inició en 1943 y continuó hasta 1960 aproximadamente. Plácido Castro fue el protagonista principal del crecimiento de la empresa.
Los Castro eran españoles. La familia Castro Gómez se componía del matrimonio de Plácido Castro Romero, de Dolores Gómez y de sus hijos, María del Carmen Castro Gómez, José Castro Gómez, Juan Castro Gómez y Francisco Castro Gómez. En San Juan nacieron otros dos hijos, Plácido y Vicente.
En un principio vivieron en el departamento de Desamparados porque allí estaba instalada una prima de Plácido, Carmen Romero, cuya familia, también española, tenía un almacén. Posteriormente se trasladaron al departamento de Angaco Norte.
En 1922, Plácido Castro Romero adquirió, por $5.000 y al contado, un fundo con casa y viña dividido en dos fracciones, una de 8 hectáreas y la otra de 5 hectáreas. A la muerte de Plácido Castro Romero, en febrero de 1938, su esposa y sus seis hijos fueron declarados herederos universales del único bien, que era la finca de Angaco Norte.
Dice Mabel Cercós: “En una entrevista realizada, un vecino de Angaco recordaba que su padre le contaba que los hermanos Castro comenzaron secando uva para obtener la pasa y que pedían a los vecinos la uva que les quedaba en los parrales, para secarla en los potreros y en los techos de las casas. Debemos recordar, no obstante que la familia Castro tenía una propiedad con parrales, razón por la cual contaba con la materia prima para secar uva. También es probable que la primera "bodega" fuera una construcción precaria y sin inscripción en la Dirección de Industrias, con el fin de "probar" en la actividad de productor de vino. En rigor, lo cierto es que en 1943 nos encontramos con una empresa sólidamente instalada.
En 1945, la razón social Castro Hermanos hizo una presentación al Director de Industria de la provincia, como bodeguero-trasladista. Por este documento se sabe que los socios continuaban siendo los mismos y que el establecimiento se ubicaba en calle Aguilera esquina España del Departamento Angaco, con una capacidad de elaboración de 202.450 hl. El capital social declarado en la solicitud era de $152.982,60 invertido en edificios, instalaciones, envases de conservación, maquinarias y útiles de bodega. En agosto del mismo año se aceptó la solicitud, inscribiendo a la razón social bajo el número 541, por cuanto desde este momento pasaron a tener la categoría de bodegueros-trasladistas”
Durante el peronismo, la empresa logró un constante crecimiento. La expansión del mercado interno produjo un aumento creciente de la demanda del vino. Las inversiones realizadas en la bodega explican el aumento de la capacidad de elaboración de vino de la firma durante el peronismo que fue de 15 veces.
En este proceso expansivo, la firma adquirió, en junio de 1951, una fracción de la finca que había pertenecido a la histórica empresa sanjuanina Establecimiento Vitivinícola Francisco Uriburu SA, ubicada estratégicamente sobre la ruta nacional 20, en el departamento Eva Perón, hoy Caucete.
El año 1951 significó, además, un cambio sustancial para Castro Hermanos, ya que ese año pasaron de trasladistas a convertirse en fraccionadores al consumo local, de acuerdo con las disposiciones vigentes.
En la solicitud correspondiente declararon un capital de $800.000, probablemente inferior al capital real.
La conversión en fraccionadores supuso modernizarse tecnológicamente, comprar del 75% de una planta fraccionadora perteneciente a Miguel Castillo Huerta, ubicada en el departamento de Rawson y solicitar que del mismo modo que se fraccionaría vino común se haría también con vino fino y especial y, para distinguirlos, solicitaron autorización para las etiquetas respectivas. Nacía así el vino Talacasto.
La firma creció a un ritmo importantísimo. Compró y alquiló bodegas, abrió plantas fraccionadoras, se convirtió en una empresa líder en el país. De este modo, a fines del peronismo, la empresa Castro Hermanos se hallaba consolidada y en plena expansión productiva.
En poco tiempo la empresa conducida por Plácido Castro era una de las firmas más poderosa y representativa de la vitivinicultura, productora de los vinos comunes Talacasto, Viñas de Angaco y del jerez Don Plácido, además de las pasas de uva La Pandereta y Pasandina, entre otros productos. De modestos productores de pasas se convirtieron, en los años de nacimiento del peronismo, en pequeños elaboradores de vino que comercializaban en el mercado de traslado. Lograron pasar de bodegueros trasladistas a integrarse verticalmente en el mercado minorista sanjuanino. Esta, sin duda, fue la base de su expansión posterior.
En la mitología vernácula se elaboraron diversas hipótesis para justificar el gran crecimiento de Castro Hermanos. Desde que contaron con la ayuda de Juan Duarte –hermano de Eva Perón- hasta que, como todas las grandes bodegas de la época, crecieron con las plantas fraccionadoras en Buenos Aires. Lo cierto es que fueron protagonistas de un gran momento del vino. Como que Argentina llegó a consumir 90 litros por habitante, uno de los más altos consumos del mundo, muy lejos del actual consumo que ronda los 25 litros.
NOTA PUBLICADA EN EL NUEVO DIARIO EL 8 DE DICIEMBRE DE 2017