A fines del siglo XIX y a principios del siglo XX, fueron la época de oro de los coches de plaza. Llegaron al país, a mediados del siglo XIX, se llamaban “Victorias”. Fueron traídos por la alta sociedad argentina.
San Juan también tuvo sus coches de `plaza o Mateos.
En general era un servicio que no estaba regulado y aunque algunos cocheros tarifaban sus viajes, muchas veces era el viajero quién decidía cuanto pagar.
Los cocheros hacían una pequeña diferencia los días sábados y domingos cuando eran contratados para un casamiento o un cumpleaños de 15 o un aniversario o cuando las familias salían de paseo.
También eran utilizados en acompañamientos a cementerios. Cuando había un fallecimiento, los coches de plaza eran parte del acompañamiento y se ubicaban detrás del coche de duelo.
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El “caballo blanco” llamaban al coche de plaza que dos veces por semana llevaba a las mujeres para ser revisadas en la Asistencia Pública, como lo determinaba la ordenanza policial. Esa “victoria” tenía parada en la plaza 25 de Mayo y quién sabe por qué su conductor era el preferido de los rufianes. Uno de ellos, de origen libanés, fue muerto a tiros cuando circulaba por la calle Salta en ese coche.
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El coche de plaza o “Cafre” y sus características cocheros desaparecieron reemplazados por el taxi y el colectivo. Una ordenanza municipal de 1937 les prohibió el estacionamiento en su lugar tradicional, la Plaza 25 de Mayo, relegándolos después al espacio de la estación y el playón de la feria. Luego se les permitió el Parque de Mayo, pero con la obligación de limpiar las heces de los animales, quedando finalmente al margen del servicio de transporte de pasajeros.
Una cueca de Hilario Cuadros habla precisamente de los cocheros y de una época en las provincias cuyanas: “Cochero cuanto me cobra/ por llevarme hasta la casa,/ de mi comadre Paulina/ que vive en la Vereda-Alta,/ no piense en lo que me cobra/ porque el Chino anda con plata”.
Fuente: Publicado en Nuevo Mundo, edición 233 del 12 de abril de 2021