Arquitecta destacada, Actriz y directora apasionada. Una profesional que dejó su huella en San Juan. El Auditorio Juan Victoria y el escenario local la tuvieron como protagonista. El siguiente artículo escrito por Estela Ruiz M. fue publicado en Diario de Cuyo el 13 de diciembre de 2020
No nació en San Juan y tampoco la eligió para morir, pero sí para vivir buena parte de su vida y dejar huella. Carmen Renard Moyano tiene como máxima carta de presentación haber tenido un rol destacado en la construcción del Auditorio Juan Victoria, única mujer del equipo de arquitectos que lo proyectó y concretó, lo que no dejaba de ser un mérito por aquellos tiempos. Es más, tal fue su tarea en esa obra monumental de acústica perfecta, que algunos consideran que la máxima sala de conciertos de la provincia también debería llevar su nombre. Pero esta mujer, cuyo carácter y capacidad desbordaban su menuda figura, intervino como arquitecta en varias obras más, como "El Globito" (el teatro de cámara del Instituto Superior de Artes) por ejemplo; legados de su paso por la provincia a la que llegó a trabajar poco después de recibida, cuando estaba en plena etapa de reconstrucción tras el terremoto de 1944. Y se quedó. Compró la casa de Ramón y Cajal 362 norte (Desamparados) que habitó más de tres décadas, y se fue relacionando desde su profesión y desde su gusto por el arte: fue miembro de la Asociación Amigos de la Música (al igual que el Ing. Juan Victoria) y desplegó su pasión por el teatro y el cine. Aristas de una mujer inteligente y de bajo perfil, que no se vanaglorió de los logros cosechados y que tampoco tuvo el reconocimiento público merecido.
Vio la luz el 6 de diciembre de 1915 a las 12.45 de la mañana en su domicilio, según consta en su partida de nacimiento.
Fue la quinta de 10 hermanos (después de Adolfo, Marta, Máximo, Jorge y Miguel; y antes de Laura, Carlos, Rafael y Alicia) criados en el marco de una familia muy conservadora, en la casa estilo inglés de la calle Estomba 1830, Belgrano, donde ahora funciona el colegio Betania.
Sus padres, dos personajes de la historia argentina, en distintos ámbitos. Él, Abel Jules Adolfo Renard Bureau; ex Almirante de la Armada Argentina, destinado a la fragata ARA Presidente Sarmiento y Comandante del ARA Rivadavia y ARA Moreno; entre otros altos cargos; quien en los años "30 fue designado por José Félix Uriburu como Ministro de Marina, aunque poco tiempo después se apartaría de ese cargo. Así lo cuenta la escritora y periodista María Adela Renard, en base a unas memorias que su tía Carmen no alcanzó a publicar, tal era su deseo, pero que varios integrantes de la familia atesoran en copias anilladas.
Su madre, Josefina Ethel Moyano Loudet (emparentada con familias Moyano y Moya que otrora se establecieron en San Juan) fue una reconocida educadora, impulsora de los jardines de infantes en Buenos Aires y fundadora del prestigioso Instituto Renard, escuela primaria donde aplicó métodos de enseñanza vanguardistas, con fuerte perfil artístico-humanístico.
La independiente, la transgresora; decidida, aventurera, emprendedora, Carmen era una mujer de mundo. Una adelantada para su época, coinciden quienes la conocieron. Fue una de las dos hijas Renard Moyano que no se casó ni tuvo descendencia. La otra fue Laura, un par de años menor, que se hizo religiosa. Aunque supo enamorarse de algún señor y entablar vínculos, "se ve que no quería atarse con nadie", comentan. Era común por entonces que las hijas que no se casaban se quedaran a cuidar a sus padres. Y aunque los amaba, no era ese el destino de este espíritu indómito, que alguna vez le confesó a su primo Miguel Moyano: "Yo no me casé para no joder a nadie. Con el carácter que tengo ¿quién me aguantaría?".
Dicen que era más bien huraña, de carácter difícil, brava; pero a la vez muy divertida, cariñosa y de buen humor con sus seres queridos. Glamorosa para los ojos provincianos, aunque en esencia simple, supo administrar y disfrutar su buen pasar sin ostentaciones, y no dudó en ayudar al que estaba en apuros.
Maestra normal graduada del Instituto Nacional del Profesorado en Lenguas vivas y bachiller del Liceo de señoritas, le encantaba leer, compraba muchos libros cada vez que viajaba, leía diarios y estaba siempre actualizada. Hablaba fluidamente inglés y francés; y sabía algo de alemán e italiano. Pero fue por más. Estudió una carrera "de varones", al punto que cuando se anotó en el Master del país del norte -relata Miguel- creían que Carmen era un nombre masculino (de hecho, su abuelo materno se llamaba José del Carmen) y cuando la vieron no querían aceptarla. Pero no era tan fácil decirle esos "no" a este torbellino preparado y con carácter.
"Carmen siempre fue muy especial, era una mujer de avanzada, que salía de los moldes de una chica común de su época. Siempre interesante. Era Pepita la pistolera, dejó todo acá y se fue allá (San Juan) para ejercer su profesión; y luego largó todo y se dedicó al teatro y al cine", describe Victoria Bottazzi a su tía abuela, a la que también le encantaban los autos y que manejaba muy bien; al menos eso opina Pepe de la Colina, quien fue su alumno de teatro, asistente y alguna vez copiloto. Tuvo varios, como una coupé Ford, un Siam Di Tella, un Taunus y un Peugeot 504 que le chocaron y que, rememora Miguel, dejó y se vino en avión para que en San Juan no dijeran que andaba chocando. "Era orgullosa con esas cosas", ríe su primo, hermano menor de Fernando Moyano, amigo y confidente de Carmen, quien sugiere que su estilo de vida no era del todo bien visto por un sector de la parentela sanjuanina.
Muy fumadora, su voz grave que tan bien les sentaba a algunos personajes, daba testimonio de su adicción al cigarrillo. También sus pulmones, que comenzaron a pasarle factura. Pero...Una vez, en el velatorio de una de sus cuñadas y ante un acceso de tos, su sobrino Carlos le preguntó cuándo iba a dejar de fumar. Entonces ella señaló el féretro y les dijo "¿Ella fumaba?". La respuesta, que nadie dio pero todos sabían, era lógicamente "no".
Ya había regresado a Buenos Aires, corrían los "80, y le diagnosticaron EPOC (corto tiempo usó mochila de oxígeno). Pero igual se dio el gusto de participar en distintas películas y de estar con sus amigos artistas, varios de los cuales la visitaron en el piso sobre Paraguay y Uliarte, Palermo, donde vivía sola y que había decorado a su estilo bohemio. Allí pasó sus últimos días, hasta que debió ser internada en el Hospital Naval, ya muy desmejorada pero siempre lúcida. Murió el 3 de enero de 2002 a los 86 años; y sus restos descansan en el cementerio Jardín de Paz de Pilar, junto a los de sus padres.
Su último CV, que abarca sólo hasta el año 1977, refleja una rica trayectoria. Carmen, que publicó varios artículos sobre Urbanismo en DIARIO DE CUYO y también ejerció la docencia universitaria, egresó como arquitecta de la Universidad Nacional de Buenos Aires en 1939 y casi inmediatamente fue becada a Estados Unidos, donde en 1941 obtuvo su Master en la Universidad de Columbia; y años después se perfeccionó en Francia. Su matrícula nacional tiene número 346 y la del Consejo Profesional de ingenieros, agrimensores y arquitectos de San Juan, es la número 59.
Autora de destacados trabajos en el país, tanto en el ámbito público como privado, el vínculo laboral con San Juan comenzó tras el terremoto de 1944. No figura en su CV, pero el artículo escrito por Inés Moisset (Un día, una arquitecta), cuenta que ese mismo año trabajó en un proyecto, junto a Fermín Bereterbide y Ernesto Vautier, que "proponía trasladar la ciudad'''' a la Comisión de Urbanismo; aunque como demandaba expropiar grandes terrenos, el plan fracasó. El mismo artículo consigna que "Mark Healy menciona que posteriormente Renard volvió a San Juan, cuando ganó el concurso para diseñar una gran escuela pública".
Probablemente se trató de las escuelas Belgrano e Ignacio de la Roza, que proyectó y dirigió en 1949, tal como consta en su hoja de ruta, lo mismo que su trabajo como representante técnica en empresas constructoras, la proyección y ejecución de viviendas (1947) y desde 1958 a 1962, por concurso, su desempeño como asesora de urbanismo del Consejo de Reconstrucción de San Juan.
En su CV figura también, desde 1962 y como un dato más, el proyecto y dirección parcial en conjunto con el Ingeniero Federico Malvarez (NdeR: especialista en acústica de la UBA) del Auditorio y Escuela de Música de San Juan (NdeR: junto a los arquitectos Eduardo Caputo Videla y Mario Pra Baldi, inaugurado en 1970 y nombrado Ing. Juan Victoria en 1987).
"Yo creo que ella merece que el Auditorio lleve su nombre, debería ser Victoria-Renard. Todo el diseño es de ella. Me acuerdo lo que rabió una vez que llegó y vio que habían barnizado todas las maderas de la sala principal, afectando la acústica. Tuvieron que sacar todas y llevarlas a restaurar. Ella llevaba las riendas, doy fe porque habiendo trabajado con ella, tengo muchos datos de aquella época", asegura Pepe de la Colina.
Relacionada con la acústica está también la anécdota que guarda Fernando, cuando en una visita a San Juan, ella lo llevó al Auditorio a escuchar la Misa Criolla, ya que había venido Ariel Ramírez y su gente. Y Carmen se agarró la cabeza cuando vio que empezaron a desplegar parlantes por todas partes. "Están haciendo una barbaridad, no conocen lo que es este Auditorio", le expresó molesta a su primo. Demás está decir, que luego los levantaron.
En 1964 también fue parte del proyecto y dirección de edificios para el Observatorio El Leoncito, en Calingasta. Y ya en los ''''70 fue inspectora de obras del Banco Hipotecario Nacional.
Otra de las obras icónicas en las que intervino la arquitecta Renard fue en El Globito (teatro de cámara del Instituto Superior de Arte, en el Parque de Mayo, inaugurado en 1963 y demolido en 1965), junto a Luis Suárez Jofré, Federico Blanco, José Vilanova y Nello Raffo. Y aunque de mucha menor magnitud que el coloso musical, como el mismo Auditorio significó la conjunción perfecta de sus pasiones: arquitectura y arte.
Desde chica a Carmen le gustó actuar. Recuerda Jorge Renard, su sobrino, que en la casa de la calle Estomba, ella y sus hermanos hacían representaciones. Efectivamente, Fernando Moyano, contó a DIARIO DE CUYO que una vez que vino a San Juan, su prima lo llevó a cenar a su casa, pero le advirtió que no se sorprendiera con lo que iba a ver. Cuando entraron, había una docena de chicas y muchachos ensayando una obra. Y ella se los presentó diciendo que gracias al padre de Fernando, hermano de su madre, había descubierto su amor por el teatro. "A mi padre le gustaba mucho el teatro y había formado un grupo con Carmen, sus hermanos y algunos vecinos, y él los dirigía'''', rememora.
Eso que empezó como un juego terminó siendo uno de los motores de Carmen, que muy vinculada al quehacer artístico provincial, desde el ''''54 también integró Asociación Amigos de la Música, dio conferencias (como las de Mozart y Berlioz en el ''''56) y fue vocal de la Primera Bienal de Música de Cámara en San Juan. Socia fundadora de la asociación ProTea (Pro Teatro, luego Fundación, destinada a apoyar la actividad), en 1969 creó en ese marco el elenco vocacional Artea, con Josefina Zavalla de Barud, con el que subió a escena varias obras. Las llevaron al entonces Salón Cultural Sarmiento y a algunos departamentos. Pero si algo marcó esa época fue "El Planario". Así bautizó al teatrito que armó en el living de su casa, que se convertiría en la primera sala de teatro independiente local. El nombre, según les explicó a sus dirigidos, refería a un elemento que tenía que ver con el buen humor.
"Desmanteló su living, que tendría 4x8, generó una plataforma de 30 cm a modo de escenario y puso unas 30 sillas en filas, la última con una tarima de madera para que se pudiera ver bien.
Iba gente, ella hacía mucha publicidad en Cuyo, Tribuna y Canal 8, en el programa de los sábados Actualidades sanjuaninas, con Reynaldo Mattar y Lucy Campbell. Cobraba una entrada módica y hacía esperar al público en otra salita que tenía, con silloncitos y su tablero; y le convidaba algo para beber. Cuando terminaba la función, nos repartía todo lo recaudado a nosotros, ella no se dejaba nada. Yo le decía +Pero Carmen ¿y usted que ha puesto todo?+, y me respondía +Dejate de macanear+. Ella amaba el teatro, lo hacía por pura pasión, Y para nosotros imagínate lo que eran esos pesitos'''', cuenta Pepe de la Colina, que debutó en su elenco con La escuela de las mujeres, de Moliére, en 1974. También pusieron en tablas La tía de Carlos, una obra inspirada en La dama de las camelias, El médico a palos, El tartufo, por citar algunas. En el grupo más estable estaban Pepe, Bachi Buttini, Daniel Clavijo, Boy Segovia, Arturo Vázquez y Eduardo Masramón.
Este último, un geólogo que aprendió a amar el teatro con Renard al punto de seguir esa carrera, que aún ejerce en La Rioja, reafirmó lo dicho por Pepe. "Íbamos todos los días, desde las 20 o 21 y a veces hasta la medianoche. Ella corría con todos los gastos y nos daba algo para comer y beber. Cuando hicimos La escuela... alquiló todos los trajes de época en Buenos Aires, que eran impresionantes, era una mecenas'''', señala. Por entonces, también había llegado Guillermo Sacchi, que fue su sonidista y quien le dio la idea de hacer una suerte de Café Concert en lo que hoy es el hotel de Mitre pasando Mendoza; junto a Violeta Pérez Lobos y Juan Carlos Abraham en danza. Eran los jueves y se llenaba.
Tanto Pepe, a quien había contratado como asistente para distintas tareas -desde hacer copias de los planos hasta cortar naranjas y bergamotas de su fondo, o hacer copias con carbónicos de los guiones en la máquina de escribir- como Eduardo recordaron una anécdota fuerte ocurrida a mediados de los "70. Durante una merienda, mientras Carmen bebía Mazawattee -un té que venía en cajitas de metal- le contó que le había enviado una carta conceptuosa al Gral. Videla "por algún hecho en particular'''' y que él se la había contestado. Se la mostró y luego la guardó en su cartera.
"Yo era un muchacho, más preocupado por juntar unos pesos para el fin de semana que otra cosa, así que no le di mayor importancia'''', dice Pepe, y ahí quedó. Una tarde, Eduardo había llegado más temprano a la clase y estaba en casa de Carmen cuando tocaron el timbre. Ella abrió y un par de policías entraron y le dijeron que se la tenían que llevar, y a él también. Eduardo, que temía porque él era militante y que narra que si bien no le hicieron daño sí se burlaron de ellos, explica que Carmen jamás había hecho ningún tipo de comentario político. Mientras tanto, Pepe y el resto de los jóvenes iban llegando a casa de Carmen. Cuándo él tocó el timbre, nadie salió, pero se acercó un policía, le preguntó qué iba a hacer ahí y luego lo llevó a un celular donde estaban sus compañeros. Todos fueron a parar a la Central de Policía que estaba en calle Tucumán, recuerda.
Tan naif resultaron las respuestas de los muchachitos, que los soltaron al rato a todos. Durante tres días Carmen no abrió la puerta. Les contaría después que se la llevaron al Regimiento, donde había otros profesores, y que durmió en el piso. Entonces ella sacó de la cartera esa carta que guardaba y fue su pasaporte de salida, aunque finalmente los soltaron a todos. "En aquel momento era una anécdota. Hoy toma otro valor en función de lo que ya sabemos'''', reflexiona De la Colina. Estuvieron parados un tiempo y luego volvieron a las tablas, pero no por mucho más. ¿Por qué se fue? Nadie lo sabe exactamente. Tal vez por ese episodio, quizás porque quería cerrar una etapa y dedicarse a su otra pasión. Lo que sí dice Fernando es que debió amar San Juan, de lo contrario no se hubiera quedado tanto tiempo.
Su despedida fue con la película Visión de un asesino, de Reynaldo Mattar (1981). "Cuando regresó a Buenos Aires se dedicó a la actuación, tomó clases con Franklin Caicedo y participaba de castings para cine'''', señala Adela. Allí rodó una docena del films, cortos y un capítulo de Okupas. Desde Abierto de 18 a 24 (1988) hasta Assessination Tango, con Robert Duvall, (2002), pasando por El lado oscuro del corazón, de Eliseo Subiela, (1992), De amor y de sombras, de Betty Kaplan (1994), El sueño de los héroes, de Sergio Renán (1996), El faro, de Eduardo Mignona (1998), Las aventuras de Dios, de Subiela (2000), Felicidades, de Lucho Bender (2000), entre otras. Pero tampoco lo andaba comentando.
"Me pasó de estar viendo una película y verla aparecer sin saber nada (risas). Y cuando por ahí te contaba y le preguntabas: ¿Y qué papel hiciste?, te decía +¡De vieja, de qué voy a hacer!+. Era muy cómica'''', señala con cariño Alejandra sobre su tía, ex miembro del MOMA (Museo de Arte Moderno de Nueva York) en los "40. Eran papeles menores, bolos, cameos, pero ella estaba feliz. Como el teatro en San Juan, lo hacía "por amor al arte''''.
"Aprovechó para meterse en el mundo artístico, con las películas y el teatro -rescata Fernando-. No lo hacía por la plata, sino porque le gustaba. Decía que se divertía, que era toda gente interesante y pasaban largas horas grabando. Lo disfrutaba y lo hizo hasta que no pudo más. Carmen amaba actuar''''.
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Complejo Cultural Auditorio Juan Victoria
-- Carmen Renard. Coautora del auditorio Juan Victoria en San Juan