Ocurrió el 31 de diciembre de 1969 en Rawson. La víctima, de 13 años, fue baleada y acuchillada por el efectivo policial, en ese entonces de 24 años. La siguiente nota fue publicada en Diario de Cuyo el 24 de abril de 2020 escrita por Federico Frías.
El cuerpo estaba atravesado sobre la cama de dos plazas, bañado en sangre y con los pies tocando el suelo. Tenía heridas de bala en la cabeza y marcas de cuchillazos. Era la mañana del 1 de enero de 1970 cuando un grupo de policías se encontró con la horrorosa escena en una pieza ubicada en Alfonso XIII antes de 9, en Rawson.
El panorama para los pesquisas era realmente shockeante, porque las lesiones eran alevosas, porque notaban que estaban frente a un crimen cometido con saña y porque el cadáver era nada más y nada menos que el de una niña de 13 años, a la que identificaron como Norma Beatriz Cúneo.
Y apenas supieron quién era pusieron la mira en un colega de ellos, el oficial ayudante Juan Carlos Terrera, con quien la víctima tenía una relación prohibida, incluso con una denuncia de por medio. No fue difícil hallarlo, porque el propio asesino apareció por la casa y confesó el hecho. Antes de eso, casi mató a un hijo suyo y hasta intentó suicidarse de un disparo, sin éxito. Una historia negra con todos los condimentos.
La relación
El policía Juan Carlos Terrera conoció a Norma aproximadamente un año antes al asesinato. Se desconoce en qué circunstancias, pero lo que se sabe es que se enamoró perdidamente de ella. Él tenía 24 y ella 13. En los informes periodísticos de aquella época trataban a Norma como "joven mujer". Eran otros tiempos. Si el asesinato hubiese ocurrido hoy, las noticias hablarían del crimen de una niña.
Lo concreto es que la relación con la menor llevó a Terrera a separarse legalmente de su esposa, con quien tenía 3 hijos. Por ese motivo también partió del hogar y se fue a vivir a la casa de un hermano suyo, en Alfonso XIII antes de 9, en Rawson. En ese lugar era visitado habitualmente por Norma y tenían encuentros íntimos.
Pero la cosa se empezó a poner fea para el hombre y de a poco fue perdiendo el interés. Su situación irregular, su condición de policía en actividad y la prohibición de visitar a sus hijos (por disposición judicial habían quedado bajo la tutela de su suegro), siempre eran motivo de discusiones para la pareja, al punto que Terrera le manifestó sus intenciones de terminar la relación para no tener más problemas.
Sin embargo, la menor siempre le insistía con no cortar el vínculo y le decía que no lo iba a dejar nunca. Él en una oportunidad llegó a decirle que se iba a matar. Su presente no era bueno, se refugiaba en el alcohol pero eso también le traía problemas, como la vez que lo sancionaron porque estando borracho se puso a disparar al aire con el arma de la repartición donde cumplía funciones como oficial ayudante, la seccional 2da.
Denunciado
Los rumores de la relación prohibida llegaron a oídos del padre de Norma y de inmediato actuó. Se fue hasta la seccional 2da, donde prestaba servicio Terrera, y lo denunció por estupro, delito sexual que se produce cuando una persona mayor de edad mantiene relaciones sexuales con una persona menor que consiente la relación.
El policía ya estaba desbordado y eso fue la gota que rebalsó el vaso, pues el titular de la dependencia ordenó su arresto.
El padre de Norma no hubiese querido jamás denunciarlo si hubiese sabido lo que pasaría después. Pero claro, esto con el diario del lunes.
La antesala
El 30 de diciembre de 1969 Terrera se presentó en su lugar de trabajo, como cualquier otro día. Pero apenas llegó se le comunicó la novedad: lo habían denunciado por estupro y habían ordenado su detención.
Aquí viene otra parte que podría haber cambiado la historia. No se sabe bien si pidió permiso o si fue en un descuido de sus superiores, pero lo cierto es que el hombre consiguió salir de la dependencia. Antes de marcharse tomó un arma que estaba en un escritorio. Hay una versión que indica que se retiró con el pretexto de ir a su domicilio a buscar algunos efectos personales y luego volver. Pero lo concreto es que no se tuvieron noticias de él hasta después del asesinato.
La noche del crimen
Al día siguiente, el 31 de diciembre, Norma Beatriz Cúneo apareció por la casa donde residía el policía. Eran alrededor de las 21. Al parecer su intención era pasar con él el último día del año. Terrera estaba con un amigo pero se retiró para dejarlos solos.
No fue una noche romántica. Todo lo contrario, porque apenas quedaron solos el hombre increpó violentamente a la menor. Estaba sacado, realmente enojado por la denuncia por estupro que existía en su contra.
Norma trataba de calmarlo. Le decía que ella no había sido la que lo había denunciado. Le explicaba que él, como policía que era, lo podía comprobar. Que lo hiciera. Que se fijara, que ella en ningúin momento había prestado declaración para acusarlo.
Pero Terrera era muy temperamental. Nervioso. Sensible a las reacciones violentas. Y otra vez volvió a su cabeza la idea de suicidarse. Insistió con que se iba a matar, pero Norma le dijo que si ese era su deseo que primero acabara con la vida de ella.
Mientras todo eso pasaba, Terrera escribía una especia de carta. Estaba dirigida al titular de la seccional 2da, a quien le pedía que si alguno de sus hijos quedaba vivo lo cuidara y tratara de colocarlo en algún patronato de menores.
La carta quedó inconclusa. La tensión entre la pareja era máxima y la discusión seguía. Al parecer la menor estaba sentada al borde de la cama de dos plazas cuando llegó lo peor. En aquel momento se habló de que el policía tuvo una especie de excitación nerviosa. La tomó de los pelos y a quemarropa le disparó dos veces en la cabeza con el arma que se había llevado de la dependencia, una pistola 45 calibre 11,25 milímetros.
Luego dejó el cuerpo tendido en la cama y se alejó del lugar.
Casi otra muerte e intento de suicidio
Terrera estaba obnubilado. Había disparado a una menor de 13 años de quien había estado perdidamente enamorado. Una vez que salió de la casa, se fue a pie hasta lo de su suegro, de apellido Gaitán, que vivía a pocas cuadras y que tenía a cargo a sus tres hijos.
Cuando llegó encontró al hombre sentado en el patio, con uno de los chiquitos en sus brazos. Le preguntó por los otros dos y le respondió que no se encontraban en la casa.
No se sabe bien cuál fue la intención, pero inmediatamente después Terrera efectuó dos disparos que terminaron impactando en el suelo, a escasos centímetros de donde estaba su suegro con su hijo.
El hombre lo miró, sorprendido. Y quedó aún más asombrado cuando vio que luego llevó la punta del arma a su propia cabeza y gatilló. El proyectil no dio en el blanco. Apenas le produjo una leve herida en el lóbulo de la oreja derecha, aunque eso fue suficiente para que cayera desvanecido al piso, seguramente aturdido también por su estado emocional.
El suegro aprovechó ese momento para pedir ayuda a los vecinos. Pero cuando regresaba junto a dos personas, Terrera ya había logrado recuperarse y huía de ese lugar, perdiendo el arma en el camino mientras corría apresurado. La pistola fue encontrada por Gaitán, pero era de noche y prefirió dejar las cosas como estaban y recién ver qué hacía a la mañana siguiente, el primer día de 1970.
El señor ni se imaginaba lo que había sucedido en el domicilio de su yerno. Ni que tampoco el policía iba a regresar a la escena del crimen. El mismo sujeto confesó luego que cuando volvió la menor aún estaba con vida, o por lo menos eso le pareció. Entonces la remató a cuchillazos, "para evitar su sufrimiento". Y volvió a alejarse del lugar.
El hallazgo del cuerpo
Gaitán, el suegro, se despertó temprano, seguramente de una noche complicada, y decidió ir hasta la seccional 6ta a denunciar lo que había pasado y a entregar el arma. El jefe de esa dependencia escuchó su relato y de inmediato mandó a buscar a Terrera.
Una comisión especial se constituyó en el domicilio del acusado y llamó a la puerta. Nadie respondía. Y como tenían lo sospecha de que podía haber ocurrido en ese lugar algo malo, decidieron entrar y se encontraron con una postal macabra: el cadáver de Norma bañado en sangre. Al revisar la escena encontraron dos proyectiles. Uno había atravesado las colchas, las sábanas, el colchón y había rebotado contra la hoja de un cuchillo que se encontraba entre el elástico y el colchón, por eso es que estaba deformado. La otra bala fue encontrada entre las colchas y tenía restos de masa encefálica y pelo.
Los investigadores seguían trabajando en la escena del crimen cuando apareció por el lugar Terrera. Había estado deambulando entre 10 a 12 horas, descalzo por los alrededores del lugar. Un vecino le había facilitado unas alpargatas y llegaba a la escena para confesar el terrible crimen.
Una atrocidad de la que casi no hay registros en la provincia.
Fuente: Diario de Cuyo