Emma Sánchez Guzmán y la anécdota con Ariel Ramírez

Emma fue quien le prestó el piano a Ariel Ramírez, en el que compuso “Volveré siempre a San Juan”. La siguiente nota fue publicada en El Nuevo Diario, en la edición 630 del 29 de octubre de 1993 en la sección La Nueva Revista

 Emma es, en la descripción de su hijo, una gordita rubiecita. Una forma como cualquier otra de minimizar su verdadero temple, la férrea voluntad que se esconde tras su permanente sonrisa y la tremenda vitalidad que despliega contra viento y marea.

Emma Sánchez Guzmán nació un 19 de octubre de 1929, en el día del cumpleaños de su madre Isabel Guzmán, hoy de intactos 93 años. Su padre, Francisco Sánchez Robles, fue un español de Almería que casó con esta mendocina longeva de raíz también española pero mezclada con italiano. De esta unión nacieron Emma y Armando Joaquín, ingeniero civil y director del Proyecto Corpus aún en estudio de factibilidad.

—Nací aquí mismo, en éste solar. Mi padre, que vivía para hacer cosas, al terminarla la vendió y dio una seña por otra que pensaba adquirir. Justo sobrevino el terremoto y afortunadamente le devolvieron la seña y pudo conservar esta casa que fue la única en la cuadra que no se cayó totalmente. Después, por supuesto, hubo que reconstruirla. Emma revolotea por toda la casa, nerviosa sin duda ante la entrevista.
Del apelativo gordita de su hijo ya poco queda, empeñada en una dieta que la hace ver muy distinta y recibirnos de punta en blanco. Enseguida vienen el café y por si fuera poco, un budín inglés... -pruébelo joven (le dice al fotógrafo), lo he hecho yo misma...-.

Emma inició sus estudios con las monjas del Santa Rosa de Lima pero, gracias a su carácter, sus padres la enviaron enseguida a la Belgrano y de allí a la Normal Sarmiento.

—¿Cómo viviste el terremoto?
—Espantosamente trágico. Perdí una primita que vivía en Punta de Rieles. Por acá todos los vecinos hicieron una especie de "ranchón" en lo que era la canchita de la Escuela Rivadavia aquí enfrente, y allí vivimos todos. Allí el lunes -el terremoto fue un sábado- hubo un casamiento en ese ambiente: Nelly Del Pie con Juancho Juárez. Y a pesar de la tragedia estuvimos de fiesta. El que tenía galletas las trajo al igual que el que tenía un poco de vino y así. Mamá tenía dos tarros de dulce de damasco y la señora de al lado había hecho escones y pan casero y lo llevaron también. En ese "ranchón" estuvimos cuatro o cinco días. Con el fotógrafo, recorremos la casa en busca de las consabidas fotos y ella insiste coqueta que su mejor lado es el izquierdo. Después nos explicará que es más que mera coquetería: "perdí el ojo en un accidente de Carnaval en el ''34, en el Parque. Papá manejaba y por acomodar unas mascaritas, se llevó delante un árbol y me entró vidrio en el ojo. Yo tenía por entonces cuatro años. Esto me marcó... En aquel entonces las personas con defectos físicos no podían seguir la docencia y no pude seguir de maestra. De qué manera cruel y poco respeto me lo dijeron. Era una adolescente, tenía quince años y me decían que se iban a reír de mí... Decidí entonces que si no podía ser maestra de aula tenía que ser maestra de algo. Y pensar que como docente, muchos años después, he tenido alumnos con parálisis o distintos problemas físicos.

—¿Qué estudiaste entonces?
 —Egresé como Bachiller y con la intención de irme a Buenos Aires. Aparte estudiaba piano con el Maestro Cimorelli, un italiano formador de mucha gente acá en San Juan. Terminé piano y como ya estaba comprometida, el novio dispuso que no fuera y mi padre aceptó esta decisión, me quedé. De todos modos, yo ya venía trabajando como maestra de música desde el ''50. Así que me casé a los cuatro años de noviazgo y a los seis de casada me divorcié, mejor dicho, me separé de Pedro Mendoza que falleció en el ''89. Tuve dos hijos, uno que tú conoces muy bien, que es Edgardo Sergio, profesor de Historia y Beatriz Cecilia, profesora de Preescolar.

—¿Qué pasó entonces?
—A raíz de esta separación y de tener que criar los hijos, decidí que la música, que había sido un adorno, me sirviera para subsistir y me fui a Mendoza a prepararme con profesores de la Universidad y regresé cuando ya estaba el I.S.A. (Instituto Superior de Arte). Allí entré como profesora y alumna al mismo tiempo.

—¿Cómo tomaron la separación tus padres?
—Yo no me divorcié, me separé. Recién me divorcié en el ''69 cuando papá falleció. En vida hizo todo lo posible para que nos reconciliáramos. Para ellos fue un golpe muy duro, era algo inconcebible en aquella época.

—¿Qué significó para ti sacar tus hijos adelante?
—EI motorcito que me llevaba hacia adelante en el medio social en que vivía y sigo... Al venir de Mendoza te cuento, entré en el I.S.A. y egresé en la primera promoción de maestros de música de la Universidad Provincial Sarmiento. Después hice becas de folklore en el Fondo Nacional de las Artes y opté por ser profesora, aunque no terminé, en la flamante escuela de música de la U.N.S.J. Pero es que ya tenía paralelamente la escuela primaria y trabajaba aquí enfrente y terminé siendo Supervisora de Música hasta que la dictadura me jubiló de oficio en el ''77.

—¿Por tu hijo?
—No. Edgardo se autoexilió pero no por tener problemas. Edgardo, en el ''76, era presidente de dos centros estudiantiles en Córdoba: Historia y Abogacía. Y lo inhabilitaron, había pedido prórroga en el Sevicio Militar y en esa circunstancia se perdieron tres compañeros suyos y los amigos le dijeron que se fuera. Fue declarado desertor, condición que le fue levantada por los mismos militares al irse y a los dos meses de esto, ocho años después, retornó a San Juan. Estuvo esos años viviendo en París.

—¿Cómo viviste esto?
—Bueno, en el ''79 se fue mi hija a España pero a seguir sus estudios allá y se encontró con que no era como pensaba y comenzó a trabajar en colonias de niños latinoamericanos con problemas. Allí se despertó su vocación y al año regresó a Buenos Aires y entró al Ecleston para estudiar maestra jardinera. Tú me preguntas como viví esto. Te diría que casi sin darme cuenta. Edgardo me invitó a vivir en París y fui tres meses. Me alquiló un departamentito frente a un hermoso mercado y lo pasé muy bien...

Hubo un tiempo que a Emma se la conocía por sus actividades y a sus hijos por serlo de ella. Desde que retornó Edgardo, paulatinamente y casi sin darnos cuenta, Emma pasó a ser la madre de Edgardo Mendoza...

Hay una anécdota pintoresca en la vida de Emma, pero creo que conviene contarla como yo lo conocía. En ese entonces era jefa de prensa en Cultura y me tocó atender y llevar a los medios a Ariel Ramírez. En conferencia de prensa, en el incendiado salón azul del Nogaró, acompañado de Zamba Quipildor, refirió que aquí en San Juan, en un piano prestado por una jovencita, había compuesto esa zamba dulce que es "Volveré siempre a San Juan"... No habrían pasado dos meses y me toca ir a Berreal acompañando a una señora que daría unas charlas sobre la Tonada cuyana, esa señora era Emma. Las charlas eran el domingo, de modo que teníamos el sábado "en blanco". Emma no es de estarse quieta, así que resolvimos ir hasta Calingasta aunque más no fuera a tomar un café. Lo cierto es que se nos "pegaron" dos conscriptos y terminamos charlando todos juntos en la noche calingastina con cerveza y ranas fritas, contando anécdotas y bromas que hicieron de esa noche uno de los recuerdos más gratos que tengo.

Allí Emma refirió que un tal Ariel Ramírez se había llevado su piano y compuesto una melodía que con el tiempo fue característica... Oh! casualidades. Este San Juan es muy chico aún: terminamos encontrándonos todos con todos en alguna vuelta de la vida.

—Contame la anécdota de Ariel Ramírez.
--Un día del año ''49, a la tardecita, llegaron amigos de mi hermano: Carelli, González, Victoria, a decirme que había venido un pianista de Buenos Aires que tocaba muy bien y les iba a dar un concierto íntimo y no quería tocar en ningún piano y como sabían que yo tenía un Bechstein muy bueno, venían a pedírmelo. Me lo presentaron entonces y conocí a un flaquito muy alto y de lentes que se presentó como Ariel Ramírez. Yo no lo había oído nombrar. pero lo invitamos a entrar y probó el dichoso piano. Le pedimos permiso a papá y trajeron un camión sodero para trasladarlo. Allá fuimos todos a la casa de los González, que tenían una fábrica de soda en Villa del Carril. Fue una fiesta lindísima en la que también estuvo Buenaventura Luna con bastantes copitas demás... Cuando el pianista se sentó, yo ya estaba absorta en él y me senté a su lado. Y tocó "Concierto para la mano izquieda", "El santito"; pero ya la gente se tenía que ir y cuando ya nos veníamos le recomendé el piano. Se quedaron canturreando y Ramírez quiso componer algo para San Juan y Buenaventua Luna le hizo conocer unas cuartetas llamadas "La Vínica". Pasó el tiempo y Ramírez nunca se conformó con ese poema, aunque sí la música que la creó esa noche. Diez años después, en Mendoza y con Tejada Gómez, cambiaron la letra y nació "Volveré siempre a San Juan". Lo mágico aquí es que primero fue la música y luego la letra. De aquí en más, Ramírez se puso un poco sensiblero según mi gusto.

—Haz un balance de tu vida.
—Me siento en la mitad y considero que el haberme preocupado por la música y la contingencia de criar a los hijos, me dio solidez en los afectos, que es lo que considero más importante en mi vida. Y sigo trabajando, comprometida con la cultura y el folklore y digo en broma que esto terminará si me da un "soponcio" en el camino o las neuronas se detengan y no me permitan seguir creando.


En Emma se cumple ese refrán que dice: "Genio y figura hasta la sepultura".

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Emma Sánchez junto a su madre Isabel Guzmán
Emma Sánchez en su casa donde fue entrevistada para El Nuevo Diario