Martha Palacios y Manuel Alejo Vera Correa. Una boda en la capilla del hospital

Este artículo publicado en El Nuevo Diario, edición 630, en la sección La Nueva Revista, el 5 de noviembre de 1993.

 El 15 de mayo de 1937 se producía en San Juan un hecho insólito e irrepetible: en la capillita del entonces Hospital San Roque -situado en lo que actualmente es la plaza General Paz-, se concretaba una boda, entre dos seres que eligieron ese recinto voluntariamente. Los pocos casamientos realizados en el lugar fueron o a personas internadas o a sugerencia de las monjitas que atendían el hospital, para normalizar situaciones de pacientes -especialmente aquellos provenientes de los pueblos, que convivían en forma irregular-.

Cuando el novio le comunicó al entonces arzobispo Américo Orzali su decisión de casarse en esa Capillita, el sacerdote le negó el permiso, argumentando que "no era posible celebrar allí una boda, porque había monjas". La respuesta del futuro consorte fue rotunda: "si no es ahí, no me caso".

El relato proviene de Manuel Alejo Vera Correa -el novio, obviamente-, quien al día siguiente de esta negativa conversó lo sucedido con la Madre Superiora de la Congregación que residía en el Hospital y con ella fueron a consultar "a un viejo curita de la zona, que redactó un documento donde expresaba que no existía reglamentación alguna que prohibiera la realización de un casamiento en la Capilla". "Con ese papel recurrimos al arzobispo, quien no pudo hacer otra cosa que aceptar la realización de la ceremonia, pero con una condición: "ordenó a las monjitas a que no salieran de sus habitaciones cuando nos estuvieran casando" -recuerda con humor el hombre-. 

 El empecinamiento porque fuera ese y no otro el lugar donde Martha y Manuel se dieran mutuamente el sí no fue un capricho, sino una forma de compartir con su familia un acontecimiento tan trascendente, en el mismo ámbito donde a diario transcurrían sus horas como profesional de la medicina.

El doctor Manuel Alejo Vera Correa ya era médico en aquellos tiempos y siguió siéndolo durante muchos años más, "hasta 1962 en que dije basta y me retiré, después de treinta años de hospital" -afirma rotundo el verborrágico médico-. Mientras él se entusiasma contando experiencias -positivas y de las otras-, de sus tiempos de profesional de la salud-, ella prefiere recordar las épocas del noviazgo, cuando Manuel -o "Rubio", como lo llama- estudiaba en Córdoba y se iba por largas temporadas, sin dar señales de vida: "nunca me escribió una carta, pero cuando venía a San Juan seguíamos estando de novios".

Se habían conocido en las escalinatas del Hospital Rawson, cuando Martha llegó llevando a uno de sus siete hermanos accidentado y el entonces estudiante de medicina, atendió al muchacho. Para seguir de cerca la salud del joven, comenzó a frecuentar la casa y a la única niña de la familia, durante ocho años y medio.
—Él era muy callejero.
—Claro, porque era médico.
—Bueno... eso es lo que siempre me decías, y si no era así, no me importa, porque yo nunca fui celosa.
 —Porque jamás te he dado motivos; puedo asegurar que no tengo hijos naturales... El diálogo, en tono jocoso, se prolongó un buen rato hasta que Martha, cuando habla de la familia que han constituido -cinco hijos, veintidós nietos y doce bisnietos-, quiere destacar a su nieta Cristina, sorda de nacimiento y profesora de computación, que acaba de ganar un importante premio a la mejor discapacitada de San Juan. "Esta distinción ha sido para nosotros una de las mayores felicidades de nuestras vidas" -y el joven rostro de esta abuela de ochenta años se ilumina de emoción-.

Al abuelo también lo colma de orgullo el mérito de la descendiente y se queda en silencio, pero al instante ya está conversando nuevamente y contando que fue presidente de la Federación Económica, que tuvo una bodega "en la que hacía vino sin agregarle agua, eh!" y que además participó en diferentes instituciones de bien común.

Después de 56 años de casados, Martha y Manuel siguen siendo felices, en una coqueta casa, rodeada de un amplio y florido parque, impecablemente cuidado. "Si ser dependiente es ser feliz, yo lo soy infinitamente" -no puede con su genio el hombre-. Ella, en cambio, prefiere afirmar que "somos felices porque hemos llevado una vida tranquila y tenemos una hermosa familia".

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Martha Palacios y Manuel Alejo Vera Correa posan a caballo en la finca de los padres de Manuel.
El matrimonio de Martha Palacios y Manuel Alejo Vera Correa posan junto a sus cinco hijos: de pie, Alejandro, Jorge y Manuel y sentados aparecen Martha e Inés.