El siguiente artículo fue publicado en El Nuevo Diario, edición 651 del 8 de abril de 1994
Eran los comienzos de la década del 40 y difícilmente una niña y un varón bailaban juntos sin haber sido antes presentados por algún amigo en común. Resulta que el encargado de tal “enganche” entre los jovencitos que se entrecruzaban miraditas sugestivas cada vez que se encontraban, cuando debió oficiar de "celestino" desapareció. Fue entonces que Francisco se animó: se acercó a la mesa donde estaba Yolanda y, sin más vueltas, la invitó a bailar.
Seguramente ella entornó los ojos y emitió un tímido “sí”, sintiendo el mismo escozor que el muchacho. Y tal era la emoción de ambos, que al finalizar los acordes del tema musical que interpretaba la orquesta, recién se dieron cuenta que habían bailado la Marcha de Juan Jufré.
Esta distracción no impidió a los enamorados continuar la conversación, que derivaría en la concreción de un noviazgo que duró tres años y medio: de los cuales medio transcurrió acá y tres un poco a través de las cartas y con visitas cada tanto, porque Francisco era militar y tenía diferentes destinos, —acota Yolanda—.
Como es habitual en estos casos, la relación culminó en casamiento. ¿Cuándo y dónde? El 17 de marzo de 1945 y “por civil en una carpa ubicada frente a la plaza de Desamparados” —dice ella—.
“Y por la iglesia en lo que era la catedral: una especie de casilla de cartón instalada en la plaza 25” —añade él—.
Para la luna de miel el proyecto consistía en un crucero en barco por el Paraná hasta las Cataratas del Iguazú, pero cuando llegamos a Corrientes leí en un diario que Argentina le había declarado la guerra a Alemania; yo. en mi carácter de militar, creí oportuno comunicarme con la base y allí alguien me dijo que tenía que regresar.
Cuando llegué, resultó que tal orden no existía y nunca supimos quien había emitido ese mensaje'' —relata Francisco sin ocultar que la interrupción le molestó bastante—.
Quince días antes de la boda, el soldado había sido destinado a Uspallata y allí se dirigió la pareja como primer punto de un largo peregrinar por distintos lugares: “En los primeros cinco años de casados no llegamos a estar un año en la misma casa, como consecuencia de los reiterados traslados de mi marido” —cuenta la señora—.
De Uspallata pasaron a Mendoza. Allí nació Laura Elena “justo en el momento que a él le anunciaban el pase otra vez a Uspallata” —recuerda la entonces novel mamá—.
Al poco tiempo, el destino fue nuevamente Mendoza, y en este período nació Graciela, “pero a los diecinueve días, con las dos niñas, viajamos a Buenos Aires; este nuevo traslado fue para realizar un curso de capitán que duró aproximadamente un año, después del cual me enviaron a San Juan” —continúa con la cronología Francisco—.
“En esta ocasión, yo me vine seis meses antes porque estaba por nacer el tercer hijo. Entonces nos habíamos preparado para que fuera otra niña y, cuando resultó varón —Ricardo Francisco—, en el momento del alumbramiento el médico le pidió a la enfermera que corriera a avisarle al padre la novedad y, claro, yo pregunté por qué primero a él que a mí y... porque como nació “machito”, el “machismo” del doctor lo impulsó a dar la noticia al hombre antes que a la mujer —aún perdura el enojo en Yolanda—.
Estando radicados en San Juan, Francisco fue ascendido a mayor primero y después a teniente coronel. Cuando Se produjo la denominada “Revolución del 55”, que culminó con la caída de Perón, la familia pasó por momentos de profunda angustia: "...mis tropas tuvieron que ir a San Luis y, aunque finalmente no pasó nada grave, se vivieron situaciones de mucha tensión en esos días” —remarca don Francisco—.
Tiempo después de estos acontecimientos, nuevamente el militar fue trasladado a Buenos Aires, donde nació la última de las hijas: Liliana María.
Finalmente y antes de producirse el retiro del arma, el teniente coronel es nombrado juez de instrucción militar con destino en Cuyo, pero, como el juzgado funcionaba en Mendoza, otra vez tuvo que andar “de aquí para allá”, viajando semanalmente a la vecina provincia durante casi doce meses. Por fin, los últimos años de su carrera y en la función de juez, los cumplió en San Juan, donde el matrimonio se radicó para siempre. En la actualidad, la pareja que el año próximo cumplirá sus bodas de oro, espera la fecha sin hacer demasiados planes previos y convencidos que la vida ha sido con ellos benévola, porque se sienten realizados tanto en lo afectivo como en lo profesional.
“Si yo volviera a nacer sería otra vez militar y me casaría nuevamente con esta mujer” —dice Francisco—.
“Y si yo hubiera sido varón, habría elegido la carrera militar y, ¿si naciera de nuevo?... me casaría otra vez con este hombre” —dice Yolanda—.
Fuente: El Nuevo Diario