Este nota fue publicada en El Nuevo Diario en la edición 646 del 4 de marzo de 1994
El domingo que viene, en la bella casa donde contrastan armoniosamente el viejo estilo colonial español con los toques modernos de la construcción actual que se prolongan hasta un soleado patio con pileta de natación y sala de juegos, la mesa familiar se vestirá de fiesta. ¿El motivo?: la celebración del aniversario número veinte de la pareja integrada por María Hortensia Videla y Antonio de la Torre. La ocasión será propicia para recordar aquella fiesta en el Club Social, cuando a la usanza de la época el caballero invitaba a la dama a bailar y, si era correspondido, la noche y la música servían de marco para el inicio del romance.
Así, sucedió aquella víspera del cumpleaños de Hortensia. “El me sacó a bailar, conversamos mucho, yo comencé a sentir gran admiración por su nivel intelectual y cultural no muy frecuente en jóvenes de su edad..." —comenta la mujer— para luego emocionarse todavía reviviendo el momento en que, al día siguiente, recibió el colorido ramo de rosas que el muchacho le enviara a su casa. Ya no había dudas: el noviazgo comenzaba y, en este caso se prolongaría por muy poco tiempo, porque "el 9 de febrero del 74 nos comprometimos y el 6 de marzo nos casamos en la iglesia de Santa Lucía", el barrio donde la familia Videla tenía su residencia. "Todo salió como lo habíamos previsto, para mí, maravilloso" —dice Hortensia— y lo mismo sucedió durante la luna de miel que nos condujo al pueblo granadino donde había nacido el padre de mi esposo".
El relato de Hortensia es seguido con suma atención no solo por Antonio, sino también por los cinco hijos que animan la reunión solamente pon su fresca y juvenil presencia.
Al regreso del viaje de bodas se instalaron en un departamento alquilado, en Concepción, luego se mudaron al centro y, finalmente a la casa paterna de de la Torre, donde aún habitan. Comenzaron a llegar los hijos: Antonio, Diego, Mariana y Mar la Hortensia, con diferencia de año y medio entre cada uno. Y cuando la pareja ya había decidido, con dos varones y dos mujeres, "dejar de escribir a París", apareció el benjamín: Arturo.
"Durante varios años mi estado natural era estar embarazada —ríe María Hortensia—, pero siempre hemos sentido gran felicidad con el anuncio y la llegada de los hijos". El padre, orgullo también de sus vástagos, considera que "la tarea más difícil en la vida de un hombre es la de ser padre, pero cuando se logra mantener un clima de comunicación y de compañerismo, respetando las libertades individuales, la cuestión es menos complicada. Nosotros tratamos de conversar mucho, de estar juntos el mayor tiempo posible, de salir de vacaciones en familia, porque es como ellos necesitan de nosotros, los padres necesitamos de ellos”.
El tiempo compartido solo se ha visto interrumpido “cuando mi marido ha tenido que hacer campañas proselitistas —señala la señora—, y al referirse a su actividad pública, el señor recalca que "gracias a que ella que es una tenaz trabajadora, buena compañera y muy solidaria, he podido desarrollar con éxito mi carrera profesional y política".
A raíz de su militancia y de las dotes intelectuales que posee el doctor de la Torre, fue designado Ministro para Asuntos Culturales en la Embajada Argentina en Venezuela, durante la presidencia de Raúl Alfonsín. “Allí nos trasladamos la familia completa durante dos años; los niños entonces eran pequeños —el mayor tenía diez años y el menor dos y medio—.
Al principio tuvimos que atravesar por una etapa de adaptación, pero luego la experiencia resultó sumamente enriquecedora para todos". Es la mujer quien refiere los entretelones de la situación familiar de entonces; mientras el nombre se detiene a valorar la actitud de los venezolanos para con el pueblo argentino en esos años: ''''en aquel entonces había un gran entusiasmo por la integración latinoamericana y la solidaridad venezolana hacia nosotros, especialmente ante el tema de la guerra de Malvinas, resultaba realmente conmovedora”.
Finalizada la gestión que alejó a los de la Torre—Videla de San Juan, la familia regresó al pago y retomó las actividades habituales: el señor concurriendo al estudio jurídico del centro y a la actividad política; la señora oficiando de secretaria, asesora, administradora y fundamentalmente compañera de ruta de su marido; los niños al estudio, a la práctica de los deportes, a la vida social propia de la edad.
Y aunque "veinte años no es nada”, para Antonio de la Torre y María Hortensia Videla, dos décadas han sido el tiempo suficiente para solidificar una pareja integrada en todos los aspectos y que aspira a ser testigo de la realización y la felicidad de los cinco herederos.