Marcela Ticak de Kowalski. Cracovia, la guerra, la música y San Juan

Este nota realizada por Carmen Vega Mateo fue publicada en El Nuevo Diario en la edición 647 del 11 de marzo de 1994

 No es muy lejos de la ciudad, en Santa Lucia, en una calle de tierra muy umbrosa. Casitas sencillas pero lindas por cuidadas y esta que vamos a visitar tiene mucho verde en el frente y flores a granel. Nos abre la puerta una mujer alta y muy sonriente que nos recibe cálidamente y lo primero que nos indica es cómo se escribe su apellido, Ticak, que en polaco suena fonéticamente Tichak.

La casa por dentro tiene el sabor europeo trasplantado. Nos acomodamos en unos confortables sillones al lado de la chimenea que debe brindar un ambiente muy especial cuando llega el invierno. Marcela es de contextura grande, alta, permanentemente risueña y de ojos luminosos, no condicen con los horrores que ha vivido y que seguramente fueron "borrados" al llegar a la Argentina.

Marcela Ticak de Kowalski nació en Cracovia un 1 de mayo de 1920.
—Pasé mi primera infancia en casa de mis abuelos. Luego, cuando tuve siete años, mi mamá se casó por segunda vez con un general yugoeslavo y empezó para mi una vida un poco dura porque me separaron de mi madre llevándome a un colegio de monjas, interna en un castillo muy lúgubre, medieval, donde hacía mucho frío. Todas las mañanas íbamos a misa. Allá no es como acá. Hice cuatro años de primaria y ocho de secundaria. Permanecí hasta el cuarto de secundaria, tenía catorce años.

Cómo pidiéndonos disculpas nos dice —me encanta fumar— y enciende un cigarrillo con fruición. Es como si lo necesitara para continuar su relato:
—Fueron años muy duros como que me escapé dos veces y esto fue toda una aventura. Me iba a la casa de mis abuelos distante unos tres kilómetros pero me regresaban. Mis estudios los completé después por cualquier lado: Belgrado, Zagreb, ni sé cómo terminé.

—¿Cuándo conoció a Juan Kowalski?
—Me inscribí en Zagreb en la escuela de música. Yo ya estudiaba antes pero aquí era en serio. Allí conocí a Juan Zlatan Kovaisky, temamos 19 años los dos. El primero hubo de estudiar derecho por exigencias de su padre, cosa que acá no le sirvió para nada.

 Marcela habla perfectamente el español y nos refiere muy claramente lo que se está viviendo en su antigua patria:
—Imaginate, un país hecho a la fuerza juntando países que no tienen nada que ver unos con otros. Croacia y Eslovenia son católicos. Servia, ortodoxos y Bosnia, musulmanes. Esto que está pasando es consecuencia de ese odio acumulado. Ya no tengo familia allá, sólo unas primas en Eslovenia donde no hay problema. No veo solución para esto, es muy difícil decir dónde están las fronteras.

—¿Cómo siguió su vida en Zagreb?
—Estudiamos un año tranquilos, pero en el ''''''''41 los alemanes ocuparon Yogoeslavia y estudiamos bajo la ocupación y las bombas americanas. Fueron cuatro años de bombas, de miedo, faltos de comida. En la noche agarrábamos un bolsito y bajábamos al sótano, al subir la casa de al lado no estaba... Cubríamos las ventanas con grueso papel negro para que no se vieran las luces de noche, por los bombardeos. Los primeros días, apenas entraron los alemanes, terminaron con los judíos. Algunos lograron escapar pero a muchos se los llevaron a los campos de concentración. No sufro de penas ni rencores, más aún, no tengo pesadillas. Lo único que digo es que hay que evitar las guerras. En la segunda guerra, la población civil sufrió muchísimo y hoy otra vez...


—¿Cómo fue su relación con Juan?
—¿Al principio?, al principio no fue muy bueno, después mejoró (risas). Fue por algo estúpido. Los dos estudiábamos armonía y composición y yo aparte, pedagogía musical. El quería lucirse más que yo en la ejecución de Cavallería Rusticana y allí surgió el problema. Después nos conocimos más. Él era muy encantador e inteligente. Nos casamos en una iglesia cerrada con llave, a escondidas, sin una persona adentro. Solamente el sacerdote, que era amigo nuestro. Nos casamos un 25 de abril en Ljubljana y entramos por la pueda de atrás.

—¿Por qué tanto misterio?
—Un hombre joven no podía circular porque o se lo llevaban los alemanes o los guerrilleros de un bando u otro, como los comunistas. Unos días antes de nuestro casamiento, los guerrilleros comunistas mataron a mi tío, un nombre importante que querían que figurara a favor de ellos, como se opuso, lo mataron.



Rebusca entre viejas fotos y encuentra una que nos la da: una pareja jovencísima, con trajes de calle y en el quicio de una pueda apenas abierta. Es la puerta de atrás se la iglesia de Ljubljana cuando salían de casarse y alguien accedió perpetuar el momento a pesar de los riesgos.

—Alguien me dio el ramo de flores pero no supe quién. Teníamos 24 años entonces. Estuvimos muy poco tiempo juntos porque después pasamos a Italia y allí el ejército polaco nos recibió y estuvimos en la Cruz Roja sirviendo. Juan no era enfermero pero cómo hablaba muchos idiomas lo pusieron a conducir ambulancias. Estuvimos allí hasta el ''''''''46 y luego nos llevaron a Inglaterra. Pero nunca estuvimos juntos en Italia porque en el ejército no se puede estar juntos. Yo estaba en Rimini y luego en Ancona y en Porto Recanati y al final en Nápoles, trabajé como enfermera en grandes hospitales. Y él estaba viajando con las ambulancias de un lado a otro. ¿Te acuerdas de la batalla de Montecassino''''''''?, en Italia hubo muchas víctimas polacas: once mil. Cierta vez me preguntaron acá si sabía poner inyecciones y yo contesté: —no sólo se poner inyecciones sino también amputar. ¿Tú sabes lo que son once mil víctimas en una sola noche?



Es tremendo el relato pero no nos permite quedarnos en silencio, no permite que los recuerdos se ensoñereen, enseguida suelta su risa condescendiente, animosa y nos ofrece café con unas riquísimas galletas.
—Cuando a veces me preguntan por qué no se supo allá del terremoto de San Juan es porque estábamos en plena guerra...

—¿Qué pasó con tu madre mientras tanto?
—Mi madre siguió en Yugoeslavia y su marido fue enviado prisionero a Nüremberg después regresó. No sufrió mucho, lo respetaron bastante por ser oficial.

—Bueno, y con ustedes ¿qué pasta finalmente?
—Al terminar la guerra nos quedamos un buen rato en Italia —seguíamos separados uno del otro—, pero pasó una cosa bastante violenta: Rusia iba también con los aliados y al terminarla guerra se repartieron las tierras y Yugoeslavia quedó para ellos y comenzó el gobierno del Mariscal Tito.

—Ustedes ¿qué hicieron entonces?
—Nosotros ya queríamos estar lejos de Europa, sobre todo porque ya se hablaba de otra guerra. Queríamos formar nuestro hogar. Los ingleses nos llevaron entonces y estuvimos un año buscándonos. A él lo desembarcaron en Escocia y a mí en Lincoln. Recién nos encontramos en la Navidad del ''''''''47. Vivíamos en campamentos y nos dieron la opción de quedarnos o emigrar a Argentina o Canadá o, volver a nuestra patria. Pero, como te dije, quedamos estar lejos de Europa y nos decidimos por Argentina. Llegamos acá en el ''''''''49, primero estuvimos un corto tiempo en Mendoza porque allí vivían unos tíos míos que emigraron antes.

—¿Cómo llegaron a San Juan?
—Al poco tiempo Juan, encontró un violinista gitano que iba a San Juan para tocar en el City Hotel y lo invitó a que lo acompañara. Juan se vino y me llamó un fin de semana para que conociera esta provincia y bueno, sigue el fin de semana.... (risas) aquí encontramos tan linda gente que nos quedamos nomás. Juan había oído hablar del ingeniero Constantini así que fue a verlo y le dio empleo. Fueron muy obsequiosos con nosotros incluso Horacio Videla nos invitó en una oportunidad a almorzar. Vivíamos en la Residencial Austria que ya no existe, propiedad de José y Frida Hermann, en las calles Sarmiento y Pedro Echagüe, en Concepción. Allí nació la mayor de nuestras hijas: Irene, que llamamos Irka, diminutivo de Irene en polaco. La señora Hermann fue su madrina.

—¿Cuándo se instalaron en esta casa?
—Era muy fácil entonces llegar a tener una casa y vinimos a ésta. Yo amo esta casita, me siento muy a gusto. Aquí nació la segunda de mis hijas: Ana María Cristina -Kiki- casada y viviendo en los Estados Unidos. El año pasado estuvimos allá. Fui para conocer a su primera hija: Paloma, que no tiene nada que ver por Picasso sino por un palomar que anidaba en su cocina y le gustó. Después de nacer Kiki, conocimos a Vicente Costanza y empezaron a hacer conciertos, recitales. Después conocimos a Mary Patierno de Katz, celista, y se iniciaron como trío, y así conoció a otros músicos de San Juan y conformó una pequeña orquesta de cámara. Luego también conoció a Petracchini que ya tenía su coro y cuando llegó el Maestro Fontenla ya se formó la Orquesta Sinfónica.

—Juan se fue ubicando musicalmente pero, ¿y tú?
—Yo enseñé durante treinta años en el ISA, en la universidad provincial y la universidad nacional y después me tuve que jubilar como docente de música. A mi esposo en cambio, le gustaba la historia y tomó la cátedra de Historia de la Música hasta que llegó Fontenla y se dedicó más de lleno a la docencia.

—Un balance de tu vida, Marcela.
—Los años de la guerra cuentan doble como la paga a los soldados —ríe a carcajadas—. Muy raras veces me he puesto a pensar, yo no recuerdo esas pesadillas. También hubo momentos muy lindos. Durante la guerra se ve la amistad, las fiestas vividas a pleno, se sabe apreciar más las cosas hasta un cigarrillo: abríamos un puchito y armábamos un cigarrito con papel de diario. Cuando recién llegamos me dediqué a enseñar inglés pero me gustaba más la música. Tengo tres nietos de Irka acá y una en los Estados Unidos.

 

Irka, lrene, nos ha acompañado a lo largo de la entrevista casi en silencio, nos mueve preguntarle:

—¿Qué piensas de la vida de tus padres?

—Siempre la he visto como algo fantástico, misterioso. En las noches, cuando me contaban de cómo fue no tomaba conciencia cabal. Al crecer me ha servido para valorar lo que realmente son y el esfuerzo que han hecho para llegar hasta donde han llegado y que muchas veces una se queja de lleno, tiene las cosas servidas y no las aprecia.

—Marcela, ¿volviste a Europa, no pensaste alguna vez en retornar?
—No. Viajé seis veces para ver a mi madre mientras vivió. Pero me gusta más acá.

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-- Juan Kowalski

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Juan Zlatan Kowalsky y Marcela Ticak en la iglesia de Ljubljana donde se casaron a escondidas un 25 de abril
“Los años de la guerra cuentan doble. Como la paga de los soldados”, expresa Marcela Ticak de Kowalsky