Aunque parezca imposible también hubo japoneses que se radicaron en San Juan. Esta es la historia de Seiyu Higa, actual propietario de una prestigiosa tintorería. Una historia que a usted seguramente le interesará. Esta nota de Silvia Plana, fue publicado en El Nuevo Diario, edición 449 del 9 de marzo de 1990
Uno habla de italianos y piensa en las pastas. Si imaginamos a un español lo imaginamos trabajando la tierra si es del interior o de mozo en un bar, si vive en Buenos Aires. A los árabes los pensamos vendiendo géneros y botones. Y a los japoneses los vemos al frente de una tintorería.
¿Por qué? No lo sé. Es la imagen que tenemos y quizás fueron los primeros oficios que esas colectividades realizaron en la época de la inmigración.
Hoy, cuando los argentinos son los que se van, una siente una especie de nostalgia al hablar con los que un día llegaron y se quedaron. Son el testimonio viviente de que alguna vez las cosas fueron distintas en esta Argentina.
Hoy vamos a hablar con uno de aquellos inmigrantes: Seiyu Higa dueño de la tintorería Los Andes. Seiyu está casado con Argentina Sergia (Chicha) Quiroga, quien siempre trabajó a la par de su esposo, tienen dos hijos y dos nietos. Pero voy a dejar que él cuente su historia aunque, a pesar de los años entre nosotros, no domine bien el español.
En Otawa, mi pueblo natal, teníamos siete u ocho campitos de una o media hectárea, en la que cultivábamos camote y caña de azúcar. En esa época en Japón se atravesaba un período muy malo para la agricultura, como el que atraviesa hoy la vitivinicultura, y decidí venir a la Argentina en el año 1939. Kama, mi padre ya hacía diez años que estaba trabajando en Argentina.
Mi padre tenía una tintorería en Buenos Aires, ubicada en las calles Montes de Oca e Iriarte. El oficio lo había aprendido de sus compatriotas. Por tal motivo apenas llegué ya tenía trabajo. Contaba con14 años y ahí no más mi padre me puso a aprender el oficio: a repartir ropa y a cobrar. Al principio fue muy difícil porque no sabía el idioma ni conocía las calles, pero la gente, al verme pasar tantas veces por el mismo lugar, me ayudaba diciéndome donde era el domicilio buscado.
En el 1943 vinimos a San Juan y en octubre inauguramos nuestra primera tintorería sanjuanina, en la calle Entre Ríos y Santa Fé. Se llamaba Nipón. Decidimos venirnos con mi padre acá porque en Buenos Aires ya había mucha competencia. Mi hermano Masanobu, que vino después, se quedó trabajando en Caseros.
El terremoto de 1944 me encontró trabajando. Veía que el retoque se me venía encima y yo no sabía de qué se trataba. Por suerte era un edificio nuevo y no hubo daños por lo que pudimos seguir trabajando sin problemas En el 46 mi padre le vendió la tintorería a un paisano, pero como él no le pudo pagar más que la décima parte de la deuda, se la compré con otros socios. Con el tiempo quedé como único dueño.
En esa época fue cuando le cambiamos el nombre y le pusimos Los Andes.
La vida era muy diferente a la de ahora. Para ingresar a país solo se necesitaba ganas de trabajar y la juventud de esa época solo pensaba en ello. Como serían de diferentes los tiempos que no se llevaban libros de jornales, solamente era un contrato de palabra entre contratado y contratante.
En el 66 volví a Japón, todo era diferente: mi casa, el pueblo. Me costó una semana acostumbrarme nuevamente al idioma. Mi hermano Masashiro había muerto en la guerra. Vivían solamente mi madre y la familia de mi hermana Hideko. Cuando volví traje a mi madre, Kamado, conmigo pero a los tres meses volvió por que no se acostumbraba.
Y en el 77 nos cambiamos a nuestro actual local en Mitre y Sarmiento y también como inauguración tuvimos otro terremoto".
Esta es la historia, a grandes rasgos, de Seiyu Higa. Faltaría agregar que en la escuela japonesa practicaba como deporte judo o sumo y karate como defensa, ya que en Japón no se podían portar armas. "Aunque era muy raro que hubieran peleas, porque el pueblo japonés es muy tranquilo", dice. También me contó que una costumbre de su país es que el hijo mayor varón es el único heredero y el custodio de las cenizas de los padres.
Hombres y mujeres, que como Higa llegaron desde distintos lugares del mundo, dieron este perfil tan particular a la Argentina.
Hoy, los pueblos desde donde venían aquellos inmigrantes han progresado. Y han progresado en base a una receta que conoce muy bien Seiyu Higa: "Hace falta trabajar y pensar en el país como si fuera nuestra familia. Tenemos que tirar todos juntos y no cada uno para su lado".