Timoteo Maradona, nació en San Juan, el 24 de noviembre de 1794. Era hijo del alférez real José Ignacio Fernández Maradona, primer
diputado por esa provincia a la Junta Grande en 1810, y de Paula Echegaray Cano.
Desde joven tuvo destacada actuación pública. Fue uno de los firmantes del acta
de reconocimiento de la independencia de la provincia de San Juan (1º de marzo
de 1820). Defendió heroicamente la causa de la religión en esa provincia, en
1825. Luego ocupó el gobierno desde el 30 de noviembre de 1828 a abril de 1829,
y de junio a agosto del mismo año.
En su carácter de juez supremo de alzadas fue
destinatario de la última carta escrita por Barcala, antes de ser fusilado el
31 de julio de 1835. El gobernador de la provincia José Victorino Ortega le delegó el mando el 9 de enero de 1836,
pero no lo aceptó.
Fue después Ministro del gobernador Nazario Benavídez, quien le encargó el despacho del gobierno
durante su ausencia desde el 18 de abril al 2 de mayo y del 28 de octubre al 10
de noviembre de 1836. Volvió a reemplazarlo del 31 de agosto al 2 de octubre de
1837. Fue además miembro de la Legislatura de San Juan. Desempeñó dignamente
esos empleos. En 1843, era Ministro general de Benavídez, quien le delegó el
gobierno de la provincia en el mes de diciembre.
Se casó con Antonia
Videla y Navarro, y al enviudar en 1844, se ordenó sacerdote al año
siguiente. Fue vicario general del Obispado de Cuyo durante el gobierno del Obispo José Manuel Eufrasio de Quiroga
Sarmiento. Tuvo los títulos de Camarero de honor de Su Santidad y de
protonotario apostólico. Fue provisor y gobernador eclesiástico de la diócesis
de Cuyo, durante la vacante de nueve años, desde la muerte del Obispo Quiroga Sarmiento en 1852, hasta
la toma de posesión de la diócesis por el Obispo
Aldazor en 1861.
Ocupó el segundo lugar en la terna formada por el Senado Nacional en sesión del
17 de julio de 1855, para obtener de la Santa Sede la provisión del Obispado de
Cuyo, vacante. Se hallaba al frente del mismo, cuando fue protagonista de una
enojosa cuestión con las autoridades civiles, que avivó aún más los ánimos ya
predispuestos por las continuas luchas de banderías.
Durante el gobierno del coronel Francisco
D. Díaz, en 1856, se originó una contienda de competencia entre el gobierno
de la provincia y el provisor Maradona a
raíz del desconocimiento que éste hiciera de la medida gubernamental que
reformaba la demarcación de los curatos de Santa Lucía, Caucete, Albardón y
Pocito.
Asimismo, se agregaba la negativa de éste a contestar la nota que el gobierno
de la provincia le remitió, y en la cual le solicitaba –a requerimiento del
gobierno nacional- un estado de las rentas eclesiásticas de la diócesis. A
ello, se sumaron otros motivos de desinteligencia entre el gobernador Díaz y Maradona, tales como las
objeciones que aquél formuló a un nombramiento de notario eclesiástico hecho
por el último, al extremo de habérsele exigido al provisor la exhibición de los
títulos que acreditaban su dignidad episcopal.
Después de un violento cambio de notas, la querella terminó con la detención e
incomunicación del Obispo, que fue conducido preso bajo guardias a Paraná en
1856, sede del gobierno nacional, lo que exaltó aún más las pasiones,
formándose dos bandos contrarios, y poniéndose al frente de los opositores al
gobierno, el general Benavídez, que desalojaría del poder a Díaz. A esta grave
incidencia puso fin la intervención federal presidida por el doctor Nicanor Molinas, en marzo de 1857.
Fue Maradona,
el hombre ilustrado del partido federal. Se le debe la erección del Liceo
Federal (1840) que dirigió el doctor
Guillermo Rawson, y la fundación de otro colegio, para fomentar la cultura,
que fue confiado a Pedro Alvarez, el
futuro primer rector del Colegio Nacional. Sus antecedentes políticos federales
tenían que hacerlo chocar con fuerza con Sarmiento, malogrando una amistad que
pudo ser muy beneficiosa y constructiva.
En el gobierno de la diócesis creó varias parroquias y
proyectó otras. Cuando el obispo Aldazor
nombró el personal para la formación del Cabildo de San Juan, en 1861, lo
designó deán.
Falleció en Mendoza, el 24 de agosto de 1863, a los 69
años de laboriosa vida. Sarmiento
llegó a escribir que “como sacerdote fue
solícito en la salvación de las almas, a quienes con consejos persuadía y con
ejemplo y mansedumbre edificaba; infatigable en la alta misión del
confesionario, fiel custodio y ardiente defensor de los derechos más sagrados
de la iglesia”.
A pesar de que su actuación pública ha sido muchas veces
discutida por adversarios enconados, lo cierto es, que siempre procedió como un
varón justo, no obstante su temperamento exaltado y la pasión con que defendió
en todo momento la integridad de sus convicciones religiosas.
Su retrato al óleo fue pintado por Monvoisin. Nos lo muestra en actitud majestuosa; su rostro y manos
trasuntan dignidad, sus labios finos, firmeza, y en su comba frente nevada,
inteligencia clara.
Fuente: www.revisionistas.com.ar