Artículo publicado en La Pericana, edición número 15 y que integró la edición 1724 de El Nuevo Diario
A cincuenta años de la ocupación, un memorándum del oidor
de la Real Audiencia de Chile informa al Rey: “La ciudad de San Juan. Veintitrés casas cubiertas de paja e Iglesia
parroquial”. El progreso había sido muy poco y las noticias y relatos sobre la
vida en San Juan saltan décadas y hasta siglos enteros. El riesgo de
despoblamiento desveló en esa época a más de una autoridad española.
Y en este caso el temor era fundado. Así como lo hicieron muchos de los vecinos
originarios, fueron varios los que al poco tiempo de la fundación decidieron
volver a Chile.
Con poco más de un siglo de vida, en 1670, la ciudad de San Juan sólo tenía
entre 180 y 200 pobladores entre españoles, criollos, mestizos e indios de
servicio doméstico.
Para ese entonces, ya se había edificado el Cabildo y la cárcel, con recovas y
altos, en la calle llamada, precisamente, “del Cabildo”, hoy General Acha. En
la calle opuesta la Compañía de Jesús construyó en 1655 su residencia y
colegio. Existían ya, desde 1610 las casas de dominicos y mercedarios, la
primera en toda la manzana de lo que hoy son las calles Mendoza, Laprida, Entre
Ríos y Libertador; la segunda en toda la manzana de las actuales Mitre,
Tucumán, Santa Fe y Rioja. Desde 1631 hay referencias de la ermita de San Clemente
y de 1644 era la Iglesia de San Agustín.
Las actividades económicas eran poco más las de subsistencia. Recién en 1690 hay
registro de que el Cabildo otorgara -a don Juan de Oro Bustamante- licencia
para instalar “un Molino de pan”. Fue el primer molino harinero y se ubicó en
Puyuta (actual Desamparados). Algunos relatos indican que el siglo XVII fue, en
el Valle del Tulum, la época del surgimiento de las pequeñas bodegas para
elaborar vino, primero para cubrir la necesidad hogareña.
En 1712 fue levantada, también por la Compañía de Jesús, la iglesia de San José.
Estaba en la esquina de “El Portón” y “Real de las Carretas” (hoy Rivadavia y
Mendoza). Ésta fue la iglesia mayor y un siglo después Catedral.
Promediando el siglo XVII Cuyo comienza a recibir población desde Chile. Se
trataba en general de hombres que venían a San Juan o Mendoza a buscar esposa y
aquí instalaban sus casas.
En 1770, los habitantes de San Juan ya eran 7.000. Para esta época, las
crónicas dicen que las “quintas” cubrían desde el Pueblo Viejo hasta Trinidad, y
desde Puyuta, por el oeste, hasta el mismo centro de la ciudad.
En 1776, con la creación del Virreinato del Río de la Plata, Cuyo dejó de
depender de la Capitanía General de Chile y, a través de ésta, del Virreinato
del Perú.
Llega el siglo XIX
En las primeras décadas del 1800 la ciudad de San Juan había crecido. Las
casonas de adobes con techos de caña y barro de suave pendiente tenían ahora
revoques de barro pintados a la cal y a veces un zocalillo de distinto color o revestido
de piedra laja. Era característica la ancha puerta a la calle, de hojas macizas
de algarrobo, adornadas con clavos de cabeza y un gran aldabón redondo.
En la mayoría de las
casas la puerta abría a un zaguán con arco de medio punto y piso enladrillado o
con un camino de lajas, con habitaciones a uno y otro costado. Las ventanas tenían
rejas de madera o de hierro forjado.
Cuenta Horacio Videla que algunas viviendas mostraban al frente un altillo
provisto de un pequeño balcón a la calle del que podía colgarse el farol del
alumbrado. Los solares tenían generalmente 24 metros de frente por 60 de fondo,
aunque los había mayores. El o los patios se defendían del sol con enredaderas
o higueras; en algunas casas pudientes había pieza de sirvientes y casi siempre
un pequeño parral.
Las viviendas eran pequeñas unidades productivas. En este sentido, pocas descripciones
son tan vívidas como la que hace Sarmiento en “Recuerdos de Provincia” al
comparar el patio de su casa con un arca de Noé donde había árboles frutales,
un pequeño pozo para los patos, pollos y un jardín de hortalizas “que producía
cuantas legumbres entran en la cocina americana”, flores, un rincón donde se preparaban
los colores para teñir las telas y un pudridor de afrecho de donde salía todas
las semanas una buena porción de almidón, una fábrica de velas y “otras mil granjerías
que sería superfluo enumerar”, como la elaboración del jabón de tocador hecho
con semillas de zapallo y el polvo de arroz para la cara.
Por el fondo de todas las casas corría la acequia que proveía de agua a la
familia.
Era común ver dos tinas, una para aclarar el agua de consumo y otra para el
baño.
A pesar de algunos adelantos, aún abundaban en la ciudad los baldíos e incluso
la misma plaza principal lo era.
Las calles no tenían árboles ni acequias.
Las familias pudientes tenían, además de la casa en la ciudad, quintas y sitios
de frutales en los alrededores, especialmente en Puyuta (Desamparados), Zonda y
Santa Bárbara (Pocito).