Las pistas clandestinas del contrabando

En San Juan, existen innumerables terrenos naturales disponibles para ser usados como pistas clandestinas de aterrizaje de aviones de cualquier tipo. Lo inhóspito e inmenso de esos campos y la ausencia de pobladores, favorece el desarrollo del contrabando aéreo. Esta topografía fue bien aprovechada por individuos dedicados a esta actividad, hasta que alertó a la policía local. Pero hasta entonces y de acuerdo a las evidencias, fueron numerosos los descensos de naves aéreas para transportar toda clase de mercaderías ilícitas. En algunas de estas operaciones que se produjeron en campos de Ampacama, Albardón y Pampa del Gigantillo, Guayaguás, Caucete, la policía logró frustrarlas con detención de los intermediarios o repartidores; contrabandistas y el secuestro de la mercadería. Luego de estos procedimientos se estableció la existencia de mapas con costas bien parecidas de lugares aptos para el aterrizaje clandestino. Estos mapas fueron confeccionados fuera del país. Actualmente, con los relevamientos realizados y la intervención de Gendarmería, se logró que San Juan quedara fuera de los planes de contrabando aéreo, por ahora. El siguiente artículo fue publicado en El Nuevo Diario el 28 de julio de 1995, edición 717.

 Hubo una época en que San Juan fue utilizada como receptora de contrabandos aéreos, ya sea para su distribución y comercialización en el área local o bien como enlace con otras provincias.
Para la concreción de esta actividad ilícita, se contaba con varias pistas clandestinas de aterrizaje, en zonas como al este de Caucete, en Albardón costado norte, en Sarmiento y otros lugares. Se llegó a establecer la existencia de mapas dibujados en Paraguay y Uruguay con registros de terrenos adecuados y aptos para esta tarea en los departamentos señalados. Con estos datos, les resultaba fácil a los pilotos descender sin inconvenientes topográficos.
Fueron numerosas las huellas encontradas en esos parajes como consecuencia del aterrizaje y despegue de aviones no identificados y seguramente con posibles contrabandos.

Pero solamente en tres ocasiones la policía tuvo directa participación y contacto con estos aparatos. Una vez, en el año 1965, cerca de los cerros de Pie de Palo, aterrizó un pequeño avión pero luego sus ocupantes levantaron vuelo ante la presencia de gente, que nunca se pudo saber si fue la policía o bien individuos que pretendieron apoderarse de mercancía, porque se produjo un breve tiroteo.
Un año después, murieron un piloto y su acompañante, a bordo de un Pipper, al pretender aterrizar en un campo de Ampacama, cerca de El Salado, Albardón; posiblemente debido a lo irregular del terreno, la nave dio un tumbo y luego se incendió, pereciendo los ocupantes. Numerosas cajas de cigarrillos importados y botellas de licor quedaron esparcidas en el lugar.
El último caso resultó más espectacular porque hubo detenciones y secuestro del aparato y mercaderías. Sucedió en la tarde del 19 de octubre de 1967, en el paraje conocido como Pampa del Gigantillo, Guayaguás, Caucete.


TERRENOS SECOS Y AGRESTES
Las zonas ya señaladas reúnen idénticas características topográficas, que permiten el libre desplazamiento y maniobras de aviones, tanto livianos como de carga.
Los relevamientos efectuados en esos campos demuestran que son terrenos firmes. A simple vista  se suponen medanosos, pero por influencia de las lluvias se convierten en tierras duras y forman extensas planicies, sin arbustos altos, que puedan impedir el aterrizaje de naves aéreas.
Solamente quedan visibles huellas de los neumáticos. Es notable la cantidad de pistas naturales existentes en esos lugares, utilizados únicamente por elementos marginales.
En estas riesgosas operaciones intervienen pilotos experimentados y harto conocedores de las pistas clandestinas. Estos individuos controlan en desplazamiento e itinerario mediante mapas escritos por quienes visitaron y recorrieron los campos. En ellos descienden con precisión y seguridad. Aparte de estas maniobras, los ocupantes de estos aparatos están expuestos a otro peligro. El de ser capturados por la policía o también ser sorprendidos por sujetos conocedores de esta actividad, cuya acción se denomina “mejicaneada”, como se quiso pretender en Guayaguás, según testimonio del piloto detenido.
En aquel entonces, existían bandas dedicadas a apoderarse de los contrabandos tras asaltar al avión u otros vehículos portadores del ilícito. Estos malvivientes también son conocedores de lugares aptos para el aterrizaje clandestino y, según parece, ya habían incursionado en el campo de Guayaguás.

EL AVIÓN CAZADO
Por comentarios, la Dirección de Coordinación e Información Policial (hoy Dirección de Inteligencia), en aquel entonces a cargo del comisario general Carlos Alberto Assaf, tenía conocimiento de que en varias zonas de la provincia descendían aviones con cargas de contrabando. Estos hechos se producían en pistas clandestinas, terrenos naturales de Pampa del Gigantillo, jurisdicción de Caucete, y campos de Ampacama, departamento de Albardón.
Con la autorización del jede de Policía, coronel R.E. Adolfo E. Díaz, se dispuso a realizar un relevamiento topográfico en esos lugares. Había que confeccionar mapas y efectuar marcaciones con puntos de referencia.
Hacia el sector de Guayaguás partió una comisión integrada por el oficial principal Ramón W. Navarro; el oficial ayudante José Hilarión Rodríguez, cabo Oliden Brizuela y agente Silvestre Aguado. También los acompañaban técnicos de comunicación, con equipos adecuados, el oficial inspector Pablo C. Céspedes y el sargento José Zenón Maza.
El plan consistía en sentar base en un lugar inhóspito, distante 10 kilómetros de la ruta 20. Tras armar el campamento, los integrantes de la patrulla se abocaron a realizar incursiones a la región, donde lograron ubicar huellas que luego condujeron a enormes planicies casi sin arbustos, aptas para el aterrizaje de aviones, confirmando las versiones existentes. 

CONTACTO CON CONTRABANDISTAS
Durante el día la temperatura en esos parajes ascendía notablemente y a veces dificultaba a la labor encomendada. Pero por la noche se hacía sentir el frío, obligando a los policías a prender una fogata que les servía de abrigo y a la vez para ahuyentar a las alimañas y pumas que, amparados por la oscuridad, cometen estragos entre el ganado caprino.
Por la mañana, con las primeras luces del alba, el grupo emprendía otra jornada. Se encontraban con esa tarea cuando desde el punto de observación se notó una polvareda levantada por algún vehículo.
Minutos después, los policías vieron acercarse una camioneta Ford F-100 color blanca, chapa 7753, seguida por un enorme camión marca Fargo, patente 6461. Al entrar a una curva, dichos vehículos fueron rodeados y detenidos sus ocupantes.
La camioneta la manejaba Roberto Miguel Farre, mayor de edad, en tanto el otro rodado estaba a cargo de Pedro Socco, a quien acompañaban Alberto Quevedo y Juan José Suárez. Todos los nombrados, al ser interrogados, manifestaron que andaban en busca de leña y al mismo tiempo cazar avestruces y liebres.
Tales declaraciones no conformaron a los policías al observar que en el camión había varios tablones y cordeles. Más aún, algunos de los individuos titubearon en la charla, permitiendo entrever ciertas dudas.
La presencia de esos vehículos en ese lugar inhóspito, donde se carece de leña, hizo sospechar que se trataba de algo ilícito.

APARECE EL AVIÓN
Los recién llegados quedaron allí como detenidos. La camioneta y el camión fueron camuflados con arbustos, al igual que el jeep y equipos de comunicación de la policía. Esta novedad fue informada por radio a la jefatura.
Alrededor del mediodía, se escuchó el bramido de un avión que enseguida apareció desde el este. Hizo un círculo sobre la zona a baja altura para luego elevarse hacia el sur. Se suponía que alguien debía hacer una seña. Los detenidos negaron conocer tal procedimiento. Entonces se resolvió descubrir la camioneta, la que se puso en lenta marcha ante el regreso del aparato.
Debido a esta maniobra el piloto decidió aterrizar. Cuando el avión detuvo la marcha, los integrantes del grupo policial se dirigieron al lugar de la camioneta y el jeep. Seguramente los ocupantes de la nave advirtieron la presencia policial e intentaron carretear para levantar vuelo. Desde atrás los policías empezaron a dispararles con sus armas largas.
En esa desesperada carrera el oficial Navarro cayó del jeep y quedó tendido en el suelo, mientras se proseguía con la espectacular persecución.

CAPTURA Y SECUESTRO
Se estableció posteriormente que uno de los disparos destrozó el cable de uno de los motores, lo que obligó al piloto a realizar una brusca maniobra, tras lo cual el avión se tumbó hacia uno de los costados y se destrozó el ala, para quedar en esa posición.
Los ocupantes, que eran dos, saltaron fuera de la cabina para emprender veloz carrera a campo traviesa. Pero enseguida fueron alcanzados y detenidos. Fueron identificados como Artheio García, piloto, radicado en calle Pehuajó 898, Castelar, provincia de Buenos Aires y Dilemando Mario De Olivera, mecánico, domiciliado en Asunción, Paraguay.
El avión se trataba de un bimotor Loocked Lodestar, matrícula N-6-L. Estaba cargado con cajas y bolsas de cigarrillos importados.
Desde ese escenario del acontecimiento, se informó a la Central de Policía, desde donde partió una comisión encabezada por el subjefe, capitán Orlando Parrello; el director de Seguridad, oficial Washington Caballero y el director de Coordinación, oficial Alberto Assaf, con personal subalterno.
El oficial Navarro, como consecuencia de la caída, sufrió una herida cortante en la región frontal. Luego todos los detenidos fueron trasladados hasta la Central de Policía, con conocimiento del juez Federal, Mario Gerarduzzi.
Posteriormente se estableció que la mercadería procedía del Paraguay y tenía por destino San Juan, para ser distribuida entre algunos comerciantes locales y también de Mendoza.

“MENOS MAL QUE ERAN POLICIAS”
El autor de esta nota, en aquel entonces tuvo directa intervención como cronista en la mayoría de los procedimientos de este suceso. Se pudo comprobar que el avión tenía suficiente combustible para realizar el viaje sin abastecerse. Hasta el asiento que utilizaban era un tanque de nafta.
Llevaban mercaderías cuyo costo superaba los 8 millones de pesos.
El viaje era directo desde Paraguay a San Juan. Para estos aterrizajes en pistas clandestinas, los pilotos estaban seguros de concretar bien la maniobra porque contaban con los elementos necesarios, entre ellos, mapas con todos los detalles. Pero tenían cierto temor al efectuar los descensos en San Juan y el motivo lo hicieron conocer cuando el caso de Guayaguás. El piloto García, luego del procedimiento y de comprobar que efectivamente se trataba de policías, tuvo una expresión de alivio.

“Menos mal que ustedes eran policías”
Ya con más calma, contó que conocía casos en que tras el aterrizaje caían en manos de gente extraña. Tenían conocimientos de descensos en lugares como el de Guayaguás, donde tras reducir a los ocupantes del aparato se apoderaban de la mercadería. Dijo saber que en San Juan ya había ocurrido un hecho, en el cual el operativo habría sido capitaneado por un comisario en actividad.
Antes que las autoridades policiales arribaran a Guayaguás, García y De Olivera llamaron al oficial Rodríguez para proponerle hacerle entrega del dinero que llevaban consigo y también la mercadería a cambio de ser liberados.
Se trataba de una jugosa suma, con lo cual solucionaba la situación económica de todos los integrantes de la patrulla.
“Además, ustedes trasladan los cigarrillos a los comerciantes cuya lista les entregamos y reciben también el pago, con lo cual aumente la otra cifra”, dijo De Olivera.
Enseguida agregó: “Si no están conforme, yo me comprometo a mandarles un giro desde Paraguay y les aseguro que lo cumplo”.
Ninguna de las ofertas dio resultado, ya que los detenidos fueron alojados posteriormente en la alcaldía, a disposición del juez Gerarduzzi.

 ESCAPE EN HELICÓPTERO
Después de haber permanecido en los calabozos de la Brigada de Investigaciones, el piloto del avión que fue detenido en Pampa del Gigantillo, Guayaguás, Artheio García, fue alojado en la alcaldía de varones, ubicada en el antiguo penal de Chimbas. También quedó recluido en el mismo establecimiento el otro detenido, Dilemando Mario de Olivera, en tanto eran instruidas las actuaciones sumariales.
García nació el 21 de agosto de 1922 en Argentina. Fijaba su domicilio en Pehuajó 898, Castelar, provincia de Buenos Aires. Durante varios años trabajó como piloto de Aerolíneas Argentinas, desde donde, según comentario, fue dado de baja al comprobársele ciertas irregularidades en su función.
Después fue contratado para realizar tareas ilícitas, entre ellas la de contrabando aéreo. Lo secundaba como copiloto y mecánico Dilemando Mario de Olivera, de nacionalidad brasileña, con domicilio en calle Y Nº954, Asunción, Paraguay.
Los dos detenidos, mientras permanecían alojados en la alcaldía a la espera de la sentencia, demostraron buena conducta y mantenían continuos diálogos con el personal de guardia. Durante los dos meses de internos, García recibía la visita, según dijo, de su esposa.
El día 1 de enero de 1968, en horas de la mañana llegó al penal la misma mujer y anunció a la guardia que regresaría en horas de la noche para traer una cena especial y saludar al esposo por tratarse de fin de año.
Alrededor de las 21, aquella se hizo presente con un paquete de comida.
Solicitó al encargado del establecimiento que le permitiera conversar con su esposo. El pedido fue accedido y ambos se reunieron en las adyacencias del portón de entrada. Habrían pasado unos minutos cuando la guardia advirtió la desaparición del detenido y de su esposa.
Luego se estableció que ambos habían ascendido a un automóvil y se alejaron velozmente del lugar.
La novedad de la fuga fue puesta en conocimiento del Comando y de Investigaciones, iniciándose enseguida una intensa búsqueda por toda la provincia sin tener noticias a pesar de haberse alertado al personal de controles limítrofes. Fueron realizados varios allanamientos en distintos domicilios y en el de uno de los que participaron, como dueño del rodado, secuestrado tras la caída del avión, fueron halladas dos valijas con ropas de mujer y hombre y que luego se supo pertenecían a García y a su mujer.

Tras las diligencias posteriores sobre la búsqueda del detenido prófugo, se tuvo conocimiento, por comentarios de un habitante de La Bebida, que esa misma noche de la fuga había descendido un helicóptero en un descampado de esa zona al que habrían ascendido un hombre y una mujer. Se supone que se trataban de Artheio García y su esposa.
El oficial encargado de la alcaldía que otorgó permiso al preso para salir al exterior del recinto, fue arrestado, sumariado y exonerado.
Por su parte, Dilemando Mario De Olivera continuó alojado en la misma dependencia hasta el día 11 de junio de 1969, que recuperó la libertad condicional.

FELICITACIONES
El jefe de Policía, coronel R.E. Adolfo E. Díaz, ordenó hacer público, dentro de la esfera oficial, el cumplimiento exitoso de la patrulla para conseguir detener a los autores del contrabando, el rescate del avión y de mercaderías.
Para ello dictó la siguiente resolución en la orden del día de la repartición: Resolución. “Felicitar al personal de la Policía de San Juan, oficial Ramón W. Navarro, oficial subayudante José Hilario Rodríguez, cabo Oliden Brizuela, agente Silvestre Aguado, con situación de revista en la Dirección de Coordinación, y el oficial Pablo César Cepeda y sargento José Zenón Maza, de Comunicaciones, por la brillante actuación que les cupo en el procedimiento de mención, que sin medir el peligro que suponía la detención del avión cargado con contrabando valioso, en ningún instante midieron el riesgo a que se exponían, actuando con arrojo y valentía, frustrando así la acción delictiva de la banda de delincuentes, hecho que revela una vez más el alto espíritu de honradez, valor y contracción al trabajo, cualidades de las que todo policía debe estar munido, actuación que la prensa en general se ha hecho eco, poniendo de relieve la magnitud del procedimiento llevado a cabo por la Policía de San Juan”.

MUERTE EN EL DESIERTO
Un policía que custodiaba el avión, se perdió en el campo y murió por deshidratación.
El juez general a cargo de la causa, doctor Mario Gerarduzzi, dispuso que la mercancía secuestrada fuera trasladada al edificio de la Aduana Nacional, mientras eran instruidas las actuaciones sumariales. El avión quedó en el mismo lugar del suceso con la custodia de dos agentes de la seccional de 9 de Julio. Como se trataba de un lugar alejado de toda población, los relevos se cumplían semanalmente y durante ese término eran abastecidos con víveres y agua.
Uno de esos custodias fue el agente Julio Cayetano González, quien contaba con 26 años de edad, casado y con dos hijos.
En aquel entonces se domiciliaba con sus padres en Concepción pero cumplía funciones en la comisaría de 9 de Julio. El 23 de febrero de 1970, antes de cumplirse los tres años del secuestro del bimotor, González decidió alejarse del aparato, quizás con la intención de caminar por las adyacencias del campamento.
Se supone, según las evidencias, que el agente se habría desorientado y perdió el rumbo, pues se comprobó posteriormente la existencia de rastros que iban en círculo y por costados de la base. Al llegar la noche sin haber aparecido, el compañero de consigna informó la novedad a las autoridades. De acuerdo a comentarios, el citado agente habría desertado ante el conocimiento de tener intención de ingresar a la Policía Federal y además por existir cierta diferencia familiar. Esta suposición hizo que demoraran la búsqueda.
Al transcurrir dos días y no tener noticias sobre el paradero del desaparecido, un hermano de éste, Sixto González, se entrevistó con el jefe de Policía y solicitó urgente apoyo para iniciar la búsqueda.
Al tercer día salió una comisión integrada por policías, vecinos de Las Chacritas, familiares y baqueanos de la zona. También fue pedida la colaboración a la Brigada Aérea de Mendoza, de donde partió un helicóptero.
El operativo se inició alrededor de las 6 de la mañana. Cuatro horas después, el grupo que integraba Sixto González, encontró el cuerpo sin vida del agente perdido.
Estaba casi de costado, con el arma en las manos. Se dijo que había fallecido hacía pocas horas, por deshidratación.
Tenía las ropas desgarradas debido al roce con arbustos espinudos y los zapatos prácticamente rotos.
La pistola reglamentaria tenía el cargador vacío, al igual que el de repuesto, lo que permite suponer que había efectuado disparos para llamar la atención del compañero o de algún furtivo cazador.
El hallazgo se produjo el día 27 de febrero de ese año.
En el lugar donde fue hallado González, los familiares y amigos levantaron una antena y la cercaron.
Actualmente, de vez en cuando alguien de la zona coloca allí unas flores o un envase con agua.
Tiempo después, la jefatura de Policía dispuso que a la subcomisaria del barrio Comandante Cabot se la denominara “Agente Julio C. González”, como homenaje al que murió en acto de servicio.

La esposa de González y sus dos hijos, ya casados, vivían en la ruta 20, en Las Chacritas.

 TIEMPOS DE MUCHO TRABAJO PARA LA JUSTICIA FEDERAL
El lapso comprendido entre los años 1965 a 1968, fue de intenso trajinar de contrabandistas aéreos en nuestra provincia. Los aterrizajes se realizaban siempre en las pistas clandestinas sobre terrenos naturales, las que en su mayoría figuraban inscriptas en mapas confeccionados en Paraguay.
En este quehacer delictivo figura un solo caso no esclarecido y fue el descenso de un avión Popper en la ruta 20, cerca de Mascasín, que no fue interceptado.
Durante ese término, se desempeñó como juez federal titular en San Juan el doctor Mario Gerarduzzi. Como tal, tuvo que indagar a todos los contrabandistas detenidos y participar en los distintos operativos.
Dirigió investigaciones en los sucesos dudosos, siempre con fructíferos resultados. Existe el caso del avión tipo bombardero que aterrizó en un campo de Angaco al norte, cerca del cerro Morado. En ese lugar los ocupantes del aparato dejaron la mercadería y levantaron vuelo.
El juez supo que se trataba de un avión Michel y en el país había solamente dos. Las diligencias realizadas luego permitieron establecer que ese avión era de la provincia de Buenos Aires y estaba a cargo del piloto Decumier, quien fue localizado y detenido, secuestrándose el aparato.
Después fueron arrestados otros dos individuos. Todos ellos fueron trasladados a San Juan para ser procesados y posteriormente a Mendoza, porque habían sido autores allí de otro hecho similar.

OTROS HECHOS
El doctor Gerarduzzi también investigó la caída de un avión Pipper en el campo de Ampacama, jurisdicción de Albardón. Este aparato procedía del Paraguay, cargado con cigarrillos importados y botellas de licor. El piloto Oyola, al parecer, desconocía ese sector del campo, muy irregular, y en el aterrizaje chocó contra montículos de ripio para quedar la nave incendiada y destrozada. Tanto el piloto Oyola como su acompañante, Jantus, perecieron en el acto. Las cajas de cigarrillo quedaron esparcidas, al igual que las otras mercancías. Un reloj de oro fue encontrado lejos entre unos arbustos. Cuatro o cinco días después del accidente, recién un arriero encontró los cuerpos sin vida de los ocupantes.
Meses después de este último hecho, se produjo el procedimiento en Guayaguás, donde fueron capturados los dos ocupantes del avión, que fue secuestrado junto con mercadería de contrabando. El juez que intervino en esta causa también fue el doctor Mario Gerarduzzi, quien dispuso el traslado de todo lo secuestrado para ser depositado en la Aduana Nacional y los detenidos quedaron internados en la alcaldía de varones.
Posteriormente, efectivos de la Décima Agrupación de Gendarmería se encargaron de controlar y vigilar las distintas pistas clandestinas.

FALSA ALARMA
En los distintos contrabandos aéreos registrados en nuestra provincia que fueron descubiertos, a la Aduana Nacional le cupo una importante intervención por ser organismo control de toda mercadería ingresada ilegalmente al área local.
Al frente de esta repartición se encontraba, en aquel entonces, como administrador, el señor Carlos Arce, quien tuvo que ser receptor del contrabando secuestrado del avión abatido en Guayaguás y del Pipper precipitado en el campo de Ampacama, como también en otros procedimientos. Estos se cumplían con la colaboración de Gendarmería y de la Policía Federal, cuyo personal se encargaba de instruir las actuaciones de las respectivas causas.
El 27 de noviembre de 1990, tras el aterrizaje de un avión de carga Arrow Air, en el aeropuerto Las Chacritas, con equipos electrónicos, repuestos y motos, se produjo un confuso procedimiento realizado por la Policía Federal.
En esa ocasión, varios camiones fleteros transportaban la mercadería desde el aeropuerto con destino a la firma SYSTERCORP, ubicada en calle Sarmiento, en Rivadavia.
En esos momentos se dijo que toda la carga, procedente de Miami, era ilegal y estaba encuadrada en los términos de contrabando.

Lo extraño de este procedimiento fue que toda la carga había sido recibida en el aeropuerto por personal de la Aduana Nacional, encontrándose al frente el propio jefe, señor Carlos Arce, quien dio el visto bueno a toda la existencia. Los camiones con la carga fueron secuestrados y tanto los conductores como los acompañantes fueron detenidos y alojados en la Policía Federal, a pesar de reiterados reclamos del funcionario aduanero, aclarando que toda se encontraba en regla.
Se tenía conocimiento de que no era la primera vez que un avión con carga de electrónicos aterrizaba en Las Chacritas. También descendieron naves similares en el aeródromo de Pocito y en ninguna de esas oportunidades hubo procedimiento policial, pero sí el control de la aduana local.
Un día el señor Arce  se enteró de que efectivos de la policía provincial se aprestaban a proceder a la incautación de la mercadería de uno de esos aviones de carga. El funcionario les previno que se iba a cometer un error debido a la legalidad de todo lo trasportado. Al mismo tiempo aclaró que los electrónicos eran destinados a fábricas recientemente instaladas en San Juan y que al frente de los establecimientos se encontraban altos jefes militares en actividad.
Estos mismos fundamentos se les hicieron conocer a los encargados del procedimiento realizado en la ruta 20, cuando los camiones circulaban por ese camino hacia Rivadavia.

Sin embargo, todo esfuerzo resultó estéril ya que un tercio de la carga quedó en depósito en el edificio de la Policía Federal, al igual que los detenidos, mientras que el resto fue trasladado  hasta Gendarmería Nacional.
Así lo dispuso el juez doctor Julio Correa, a cargo de la causa.
Dos días después arribaron a San Juan directivos de la firma aérea en Buenos Aires y se entrevistaron con autoridades de la Policía Federal y con el juez Correa.
Ese mismo día fueron puestos en libertad todos los detenidos y se permitió que el avión de carga, que había quedado retenido en el aeropuerto Las Chacritas, levantara vuelo para regresar a su destino.
Toda la mercadería fue devuelta a sus propietarios. Se dijo en ese entonces que el procedimiento había sido apresurado y que no se habría detectado irregularidad alguna.
Se estableció posteriormente que la carga fue importada por tres empresas que con habitualidad venían realizando operaciones de comercio internacional a través de la delegación local de la Aduana local. Sin embargo, toda aclaración y pedidos de disculpa a los damnificados no satisfizo a ninguno de ellos y enseguida dispusieron levantar las fábricas ya instaladas.

“TODO ERA LEGAL”
Según declaraciones del ex jefe de la Aduana de San Juan, señor Carlos Arce, siempre hubo coordinación entre ese organismo, la Policía Federal y Gendarmería, para evitar el contrabando de mercaderías mediante un minucioso control.
Pero en la mayoría de estos hechos ocurridos en nuestra provincia, fue la policía local la que se encargó primeramente de la investigación, como también del secuestro de la mercadería ilegal y arresto de los responsables. Luego las actuaciones eran derivadas a la autoridad federal.
Después de estos procedimientos, tanto en San Juan como en otras provincias, se realizó una reunión de administradores de Aduana en Buenos Aires. En esa ocasión se resolvió convertir dichas oficinas en oferentes de servicios aéreos, como así también estrechar vínculos con el público, pues hasta entonces el personal aduanero era criticado por su energía, en especial los destacados en los controles limítrofes.

En el mes de octubre de 1990, el jefe de la Aduana local ya había conseguido mantener contacto con dependencias similares de otros países para el transporte legal de mercaderías. Para eso se utilizaban aviones de carga que salían de Argentina y eran ocupados al regreso.
De ahí que en el aeropuerto de San Juan descendían naves varias veces a la semana y en el mes, trayendo toda clase de mercadería contratada para varias fábricas.
Por convenio entre distintos países, cada avión que transitaba desde su procedencia hasta el final del destino, debía mantener comunicación sobre su vuelo.
En cada aeropuerto que descendían para abastecerse de combustible, la Aduana realizaba un control de la carga. Este mismo procedimiento se cumplía con los aviones que provenían de Miami a San Juan conduciendo equipos electrónicos y repuestos.

Los jefes militares propietarios de esas fábricas habían gestionado ante el intendente de Santa Lucía para que cediera en concesión un amplio terreno en el departamento, donde serían construidos galpones y otras dependencias aptas para guardar mercadería de distinto tipo para ser exportadas, especialmente frutas y hortalizas.
Tras el procedimiento realizado en la ruta 20, cuando fueron interceptados los camiones con equipos electrónicos, los responsables de tales diligenciamientos resolvieron desistir y levantaron las instalaciones.
Lo mismo ocurrió con el establecimiento SAISA, ubicado en calle Salta, Concepción. Ese edificio fue adquirido con el propósito de utilizarlo como depósito y fueron abonadas dos cuotas. De nada sirvieron estas gestiones porque se resolvió no proseguir con el negocio. En cada de estas empresas, por lo menos iban a ser utilizados de 50 a 60 operarios.
La provincia también resultó perjudicada, al dejar de percibir impuestos y el rédito de otros gastos. 

 Croquis del campo de Guayaguás donde aterrizaban los contrabandistas.







 Posición del bimotor luego de ser derribado a balazos por la policía, cuando los contrabandistas pretendieron levantar vuelo tras ser sorprendidos en Pampa del Gigantillo, Guayaguás. Al costado se observa el camión y el otro vehículo de los intermediarios.








 Todos los miembros de la patrulla a cargo del operativo, junto con el cronista de esta nota, Alejandro Sánchez, observan los daños del bimotor. Los policías mantienen aún las armas utilizadas en el suceso.







 Artheio García, tenía residencia en Castelar, provincia de Buenos Aires, era el piloto del avión.








 Dilemando Mario de Olivera, mecánico, era paraguayo.









 El jefe de Policía, coronel R.E. Adolfo E. Díaz, en el mismo lugar del acontecimiento, felicitó a los integrantes del grupo que intervino en el operativo. A la derecha se observa el cargamento de contrabando consistente en cajas de cigarrillos.







 Julio Cayetano González, el policía fallecido en Guayaguás.






 Policías y baqueanos recorrieron la zona de Guayaguás en busca del agente Julio Cateyano González, extraviado en el campo donde luego fue hallado muerto.






 En campos de Ampakama se precipitó el avión Pipper piloteado por Oyola, que pereció al igual que su copiloto Jantus. Se observa el aparato totalmente destrozado.







 Mario Gerarduzzi, juez que indagó a los contrabandistas y participó en distintos operativos.







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Posición del bimotor luego de ser derribado a balazos por la policía, cuando los contrabandistas pretendieron levantar vuelo tras ser sorprendidos en Pampa del Gigantillo, Guayaguás. Al costado se observa el camión y el otro vehículo de los intermediarios.
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