Los carnavales, desde sus orígenes con Sarmiento hasta los modernos bailes en estadios, tienen una rica historia. Sarmiento, fascinado por los festines en Roma, intentó replicar esa unión social en Argentina. Sin embargo, vio que, en lugar de unir, revelaban verdades ocultas. Los carnavales antiguos, desde los estruendosos bombazos hasta los prejuicios de clase, ofrecían una dinámica distinta. En la era de Sarmiento, los festejos eran salvajes: baldazos en las veredas, bombitas de agua y bailes en los clubes de fútbol.
El primer corso oficial de Buenos Aires, organizado en 1869 durante el mandato de Sarmiento como presidente, marcó un hito. Él había experimentado estos festejos en Roma dos décadas antes y quedó cautivado por su esencia festiva. El corso se extendía en Monserrat, con el "entierro del muñeco", que simbolizaba al rey Momo enfermo. Sarmiento no solo lo presenciaba desde su coche oficial, sino que disfrutaba siendo empapado y riendo a carcajadas.
El evento se convertía en una muestra de unidad comunitaria. Los vecinos se organizaban, formaban comisiones, decoraban las calles con coloridas guirnaldas y banderines. El corso, reflejando la épica patria, se asemejaba a un desfile militar: marchas, comparsas divididas en infantería, caballería y carruajes, siempre en ese orden. Había premios y sorpresas, como la singular participación de "señoritas" en San Benito.
Las comparsas, con nombres como Tenorios, Estrella del Sur o Habitantes de la Luna, eran el alma del corso. Algunas anécdotas revelan la diversión desbordante: Sarmiento se dejaba imitar por una murga y pedía lo mismo para su Ministro del Interior, Dalmacio Vélez Sarsfield.
En su agradecimiento, la murga bautizó a Sarmiento como "El emperador de las máscaras" y en 1873 mandó acuñar monedas con su perfil coronado, enviándole una como regalo.
Sarmiento, con su iniciativa, buscaba unos carnavales para todos, una visión que permitía la inclusión de los descendientes afroamericanos. Aunque en tiempos coloniales los carnavales no prosperaron por los excesos, bajo el impulso de Sarmiento, estos festejos permitieron visibilizar a la comunidad afrodescendiente en Buenos Aires, donde, aunque menos numerosos que en 1810, aún constituían una parte significativa de la población.