Después de la impresionante fogata nocturna, don Luis esparcía un considerable montón de brasas, preferentemente de olivo, formando una cruz de aproximadamente 8 por 10 metros. Tras santiguarse y ofrecer una oración, él mismo iniciaba la primera caminata sobre las brasas. Pronto, amigos se unían y aquellos que deseaban participar en la misma experiencia.
Actuando como guía y protector, Paredes cuidaba personalmente las brasas con un bastón. El lecho de brasas debía estar uniforme, sin protuberancias ni piedras abrasadoras. Curiosamente, nadie abandonaba el camino, completando el recorrido entre gritos y vítores a San Juan Bautista. Las únicas señales de contacto con el fuego eran unos pocos pies enrojecidos.