El siguiente artículo fue publicado por la artista plástica Silvina Martínez en Facebook el 16 de junio de 2023
“En 1948 se lanza desde San Juan, el Concurso Nacional
para la construcción de un Monumento dedicado a Juan Jufré -ley promulgada por
Ruperto Godoy-.
Miguel A. Sugo presenta su proyecto;
compite con afamados escultores y obtiene el Primer Premio; con lo cual se
consagra como destacada figura del ámbito artístico y puede cumplir su
aspiración de producir una obra de gran magnitud que habrá de constituirse en
uno de las más monumentales de San Juan; ícono de la ciudad. El Monumento
conmemora la llegada de los españoles y la fundación de San Juan (13/06/1562),
y rememora la figura de Juan Jufré, quien instaurara la ciudad con una
ceremonia que tuvo por testigos a un grupo de españoles y aborígenes.
La obra se inauguró en la celebración del 389° aniversario de la ciudad, 13 de
junio de 1951, después de casi dos años de ardua labor por parte del escultor.
Para realizar la obra, el artista, que vivía en Mendoza,
se traslada a San Juan y sin más infraestructura que una precaria tienda de
campaña instalada en la plaza, sus cinceles y herramientas, se consagra a la
ejecución del monumento in situ, guiándose por la maqueta que había realizado
en yeso, luego de haber estudiado la personalidad del prócer y los sucesos
históricos, y con la convicción de que la base americana prehispánica debe ser
la esencia cultural sobre la cual es necesario anclar la escultura argentina,
con plena conciencia de establecer un puente con el pasado, en una tenaz
búsqueda de identidad y de aprovechar solamente materiales de la región.
Así, los pedestales y los grandes bloques arquitectónicos, se hicieron con
travertino de La Laja y las figuras, con granitina o piedra granítica-silicia
del Cerro Blanco, que el escultor prácticamente descubrió y que utilizó por sus
cualidades de dureza y plasticidad, estabilidad, resistencia al desgaste y a
las agresiones. Dirigió personalmente el trabajo de extracción de la piedra y
el traslado-una aventura plagada de peripecias- y luego esculpió las figuras en
talla directa, técnica que implica un enorme reto para quien encare la tarea, y
mucho más cuando se trata de varios bloques ensamblados de enormes dimensiones.
La estructura arquitectónica del monumento es sencilla y
de absoluta claridad. Si se observa la planta se verá que sus elementos están
compuestos en forma de cruz, sustentada por dos fuertes líneas ortogonales que
virtualmente se entrecruzan. La composición simétrica, le otorga una fuerte
presencia y aplomo en el emplazamiento, encontrándose sus ejes paralelos a las
calles que rodean la plaza.
El monumento se organiza en cuatro grandes piezas:
1) los pedestales de las dos
esculturas;
2) la inmensa figura ecuestre que
representa a Juan Jufré, caracterizado como una recia figura montada, cuyo
equino se arquea olfateando la tierra descubierta y facilitando la visión
completa del esbelto jinete (tallada en tres bloques ensamblados);
3) un murete que lo respalda, con un
friso en alto relieve poco profundo, que exhibe esquemáticamente a
conquistadores y aborígenes de la tierra del Tulum -los primeros, empuñan
herramientas que son símbolo de la conquista, el arado y el martillo; ante cuya
diligencia los nativos se muestran extrañados-;
4) detrás del murete, una escultura
de gran tamaño encarna a una madre y su hijo: la madre española que da su fruto
a esta tierra -en el muro de fondo está esculpida en bajo relieve, el Acta de
la Fundación de San Juan, tal como fue escrita en el documento original-.
El escultor, de formación académica, da sin embargo, un paso adelante hacia la modernidad, sometiendo al monumento en general y a cada forma en particular a la depuración de sus líneas esenciales, dejando la huella de su subjetividad, pero sin abandonar los preceptos clásicos de belleza, decoro, equilibrio y unidad. La armonía del conjunto, la pureza de los contornos, la solidez de las masas pétreas simplificadas, la economía de elementos decorativos secundarios y la calidad plástica del material elegido, confieren a la obra un gran interés dentro de la escultura monumental de su tiempo.
No se trata de un objeto simple y arbitrariamente implantado en un contexto
urbanístico, sino de un conjunto escultórico que ha sido estudiado para
convertirse en un lugar que invita a ser recorrido, penetrado, reconocido y
disfrutado, así como apto para albergar ceremonias y homenajes.
La llaneza de sus volúmenes y el lenguaje austero,
proporciona claridad a la lectura y posibilita una comunicación inmediata, a la
vez que se percibe como la expresión plástica de una vigorosa personalidad.
Sugo simplifica las formas y elimina detalles superfluos.
Masas densas, macizas, sin demasiados pormenores anatómicos, se ensamblan a
través de sutiles relaciones armónicas, plasticidad y un severo hieratismo. No
le interesa describir lo externo o epidérmico de sus figuras, sino plasmar un
estado de fuerte interioridad.
Los personajes adquieren un cierto grado de abstracción, abandonando su
individualidad, en pro de una síntesis que los convierta en seres universales y
eternos. Se perciben ciertos resabios de arcaicas esculturas griegas o egipcias
y de la tipología americanista de algunas culturas precolombinas.
Las figuras están proporcionadas por un canon que les da un efecto poderoso y
sólido: ejes frontales, un pie adelantado, miembros apenas despegados del
bloque, casi nulas torsiones, vistas claras de pleno frente o perfil. Un estilo
de síntesis: simetría, equilibrio, orden, claridad, dibujo cerrado, luz difusa,
sin sombras dramáticas y con gran dominio de llenos y vacíos. Volúmenes
simples, cilíndricos, esféricos, cúbicos, que arquitecturan las formas y
contribuyen a la monumentalidad del conjunto; ya que no es solo su inmensa
altura lo que determina ese carácter, ni tampoco las toneladas que pesa cada
bloque de piedra; son las proporciones, la composición y el modo de disponer
las formas, los que dan como resultado la impresión de monumentalidad.
Así, el monumento, puede definirse como una conjunción de
arquitectura, escultura y paisaje, como una obra que modificó verdaderamente el
espacio urbano sanjuanino y se integró en el tejido de la ciudad, marcando un
hito que se destaca por su presencia, sin contravenir la esencia misma de la
cuadrícula de la ciudad, tal como la había trazado Juan Jufré, respondiendo al
molde de las poblaciones españolas de las Indias”.