De
nacionalidad británica, J. Benito
Willams vino a América alrededor de 1885, radicándose más tarde en San
Juan, donde se dedicó especialmente a las tareas mineras.
Primero
exploró y comenzó la explotación de las minas de cobre de Mondaca y Anticristo,
en Iglesia, emprendimiento que tuvo que abandonar por la falta de caminos que
le permitieran no sólo transportar el mineral, sino, incluso, trasladar los
equipos necesarios para la explotación en un terreno tan accidentado.
Compró
entonces los yacimientos de plata de El Salado, formando una sociedad anónima
compuesta por capitales ingleses. Es así como invirtió tres millones de pesos
de esa época –una suma realmente fabulosa- lo que posibilitó instalar una
planta procesadora que molía 150 toneladas diarias, una usina que transmitía
energía desde un salto de agua ubicado a 37 kilómetros y otra, accesoria a 8
kilómetros del yacimiento.
El
fallecimiento del presidente de la sociedad y el impuesto que se aplicó a la
exportación de plata de barras obligaron a suspender los trabajos en El Salado
por lo que Willams comenzó a explotar las minas de oro y plata de Castaño
Viejo, en Calingasta.
Willams,
un verdadero pionero de la minería en San Juan, cultivó la vid en Pocito y
Concepción y se dedicó además a la cría y engorde de hacienda, contando con
planteles de excelente mestización.
Falleció el 6 de junio de 1923. En la foto, don Benito Willams posa junto a su
mensajería, en Concepción donde tenía una finca, en 1920.
(Foto publicada en el
libro “El San Juan que Ud. no conoció” de Juan Carlos Bataller, proporcionada
por la familia Willams)
Fuente: Publicado en Nuevo Mundo, edición 893
del 22 de marzo de 2024