La relación del joven Sarmiento con el caudillo Nazario Benavides

El siguiente artículo fue extraído del libro Revoluciones y crímenes políticos en San Juan de Juan Carlos Bataller.


El asesinato de Benavides, indefenso y engrillado, fue sin duda un acto de barbarie.
Primero porque fue una muerte anunciada y tratada de impedir desesperadamente por su esposa ante autoridades nacionales y provinciales Y en segundo término porque si alguien fue generoso con sus adversarios, a lo largo de veinte años de ejercer el poder, ese fue Benavides.
Muchas anécdotas pintan al caudillo paternalista de cuerpo entero.
Algunas de ellas tienen como protagonista a un fogoso Domingo Faustino Sarmiento, director en aquellos años del periódico El Zonda.
Benavides había mandado a llamar a Sarmiento a su despacho.
—Sé que usted conspira, don Domingo.
—Es falso, señor, no conspiro.
—Usted anda moviendo a los representantes...
— ¡Ah! ¡Eso es otra cosa! Su Excelencia ve que no hay conspiración. Uso de mi derecho dirigiéndome a los magistrados, a los representantes del pueblo, para estorbar las calamidades que Su Excelencia prepara al país.
—Don Domingo, usted me forzará a tomar medidas.
— ¡Y qué importa!
—Severas medidas.
— ¡Y qué importa!

Vi en el semblante de Benavides señales de aprecio, de compasión, de respeto y quise corresponder a ese movimiento de su alma.
—Señor —le dije— no se manche. Cuando no pueda tolerarme más, destiérreme a Chile.
La anécdota fue contada por el mismo Sarmiento.
Incorregible al fin, el siguiente número de El Zonda publicó un artículo titulado “Testamento”, aludiendo a que “había sido mordido por cierta perrilla faldera, rabiosa, idolatrada en su casa”.
Para los sanjuaninos fue una directa alusión a la esposa del gobernador. Y Benavides podía tolerar cualquier cosa menos que se atacara a Telésfora, su esposa idolatrada, la mujer más buena del mundo.
Fue el último número de El Zonda, el sexto. La incontinencia verbal del Gran Maestro también sabía ser injusta y cruelmente dañina.



No obstante, Sarmiento permaneció en San Juan un año y cuatro meses más.
Pero su situación se hacía insostenible, especialmente por sus críticas a Rosas y sus contactos con quienes conspiraban desde Salta, donde estaba Aberastain, y La Rioja.
Fue convocado nuevamente a la Casa de Gobierno.
Benavides lo interrogó sobre su conspiración.
—He sabido que ha recibido usted papeles de Salta y del campamento de Brizuela...
—Sí, señor, y me preparaba para traérselos.
—Sabía que le habían llegado esos papeles pero ignoraba que quisiera mostrármelos – dijo Benavides con sorna.
Sarmiento en efecto conspiraba.

Benavides era un gobernador manso pero también un caudillo.
Y no podía tolerar que la casa no estuviera en orden, más cuando debía salir en campaña al norte del país.
La tercera entrevista en la Casa de Gobierno, fue la última.
Sarmiento terminó encerrado en la cárcel ubicada en los altos del Cabildo, con centinela a la vista y barra de grillos.

El 17 de noviembre (de 1840) el comandante José Manuel Espina le preparó un simulacro de asesinato, que concluiría con la afeitada a sable del preso y su traslado a la cárcel de la planta baja. No obstante el vejamen no pasaría de una comedia pues el general Benavides lo salvó de aquella afrenta.
Finalmente Sarmiento obtuvo su libertad.

Cuentan que fue doña Telésfora —a la que había ofendido Sarmiento— la que intercedió por él.
—Benavides, tengo que pedirte un favor- dijo a su esposo, llamándolo por el apellido.
—A una buena moza no se le niega nada. Pero depende de lo que sea...
—El favor se hace sin condiciones o no es favor.
—Bueno, concedido.
—Pues debo decirte que Sarmiento se halla en esta casa y quiero que lo hagas salir y llegar a salvo a Chile.
— ¿En mi propia casa?
—Sí, Benavides, acá está.

El 18 de noviembre Sarmiento partió de San Juan, acompañado por Clemente, su padre, en mulas proporcionadas y aperadas por el propio Benavides, rumbo a Chile.
Al pasar por los baños de Zonda escribió su célebre frase “ont no tue point les idées”, repitiendo la sentencia de Fortoul.

Poco antes de morir, el 22 de junio de 1888, Sarmiento le escribió una carta a su amigo don Ignacio S. Flores y en ella hace justicia a su viejo enemigo:
“En la casa de Benavides, su señora viuda pondrá el retrato más grande que tenga del general Benavides, a quien debe San Juan, por su moderación, que no se derramase sangre en su gobierno”.
Ya desde su exilio en Chile, el Gran Maestro había escrito: “Benavides es un hombre frio; a eso debe San Juan haber sido menos ajado que los otros pueblos. Tiene un excelente corazón, es tolerante, la envidia hace poca mella en su espíritu, es paciente y tenaz”.

Salvador María del Carril, antiguo cabecilla unitario, no esperó la muerte del jefe federal para escribirle en 1852 una carta muy elogiosa en la que concluía diciendo: “Usted en aquella época infausta, estancó la sangre que había corrido a torrentes y dio asilo generoso a los oprimidos sin amparo”.

Ver libro completo
“Revoluciones y crímenes políticos en San Juan” de Juan Carlos Bataller




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General Nazario Benavides
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