El discurso de Sarmiento Presidente sobre la Bandera

  Este discurso fue pronunciado por el presidente de la República, Domingo F. Sarmiento, al descubrir la estatua ecuestre del general Belgrano que se erige en la Plaza de Mayo de Buenos Aires. El acto tuvo lugar el 24 de septiembre de 1873, en ocasión de conmemorarse el 61 aniversario de la Batalla de Tucumán.

Es considerada una de las mejores piezas de oratoria compuesta por el "padre del aula". En ella, como siempre, desea perpetuar para la posteridad la memoria de los hombres y acontecimientos memorables de la historia argentina y dejar constancia de que nuestra bandera es una bandera libertaria a imagen de su creador.

En el marco del mes de la bandera, a continuación, transcribo algunos fragmentos de la alocución:

"Ante la imagen de uno de nuestros hombres públicos, repetimos este acto instintivo de nuestra especie, volviendo a lo pasado, trayendo hacia nuestra época, y legando a la posteridad el recuerdo de hombres y hechos de nuestro origen, como pueblo...".

En el caso presente, el artista ha conmemorado un hecho casi único en la historia: la invención de la bandera con que una nueva Nación surgió de la nada colonial, conduciéndola el mismo inventor, como portaestandarte.

Belgrano, cuya efigie contemplamos, participa para nosotros, y en la medida concedida a cada uno, de esas cualidades que hacen al hombre vivir más allá de su época. Hace cincuenta años que desapareció de la escena, y no ha muerto... dos millones de habitantes desde ahora lo aclaman Padre de la Patria.

Sus virtudes fueron la resignación y la esperanza, la honradez del propósito y el trabajo desinteresado.

Sus desvelos por levantar al pueblo de su postración intelectual, sin lo cual no hay libertad duradera; su empeño de establecer la moral relajada en escuelas y ejércitos; su profundo sentimiento religioso, que difundía sobre el soldado, para santificar la causa de la Independencia, poniéndola bajo la protección de la Virgen de las Mercedes que conserva aún el bastón del mando, depositado por él al pie de su imagen en Tucumán; su eclipse de la escena, su muerte oscura, su carrera tan gloriosa, tan olvidada, todo esto es la base firme en que se asienta la estatua...

Nuestro signo, como nación reconocida por todos los pueblos de la tierra, ahora y por siempre, es esa bandera, ya sea que nuestras huestes trepen los Andes con San Martín, ya sea que surquen ambos océanos con Brown, ya sea, en fin, que en los tiempos tranquilos que ella presagió, se cobije a su sombra la inmigración de nuevos arribantes...

Y sea dicho en honor y gloria de esta bandera. Muchas repúblicas la conocen como salvadora, como auxiliar, como guía en la difícil tarea de emanciparse.

"Hagamos fervientes votos, porque si a la consumación de los siglos, el Supremo Hacedor llamase a las naciones de la tierra para pedirles cuentas del uso que hicieron de los dones que les deparó y del libre albedrío y la inteligencia con que dotó a sus criaturas, nuestra bandera, blanca y celeste, pueda ser todavía discernida entre el polvo de los pueblos en marcha, acaudillando cien millones de argentinos, hijos de nuestros hijos, hasta la última generación, y deponiéndola sin mancha ante el solio del Altísimo, puedan mostrar todos los que la siguieren que, en civilización, moral y cultura intelectual, aspiraron sus padres a evidenciar que, en efecto, fue creado el hombre a imagen y semejanza de Dios".

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