De nombres y/o apellidos indígenas de lenguas ya extinguidas - Séptima parte


“Sus abuelos venían a trabajar a los Yanzones en Caucete para cosechar. Pasaban dos o tres meses. Les daban un lugar para quedarse y Alesio Talquenca, hermano de su madre Barbarita cuidaba los caballos, era peticero de Polo. En Pozo de los Algarrobos estaban Los Maurín que eran muy amigos de su abuelo. A Caucete traían las maderas, el carbón y el trigo. Al Molino (no se acuerda dónde estaba) el abuelo traía el trigo, lo molían y le daba la primera harina y también el afrecho para los chanchos. Viajaban en los carros, “que eran como carretelas, pero mejores y tiradas de mulas”.


Al morir su madre, elle se vino a vivir en Santa Rosa, tenía 16 años. “Yo me acuerdo que había cumplido 15 años y tenía el vestido…”. El padre se juntó con otra mujer y a ella la llevaron a Santa Rosa y ahí conoció al que después fue su marido que venía desde Tupelí. Se casó a los 17 años con Santos Bautista González, policía en San Juan.

El padre se vuelve a casar y al tiempo se separó. Ella era muy regalona de su padre, “pero no me daba atención”. ¿Cuándo perdí la relación con mi padre, yo ya estaba casada y fui a pedirle plata para un remedio y me dijo “Por qué no viniste ayer? Ahora ya deposité la plata. Yo le dije: no vine ayer porque no la necesitaba” “Con eso fue bastante”.

Eso la resintió mucho. Sus hijos le decían que fuera a verlo, pero ella no quería. Por eso le decían “sos india” “porque era muy tosuda, porque no daba el brazo a torcer”. “Así yo les digo a mis hijos: la vida es muy dura y hay que tomar de las experiencias y uno va aprendiendo”.


(*) Directora del Instituto de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas Manuel Alvar (INILFI) de la FFHA de la UNSJ. Miembro de la Academia Argentina de Letras


Fuente: Publicado en La Pericana, edición 410 del 8 de septiembre de 2024

 

 

 

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Apellidos indígenas
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