La siguiente nota de Juan Carlos Bataller, fue publicada en El Nuevo Diario, edición 2125 del 23 de noviembre de 2024. Imágenes coloreadas con IA. Dibujos: Miguel Camporro.
El futuro de San Juan,
para Sarmiento, pasaba por la minería.
Desde que asumió la
gobernación, puso el acento en ese objetivo. Y movió cielo y tierra en Buenos
Aires y el extranjero para atraer técnicos y capitales.
“Necesito dos años de
seguridad y confianza para hacerle dar a las minas en barras de plata sus frutos”,
escribía
al presidente Mitre.
“San Juan es un vasto
mineral de plata, bastante para transformar a la República”, le decía a
su amigo José Posse.
Trajo a la provincia
algunos asesores como el mineralogista inglés Francisco Ignacio Rickard y los ingenieros
Gustavo Grothe y Enrique Shade y pronto se encontró casi en un estado de
éxtasis imaginando fabulosos yacimientos.
-Estamos en vísperas de
una época nueva, acaso uno de esos grandes movimientos que han hecho surgir las
naciones... Las minas son una realidad como California... En un año
exportaremos barras por dos millones de duros... – contaba Sarmiento a
Mitre en una carta fechada el 14 de mayo de 1.862.
Y dos semanas después
volvía a escribirle al presidente con el mismo entusiasmo:
-Las minas de
Chañarcillo (Copiapó, Chile) eran veinte vetas y las de San Juan son mil
descubiertas, no se ha descubierto jamás país más mineralizado, más grande...
Vancouver ha tenido treinta mil visitantes al anuncio de existir lavaderos de oro
y California y Australia son hoy naciones más poderosas que la República
Argentina con tres siglos de existencia.
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Sarmiento vivía obsesionado con el tema minero.
Sin ser un
especialista, sus conocimientos eran amplios. Fue minero en Copiapó y publicó notas
sobre legislación minera en diarios chilenos.
Además su pariente,
Domingo de Oro, había trabajado muchos años en Chile y por eso lo designó el
primer diputado de minas, organismo con facultades de reconocimiento de
posesiones mineras y caducidad de las pertenencias, entendiendo en todo lo
administrativo y reglamentario.
Sus contactos con el metalurgista inglés Francisco Ignacio
Richard, a quién hizo venir desde Valparaíso, lo mismo que al ingeniero Joaquín
Godoy al que contrató para que trabajara en la diputación de
Minas y su
insaciable hambre de progreso lo hacían soñar despierto.
-En San Juan no hay capitales –le escribe a Mitre pero espero hallarlos en Valparaíso y Buenos Aires.
¡Qué hacer para obtener 200 mil duros, para poner en marcha esta
poderosa máquina! ¡unos pobres 4 millones de papel!
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La minería alcanzaba para Sarmiento una dimensión alucinante.
Aunque él las veía como la base para el desarrollo integral de la provincia
pues sería el sostén de la industria, la agricultura, el comercio y la lucha contra
el desierto. En ese sentido, Sarmiento sabía que las minas un día se agotan por
lo que consideraba necesario desarrollar otros sectores de la economía.
-Desgraciadamente, las minas tienen los defectos de sus cualidades. Las
viñas devuelven en caldos y licores el agua y el sudor que las fecundaron. Las minas,
cuando no dan, dejan en la calle al aventurero que le pide millones.
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A esta altura caben algunas reflexiones.
Sarmiento creyó en el porvenir minero de San Juan. Y no se equivocó.
Pero falló en un aspecto: los
resultados nunca son inmediatos.
No era soplar y hacer botellas. No alcanzaba con buenas intenciones para
atraer técnicos, estudios, capitales...
Hizo cosas positivas, como la creación de la diputación de minas, a
instancias de Rickard incluyó la cátedra de mineralogía y química en el Colegio
Preparatorio y hasta fundó Villa Rickard en el Tontal para la explotación del
yacimiento.
Contradictorio siempre, el mismo Sarmiento advierte que la empresa no es
fácil.
-Las minas son una realidad, no del género brillante de Copiapó sino a
la manera de la lluvia de invierno, lenta y nutrida.
Pero el optimista pronto sepultaba al realista y no dudaba en afirmar:
-Muerto el Chacho la pesadilla de San Juan y humeando en el Tontal los
hornos de Richard, he pagado mi deuda al suelo de mi cuna, la tumba después,
donde caiga…
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El 21 de julio de 1.862 se constituyó la Sociedad anónima
de Minas de San Juan, llamada la Compañía de Minas. Medio San Juan –entre los
que se encontraban pequeños y medianos capitales- suscribió acciones.
Quedaba la tarea más difícil: atraer los grandes capitales.
Envió a Buenos Aires al
diputado de minas Domingo de Oro y al ingeniero Rickard para difundir el proyecto
y seguir luego a Inglaterra para comprar maquinarias para el yacimiento y traer
inmigrantes para las colonias agrícolas.
Gran propagandista, Sarmiento no ahorraba en calificativos:
-Las minas son una realidad como en
California.
- Se construyeron hornos, trapiches y máquinas de amalgamación…
-
Estamos en vísperas de una época nueva…
- Podemos devolver a
usted, a Buenos Aires y a la República entera lo que me anticipen…
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El gobierno nacional fue esquivo en un comienzo.
Pero era Sarmiento
quien pedía insistentemente.
Bartolito Mitre, hijo del presidente, visitó los puestos mineros. Y el
presidente decidió que la Nación se suscribiera con 12 mil pesos plata en
acciones de la Compañía de Minas. Pero, quizás porque no creía en los sueños de
Sarmiento y no deseaba que la Nación fuera socia de la Compañía, decidió que
las acciones fueran cedidas a la provincia.
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Las acciones se emitieron, se construyeron algunos hornos
de fundición y se intensificaron los trabajos.
-Las minas están a punto de abrir sus capullos.
Los trabajos de Rickard marchan aceleradamente.
En dos meses más están montadas las máquinas y hornos de fundición en
abundancia... – escribía Sarmiento al
presidente.
Pero la realidad se impuso con toda su crudeza.
Sarmiento ya estaba con un pie en el extranjero pues había sido
designado en Washington.
Acongojado escribe al presidente.
-Lo que me tiene perplejo es el estado de la Sociedad de Minas, que se
halla en crisis. Hoy se enciende el primer horno para la fundición de metales.
Hoy he enviado nueve mil pesos para la compra de metales... Principian los
trabajos de producción y no hay metales para sostener el trabajo un mes ni
plata para comprar. Hasta hoy no ha llegado ni aviso de que se esté cobrando el
tercer pedido en Buenos Aires y esos doce mil pesos fuertes no llegan en un
mes, los de San Juan están invertidos en metales pues basta quince o veinte cajones
para absorber aquella suma. Y los hornos paran y los salarios de Rickard,
horneros, encargados y maquinistas nos devoran. La desconfianza cunde, el
cuarto pedido no puede hacerse y la sociedad quiebra... La caída será tan
estrepitosa que hasta Londres llegará el rumor y la decepción...
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Nada quedó de aquel gran sueño.
La minería no perdona los emprendimientos que no se asientan en modernas
tecnologías y grandes capitales.
Tampoco guarda recuerdos de aquellos sitios donde no se tomaron recaudos
para que el desarrollo sea sostenido cuando el mineral se agote.
Aparte de vestigios de las plantas de fundición de Hilario y
Sorocayense, un trapiche en el alto del Tontal, ruinas de máquinas y vías
Decauvile, nada quedó...
Villa Ricard nunca figuraría en los mapas.
Decía Sarmiento: “Las minas
tienen los defectos de sus cualidades. Las viñas devuelven en caldos y licores
el agua y el sudor que las fecundaron. Las minas, cuando no dan, dejan en la
calle al aventurero que le pide millones”.
Sarmiento creyó en el porvenir
minero de San Juan. Y no se equivocó. Pero falló en un aspecto: los resultados
nunca son inmediatos. No alcanzaba con buenas intenciones para atraer técnicos,
estudios, capitales...
explica
Horacio Videla.
El pensamiento sarmientino está expresado en una carta que envió a su
comprovinciano, entonces ministro del Interior, Guillermo Rawson.
-La esperanza de las riquezas minerales
que contienen las montañas circunvecinas servirá de base a la industria de esta provincia y hace proponer al
infrascripto que con su desarrollo puede, en poco tiempo, ser sometido a
cultivo todo el terreno arable de la provincia, asegurando la nutrición de un
número ilimitado de población.
Sarmiento sabía –porque lo había visto en Chile- que los pueblos mineros se
transforman en ruinas fantasmales cuando toda la riqueza es extraída y por eso
concebía la minería como centro de un programa económico que impulsara el
desarrollo integral de la provincia.
Cuenta Horacio Videla en su obra “Historia de San Juan” que la realidad
de las minas y su producción en la época de Sarmiento “está dada por el
Plano topográfico de Augusto Grothe y Enrique Schade, levantado en 1.863
durante la gobernación de Sarmiento y por las estadísticas conservadas del año
1.964”.
En el mencionado plano consta la existencia de diversas minas y puestos
de trabajo de minerales en los siguientes parajes:
-- En Castaño, Barreal y Calingasta: el mineral del Tontal (plata
y plomo); la fundición Babie (plata), Hilario (fundición de plata), Sorocayense
(amalgamación), máquina de gas, mineral del Castaño (plata)
-- En Iglesia: el mineral del Anticristo (cobre y plata), de Chila (oro), del Rayado (hierro), del Salado (plata).
-- En Jáchal: el mineral de Guachi (oro) y de Gualilán (oro)
-- En Valle Fértil: mineral del Morado (oro), de la Huerta (plata), del
Cerro Blanco (plata y oro), de Marayes (plata y oro), de Guayaguas (plata).
Según Videla, por una nómina presentada por Melitón Maradona el 12 de
diciembre de 1.862 sobre el personal ocupado en la Sierra de la Huerta, se
acredita que ahí funcionaban cinco minas: Mina Millonaria, Mina Andrea, Mina del Portezuelo San Pedro, Mina Isaura y mina Diosa.
Las estadísticas de 1.864 confirman estos yacimientos y agregan otros
dos: el Pedernal (oro) y el Acequión (zinc y plata).
La producción minera de San Juan en ese año informa textualmente:
5.250 ps. bols de oro en pasta y 97.812 ps. de plata en barra y mineral.
Fuentes
Historia de San Juan – Horacio Videla
Historia de San Juan – Carmen P. de Varese – Héctor D.Arias-
Cosas de San Juan – Fernando Mó
Sarmiento y la Minería - Augusto Landa