Marcelo Ighani sueña con cambiar la economía de los sanjuaninos y que se conviertan en los dueños de las producciones de ese fruto seco. Llegó hace 56 años a estudiar y decidió emprender en un rubro que no existía en esta provincia. Hoy conduce la exitosa empresa Pisté junto a sus hijos. Una nota de Pablo Zama, publicada en La Pericana edición 450 del 27 de julio de 2025
Arribó a San Juan desde Irán en 1969 para estudiar cuando apenas era un adolescente y generó la revolución del pistacho en la tierra del sol. A Mehrdad Ighani le dicen “Marcelo” en su suelo adoptivo. Tiene 73 años y una capacidad de trabajo pocas veces vista. Cuando inició la aventura de poner a la provincia en el mapa de la exportación de aquel fruto seco pasaba 18 horas dedicándose a la actividad.
A los 16 años decidió salir de Teherán, dejando atrás los conflictos sociales, con la esperanza de forjar un próspero futuro en Argentina. Llegó al país con sus hermanos: Behrusz, Masut y Manucho. Hoy todos son profesionales egresados de la Universidad Nacional de San Juan. Marcelo, que es el más chico de todos ellos, es arquitecto.
Primero llegaron a Rosario y casi al año se radicaron en San Juan porque vieron que la UNSJ les otorgaba más facilidades para inscribirse y estudiar, dándoles ventajas para rendir equivalencias. Inclusive, Ighani hizo tercero, cuarto y quinto año del secundario en el Colegio Nacional Monseñor Pablo Cabrera.
En Irán era difícil ingresar a las universidades. La aventura de venir a Sudamérica les cambió la vida. Marcelo desarrolló poco a poco el ojo emprendedor y vio que en la vitivinicultura empezaron a haber algunos problemas. Eso lo llevó a estudiar, en los años 80, distintas variables para producir en San Juan, como la latitud y el clima. Lo comparó con contextos similares al de otras partes del mundo y entendió que en esos lugares una de las apuestas era el pistacho, rubro desconocido todavía en la provincia.
Ya recibidos de la Universidad, por la situación económica, sus hermanos tomaron otros rumbos. Pero él decidió emprender en la provincia.
Los padres de Ighani, Alí y Nozat, se habían quedado trabajando en Irán y cuando terminó la revolución islámica de 1979 fueron traídos hasta Argentina. Acá vivieron sus últimos años, disfrutaron de sus 10 nietos y fallecieron.
Cuando llegó desde Rosario, Marcelo se encontró con la amabilidad de los sanjuaninos que le hicieron todo más fácil. Mientras terminaba sus estudios imaginaba convertirse en productor en esta tierra y empezó a capacitarse para emprender.
Estaba convencido de que el pistacho iba a funcionar acá. Después de investigar las probabilidades para iniciar ese proyecto, encontró distintas dificultades que fue sorteando, sin bajar los brazos. Él quería hacer algo distinto, que no dependiera de los altibajos económicos del país y que fuera escaso en el mundo, para que mantuviera un valor constante.
Tras estudiar sus posibilidades y saber que San Juan tiene una latitud de 32 grados, analizó las variantes de frío, calor y precipitaciones que hay en el clima característico de esta zona. Allí vio que en otras partes del planeta con las mismas variables cultivaban principalmente pistacho o azafrán. Al investigar “los pro y los contra” de cada uno se inclinó por el primero.
Empezó a pedirles a sus padres que le enviaran algunos materiales que tuvo que adaptar, porque acá las condiciones eran parecidas pero no iguales a las de su país. Las primeras semillas llegaron a principios de los 80 y comenzó a desarrollarlas en un vivero de Rawson.
Su primer emprendimiento fue de una hectárea, en 1991, en aquel departamento. Lo consiguió después de depurar algunos inconvenientes que aparecieron y tras tecnificar los procesos para que eso funcionara. Esa base inicial estaba en el mismo lugar en donde tenía el obrador de su antigua empresa constructora (Cadeco), en donde también aprovechaba para hacer ensayos de pistacho.
Con el tiempo su producción se extendió a Carpintería, Pocito. Sus exsuegros tenían una finca y Marcelo transformó el cultivo de la uva, que casi no se vendía, en pistacho. Empezó a sembrar melga por medio, poniendo pistacho cerca de las uvas. Cuando su fruto seco creció decidió sacar la uva para ampliar el emprendimiento.
Así fue desarrollando su ganancia, lo que le permitió agregar más superficie y fundar Pisté (pistacho, en iraní), su exitosa empresa ubicada en Ruta 40 entre calles 5 y 6, en donde tiene cinco hectáreas plantadas (junto a la fábrica y el vivero). En total posee 300 hectáreas (la mayoría en Carpintería), de las 9000 que se expandieron por San Juan, porque otros productores desparramaron este cultivo por todo el Valle de Tulum.
Ighani reconoce que él es el inventor del “movimiento” del pistacho en la provincia. Trabajó incansablemente durante 12 años hasta que su proyecto funcionó y empezó a incentivar a otras personas para que se animaran a incursionar en la actividad, porque esta tierra ya daba pistacho de buena calidad y en una importante cantidad. En ese proceso algunos lo tildaron del “loco que hablaba del pistacho”, pero era un visionario que terminó prevaleciendo con su idea.
Marcelo exportó desde el inicio, y dice que a los productores le “sacan de las manos” este fruto tanto en el mercado interno como en el extranjero. Él le vende a los paseros, que ya tienen mercado en todo el mundo y le mandan el pistacho a sus clientes.
Ighani se casó con María Teresa Frau cuando era estudiante y se separó hace 20 años. Con ella tuvo a sus tres hijos: Daniel (44), que está en Estados Unidos y es profesor de equitación; Maximiliano (42), quien está en la parte del campo de la empresa; y Soledad (39), hoy a cargo de la fábrica y el vivero de Pisté. Todos tienen amplios conocimientos sobre el pistacho. Ellos ya le dieron seis nietos.
Pisté derivó en una empresa familiar que ahora es conducida por los herederos de Marcelo. El hombre siempre pensó en dejar enseñanzas como emprendedor. Por eso interpretó que conseguir que sus hijos le den continuidad al proyecto da una buena imagen sobre su propósito.
Desde hace dos décadas, el empresario está en pareja con Carolina Cortez, que no es del rubro pero es muy emprendedora y siempre lo acompaña con sus ideas.
La clave para que él se pudiera quedar en San Juan fue su capacitad para adaptarse a distintos lugares. Pero también fue fundamental la calidez de los sanjuaninos. A modo de agradecimiento por la buena recepción que tuvo en esta tierra, el asiático trabajó para poner a la provincia en el mapa mundial del pistacho, una forma de devolver ese amor que le dispensaron.
Para Marcelo el idioma no fue un escollo, porque en la adolescencia era una “esponja” y absorbió las enseñanzas de los locales. Además, se acostumbró rápidamente a la cultura argentina.
Considera que junto a sus hijos está haciendo historia, y valora el fondo de tierra franco arenoso que tiene Carpintería. Allí los pistachos son muy distintos a los que tienen otros productores, lo que le permite a su empresa estar a la cabeza en rendimiento. Para realizar todo el trabajo cuentan con casi 90 empleados.
Ighani no se cansa nunca de trabajar en Pisté, porque su motor es la rentabilidad que encontró en este rubro. En los últimos años, además, cosechó lo que sembró: porque la gente empezó a valorar su apuesta y contribución a esta tierra.
Marcelo no es egoísta y revela que su sueño es que los sanjuaninos sean dueños de la producción del pistacho y no los foráneos que llegan a invertir. Su intención apunta a que el capital se mueva en San Juan. Asegura que el día que consiga que la mayoría de los nacidos en esta provincia no trabajen en esos proyectos por un sueldo, sino que sean propietarios de entre dos y cinco hectáreas, les cambiará la vida.
Él se siente un sanjuanino más desde que llegó. Entonces todo lo proyecta mirando este terruño. Así calcula que la coparticipación de la provincia es usada en un 90 por ciento para pagar sueldos y no queda para invertir. Entonces él se pone una meta: lograr que haya 30.000 hectáreas de pistacho y así triplicar la coparticipación de San Juan por el ingreso que genere esa actividad económica.
El iraní busca emular a ciudades de Estados Unidos como California, en donde la facturación es alta porque el pistacho cuesta 10 dólares el kilogramo. De esa manera calcula que un productor que se inicie con tres hectáreas, al décimo año podrá facturar 8000 dólares mensuales. Aclara que más allá de que las personas tengan otra actividad económica, a esa mínima cantidad de áreas cultivadas la pueden manejar sin tanto esfuerzo y les va a rendir, convirtiéndose en su conjunto en miembros una sociedad pudiente.
Para Mehrdad “Marcelo” Ighani la vida lejos de Irán ya fue superada, porque de los malos contextos que transitó no pudo sacar nada. Entonces decidió apuntar a aprender de los que están “arriba” para ir “arriba” y no mirar para el costado ni para abajo. Ya lleva 54 años nacionalizado argentino. Y le sigue dando mucho al país, gracias a un ingenio y espíritu emprendedor inagotables.
El productor trajo yemas (brote embrionario de los vegetales) de otros países para trabajar con la escasa tecnología que había todavía en esta parte del mundo. A las primeras, que eran de Irán, las transportó adentro de una papa. Ese fue uno de los sacrificios por los que tuvo que atravesar, proyectando alcanzar en la provincia la plantación de entre 3000 y 5000 hectáreas.
Después empezó a traer las yemas desde Estados Unidos. Hoy trabaja con tecnología de ese país, que es considerada la mejor del mundo. Y tras ese largo proceso superó sus expectativas al haber llegado, entre todos los productores de San Juan, a las 9000 hectáreas de pistacho.
Marcelo Ighani tiene el hobby de investigar y como arquitecto siempre tuvo la “obligación” de ser creativo. Considera que en ese mundo todo es crear y no hay tiempo para quedarse de brazos cruzados. Esa enseñanza, a pesar de no ejercer ya su profesión, la aplica en su producción de pistacho, para seguir mejorando. Él tuvo una empresa muy grande llamada Cadeco (Calidad de construcción), pero con el tiempo decidió dedicarse solamente a su otra actividad, aunque sin abandonar su sello de emprendedor.
Ahora que sus hijos están a cargo de la empresa familiar, Ighani se dedica a proyectos más grandes. Por eso a menudo viaja a España por un emprendimiento de 1960 hectáreas que hará con inversores de ese país que tienen tierras en San Juan. Todo está proyectado en la provincia porque el iraní asegura que no se irá nunca de acá, ya que considera que este negocio no tiene techo.