El siguiente artículo de la sección …Y fueron felices, fue publicado en La Nueva Revista el 7 de enero de 1994 e integró la edición 640 de El Nuevo Diario

La pareja de Felipe Castro Forgia e Irma Morchio
en el día de la boda, junto al pino que presidia el patio de la casa grande. La
ceremonia religiosa fue celebrada en la Iglesia de la Merced.
Nunca antes se habían visto, hasta aquel día de la fiesta en que los amigos oficiaron de presentadores. Se siguieron frecuentando y, “como sucede en estos casos, charlarnos y fuimos descubriendo que teníamos las mismas opiniones, coincidiamos en los gustos y así comenzó el romance" -recuerda el entonces novel médico-.
La muchacha también se sintió atraída por el nivel de las conversaciones que podía
mantener con el joven y aceptó convertirse en su novia. La relación se prolongó durante tres años, hasta que el 3 de noviembre de 1956 en que decidieron
“formalizar”.
La boda entre Irma Morcnio y Felipe Castro Forgia se concretó en la
Iglesia de la Merced y la fiesta en el patio de la casa grande de los Meglioli-Morchio.
Después de la algarabía de la reunión con familiares y amigos, los recién
casados partieron presurosos de luna de miel en auto a recorrer distintos
caminos del país y "cuando estábamos llegando a la plaza de Trinidad, ya
convencidos de que nos encontrábamos “al fin solos”, resulta que en la parte
posterior del coche se habían escondido unas amigas que nos hicieron la broma
de acompañarnos unas cuadras -el recuerdo de la inoportuna aparición aún
provoca la risa de don Felipe-.
De regreso a San Juan se instalaron para siempre en uno de los apartamentos de
la familia de la mujer. "Antes, este patio era inmenso, abarcaba cuatro
viviendas comunicadas entre sí en la parte alta. Mucha gente ha pasado por
aquí, porque en una de las casas habitaba mi madre, en otras dos mis hermanos y
en esta nosotros, así que los amigos de todos se reunían en este sitio” -relata
la señora-; aunque hubo un paréntesis de poco más de tres años en que a raíz que
el doctor Castro Forgia obtuvo una beca que incluía un contrato de trabajo en
FiladeIfia, se marcharon hacia el norte. Ya había nacido la primera hija del
matrimonio: Patricia Beatriz y con la bebita de dos meses se fueron
hacia los Estados Unidos, donde hemos compartido experiencias inolvidables"
-recuerdan ambos-, entre ellas la llegada del hijo varón: Roberto Enrique.
De aquella época Irma rescata muy especialmente la solidaridad de su marido que
“cuando llegaba del hospital, a las 6 de la tarde, me llevaba a un instituto
para que aprendiera el idioma y saliera un poco, mientras tanto él cuidaba a la
niñita".

Felipe Castro Forgia e Irma Morchio junto a la
madre de ella y los tres hijos del matrimonio: Patricia, Viviana y Roberto
Ya de regreso en San Juan, tuvieron la tercera hija: Viviana Laura,
mientras el médico trabajaba afanosamente en su profesión, dedicado
fundamentalmente a la salud pública, “donde actué en todos los niveles: desde
los más inferiores a los más elevados y en tiempos en que no existían los
avances de hoy día; cuando casi no dormiamos por attender la salud de los
enfermos" -reflexiona el doctor que aún, después de jubilado continúa
ejerciendo a nivel hospitalario “ad honorem”, y atendiendo en su consultorio
particular con el mismo énfasis que en los comienzos-.
En los años difíciles, "cuando podíamos decir que durante la semana cada
uno se ocupaba de lo suyo: él de sus pacientes, yo del cuidado de los niños y
de las actividades que desarrollaba como miembro de una de las instituciones
que más respeto de San Juan -Cordic-, siempre encontrarnos el momento para
compartir los fines de semana con los hijos y las vacaciones donde
disfrutábamos estando todos juntos” -afirma la elegante doña Irma- y su esposo
manifiesta que también se han hecho tiempo para conocer el país y del mundo.
Desde hace poco tiempo la pareja disfruta de la concreción de un sueño
acariciado durante muchos años: el parque con quincho y pileta de natación,
donde se entremezclan "mil distintos tonos de verdes" con
exhuberantes flores de variadas especies, entre las que predominan las rosas.
El hobby por su cultivo es un motivo más de unión entre Irma y Felipe y además
les ha permitido hacerse acreedores de dos premios en concursus donde se eligen
las piezas más bonitas.
Ahora, sin temor a equivocarnos, puede decirse que la pareja lleva una vida
“color de rosas”.