María Luisa Starace. La italiana con una historia de novela

El siguiente artículo fue publicado en el año 2014.

Muchas veces la realidad supera la ficción. Y ese dicho tan común le cabe a Marita Starace, una italiana, aventurera, emprendedora, que viajó casi por todo el mundo y decidió instalarse en San Juan a fines de los setenta. Su historia parece de novela. Ella dice que es “estúpidamente romántica”, apasionada por los animales y por los policiales, en especial los de Agatha Christie. Tiene 87 años (nacida el 27 de enero de 1927), una hija y cuatro nietos. En la provincia escribió sobre sus aventuras y sus propias historias de crímenes resueltos.

Entre el amor y la muerte


 Italia vivía la Segunda Guerra Mundial. Los aliados bombardeaban algunas ciudades y, cada tanto, los italianos se ocultaban en los refugios con unas pocas pertenencias, esperando a que los estallidos terminaran, con la esperanza a veces casi nula de volver a encontrar su casa en pie. Una de esas familias eran los Starace. Ettore Starace, su mujer Norita Colucci, sus únicas dos hijas Concepción Ana María y la pequeña María Luisa, a quien siempre llamaron Marisa, vivían en la ciudad de Civitavecchia, en Roma.

La localidad italiana está cerca del puerto y allí había barcos cargados con municiones. Por eso eran frecuentes los bombardeos y cada vez que se acercaban los enemigos sonaba la alarma. Ettore tenía preparado un maletín con un poco de dinero y oro cuando se refugiaban. En una de esas oportunidades, cuando comenzó a sonar la fuerte sirena, Marisa estaba en enaguas. Recuerda que su madre le puso un tapado encima para que no saliera así a la calle pero a ella no le preocupaba eso sino buscar su caja con valiosos recuerdos y su querido oso de peluche.

“La guerra es una cosa estúpida que no solo mata mucha gente inocente sino que no solucionada nada” dice ahora Marisa. Sin embargo en esa época, cuando ella tenía catorce años, no tenía miedo porque para ella la muerte no existía.

 El 8 de octubre de 1943, cuando el país comenzó a derrumbarse, la familia Starace tuvo que refugiarse en Tolfa, un pueblo en la montaña, donde vivieron al menos durante un año. Allí Concepción, la mayor de las hijas, conoció a un sanjuanino, probablemente uno de los pocos que tuvo que ir a Europa durante la guerra. Se llamaba Héctor Bocci, como su padre era italiano lo habían llamado al servicio y llegó a ser teniente. Los jóvenes se enamoraron, en plena guerra se casaron y dos soldados norteamericanos fueron los testigos de esa unión. Pocos años después ese casamiento cambiaría los destinos de los Starace.


La pasión por los policiales y los animales


A Marisa le apasiona leer desde niña, es un gusto heredado de sus padres, que disfrutaban mucho de la lectura y probablemente también de sus abuelos y tíos paternos, que se dedicaban al teatro. Su abuelo era napolitano y “pulcinella”, es decir, arlequín. Aparte, a su padre le gustaba la música operística, era comerciante y aficionado a la fotografía.

Una de las lecturas que más apasionaba a la joven italiana eran las historias de Agatha Christie, que propone el triunfo de la verdad y el castigo del culpable. En la guerra la gente sufría y nadie los ayudaba. En cambio, en los relatos de crímenes, hay alguien que los resuelve, por eso le gustaron tanto ese tipo de libros.

Otra de las pasiones de Marisa siempre fueron los animales, a quienes intenta proteger porque le parecen criaturas indefensas. En su casa tiene doce gatos y siete perros, uno de ellos cuadripléjico.

La primera visita a San Juan

 Concepción y su esposo se vinieron vivir a San Juan. Había fallecido el padre de este y su madre había quedado sola con cuatro hijas. Un tiempo después, en 1951, también vino a Argentina el matrimonio Starace, que trajo con ellos a su hija menor. En ese momento Marisa quería viajar, conocer, no se imaginaba en una ciudad tan pequeña, que estaba levantándose entre los escombros después de 1944. Se fue un tiempo a Buenos Aires y decidió volver a Italia. Cuando el barco ya estaba en los puertos de Brasil, escribió una carta a sus padres para avisarles que se iba. Poco después ellos volvieron a Europa para estar con su hija.

Los viajes de Marisa

 De regreso en Italia Marisa consiguió trabajo en una aerolínea. Buscaban alguien para la oficina de reservaciones que supiera hablar bien inglés. Consiguió el puesto porque había estudiado el idioma en la escuela. Aparte, durante la ocupación de los aliados, trabajó en los juicios a los soldados traduciendo entre italianos y norteamericanos.

Fue el trabajo indicado para cumplir su sueño de viajar y conocer otros lugares. Estuvo unos diecinueve años con una empresa inglesa, otros siete con una egipcia y llegó a ser jefa de reservaciones durante varios años.  Además, aparte del inglés y el italiano, logró aprender otras lenguas, alemán, francés, ruso, árabe y en cada sitio que visitaba disfrutaba mucho de hablar con la gente.
Entre los diferentes destinos que visitó, Londres y el Cairo fueron dos de sus preferidos. Egipto conquistó su corazón de tal forma que cuando atacaron el Canal de Suez, en 1956, viajó en una nave turca para estar con sus amigos en ese momento tan complicado. También se enamoró de un egipcio, que además era musulmán, árabe y con él tuvo a su única hija, Giovanna.

El destino final


Después de tantos años de viajes, en 1977 decidió venirse a Argentina. Acá estaba la familia de su hermana, que tuvo tres hijos: Silvana, Roberto y Laura. Quería instalarse en San Juan para que su hija, que tenía catorce años, creciera en un lugar seguro y tranquilo.

Fue aquí donde empezó a escribir, porque su vida cambió por completo. Después de tantos viajes, comenzó a sentirse aislada del mundo y en una especie de desahogue comenzaron a nacer sus historias. Escribió varios libros. Algunos de ellos son “Las aventuras de Sara Sims”, “Huellas de mujer”, “Inpronta Di Donna”, “Piernas, patas y patitas”, “Anno Domini 1982” y “El altillo de la vida”, estos dos últimos todavía no han sido publicados. Aunque todavía habla “cocoliche”, es mezcla típica de italiano y español que hablan los inmigrantes, tiene gran habilidad para escribir sus libros en español. En la provincia trabajó en la Facultad de Ingeniería, donde traducía libros para estudiantes. Ahí estuvo durante quince años, hasta que se jubiló.

Marisa a los 87 años (2014) y por medio de Facebook seguía en contacto con los amigos que hizo en diferentes puntos del mundo mientras viajaba. Su hija es profesora de inglés y tuvo cuatro hijos: Andrea Débora, Ana Clara, Daniela Paula y Juan  Francisco Starace.











GALERIA MULTIMEDIA
Marisa Starace, en su casa, junto a sus amigos de Civitavecchia. Su padre, Ettore Starace, que era un fotógrafo aficionado, fue quien tomó esta imagen.
Marisa Starace junto a un grupo de aficionados presentó la obra de teatro "Bodas de Sangre" de Federico García Lorca, en Italia. Ella es la joven que aparece en la izquierda de la fotografía.
Norita Colucci, la madre de Marita Staracce.
Ettore Starace, el padre de Marita Staracce.
Marisa Starace junto a sus cuatro nietos: Juan Francisco, Daniela Paula, Andrea Débora y Ana Clara.
Concepción Starace junto a sus tres hijos: Roberto, Laura y Silvia.
Otro de los destinos que Marisa Starace más disfrutó, Rusia, que cuando ella visitó era la Unión Soviética.
Marisa Starace disfrutando de playa junto a su padre, Ettore Starace.
Giovanna Starace, la hija de Marisa, en una visita a Egipto.
Giovanna Starace, la hija de Marisa, en una visita a Egipto.
Marisa Starace junto a su hija Giovanna y sus sobrinas Silvia y Laura Bocci, hijas de su hermana Concepción.
Marisa Starace junto a una tía francesa, Francesca.
Giovanna Starace en Egipto.
La pequeña Giovanna Starace en Egipto.
Marisa Starace junto una compañera de la aerolínea, que tiene a Giovanna en brazos.
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