En mi libro "Patricias Sanjuaninas" bosquejé algunos antecedentes de muchas mujeres de nuestro medio, que en una forma u otra habían contribuido a la elevación social, cultural y progresista de la incipiente ciudad de Jufré. Hoy, dándole al objetivo otro aspecto, en función de ampliar el panorama con motivo del IV Centenario de la fundación de la ciudad de San Juan de la Frontera, consigno la trayectoria, en sus diferentes etapas, de un grupo promisorio de mujeres sanjuaninas de nuestro pasado, en su homenaje y adhesión a la conmemoración que nos ocupa. Teresa de Ascensio de Mallea: He aquí la primera mujer sanjuanina que se eleva sobre sí misma, con relieves propios, así que hubo entrelazado su nombre con el del hidalgo hispano que la hiciera su esposa.
La conquista española trajo a esta tierras un avasallamiento, pero aquí encontró un ambiente propicio al propósito que los animaba, por la comprensión de los naturales que supieron someterse al vasallaje sin resistencia en la creencia que irían a ser considerados semejantes. Sin embargo, algún reconocimiento se consiguió, sea por política o por convicción, el caso fue que un jefe español casó con una india, hija del jefe huarpe. Se ligaban así dos corrientes sanguíneas de abolengo: la hispana y la indiana.
En amalgama idealizada por la necesidad, ambos cónyuges formaron el primer hogar sanjuanino, a cuyo efecto se construyó la primera casa de estilo español en Cuyo, tomando como ejemplo lo que había hecho Jufré en Santiago de Chile. Así surgió de este matrimonio el arranque de la familia sanjuanina organizada y cristiana que debía servir de ejemplo a las generaciones sucesivas.
Teresa de Ascensio llenó así una función social al igual de lo que hubiera hecho cualquiera española de buenos sentimientos por esos años.
Por eso la Ñusta angaquera será recordada siempre como la fundadora del hogar sanjuanino, ya que fue la primera indígena del valle de Tulum que mezcló su sangre con la extranjera, y para ella se construyó, como hemos dicho, la primera casa de material en la nueva ciudad, en la cual el fundador iba a resolver los problemas de emergencia con su segundo jefe. El mismo Jufré había influido para ello, porque él había sido en Chile, el primero también, como he dicho, en construir la primera casa a la usanza española en aquella incipiente ciudad de Santiago.
A partir de entonces, es decir, desde aquel momento en que se formara el hogar de Mallea, moral y materialmente, la incipiente ciudad comenzó a extender su radio de acción en todo sentido y la figura de Teresa de Ascensio se fue también extendiendo como manto protector por los lugares que la acción del hispano proyectaba su grandeza en estas vírgenes tierras.
El 31 de octubre de 1606 —en las postrimerías de su vida— D. Juan Eugenio de Mallea instituye en su testamento una capellanía a perpetuidad y a favor del Convento de Santo Domingo, en la que manifiesta: "que es su voluntad que sean partícipe y gocen de dicha Capellanía, su padre y madre y su mujer Da. Teresa de Ascensio, que en gloria sea, y su hijo que se murió mancebo, llamado Juan de Mallea, y dos hijos que al presente tiene, llamados Christóbal y Gabriel de Mallea", y declara a continuación "que tiene tres hijos casados a los cuales les ha dado su legítima y mucho más y que no quiere que participen y gocen de la dicha capellanía".
Tiempo después, una nieta de los esposos de Mallea, donó a la Iglesia la "Finca de Angaco", lo que es hoy el floreciente departamento de Albardón, siendo los dominicos los que administraron la voluminosa donación, desprendiéndose de la última parcela que les quedaba —las Termas de la Laja— a mediados del siglo pasado. La fortuna heredada por Teresa de Ascensio de su padre el cacique del Valle de Tulum, era considerable por la riqueza del suelo que la componía y los cultivos que se implantaron posteriormente.
Por todo esto, la figura austera y gallarda de Teresa de Ascensio de Mallea se proyecta grande a través de la historia, magnificada por la nobleza de su corazón que refleja la espiritualidad de los sentimientos de un linaje heroico ya desaparecido, cuyos rasgos aparecen de tarde en tarde en el atavismo de la sangre vernácula, cual reminiscencia de una vida fecunda glorificada por el bien y la abnegación. Se dice que Teresa de Ascensio descendía "de un noble inca araucano" que las corrientes conquistadoras de antaño arrastraran Hasta estos lugares en busca del predominio que ambicionaban los hijos del Sol.
A esta estirpe fuerte y viril que poblara nuestro valle en tiempos remotos, perteneció Teresa de Ascensio de Mallea, la princesa indígena que supo conquistar un corazón y formar un hogar modelo que sirvió de ejemplo a las generaciones subsiguientes.
Falleció antes que su esposo, casi octogenaria como haciendo mérito a la longevidad de la raza, habiendo sido profundamente sentida su desaparición por todos los habitantes de la comarca: los nativos, porque veían desaparecer en ella el último baluarte de sus derechos; y los conquistadores, porque habían observado en la singular princesa, nobleza en sus sentimientos y pujanza en su hacer, como Por su manera de obrar, por su bondad, por su hidalguía...
Micaela de Vega Sarmiento: Singular mujer que, por su prestancia, señala una época en la vieja ciudad colonial, a la vez que por su apego a la tradición de su apellido, deja como herencia el entronque de su genealogía en sucesivas generaciones que han de ostentarlo con orgullo.
Fue una de las primeras mujeres de abolengo, hija de peninsulares nacida en nuestra ciudad, siendo sus padres, "Alonso Sarmiento, bautizado en 1570, vecino encomendero de Cuyo, fallecido en 1616, y Ana de Lemus, fallecida en San Juan en 1643".
Cincuenta años después de fundada la ciudad de San Juan de la Frontera, no pasaba de ser una simplísima aldea, rudimentaria, todavía como en embrión; sin embargo, conservaba una característica especial con el movimiento de las encomiendas. Por esta época y atraído por las riquezas de nuestro valle y la placidez de su vida, llegaba a estas tierras de promisión, el encomendero español Alonso Sarmiento con su familia, para radicarse definitivamente aquí después de clausurar sus negocios en Chile, —de donde pasara a Cuyo— cuando hubo encontrado el bienestar y el clima que buscaba para aliviar sus dolencias, falleciendo no obstante, en esta ciudad, antes de llegar al meridiano de la vida. Hombre de una vasta ilustración, descendía de una hidalga familia de la España del siglo XVI.
Micaela era la hija menor de este matrimonio y muy joven se casó aquí, en 1636, con don Jacinto de Quiroga y Mallea, hijo de D. Baltasar de Quiroga y de Luciana de Mallea, hija ésta del capitán D. Juan Eugenio de Mallea y de la princesa india Da. Teresa de Ascensio, y aquél, nieto del conquistador de Chile y famoso gobernador y capitán general del reino, D. Rodrigo de Quiroga y Camba y de Da. Inés Suárez, "la primera mujer española que pasó a Chile", acompañando al conquistador Pedro de Valdivia. Y "Juan de Quiroga y Mallea, alguacil mayor de San Juan, en 1661", hermano de Jacinto, se desposó con Da. Catalina de Vega Sarmiento, hermana de Micaela.
Ambas hermanas serían, al decir de algunos historiadores genealogistas, las que, "notando que se extinguía el apellido Sarmiento por línea masculina", habrían resuelto de común acuerdo "que los hijos de Micaela y Jacinto, llevaran el apellido materno; Sarmiento, que lo dejó la abuela de ellas, Da. María de Vega Sarmiento, esposa de don Juan Galiano. Esta doña María recibió el apellido de su abuela paterna, doña Teresa Sarmiento, esposa de Hernán Pérez Román, vecinos nobles de la Villa de Ocaña, España".
De donde resulta que del enlace de Micaela de Vega Sarmiento con Jacinto de Quiroga y Mallea, arrancaría en entroncamiento de la genealogía de nuestro prócer, D. Domingo Faustino Sarmiento; pues, aquéllos tuvieron dos hijos: José de Quiroga Sarmiento y Alonso de Quiroga Sarmiento. Sin embargo, es José quien comienza a usar el apellido Sarmiento, anteponiendo algunas veces el Quiroga, como lo hemos visto en nuestro Archivo Histórico de San Juan y en el de La Merced, habiéndose casado éste, con Da. Elvira de Ugas, aquí. De este matrimonio nacieron varios hijos, entre ellos, Ignacio Sarmiento, casado en primeras nupcias con Isabel Aragonés, y en segundas, con Juana de Acosta. De este segundo matrimonio nació José Ignacio Sarmiento, quien se casó con Juana Isabel Funes, padres a la vez de José Clemente Sarmiento, casado con Paula Albarracín, progenitores de Domingo Faustino Sarmiento, en cuya persona y por vía directa se extingue el ilustre apellido.
Micaela de Vega Sarmiento de Quiroga y Mallea, poseía el talento suficiente como para sobresalir de sus contemporáneas, y aunque muy apegada a la prosapia de familia, supo sin embargo, granjearse las simpatías de sus amistades, circunstancia ésta y aquélla, por las cuales la historia ha recogido su nombre en las páginas de los apellidos ilustres, como uno de los de mayor valía.
Micaela y su hermana Catalina, con las nietas de la princesa angaquera, fueron las que cimentaron el plantel de la progenie sanjuanina con rasgos sobresalientes en la integración de la sociedad que por entonces se iba formando y ha llegado hasta nosotros, ostentando un buen nombre.
MAGDALENA LADRON DE GUEVARA. -Es la primera mujer sanjuanina del siglo XVIII que se nos presenta con caracteres definidos, como persona distinguida, sobresaliendo del reducido número de familias de cierta cultura, que por entonces componían la sociedad aldeana de la incipiente ciudad, por sus refinadas modalidades y gracia castellana que había heredado de sus mayores peninsulares y amoldado al ambiente inocente de nuestro medio.
La cultura social a fines de aquel siglo. —cuando se espantaba el temor a las incursiones indígenas— se reducía a la tertulia familiar, sin una mayor atracción para la juventud que aspiraba superarse intelectualmente, por falta de esparcimientos espirituales, a no ser la "misa de once" en la Iglesia San José, actual Catedral. Los senáculos culturales no eran conocidos todavía, aunque ya comenzaba a enseñarse música en el clavicordio y el arpa, en las niñas de la sociedad.
La espiritualidad innata de Magdalena, acompañada de su exquisita belleza y donaire estilo valenciano, atraía con irresistible fuerza la atención y las miradas provocativas de jóvenes y viejos que contemplábanla con cariño en las naves de la iglesia cuando oraba, en las verjas de su hermoso jardín florido o cuando a través de las densas nubes de polvo que se elevaban al paso de las carretas por las polvorientas calles de la estancada ciudad de Jufré, mientras visitaba a sus enfermos que no descuidaba en ningún momento, como buena samaritana que era, se encaminaba a las distintas casas de la ciudad, insinuante y graciosa, repartiendo sonrisas y respondiendo a galanteos con dulce acento y refinado recato.
A principios de 1700, la monotomía era asfixiante y solamente de tarde en tarde se notaba alguna algarabía en los pocos casamientos que se realizaban, o en las tertulias de Gil de Quiroga, Morales de Albornoz, Sánchez de Loria, Ladrón de Guevara, Jofré de la Barreda u Oro de Bustamante, siendo las organizadas por Magdalena las que atraían un mayor interés, por las causas ya apuntadas,-y es dable imaginarse que departiendo afablemente con sus invitados, formaría corrillos a hurtadillas entre los jóvenes que más de una vez se disputarían a capa y espada una sonrisa.
Pero hubo uno que tuvo la suerte envidiable de penetrar en los insondables misterios de su noble corazón, conquistándolo en buena ley. Clemente Morales de Albornoz fue el caballero afortunado que contrajo matrimonio con la simpática Magdalena Ladrón de Guevara, el 19 de octubre de 1721, ante la espectativa general de los comarcanos que la admiraban. Ambos pertenecían a la nobleza colonial y descendían de corregidores de alta aIcurnia, motivo por el cual pudieron formar un hogar de abolengo, con la prestancia de los apellidos que ostentaban. Además, ella estaba emparentada con familias militares en las audiencias reales de Córdoba y Mendoza, y él, siendo hijo del capitán Juan Gregorio Morales de Albornoz y de María Ana de Carbajal, completaban una pareja de noble prosapia.
Como su marido siguiera después siendo un hombre de figuración en las esferas oficiales, Magdalena siguió también cultivando las tertulias familiares en su casa, con la misma afabilidad y buen gusto que tenía de soltera: pues, se trataba de una mujer culta y muy sociable, sumamente interesante. Por eso su casa era la indicada para saraos y banquetes que se servían en honor de las visitas reales de los emisarios que llegaban de la Capitanía General de Chile, en gira de inspección o "en los aniversarios del rey y de la reina", que se festejaban además, con grandes "corridas de toros y de caña", actos estos últimos a los cuales se hacía participar al pueblo, cuando se trataba de fiestas oficiales.
Joven aún, Magdalena Ladrón de Guevara de Morales de Albornoz, falleció en el esplendor de la edad, cuando la vida empezaba a sonreírle por el bienestar que gozaba, desapareciendo con ella, el tipo representativo de la colonia, pero dejando grabada una época promisoria en San Juan, con su figura de mujer hermosa, cuya fama como tal ha podido llegar hasta nosotros, como una reminiscencia trascendente. Hoy, el cine y los pinceles hubieran tenido más de un motivo para inspirarse en un modelo de alta expresión creadora y de belleza, porque la Venus de Milo vibraba en la pureza de sus formas esculturales de gran predicamento; acaso por eso murió ¡oven, burlando a la vejez antes de ser desfigurada por los años...
Así se esfumó de la ciudad una época promisoria y atrayente que todos deploraron, en la persona de tan singular mujer.
ANA MARIA SANCHEZ DE LORIA. - Perteneció esta cultísima dama a la sociedad del más rancio abolengo sanjuanino del siglo. El 4 de septiembre de 1 769 fue un día de fiesta para San Juan: Ana María Sánchez de Loria, se casaba en esa fecha con el escribano público de gobierno, Pedro Pablo de Quiroga, hijo del capitán del mismo nombre y fundador de San Agustín de Jáuregui, villa cabecera de Valle Fértil; unión esta que promovió un gran revuelo en todas las esferas sociales de la vieja ciudad, pues, ella también era hija de otro capitán de ilustre apellido, por cuya circunstancia su cambio de estado debía producir tal resonancia.
Después de casada, su casa siguió siendo el punto de convergencia de la sociedad que se había agrandado, porque su espíritu juvenil no decayó en ningún momento, y cuando los chispazos de Mayo irradiaron a San Juan, la despensa de Ana María se abrió de par en par, para dar salida a los elementos con que contaba, para alimentar a los sostenedores de la libertad. También fueron a engrosar las vituallas del ejército patriota, su dinero, sus alhajas, sus caballos, sus muías, vacunos y aperos que salían con frecuencia de su predio, sin obstáculo de ninguna clase. Esto sólo pinta un sentimiento y un carácter, pocas veces visto en una mujer.
Ana María Sánchez de Loria fue en San Juan lo que Mariquita Sánchez de Thomson en Buenos Aires: la mujer patriota y social por excelencia, elegante, cordial y atrayente como ninguna; luce en los salones de la época su esbelta silueta con las regias vestimentas subyugantes, porque rebosa juventud y belleza; pues, deslumbra sin ostentación, porque es amable con todos los que tienen la suerte de compartir con ella y es muy apreciada de todo el pueblo, porque sabe mitigar un dolor, con su bondad.
Agobiada por los años, Ana María Sánchez de Loria de Quiroga, murió en esta ciudad de su nacimiento, casi octogenaria, después de haber dado a la Patria y a sus semejantes todo cuanto tuvo disponible en su hacienda, para bien de la causa que había abrazado con tanto fervor en los días venturosos de nuestra epopeya.
He aquí, el mejor ejemplo legado a la posteridad por una mujer de un pueblo sin mayores perspectivas..., pero pujante y patriota, abnegado y hospitalario.
PAULA ALBARRACIN DE SARMIENTO. -Así llegamos en la enumeración de la mujer sanjuanina en la época colonial, a bosquejar la silueta de aquella que sirvió de enlace con la independiente, en su acción fecunda y abnegada. Madre bondadosa del gran repúblico Domingo Faustino Sarmiento, hizo de la pobreza un apostolado sin precedentes y del trabajo tesonero una virtud. Nació en este valle por donde corre el Zonda con su aliento de fuego, allá por el año 1774, cuando aún no se había creado el Virreynato del Río de la Plata, siendo sus padres, don Cornelio Albarracín y doña Juana Irarrazábal, ambos oriundos de San Juan y descendientes de nobles familias españolas.
Con su fecundo y permanente trabajo formó y sostuvo un hogar modelo en medio de los sinsabores que le depararon las vicisitudes del destino. "Para ella, dije en otra oportunidad, el trabajo fue una consigna recibida desde el más allá y desde muy joven no hizo más que trabajar".
El 21 de noviembre d e1802, Paula Albarracín, abriendo un paréntesis a su cuotidiana labor, contrajo enlace con el joven José Clemente Sarmiento, de cuyo matrimonio nació una numerosa familia, de la que se destaca con caracteres indelebles, la figura augusta del gran educador, pero, este hijo privilegiado de natura no habría de llevarse solo la gloria de ser el único ejemplo de aquella virtuosa mujer, también otros vástagos dignos de figurar en las páginas de un libro, hubieron brotado de aquel fecundo árbol de la maternidad humana: Paula, Bienvenida, Rosario y Procesa Sarmiento, granes artífices del pincel, del tejido y del bordado.
No es la primera vez que hacemos uso de la tosca herramienta de la pluma para bosquejar una semblanza de "La patrona del telar", sin que esto se óbice para que podamos asentar aquí nuevos conceptos o repetir los mismos, ya que ello no redundará en este caso, por cuanto el recuerdo permanente de esta digna matrona, debe conservarse latente en el corazón de todo hijo agradecido y cariñoso con la madre.
Por asociación de ideas, al evocar el nombre de la madre de Sarmiento, afluyen a la memoria el telar y la higuera, acaso porque eran dos cosas que estaban íntimamente ligada a su existencia, como fuentes de vida para ella: el telar, la máquina que producía el sustento de cada día, con sus largas telas de añascote; la higuera, la planta prodigiosa que daba los dos frutos del año en abundancia, acrecentando las reservas alimenticias del invierno con las sabrosas pasas de higo y que alguna vez alcanzaron para vender.
De Paula Albarracín, es de la mujer que más se han ocupado periodistas y escritores de nuestro país, y todos están contestes en las apreciaciones, colocándola como prototipo de abnegación y ejemplo de mujer hacendosa. Es la figura femenina indiscutida del siglo que nos ocupa y del posterior que alcanzara también con su benéfica acción.
Fueron cino los hijos que le sobrevivieron a doña Paula de la fecunda familia que tuvo, 3 todos los cuales supo criar con dignidad y honradez, dentro de la pobreza franciscana que la acompañó toda su vida, y ella vivió 13 años más que su marido, al capitán da milicias que condujera a San Juan, mandado por al general San Martin, los prisioneros tomados en Chacabuco- Don José Clemente falleció en la casa que formó su hogar, el 22 de diciembre de 1848, cuando más se hacía sentir su presencia en al hogar, por cuanto, el único varón de la familia, Domingo Faustino, se encontraba expatriado en Chile, masticando las amarguras del destierro que le impusiera el régimen de barbarie que por entonces imperaba en el país.
Llora ante la desgracia de alguno de los suyos, pero las lágrimas parecen reconfortarla, porque no se amedrenta, antes por el contrario, lucha con más energía contra el infortunio que la asedia sin piedad; pero ella es fuerte y resistente al trabajo y frente al destino, lo que demuestra la entereza moral de su carácter. Una prueba de ello nos la da a los setenta años, al cruzar los Andes para ir a visitar y abrazar al hijo querido que se encuentra allende la cordillera, musitando una esperanza.
Vuelve a su terruño en la misma forma años después y cuando parece que la suerte la va a favorecer, dándole vida para ver a su Domingo ungido gobernador de la provincia, la muerte inexorable se interpone de pronto en el sendero, truncando su existencia el 22 de noviembre de 1861.
La posteridad reconocida por la obra realizada, le ha rendido el tributo merecido a Paula Albarracín de Sarmiento, erigiéndole sendas estatuas en la escuela de su nombre y en la casa que ella misma edificara, a parte de una tercera en el departamento de Chimbas, donde perdurará su nombre entrelazado con el de su hijo, dignos ejemplos de lo que puede una voluntad puesta al servicio de una buena causa.
Con doña Paula Albarracín de Sarmiento se cierra la época colonial de la mujer sanjuanina en su proyección histórica de gran predicamento, y se abre la independiente con su singular figura de mujer abnegada y patriota, magnificada por la grandeza de su corazón.
Texto publicado en el libro Cuarto Centenario de San Juan 1562-1962.
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