La tarde, para poniente, declinaba en árboles y cúmulos vestían el fantasmal aspecto de mitológicos monstruos que iban a poblar la noche de brujas, a encender luces males y a llenar los corazones de temores. Del este se elevaba una tenue sombra que encendía las estrellas. El lucero tintineaba una esperanza y los gorriones volvían a sus ramas y buscaban su acomodo para pasar la noche; cesó el piar. En el poniente se esfumaron los arreboles y la tiniebla invadió la negra cúpula del estrellado cielo. De golpe se encendieron las luces del alumbrado público y un pequeño estremecimiento de alas agitó las hojas de los plátanos. Tomé conciencia de mi estado y volví a la conversación de los amigos, el paso de los carruajes y el trajinar de la gente por la vereda. Era l ahora del cierre de los comercios y empezaban a formarse colas en las paradas de los ómnibus.
Nos encontrábamos en una mesa de El Ranchito de Avenida España y Libertador. Era un precario negocio de bar, sanguchería, empanadas y algunos “piques” que ayudaban a la conversación y el trago, pero en verdad, nuestras reuniones tenían una sola e inconfesa justificación: reuniones tenían una sola e inconfesa justificación: reunirnos a ejercitar trivialidades, tomar un trago y dejar que la vida pasara por la vereda y dentro de los autos, mientras nosotros inconscientemente, tomábamos registro de hechos, sucedidos, noticias y todo aquello que pasaba en ese verano de 1960. Tal vez –pienso ahora- nuestra vida haya sido ser, simplemente, testimonio del no ser; indolentes criaturas destinadas a tomar notas del no hacer, para no dar cuenta a nadie Luego la vida me enseñó, ante el giro que tomó la gente y el país, que no estábamos tan equivocados, que el estado calamitoso en que nos encontramos ahora no se debió a nuestra indolencia sino al hacer de lo que hicieron los laboriosos, de los enmarañaron en tal forma la vida que ésta perdió todo sentido y nos empujó a hacer el elogio de la vagancia y el cultivo del “dolce far niente”. ¡Como si la esencia del tango, Gardel, Leguizamo y Perón fueran el motivo de lo argentino! Y eso no sería nada, si no fuera que ese estilo se oficializó y arraigó en la política, el sindicalismo, las uniones vecinales, la usura, el crimen, el secuestro, la justicia, el poder y el llano y se arraigó en tal forma que necesitamos un vaciamiento, un proceso, una guerra y una interminable vergüenza para vislumbrar, ahora, una pequeñísima esperanza de recuperación de vuelta al trabajo y la dignidad. ¡Si, no era tan mala la vagancia, el ver pasar la vida. Por lo menos aquellos no hicimos nada, mientras que éstos, los hacendosos, lo hicieron todos! Vos estate piola.
En una mesa vecina, llamó mi atención una despampanante rubia, pródiga en sonrisas y frivolidades que, se me antojó (no pude evitar la comparación) era un poco como la Patria, la Patria Joven, con acné y todo; con el encantador desparpajo e irresponsabilidad de la juventud; con el empuje de los años mozos y los corazones robosantes de proyectos y el desperdigar en todas direcciones la fuerza acumulada en los músculos, la fantasía de la mente y el amor del corazón. ¡Sí, da gusto ver cómo la juventud gasta la vida en un alborozado desborde! Ya pasarán los años, los muchachos se harán viejos y el estúpido fantasma de la cordura pondrá mesura en los actos y lógica en los proyectos y los corazones (muchos con la ayuda del marcapasos) marcarán el ritmo pausado y conservador de la vieja Europa. ¡La vieja Europa, ella, tan señorona… y tan estúpida!
Mientras, dejemos a América con sus desbordes; dejemos a Argentina con sus ríos, sus pampas, sus montañas, sus selvas. Dejemos que el caballo retoce en el verde, el cóndor en la altura, el pez en el río, el árbol en su selva, el pájaro en su rama y la alimaña en su escondite. ¡Dejemos, americanos, que cada criatura sea como Dios lo hizo! Ya vendrá el tiempo del orden y la contemplación. Tenemos un breve instante para ser jóvenes, luego toda la eternidad para ser viejos. Estas disquesiciones no están muy bien hilvanadas –me fui para los tomates-. Los recuerdos, en el arcón de los viejos, forman una heterogénea mixtura y uno, al meter la mano, suele no sacar lo que quiera sino lo que pilla. ¡Esas cosas pillé y ahí quedan!
De golpe me vino a la cabeza la imagen de una hermosa, luciente potranca azul que, un verano de mi niñez, retozaba sobre el verde alfalfar que tapizaba una suave colina, esa visión quedó en mis ojos y fue, en mi corazón, una eterna compañía de lindura y gozo y hoy ¡vea la casualidad! Se me ocurre que esa potranca azul, briosa y retozona sobre un verde de la esperanza es (ni más ni menos) la imagen de la Patria. Es la Argentina, joven y retozona, en alocada cicha sobre el verde de la esperanza. ¿Qué animal puede pensar en el hambre estando sobre la alfalfa? ¡Perdón por la comparancia, por supuesto, el perdón es para la potranca!
Hay un viejo dicho criollo:
Cuando la yegua relinche
échele pasto, que engorde
¡Cuando la panza le estorbe
no ha de faltar quien la cinche!
Será un paisano riojano el que cinchará la potranca azul? Puede ser ¿no?... aunque nunca he visto perdiz en árbol ni lechuza en bandada.